[ Capítulo 6 ]

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Jeongin no mueve los labios, pero tiembla un poco cuando nos besamos

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Jeongin no mueve los labios, pero tiembla un poco cuando nos besamos. Aprieta más los puños, agarrando las sábanas entre sus dedos. Antes de descontrolarme (porque sé bien que una lengua lo asustaría), me alejo, pero no dejo de sostenerlo. Él abre los ojos lentamente, aún con la boca entreabierta, y respira con dificultad.

La escena es suficiente para hacerme perder la cabeza, así que trago saliva y me concentro en sus ojos, tan encendidos como una hoguera, en lugar de mirar sus labios.

Ninguno dice nada por un momento, por lo que me aterra haberlo incomodado y que me ignore por el tiempo que nos queda en este lugar. Río un poco, demasiado nervioso para poder ocultarlo.

—¿Y bien? —digo, haciendo lo posible para no sonar desesperado. Jeongin no dice nada, solo jadea y mira mis labios como si fueran un incendio del que debe escapar antes de quemarse— ¿Qué tal estuvo... ?

Se relame los labios y en un movimiento (tan veloz que no me da tiempo para asimilarlo), se lanza sobre mí y vuelve a unir nuestros labios, atreviéndose a mover los suyos esta vez. Su boca encaja con la mía como un rompecabezas. Se mueve con lentitud y un poco de torpeza, pero este segundo beso se siente mucho más húmedo que el anterior, y un cosquilleo me recorre la parte baja como una ráfaga de calor. Me acerca más a él pasando sus brazos alrededor de mi cuello y cierra los ojos, así que hago lo mismo y lo agarro por la cintura.

Por Santalan.

El suéter holgado es una fachada. Mis manos toman con firmeza sus caderas, y confirman que Jeongin no estaba mintiendo cuando dijo que tenía una cintura minúscula. Mierda, incluso sin verlo puedo decir con toda seguridad que tiene un mejor cuerpo que Felix, y eso es realmente imposible.

Se aleja tan pronto como se acercó, y jadea como un perro que acaba de darle dos vueltas a un parque. Tiene los ojos entrecerrados y, aún cuando no ha existido el más mínimo contacto entre nuestras lenguas (recalco, aún), un hilillo de saliva amenaza con caer desde su comisura hasta la mandíbula. Lo limpio con el pulgar.

—¿Así estuvo bien? —pregunta, tan bajo que solo yo podría escucharlo. Su aliento cálido choca contra mi rostro y sus brazos siguen aferrados a mi cuello. Y mi cordura ha llegado a su límite.

Vuelvo a atacar sus labios para un tercer beso, y es tanta la fuerza con la que me impulso sobre él que ambos caemos sobre la cama, uno sobre el otro. Acomodo las rodillas a ambos lados de su cuerpo, porque no quiero aplastarlo, tomo su rostro y vuelvo a besarlo. Abre un poco más la boca con cada movimiento, así que lo tomo como una invitación y decido que (mierda, por fin) es momento de explorar con la lengua la boca de Yang Jeongin.

Cada cinco o seis segundos, se aleja de mí empujándome con suavidad, me mira a los ojos con una expresión agitada y deseosa que me provoca aún más, y vuelve a besarme con desespero. Lo ha entendido enseguida y no tarda en seguirme el ritmo.

Incluso diría que es él quien intenta que el beso se vuelva más profundo, ladeando la cabeza y utilizando su lengua como si hubiera recibido clases intensivas de cómo dar un beso francés en lugar de ser un chico sin experiencia. Su saliva se mezcla con la mía en un intercambio impaciente y mojado que adquiere más intensidad con cada segundo, y sus jadeos resuenan con los míos acallando los sonidos de la lluvia del exterior.

SacrilegiousDonde viven las historias. Descúbrelo ahora