OCHO8

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Por la noche apareció la chica rubia, alta, con buen aspecto. La misma de la otra vez, según escuché a escondidas vino para hablar con Dalí, que según palabras de Timothy, tienen una especie de relación de amigo y cliente, lo que ellos tienen no logro entenderlo y me refiero a su relación de negocios si se le puede decir así. Timy me contó todo lo necesario acerca de ambos, ella casi maneja la vida del pelinegro y éste la deja hacer,  la rubia —llamada Tyler—  de ojos azules  posee una belleza que te deja atónito, una voz apagada llena de altanería y autoridad con cada palabra que suelta.

Los chicos pasaron un rato con ella, al fin y al cabo es su amiga, yo por otra parte decidí no participar en eso y subir a la habitación a estudiar mis notas como siempre lo hago, intercambio algunos mensajes con mi padre nada del otro mundo y para cuando me doy cuenta ya estoy de regreso en casa el viernes por la tarde en las sesiones con Dalí.

—Muy bien, solo otros diez pasos más y acabamos— informo relajada viendo como el chico camina despacio con ayuda de las barras.

Lento pero seguro, Dalí obedece mis palabras, termina con los pasos y voy corriendo a su encuentro para ayudarlo a tomar asiento, debe estar cansado.

—Cada vez lo siento más fácil— comenta alegre con sus resultados.

"Yo cada vez te llevo más ganas."

No demuestres lo que eres. Empiezo a recoger las cosas que ambos utilizamos para nuestros ejercicios. Ya que hemos comenzado a ejercitarme, para aprovechar el tiempo hago los ejercicios cuando estamos en sus terapias.

—Lo  dijo el doctor, ¿cómo te sientes sin los medicamentos?

—Mejor, ya no quería estar tomándolos a cada rato, era como una droga sutilmente— habla  más para sí mismo que para mí. Sacude la cabeza y me observa hacia abajo.

—¿Y tú? ¿Ya no te duele el cuerpo?

Cuando empecé a salir a correr y hacer  algunos otros ejercicios pesados me pasaba todos los días, las veinticuatro, quejándome con los chicos sobre mis dolores musculares y emocionales.

"Exagerada la doña."

—No tanto— respondí luego de un suspiro —Comienzo a acostumbrarme. Duermo mejor y mi humor ha mejorado muchísimo, deben ser los beneficios de hacerlo.

Su rostro se transforma en insinuación perfecta ante lo que dije y yo me tardó en saber por qué hasta que veo mi error.

—No... yo no quise...— carraspeo nerviosa.

—¿Hacerlo?— cuestiona juguetón —Me gusta como suena eso— admite lujurioso, pasa una mano por su cabello alborotado que lo hace ver más atractivo.

—Me refería al ejercicio físico— elevo mi voz sin saber muy bien qué quiero decir porque me siento abochornada.

—Bueno, el sexo es ejercicio físico muy agotador— enfatiza la última palabra con perversión, parece pasársela de lo mejor, mientras que yo sufro por dentro con la vergüenza reflejándose en mis cachetes.

—Cállate— pido entre risas nerviosas.

Entre tantas sesiones que hemos tenido, en una de esas pude ver a Dalí casi desnudo, entré sin avisar y vi el momento exacto donde Russ lo ayudaba a cambiarse de ropa. Esos bóxers le quedaban de lo más espectacular en su cuerpo. El color negro resalta su pálida piel y aparte, tiene un cuerpo para quedarse encima de él toda la noche.

Por eso hablar de estos temas con él me sabe mal, no porque sea tímida o algo así, sino por el historial secreto que tengo con él.

—Vale, pareces perturbada— se ríe abiertamente sin sentimientos.

El Arte De ConocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora