VEINTICINCO25

38 2 0
                                    

No sabía exactamente qué era lo que sucedía en esa casa, mi cerebro no paraba de analizar y pensar cada acto presencial que estaba ocurriendo en tan solo unas cuantas horas. Era como si todo se había planeado, de pronto, todo bien y en un instante, de lo más alto se cayó el pedestal de familia que Dalí tenía de sí mismo. Pero me estoy adelantando a los hechos.

Me mantuve distante, nada más para captar cada detalle y luego contarlo a otros si me preguntaban. Las dos señoras que tienen aire de sospecha, se mantuvieron ahí. Los chicos bajaron luego de un rato largo allá arriba. Pude distraerme un momento cuando esos cuerpos definidos fundados en trajes de gala color negros pasaron por mi lado de la escalera, cada uno con un aroma distinto al otro pero igual de sabrosos y ricos. La rubia se quedó de último y no fue la excepción, ella con su vestido bien bonito que me dieron ganas de robarselo del tendedero cuando lo vaya a alabar. Me preguntaba si así de rico olía yo, o si las personas a mi alrededor se ponían a pensar en mi aroma. No lo sabía y quise saberlo de inmediato.

Mi perfume huele bonito,  pero no es tan escandaloso como el de ellos. Bajé los últimos escalones para seguir sus pasos hasta afuera.

Mi mano sintió un calor extraño aunque conocido, y volteé a verlo para saber qué sucedía. Mi estómago se retorcía en repuesta ante su tacto inocente. Mi corazón comenzaba a acelerarse poquito a poquito mientras los ojos grises del chico me daban un repaso para todos los lados.

"No vayas a arruinar ese lindo vestido con tus ocurrencias."

Se supone que debes apoyarme y darme ánimos, no bajarme la moral.

—¿Sí?— mi voz fue un audible sonido a temor e intenté escapar de su agarre, él fue más listo al sujetarla con más posesión.

Sus dedos ágiles y largos rozaron los míos y desde ahí hasta mi pecho una corriente eléctrica me sacudió tan potente que tuve que cerrar los ojos para fingir que nada estaba pasándome. Siendo algo difícil, ya que la intención verdadera de él es acariciar mi mano con la suya. Sus dedos repasaron cada nudillo y línea de la palma de mi mano con la mirada puesta en mí sin parpadear. Yo por más que  quise  sostener su pesada mirada grisácea llena de amor y calidez, ternura y energía, bajé mis ojos a la pajarita en su cuello.

Aparte, el muy cabrón se ve espectacular.

—Te ves demasiado hermosa Leah— susurra, yo morí con el acento más marcado que de costumbre en su voz —. Al regresar de la boda quiero que pasemos un tiempo juntos. ¿Te apetece? Sé que últimamente hemos estado alejados y no tengo la excusa perfecta para darte...

—Dalí, yo no te estoy pidiendo explicaciones ni nada— me vi obligada a hacerle sentir bien. La verdad es  que yo había puesto distancia entre ambos sin siquiera saber por qué, más o menos.

—Quiero dártelas. Me parece poco razonable de mi parte, y yo...— se puso nervioso —Dime qué sí. Podemos escapar a la mitad de la ceremonia para estar juntos, quiero tener un momento contigo antes de regresar a casa.

Esa vez supe de inmediato la razón por la que no podía verle a los ojos. La culpabilidad por dejarle y engañarlo taladró mi corazón y me sentí miserable por tratarle así cuando él se preocupa por mí en este instante. Tuve que pensarlo rápido y sonar convincente, lo más verdadero posible para que me crea.

—Voy a pensarlo,  Dalí.

Su rostro se ilumina con una enorme sonrisa en sus labios.

—Okay, esperaré.

Por fin soltó mi mano entre la suya avanzando hacia la salida no sin antes dirigirse a su madre, vi hacia todos lados buscando a la otra señora que había entrado. Joder, no está. ¿Adónde se fue? Me descuido un momento y desaparece como arte de magia, no le tengo buena espina a esa señora, tiene cara de drogadicta y querer causar problemas. Joder, ahora estoy enojada conmigo misma por no poder hacer dos cosas al mismo tiempo.

El Arte De ConocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora