VEINTICUATRO24

46 1 0
                                    

Desorientada por el lugar, abro mis ojos obligada a ver qué pasa, el sueño me está pasando factura de inmediato. Lo primero que veo es a Timothy riéndose de mí con los brazos bajo su cabeza de lado. Le doy un manotazo en la cara para que deje de molestarme.

—Estás babeando— me avisa.

Con cierto asco limpio mi boca donde me sale la saliva, ay que asqueroso.

—¿Qué hora es?— murmuro somnolienta.

Los ojos me arden, como si tuviera arenita en ellos y parece que tengo fiebre.

—Las siete, aún es temprano.

—Joder, acabo de dormir y ya desperté— cojo la sábana para cubrirme del frío —Casi a las cinco me dormí, no pude conciliar rápido el sueño.

Por un raro motivo no pude dormir como me hubiera gustado. Daba vueltas en el saco, llegué a pensar que Russ iba a darme algún golpe para que me estuviera quieta, gracias al cielo no lo hizo. Escuché todos los ruidos proveniente de todas partes, mi canción eran los ronquidos de Charlie, al cual envidio, por dormir plácidamente.

—¿Por qué?

—Vete tú a saber, me dolieron los ojos y yo nunca me dormí.

—Te apesta el hocico— suelta una carcajada honesta que me hace sonreír.

Muestro el dedo medio mientras me estiro para que la pereza se vaya de mi cuerpo.

—Cállate— demando, ninguno de los chicos están –excepto de nosotros–, así que decido preguntar —¿Y el resto?

—Desayunando, por primera vez, Charlie no se metió a la cocina— eso sí es novedad —Luego iremos en bici a un establo para ver a las mascotas de los chicos.

Frunzo el ceño.

—Así es,  Dalí ya tiene todo  planeado. Hasta cuánto tiempo debemos hacernos en el baño.

—Quiero seguir durmiendo y conseguir dolor de espalda.

Los sacos de dormir ayudan, pero no son mágicos.

—Te vas a quedar sola con tus futuros suegros.

Su tono malicioso logra convencerme.

—Ellos no van a ser mi familia— recrimino —Además, siempre es mejor pasar tiempo con los amigos.

—Vete al carajo.

Ya más despierta que dormida, me levanto del saco de dormir para darme una ducha, abajo, aún están los chicos en la mesa desayunando o al menos hablando entre ellos con mucho ánimo y alegría. Ahora sí están completos, en la mansión quien faltaba era Tyler, con ella aquí, ya se completa el círculo amistoso entre esos chicos cuestionables.  Los padres de Dalí, —por muy mal que suene— gracias a Dios, no se aparecen por ninguna parte.

Luego de desayunar y dejar lavado los trastes que usamos para comer, nos subimos a las bicicletas que el hijo de los Urkijo había rentado un par de días antes. Cada uno en su cicle con la mochila sobre nuestros hombros, agradecí haber traído ropa adecuada al clima que está delicioso. Fresco, a pesar de ser diciembre y soleado como si fuera verano.

—Iremos todo recto y subida, nos va a costar pero podemos hacer paradas. El regreso será más fácil, venimos en bajada— indica  Tyler  haciendo trazados con sus manos en el aire.

—Okay, empecemos con las locas aventuras— habla Dalí saliendo del garaje de su casa por la calle hacia arriba del vecindario.

Todos les seguimos por el recurrido que ellos van trazando frente a nosotros, dejamos las casas después de dos o tres metros para darle paso a campos desoladas con flores o simplemente monte, con algunos árboles y casas a cada tres metros de distancia.

El Arte De ConocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora