Capítulo 36

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WOLFGANG

Me senté en la sala de espera, pensando en las palabras de Max.

-¡Mira todo por lo que le has hecho pasar! ¡Ella no se lo merecía! ¡Ese bastardo casi la mata! No la has protegido, no te molestes en buscarla nunca más.

Max tenía razón. Como su compañero, yo debería haber jurado protegerla, pero le había dado la espalda. La había alejado de mí, y ahora ella...

Agaché la cabeza, mesándome el cabello. ¿Cómo podía ser un alfa si no cuidaba de mi alma gemela?

Y todo había sido por culpa de mi ego.

-Alfa Wolfgang, estás aquí.

Levanté la vista y vi a los ancianos caminando hacia mí.

-¿Pasa algo, maestro Radolf? -pregunté, poniéndome de pie para encararme con ellos.

-Nada en absoluto. Estamos aquí para dar la bienvenida a la Luna. Hemos oído que se ha despertado. ¿Cómo está? -preguntó.

-Todavía no la he visto -respondí, mirando a mis pies.

-¿Qué quieres decir con que no la has visto? Ella es tu compañera. La Luna. No puedes dejarla sola cuando te necesita para recuperarse bien -me regañó el anciano Leto.

-Por lo que he oído, es un milagro que haya vuelto con vida. Dicen que sus heridas eran muy profundas, por no hablar de que tenía luparía en su organismo -comentó Radolf-. Ha demostrado ser la Luna adecuada para la manada, enfrentándose a ese criminal por su cuenta. Es una muchacha muy valiente.

Sonreí ante sus elogios hacia Aurora. Era realmente arrojada por pasar por todo aquello ella sola.

Realmente era una mujer fuerte, la guardiana perfeta para la manada.

Pero mi arrogancia no me había dejado ver más allá de la doncella que me había negado a aceptar como  compañera.

-Bueno, no haremos demasiado bien quedándonos aquí. Debemos ver a la Luna de inmediato. Debemos comenzar los preparativos para su presentación ante la manada -dijo el anciano Radolf.

Empezó a pasar por delante de mí dirigiéndose hacia la habitación de Aurora, pero le detuve.

Lo había olvidado. Al ser la compañera del alfa, tenía que ser presentada oficialmente como la Luna de nuestra manada.

-Déjame decírselo primero -le pedí-. Luego podréis entrar.

Me daba miedo poner los pies en su habitación, pero deseaba verla.

Así que me arme de valor y entré.

AURORA

-Max, no tienes que hacer eso. Soy perfectamente capaz de cortar mis propias manzanas -le dije al beta, que estaba mutilando torpemente la pobre e inocente pieza de fruta.

-Tú eres la paciente y estás convaleciente. Yo puedo encargarme de esto -dijo, continuando con la masacre de la manzana.

Oímos que llaman a la puerta. Max dejó escapar un suspiro de frustración.

Odiada Por Mi AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora