XVIII. Sueño stereo

66 10 4
                                    

Gustavo's pov:

Cómo estaba amando nuestra estadía. No teníamos nada de qué preocuparnos. Todos esos días reforzaban en mí que Victoria se estaba convirtiendo en mi principio, medio y fin. El principio porque todos los días eran buenos si despertaba a tu lado, lo que me hacía pensar que pronto deberíamos vivir juntos en nuestro propio - aún hipotético - departamento; el medio porque nuestras conversaciones nunca se agotaban; el fin porque cuando la abrazaba, todas las dudas y angustias desaparecían. No quería recordar que viví antes de ella, construimos memorias que ahogaban todo lo que había pasado con otras chicas, porque Victoria no era una chica, sino mi superchica. Todo en ella me inspiraba a escribir nuevas canciones, melodías ensayadas en la vieja guitarra de la casa, y ella pasaba horas observando todo el proceso, fascinada por una cosa que ella misma iniciaba sin saberlo.

El primer día del año, al amanecer, agarramos nuestras bicicletas y fuimos a dar una vuelta por la ciudad, regresando con todo lo que creíamos necesitar, por ejemplo, bolígrafos de colores, pilas para nuestra parafernalia electrónica y controles remotos, hasta que nuestro dinero se acabó. Un impulso repentino nos llevó a una tienda de conveniencia en el borde del camino y, sin pensarlo mucho, decidimos entrar. Victoria me miró con una sonrisa traviesa en los labios.

- ¿Qué te parece un pequeño desvío? - Sabía lo que estaba pensando. Sin dudarlo, estuve de acuerdo.

Mientras distraía al cajero con preguntas sobre los productos en el estante más lejano, Victoria hábil y silenciosamente deslizaba un paquete de cigarrillos mentolados y algunos chocolates dentro de su bolso. Mi corazón martilleaba en el pecho mientras salíamos de la tienda, la adrenalina corriendo por nuestras venas, mezclada con la emoción de nuestro pequeño acto de rebeldía. Pedaleamos de regreso a casa, nuestras risas llenando el aire mientras nos alejábamos de la tienda. No pude evitar sentirme un poco culpable, pero la sensación de aventura y complicidad con Victoria era intoxicante. Luego, disfrutamos de los logros (o robos) de esa tarde viendo películas hasta que oscureció. Vimos muchas, muchas películas, suficientes para un año entero. Vivir tantas cosas con ella me fascinaba; tuvimos películas, actividades en familia, chocolates, cigarrillos y nadadas en el lago desnudos cuando nadie nos veía. El mundo a su lado era cómo un patio de recreo. Hasta ese momento, fueron los mejores días de mi vida.

El día de nuestro regreso a Buenos Aires se acercaba, pero nuestros recuerdos construidos juntos quedarían guardados para siempre en mí.

Cuando llegamos, decidí ayudarla a deshacer sus valijas cómo una forma de pasar más tiempo juntos, amarla durante unas horas más sin nadie cerca, solo nosotros dos y las promesas que comenzábamos a hacer juntos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando llegamos, decidí ayudarla a deshacer sus valijas cómo una forma de pasar más tiempo juntos, amarla durante unas horas más sin nadie cerca, solo nosotros dos y las promesas que comenzábamos a hacer juntos. Nos acostamos en la alfombra después de ordenar montones de ropa, exhaustos, mirando el techo. Ella sonrió dulcemente, agradeciéndome con gracia sin decir una palabra.

- ¿Y si preparamos una cena especial juntos? - Su rostro se volvió hacia mí, con un brillo de esperanza.

- ¿Prometes enseñarme todos tus secretos? - Bromeé.

Envenenara Mi SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora