XII. Algo dulce

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Murmullos y risas se escuchaban en la calle, rompiendo el silencio de la madrugada. Fueron caminando desde la casa de Richard, en el camino pararon para comprar hamburguesas y, al final, ya pasaban las 2:00 am cuando Gustavo dejó a Victoria en su casa, en seguridad.

- Quedate, Gus. Quedate conmigo hoy, comemos juntos y después dormimos, ¿te va? - Insistía ella, sus grandes ojos brillaban en una expresión suplicante.

Gustavo rió, entregado a los deseos de la chica a la que tanto amaba en secreto.

- Ganaste, Victoria. No hay nada que me pidas así que puedo negarla. Pero no te acostumbres, boluda.

- Creo que me está gustando la idea de dormir con vos en casa más de lo que debería. No me siento segura durmiendo aquí sola.

- Tienes razón. No puedo dejarte sola con el piecito lastimado así, aunque insistas tanto en que no es nada grave. ¿Aceptas un masaje?

- Oh, sí, claro, estoy muriendooooo en dolor. ¡Creo que no puedo caminar! - Hizo una escena entre risas, provocándolo y estirándose hacia sus brazos.

Él la levantó en sus brazos, entrando por la puerta principal de la casa y luego la acostó en el sofá. Victoria no tardó en jalarlo de la mano, haciéndolo caer sobre su cuerpo.

- ¡Estás atrapada! - Gustavo dijo, dando breves besitos en sus labios.

Se miraron en silencio por unos segundos, ella soltó un largo suspiro antes de romper el silencio.

- ¡No es tan malo fingir ser tu novia! - Sonrió, revolviendo los ojos pensativa.

- Pero mi felicidad al tenerte tan cerca es real. - Finalizó la frase con un beso prolongado en su mejilla. - Me encantaría seguir así, pero estoy hambriento.

Con dificultad se levantaron del sofá, Gustavo dejó su chaqueta perezosamente sobre el sofá más pequeño. En la cocina, charlaban incluso mientras comían sus hamburguesas con papas fritas. Ah, y claro, el repugnante campeonato de eructos no podía faltar.

Llegando a tu habitación, Victoria se sacó los zapatos, Gustavo la siguió haciendo lo mismo y sacándose la remera, dejándola olvidada en algún rincón del cómodo.

- Voy a ducharme rapidito, Gus. ¿Podrías elegir un disco para escucharmos mientras tanto?

Y entre tantas opciones y el óptimo gusto de tu novia de mentirijillas, se volvía re difícil elegir. Por suerte, a ella también le gustaba Led Zeppelin, su banda preferida, y al final eso facilitó su elección. Seleccionó el álbum "Led Zeppelin III" de 1969, que venía con un encarte con las letras de las canciones.

Al salir de la ducha, Victoria se puso una camisola suelta negra y sus cabellos ligeramente mojados tocaban sus hombros, formando pequeñas gotitas de agua en su piel. No pudo evitar sonreír cuando vio a Gustavo sentado en el suelo, sin remera, leyendo con fascinación el encarte del disco de su banda favorita.

- Es tuyo. - Anunció ella, limpiándose la garganta. - Creo que te va a gustar más que a mí.

Las mejillas de Gustavo se sonrojaron ligeramente. Al final, detrás del chico conquistador y exageradamente egocéntrico, existía un pibe fascinado por la música y vulnerable en su propio mundo, solo con el sueño de ser como uno de esos rockstars.

- Gracias, Vicky. ¡Ni sé cómo agradecerte! - Pronunció, abrazando el encarte del vinilo que sonaba.

- No necesitas agradecerme, Gustavito. - Sonrió pacíficamente antes de dejarse caer en la cama.

Él no podía apartar la mirada de sus muslos, el cuerpo delicado cubierto por esa prenda corta y fina que lo hacía lucir aún más hermoso, como un adorno perfecto agregado a su belleza, su rostro natural y la piel rosada de sus mejillas sin ningún maquillaje para ocultarla parecía un durazno listo para ser mordido. Ahora sentado al borde de la cama, comenzó a masajear sus pies, prestando atención especial al tobillo que le dolía anteriormente y al final plantándole un beso suave. Victoria seguía con los ojos cada uno de sus movimientos hábiles, sumergida en cada detalle de su cuidado hasta no poder resistir.

Envenenara Mi SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora