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He preguntado a todas las chicas de la habitación y da la casualidad que ninguna de ellas lo ha visto. Ya empiezo a pensar que me lo han robado.

—Puta mierda, —murmuro, y diviso a mi amigo a lo lejos, hablando con Bayona— ¡Blas! —lo llamo y esté camina hacía mi al verme desesperada— Tengo un problema. Uno muy grande.

—Yo lo suelo tener cuando Victoria me... —le doy un golpe en el hombro, él se carcajea.

—Es en serio, pelotudo.

—¿Qué pasa? —habla, sonriendo.

Le cuento lo que sucede, y cuando me pregunta que por qué es tan grave le cuento lo de Kukuriczka, es en ese momento que Blas se desespera conmigo.

—!Pero vos estás loca! —me grita en un murmuro, haciéndome reír en medio de nuestro pequeño caos.

—¡Ayúdame a encontrarlo! —le grito de vuelta, en el mismo tono de voz.

Él asiente, nos vamos cada uno por un lado, preguntando a quien se nos cruza y buscando por el suelo. Blas diez minutos después vuelve a mí, más desesperado que antes.

—¿Por qué no tenés un bloqueo? Te dije mil veces, Bella, te dije mil veces. —me regaña.

—Y no tengo secretos para una contraseña. —él me da un golpe en la frente, sus cejas fruncidas.

—¿Estar garchando con tu profesor no es un secreto? Inútil. —dice, negando con la cabeza.

—¡Esteban! —grito, de golpe. Blas se asusta.

—Sí, sé que es Esteban el que te... —niego con la cabeza.

—¡Él! Le hemos preguntado a todos menos a él, jodida puta mierda. —me quejo, nos quedamos en silencio por segundos, hasta que lo miro con carita de perro.

—Yo no pienso ir, ve tú. Es tu daddy, no el mío. —dice, sabiendo que quiero que vaya él.

—No puedo, me discutí con él en el juego, por eso dejé que me dieras. —él frunce el ceño, nada más escucharme.

—No mientas, te di porque no sabías que estaba ahí escondido.

—Blas, te escondes siempre en el mismo sitio desde los cinco años, no seas tarado.

—No te escucho, soy mudo. —ruedo los ojos— Victoria me está llamando, —miente adrede, ve a por tu teléfono.

—Pero si...

No me deja reclamar, se va, pasándome por al lado y sin mirarme de nuevo, cuando le grito que vuelva empieza a correr hacía nuestra cabaña, suspiro.

Vuelvo donde están las cabañas, no hay nadie ahí, todos los profesores están en sus respectivas cabañas, y los demás se han ido a pasear por el pueblo.

Me detengo frente a la cabaña de Esteban, toco la puerta un par de veces y espero a que abra con paciencia.

—¿Quién? —cuestiona, sin abrir.

—Bella. —respondo, tragando saliva.

¿Por qué estoy nerviosa? Sólo le voy a preguntar si lleva mi teléfono y me voy, nada más.

La puerta se abre, me observa por un momento, mira fuera y al ver que no hay nadie me deja pasar.

Paso y escucho como cierra la puerta detrás de mí, siento el calor de cabaña envolverme y me detendo a mi misma de quitarme la fina chaqueta del chándal.

Sólo preguntar.

Me giro hacía él y casi me ahogo con mi propia saliva al ver que sólo tiene una toalla enredada en la cintura, el torso desnudo y el pelo mojado. Me da una pequeña sonrisa que me hace contener la respiración.

—¿Paso algo? —pregunta, asiento con la cabeza, un poco atontada de golpe.

—Perdí mi celular, ¿lo has visto?... Tiene una funda rosa claro, y el fondo de pantalla es... —me interrumpe.

—Es Blas. —asiento con la cabeza, sonriendo— Lo tengo, sí.

Suelto un suspiro de 'menos mal' y me controlo para no darle un abrazo, menos mal que nunca he sido impulsiva y me he sabido controlar desde chiquita.

—Dios mío, lo he buscado por todo el campamento este, ya estaba asustada. —digo, siguiendo su paso hacía dentro de la cabaña.

Me desabrocho la chaqueta, porque hace calor o yo estoy acalorada, pero siento mis mejillas arder y mi cuerpo caliente.

—Lo tenía un chico del otro curso, y me lo dio diciendo que se lo había encontrado en el suelo. No lo ha desbloqueado, tranquila. —agrega, al ver mi cara asustada, me río, asintiendo más tranquila.

—Espero que no lo hayas desbloqueado tú. —digo, acordándome de unas fotos algo... Bueno, algo desnudas.

Esteban se ríe y se detiene al lado de una mesa vacía, excepto por mi teléfono, lo agarra y me lo entrega.

—No tenía bloqueo. —contesta, guardo en el bolsillo del pantalón el aparato y miro a mi rpofesor, el cual parece que cada vez está más cerca de mi.

Ya, en serio, ¿a cuanto está esa calefacción?

—Me da paja poner uno. —lo veo morder su labio inferior con gracia.

—Las pajas que voy a poder hacerme yo con esas fotitos. —suelta, un tono de voz más bajo que antes.

No me escandalizo porque las haya visto, al fin y al cabo me comió entera la otra vez, lo que me deja con las mejillas rojas es que se las haya pasado.

—Sos un hijo de puta. —le hago saber, eso le hace reír y a mi solo logra calentarme.

—Un hijo de puta que logra ponerte cachonda con nada, viste. —dice, sin borrar esa sonrisa.

—Y también eres un iluso, —ruedo los ojos— ¿qué te hace pensar eso, mhm? —me hago la que no, cuando en realidad tiene toda la razón del mundo.

—Tu cuerpo. —contesta, su dedo índice pasando por la línea de mi mandíbula con lentitud— Tus ojos.

—Tonterías. —contesto, apartando su mano de mi rostro, Esteban se burla.

—Te tiembla hasta la voz, niña.

—Deja de llamarme niña. —me quejo, frunciendo el ceño— Y aléjate de mí, —recuerdo— ¿no es eso lo qué querías?

—No puedo. —se encoge de hombros, como si estuviera hablando de cualquier cosa.

—Pues, no me arrastres a tus jodidos royos de cabeza. —le espeto.

Eyes don't lie  ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora