Me senté, tímida, en una de las sillas frente a su escritorio. Me arrepentía en el alma haber aceptado llegar a este punto. Quería correr y escapar. Una cosa era trabajar con un hombre engreído y otra, muy distinta, tener que ver, cada día, la cara del hombre que, noche a noche, atormentaba mis sueños. Verlo allí, enojado, molesto, me asustaba.
Benjamín Roldán me miró fijamente, yo me cohibí y bajé la mirada.
— Me gusta que me miren a los ojos —dijo secamente.
Yo volví a mirarlo, tenía ganas de llorar, ¿duraría, por lo menos, una semana trabajando para él? Lo dudaba.
— Supongo que ya le hablaron de mí.
¡Claro que lo hicieron! Pero de todo lo que pudieron decirme de él, era un eufemismo en comparación a lo que realmente era. Aunque no estaba segura si pensaba así por él mismo o por el Benjamín Roldán de mis sueños.
— ¿Lo hicieron? —me urgió.
— Sí - contesté en un hilo de voz.
— No la oigo.
— Pensé que exageraban —contesté levantando la voz.
El sonrió.
— Tal vez no quisieron asustarla.
— Y yo creí lo contrario.
— Se equivocó.
— Totalmente —contesté sin pensar.
— ¿Tan malo soy?
— Peor —contesté pensando en el hombre de mis pesadillas, estaba metiendo la pata.
— Me parece que no quiere este trabajo, como me habían dicho.
— No lo quiero, lo necesito —dije suplicante.
— Si no fuera así...
— Me hubiese ido... —“en cuanto lo vi”, agregué en mi mente.
— Puede irse ahora.
— ¿Quiere que me vaya?
— No quiero ver llorar a una mujer en mi oficina.
— ¡No voy a llorar!
— Yo diría que está a punto —él parecía divertirse conmigo y no lo dejaría, yo no era la señorita puritana del siglo XIX, a la que él torturaba.
— Miré, Señor Roldán, el que usted tenga dinero, no le da ningún derecho a pisotear a los demás.
— Si no le gusta, puede irse.
Lo miré enojada, sí, estaba a punto de llorar.
— Necesito el trabajo —dije bajando la voz.
— Entonces debes aceptar mis condiciones.
— ¿Qué condiciones?
— Debes aguantar mi carácter, por ejemplo.
— Sus humillaciones, querrá decir.
— Yo no he querido humillarla, Srta. Vargas —me miró realmente sorprendido.
— Lo hizo.
— ¿Cuándo?
“Cada noche”, pensé.
— Primero me cita a las cinco de la tarde y… —no sabía muy bien qué decir.
— Yo no la cité a las cinco, le dije a Verónica que la atendería a las seis, ella insistió en las cinco y lo olvidé. Agradezca que la atendiera antes.
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Extraño Destino
RomanceUna historia de amor, que ha sobrevivido al tiempo y a la muerte. Una novela de fantasía, de dioses antiguos y faraones, que nos muestra cómo la historia puede cambiar de un momento a otro. Esta es la primera parte de tres. Pronto viene "Extraño am...