Capítulo 1

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Puede que yo fuera muy ingenuo, o que durante toda mi vida hubiera vivido en el país de los dulces, las casitas de muñecas y las nubes de algodón de azúcar, pero lo cierto es que nunca me hubiera imaginado a Alemania como la estaba viendo en ese instante.
Atravesaba la carretera E49 a una velocidad de vértigo, dirección Leipzig. Estaba llegando a Halle, mi final de trayecto, sentado de copiloto en un todoterreno rojo fuego, y mi única visión del paisaje era la arena desierta propia de las películas del oeste. Lo cierto es que me había esperado un paisaje más verdoso, al menos con un árbol cada cierto segundo de recorrido, pero llevaba más de una hora con la vista clavada en la ventanilla, y no había visto todavía ni un remoto espacio de hierba fresca, ni indicios de vida.
Empezaba a preocuparme. ¿Qué haría cuando bajara del coche? ¿A dónde iría si todo estaba tan desierto? No podía entretenerme en un restaurante en un pueblo de Leipzig por dos razones. Primera... no dejarían entrar a Scotty. Segunda... no podía gastarme el dinero en lujos.
Joder... ahora me arrepentía muchísimo de haberme gastado tanto dinero en ropa cara pudiendo utilizar ropa normal. De rebajas o algo así, porque de mercadillo... ya era pasarse ¿no? Pero ahora que prácticamente era pobre hasta que encontrara algún trabajo y algún lugar donde dormir, sólo podría comprar ropa de mercadillo.
Suspiré. ¡No me jodas, Bill! ¿Cómo se te ocurre ponerte a pensar en ropa ahora?

-Estamos a punto de llegar. ¿Dónde quieres que te deje, guapo? - me preguntó ella, la preciosa mujer rubia de poco más de treinta años que había tenido la amabilidad de detenerse en la carretera para recogerme cuando hacía autostop.

-Oh, pues... - pensé con rapidez. Para avanzar hasta Nümberg aún me quedaba un buen camino. Tendría que volver a hacer autostop, ¿Y cuál sería el lugar adecuado para hacer autostop y comprar algo de comida? - ¿Podría dejarme en una gasolinera? - la mujer asintió con una sonrisa de escándalo. Giró la cara hacia mí y mi rostro quedó reflejado en las enormes gafas de sol que llevaba puestas.

-Por supuesto, encanto. - se apartó las gafas de la cara y me guiñó un ojo. Oh... vaya. ¿Era eso una mujer desesperada? No creo que nos lleváramos bien con más diez años de diferencia por muy guapa que fuera, además... creo que acabaría intentando conquistar a su hermano pequeño de diecisiete años, así que no, definitivamente no era una buena idea.

-Ah, allí. - le señalé una gasolinera que se divisaba cerca y ella derrapó bruscamente con el todoterreno en dirección a ella. Yo me tambaleé en el asiento delantero y desde atrás, gruñendo rudamente, oí los ladridos de Scotty, nervioso, atado fuertemente a uno de los asientos traseros. ¡No podía dejarlo suelto por un coche que no era mío! El pobre estaría asustado después de dos horas de viaje, pero ya quedaba poco.
Mi acompañante se detuvo en la gasolinera, frenando con brusquedad.

-Fin de trayecto. ¿Necesitas algo más, cariño? No me gustaría tener que dejar a un hombrecito tan mono como tú solo en este lugar tan infernal. ¿No quieres nada más? - la mujer se me acercó de repente, en cuanto detuvo el coche, inclinándose bruscamente sobre mí con unos labios tan hinchados pintados de un rojo carmín tan llamativo, que me pregunté si serían suyos o estarían rellenos de silicona.

-Eh... no, gracias. Ha sido muy amable, no necesito nada más. - ella movió los labios de una manera que pretendía ser sugerente, pero que desgraciadamente, a mí no me sugería nada, y no porque no me gustaran las chicas, sino porque... las prefería más jóvenes, más... de mi edad.

-¿Seguro que no? Necesitarás un lugar dónde pasar la noche. ¿Quieres que te lleve hasta un hotel cercano? ¿Qué te dé la dirección de un hostal? - noté, tragando saliva, como una de sus manos se apoyaba con confianza sobre mi pierna, subiendo provocativamente hacia arriba. - O... puedes venirte a mi casa. Yo cuidaré bien de ti. - Cuando sentí su mano empezando a restregarse descaradamente contra mi entrepierna, y como con la otra empezaba a acariciarme el pecho, no pude hacer más que abrir la puerta del coche de golpe, pegando un salto y saliendo apresuradamente del vehículo, casi cayéndome al suelo. Sentía mi cara arder de vergüenza por el espectáculo.

-¡Muchas gracias por llevarme! ¡Se lo agradezco mucho, de verdad! - le dije, colgándome la mochila al hombro y sacando la maleta del maletero, con el corazón a cien por el nerviosismo. Scotty salió dando tumbos del coche, muy alterado, empezando a dar vueltas como un loco al aire libre.

-Oh, de nada, guapo. Puedes contar conmigo para lo que necesites... y desees. - me lanzó un beso poniendo morritos y, moviendo la mano en señal de despedida, arrancó y salió despedida de la gasolinera.
Me quedé estupefacto observando el montón de arena que levantaban las ruedas de su coche. Joder... ¿se estaba quedando conmigo o es que no había notado que no me interesaba? Zarandeé la cabeza y empecé a andar hacia la tienda de la gasolinera. A su lado había un bar, y prácticamente rodeando el bar, había siete u ocho enormes camiones de, a saber, qué. Me venían de perlas. Quizás alguno fuera a Nümberg y me dejara ir con él.

-Toma, Scotty. - saqué de la mochila la bolsa de la comida de Scotty y dejé caer un puñado de bolitas en el suelo que mi perro se apresuró a devorar enseguida. Entré a la tienda de la gasolinera entonces y compré una botella de agua grande, dos sándwiches de queso y york y dos bolsas de chucherías para después. Estaba muerto de hambre, cosa bastante extraña pues desde que intenté matarme, no había forma de tragar nada sin vomitarlo luego. Pero esa vez, comí despacio, sin la ansiedad con la que solía tragar en casa y, lo mejor fue que no tuve la más mínima necesidad de vomitarlo.
Aunque sonara raro, estaba tranquilo. Muy tranquilo. Quizás fuera porque me había librado de la contaminación que Hamburgo significaba para mí.
-¿Está bueno, Scotty? - mi perro me ignoró por completo, tragando la comida como un cerdo, moviendo la cola alegremente. - Me imagino que sí. Ahora, vamos a tener que convencer a uno de esos camioneros para que nos lleven a Nümberg. ¿Cuál te parece más fiable, el gordo de allí, o el gordo del otro lado, o el de la izquierda o el de...? ¿Por qué todos los camioneros son gordos, Scotty? - mi perro me ladró, sentándose en el bordillo de la carretera, a mí lado, exigiéndome que le diera más comida moviendo la cola. - No, no puedo darte más, Scotty. Ahora somos pobres. No podemos abusar de la comida.

-Grrr...

-¡Eh, eh, no me enseñes los dientes que te quedas sin cenar, chucho chulo! ¡Eh, no! - dios, ¡Qué listo era! De un salto y un mordisco, me arrebató de las manos la bolsa de chucherías y la zarandeó de un lado para otro entre gruñidos, como diciendo, ¿Y esto qué? ¿No somos pobres? ¿Qué haces gastándote el dinero en chucherías? - ¡Lo siento! ¿Vale? ¡Pero un hombre tiene sus necesidades y necesita azúcar, colorantes y conservantes! ¡No intentes entenderlo! ¡Eres un chucho, si comes mucha azúcar, acabarás ciego, así que devuélveme las chuches! ¡Eh, eh! ¡No rompas la bolsa! ¡No te las comas! ¡Eres un pedazo de animal! - cuando conseguí quitarle la bolsa de chuches, peleándome con mi propio perro por ella, comprendí lo que era la vergüenza pura y dura.
Un montón de camioneros que acababan de salir del bar, con sus barrigas enormes de embarazados y sus caras redondeadas y llenas de migajas de pan, se me quedaron mirando con una mueca que decía claramente "Un loco fugado del psiquiátrico". Me puse como un tomate y luego, al cabo de los segundos, me di cuenta de que estaba actuando como un idiota. Pero bueno, ¡Para criticar a alguien con la mirada, que se miraran en un espejo, porque vaya pintas de dejados gordinflones frikis que tenían esos tíos! Seguro que muchos de ellos serían vírgenes a sus cuarenta años y, fue entonces cuando pensando en eso, me sentí orgulloso de poder decir que había perdido mi virginidad delantera con una guarra rubia que estaba como un tren, y la virginidad trasera con mi propio hermano que por supuesto, también estaba como un tren. Pero sería mejor no decirlo, ¿verdad? Además... ¿De verdad debería sentirme orgulloso por ello?
Sumergido en mi propio monólogo mental, me percaté de cómo los camioneros, uno a uno, iban subiéndose a sus respectivos camiones, y recordé de golpe que debía suplicarles que me dejaran ir con alguno de ellos. Se me vino el mundo encima.
-Vamos, Scotty. Hay que suplicar clemencia a esos gordinflones.

-Vamos al lío, Billy. Y no te preocupes. Si alguno de ellos intenta sobrepasarse contigo, le segaré el escroto con mis propios colmillos. - contestó Scotty. Bueno, en realidad dijo, "¡Guau, guau!" pero su "Guau, guau" era muy agresivo. Por algo era medio perro de Tom.
Oh, dios, Tom... cómo me gustaría que estuvieras conmigo en estos momentos.

-Disculpen... oigan... ¿Alguno de vosotros se dirige a Nümberg? - les pregunte a todos en general, ocupados cargando alguna mercancía en sus camiones, intentando ser lo más educado posible. Pero ninguno me contestó. - Esto... ¿Hay alguno que se dirija a Nümberg o a sus alrededores? - siguieron sin contestarme, ni uno. Parecían haberse puesto de acuerdo para no dirigirme una palabra, y eso que no me habían visto en la vida, seguro.
Pude ver como uno de ellos me lanzó una mirada despectiva, analítica, pero poco más. Empecé a desesperarme. Si ninguno me llevaba... ¿Qué haría?

-¿A Nümberg? - de repente, una voz grave y jocosa, brusca, haciendo juego con el aspecto de todo camionero, pareció prestarme algo de atención. Sentí un alivio indescriptible y una sonrisita que tiraba para subnormal se me dibujó en la cara. Me giré para ver al hombre que había tenido el detalle de responder a mi pregunta y tuve que reprimir la mueca de disgusto.
Desgraciadamente, tenía la pinta de cualquier otro camionero.
No podía ser un príncipe azul montado en un noble corcel inmaculado con crines blancas y cuyo jinete portara una armadura dorada que ocultara un musculoso torso, cubierto por una finísima y casi imperceptible capa de vello rubio. Y que encima tuviera rastas y un sensual piercing en el labio, ya sería mucho pedir. ¡Bill, ahora eres pobre! ¡Deja de soñar! ¿Por qué tuviste que ver Pretty woman justamente antes de salir de casa?
Suspiré. Habría que conformarse.

-Sí. A Nümberg. No irá hacia allí por casualidad, ¿no? - el camionero se rascó la barbilla mal afeitada, con expresión olvidadiza.

-Pues me pilla de camino, la verdad. ¿Por qué?... No me dirás que estás buscando alguien amable que te lleve ¿no?

-Pues... sí. - el camionero rompió a reír de repente, con semejante estruendo, que estuve a punto de llevarme las manos a las orejas.

-¡No me lo puedo creer! ¿Te estás quedando conmigo? ¡Pero si aquí todo el mundo se dirige hacia allí! Lo que pasa es que todos son unos cerdos solitarios que nunca arriesgarían su aburrida rutina para hacerle un favor a un pobre chaval que se ha perdido de camino.

-Oh, pero... - ¡Pues vaya unos capullos! Derek tenía razón. Uno no se podía fiar de nadie.

-Pero si quieres yo puedo llevarte. No soy como esa pandilla de rufianes. Me aburro mucho al volante, tan solo, sin nadie con quién hablar. Así que, si quieres, yo te llevo.

-¿En serio?

-¡Pues claro, chaval! - nunca creí que me haría tanta ilusión que un hombre gordo, feo, mal afeitado y con la camiseta de manga corta llena de manchas de Ketchup, me invitara a subir a su camión para llevarme a otro lugar. El hombre dio la vuelta al morro de su camión, y abrió la puerta del conductor. - ¡Sube, anda!

-¡Genial, muchas gracias!

-¡Pero al perro y la maleta tendrás que meterlos detrás!

-¡De acuerdo, gracias, gracias!

-Así que me vendes, eh. Yo que juré protegerte de cualquier camionero gordo que intentara algo raro contigo. Eres cruel, Bill. ¡Sabandija! - me escupió Scotty a la cara cuando lo subí a la parte trasera del camión, junto con mi maleta. El pobre se ponía nervioso en coche y se liaba a ladrar y a ladrar sin descanso en aquel reducido espacio, y se dedicaba a dar saltos para llegar a las rendijas desde donde se veía la parte delantera del camión, los asientos del conductor y el copiloto. Eso me hizo sentir aliviado. Así tendría a Scotty vigilado y él a mí, igualmente. Aunque tragándome sus ladridos y gruñidos que sonaban como puros insultos repletos de recelo.

-Entonces vas a Nümberg, eh.

-Ajá.

-¿Qué se te ha perdido allí, chaval? ¿Vas a ver a algún pariente enfermo? ¿A buscar a tu familia perdida?

-En realidad voy a buscar alojamiento, un trabajo y a olvidarme de ciertas cositas que preferiría no recordar.

-Oooh... que lanzado. Me impresionas. Toma anda. - el camionero, cuyo nombre no sabía todavía, me ofreció una lata de cerveza medio caliente, pero yo la cogí sin rechistar. Estaba muerto de sed.

-Gracias. - él se abrió otra y empezó a darle sorbos rápidos, uno detrás de otro. Joder, como le detuvieran en un test de alcoholemia estaría listo. - ¿Y cómo se llama usted?

-Chico, por favor, tutéame.

-¿Cómo te llamas?

-Hank. Hank Riggs. ¿Y tú, canijo? - Normalmente me hubiera cabreado por semejante apodo, pero me encogí de hombros y contesté sin rechistar.

-Bill. Bill Kaulitz. - Hank pestañeó un poco, y al cabo de los segundos, lanzó un alarido de sorpresa.

-¡Kaulitz, eh! ¡Vaya, qué casualidad!

-¿Casualidad?

-¡Sí! Conozco a un tío con el que no me llevo muy bien que se apellida igual que tú. Compañero de trabajo. - hizo un gesto despectivo con la boca, como si pretendiera mostrarme como de mal le caía con esa simple mueca. - Es de estos que se creen muy por encima de los demás, ¿sabes? De los que nunca te replican nada porque te creen demasiado insignificante como para llamar su atención. ¡Buaj, solo acordarme de él me pone enfermo! - me hizo gracia su extrema sinceridad y en ese momento tan oportuno, recordé algo que se me había pasado desapercibido.

-Pues ahora que me acuerdo, mi padre también es camionero.

-Oh... ¿de verdad? No me digas que he llamado gilipollas a tu padre.

-Pues... no lo sé. Y aunque lo hubieras dicho tampoco lo iba a poder desmentir porque no lo veo desde los cuatro años... se llama Jörg. - Hank desencajó la mandíbula, molesto y pensativo.

-Pues sí que es casualidad. Sí. - ¡Oh, desde luego! El tío que me había recogido haciendo autostop en una gasolinera conocía a mí padre. ¡Que potra!

-¿Es él? ¿De verdad lo conoces?

-Puede ser. Aunque no veo que se parezca mucho a ti, la verdad. Ese tío es bastante alto y fuerte. Da miedo desde lejos, aunque tiene una cara de alelado que da pena. - vaya, ¿entonces no era gordo y bajito, mal afeitado y con olor a abono como lo era Hank?

-Y... ¿Cómo es en... personalidad? - pregunté, un poco temeroso de lo que pudiera escuchar. Recordé las palabras de Tom y las muecas de desprecio que hacía cada vez que le preguntaba por él, y luego también recordé el tono suave de mi padre cuando le cogí el móvil a mi madre aquella vez. Esas dos imágenes que me hacía mentalmente de él daban igual como las colocara. No encajaban de ninguna manera. - ¿Es... malo?

-¿Malo? - Hank sonrió. - Si ese tío es tu padre, seguramente debes de tener el mejor padre del mundo porque es un trozo de pan. Tan bueno, que parece tonto el pobre. - ¿Bueno? Eso sí que no me lo esperaba. Entonces... ¿Tom me había mentido? - Oye, y ya que por lo visto voy a dónde vive tu padre, ¿No preferirías que te llevara con él en lugar de ir a Nümberg?

-¿Cómo?

-En realidad me dirijo hacia Stuttgart, chico, pero Nümberg me coge de camino. Así que si prefieres que te dejé allí... - lo miré en silencio, frunciendo el ceño hasta el límite sin apenas percatarme de ello. Era la reacción que me producía oír hablar de Stuttgart, recordándome al cruel y frío Tom Kaulitz que tanto daño me había causado y, al cual, yo era incapaz de odiar por mucho que lo deseara.
Si no fuera por su recuerdo, hubiera asentido y le hubiera pedido que me llevara a Stuttgart, para ver a mi padre, pero saber que Tom estaría allí, incapaz de imaginarme la cara que pondría si me viera en su casa, el qué diría... me echó hacia atrás.

-No... no me lleves a Stuttgart, solo a Nümberg, por favor. - él me miró por el rabillo del ojo y sus labios formaron una sonrisa maquiavélica, tan repleta de superioridad e intenciones de intimidar, que me provocó un escalofrío.

-Entiendo. Por supuesto, nadie en su sano juicio desearía ir a Stuttgart. - y tal y como él había pretendido que hiciera, tragué saliva, intimidado. Pero por razones muy diferentes a las que él creería.

-¿Es tan... delictiva como dicen? - él volvió a reírse con estruendo. Era un tío divertido y cachondo, pero de verdad, su risa no había quién la aguantara.

-Seguramente, mucho peor a como la gente la describe.

-¿Y cómo puedes estar tan seguro?

-¿Has intentado describir el infierno alguna vez? - de nuevo, otro escalofrío me recorrió la columna. Por cómo se movía Tom, como se había comportado en Hamburgo al principio, me imaginaba los barrios bajos de Stuttgart como una auténtica selva, repleta de salvajismo. Y por lo visto, era algo parecido. - En sí, Stuttgart no es una ciudad muy problemática, o eso cree la gente que va a visitarla porque por supuesto, van a los barrios altos, no a los bajos. ¡Pero los barrios bajos son muy difíciles de ignorar porque prácticamente media Stuttgart forma parte de ellos! Y es penoso, créeme. Yo he estado allí y puedo jurarte que vi con mis propios ojos como unos críos de mierda, de apenas trece años, le prendían fuego a un viejo vagabundo que dormía bajo unos cartones en la estación y cómo lo tiraron a la vía del tren riéndose como unos maníacos. Y nadie hizo nada, chico. Nadie hizo nada. - observé a Hank con un nudo en la garganta, con las piernas temblequeándome sin parar.
Me imaginé allí, perdido entre las calles de Stuttgart, siendo observado por los ojos rojos de miles de demonios que me desnudaban con la mirada y se lamían los labios con lenguas viperinas. Yo estaba desesperado por salir de allí, pero cuanto más corría, más demonios me perseguían hasta que, por fin, veía una luz al final de un callejón. Corría hasta ella lo más rápido que podía y, sonriendo, casi llorando de alegría, alcancé la luz.
Caía de bruces en medio de una plaza desierta y allí, en medio de ella, estaba el mismísimo Lucifer, el rey de los demonios, sentado en un trono hecho con los huesos de sus víctimas. El rey de los demonios, Lucifer, en el cuerpo de mi hermano gemelo, Tom.
Un vagabundo, un hombre pobre sin hogar como yo lo era ahora, ardía a sus pies, y él lo pisoteaba sin compasión, riéndose.
Así sería yo tratado si ponía un pie en esa ciudad gobernada por mi hermano.
Me encogí sobre el asiento del copiloto, bebiéndome la cerveza entera de un trago y soltando la lata a mis pies, dónde un montón yacían perdidas, vacías y aplastadas, asquerosamente apiladas.

-Vaya, lo siento. No pretendía asustarte, muchacho.

-No estoy asustado. Solo cansado. - miré por la ventana, fuera, donde el paisaje seguía siendo totalmente desértico. Scotty casi había dejado de ladrar. Seguramente él también estaría agotado después de pasar la noche en vela y partir al amanecer.
Pensé en Derek, un poco adormilado. ¿Qué estaría haciendo en ese momento? ¿Habría llamado ya a la policía o le habría contado a mi madre a dónde me dirigía? Seguramente lo habría hecho. Él quería que volviera recuperado cuanto antes. Estaría muy preocupado. En realidad, no me importaba a quién hubiera avisado. Para encontrarme tendrían que remover cielo y tierra, seguro.
Así que, hecho polvo como estaba, pensando en Derek y en lo nuestro, me dormí con la cabeza apoyada en la ventana del camión.



By Tom.

A esas horas del mediodía, yo volvía a casa por primera vez desde de la mañana del día anterior. La guardia en el Floy había sido todo un éxito y me había proporcionado una gran satisfacción.
Había pillado a los amigos de Alfred intentando negociar con algunos de los camellos a los que yo les permitía la venta, pero dio la casualidad de que precisamente el camello al que le pidieron maría, yo no lo conocía. Estaba vendiendo sin mi autorización, así que cuando los pillamos y Kan y toda su basca se les echó encima, los arrastraron a los tres hasta mí, enteritos, para que pudiera juguetear al ratón y al gato con ellos.
Así que la noche en sí, había sido entretenida. Nadie había armado barullo en el Floy, yo había vengado a Guetti sin necesidad de comerme mucho el tarro y había ganado medio kilo de heroína en polvo, una bolsita pequeña de crack en pastillas y dos jeringillas de PCP. Odiaba las jeringillas, odiaba picarme con una así que, por lo pronto, también odiaba el PCP.
Le di a uno de los camellos "legales" las jeringillas y las pastillas y esnifé el resto de heroína. Solo una raya. No estaba para mucho más. Lo demás lo repartí entre Kan y los suyos cuando terminamos el turno.
Estaba molido, sintiendo plenamente los efectos secundarios de las drogas en mi cuerpo. Esos efectos de los que hablaba todo el mundo y por los que las madres pedían a sus hijos que, por favor, no se arriesgaran con algo tan peligroso como las drogas. Yo sabía que las drogas eran una mierda, aunque nadie me hubiera avisado de ello. Por supuesto, yo no tenía madre que se preocupara en decirme que las drogas eran malas, así que si las tomaba nadie se quejaría por ello ni se atrevería a replicarme nada en mi cara.
No era drogadicto. No pasaba nada si no me drogaba en meses, tal y como hice en Hamburgo. Allí no había sentido ni una vez la necesidad de meterme nada y sabía demasiado bien por qué. Había sido adicto a otra droga aún más peligrosa y sus efectos secundarios todavía hacían mella en mí. Supongo que en Hamburgo había abusado demasiado del Muñeco, la peor droga que había tomado nunca. Pura, casta e inocente, pero adictiva como ninguna otra.
Anduve medio tambaleándome hasta la puerta de mi casa. Tenía la vista borrosa y me dolía el estómago vacío. Antes de llegar a la puerta, apoyé mi espalda en la pared y eructé un par de veces, intentando no vomitar, reprimiendo las arcadas. La garganta me sabía a vómito y la bilis trepaba por ella como si fuera ácido sulfúrico.
Iba a vomitar.
De repente, la puerta metálica de mi casa a prueba de ladrones y cualquier tipo de inmundicia humana, se abrió.

-Pero ¿Cuándo se ha ido? ¿Por la noche? ¡Es una locura! ¡Él solo, sin nadie! - mi viejo salió de casa, totalmente rojo, colocándose una chaqueta apresuradamente. Tenía el teléfono en la mano y gesticulaba con aceleración. Se le veía muy alterado. No se dio ni cuenta de que yo estaba detrás suya, mareado, contra la pared. - Está bien, está bien, no llores Simone. Iré a buscarlo. ¿Has llamado a la policía? - Simone... ese nombre me produjo más arcadas. Era lo que me faltaba para provocarme el vómito y, sin embargo, me contuve cuanto pude. ¿De qué coño hablaban esos dos? ¿La hipócrita de Simone había llamado a mi padre para que supiera que tenía un violador en casa? Como si a mi padre le importara. - Tranquilízate. Lo encontraremos. Creo que es muy probable que venga aquí, ¿No te parece? No tiene ningún lugar a dónde ir. Quizás venga a ver a su hermano. - ¿A su hermano? ¿De quién coño hablaba con esa arpía? Cerré los ojos y me apreté el estómago, hecho polvo. Iría directo a la cama en cuanto acabara de...
De repente, un flash resplandeció en mi cabeza. Miré a mi viejo fijamente, hablando y moviendo las manos con nerviosismo. No me jodas...
-Sí, de acuerdo. Si lo encuentro te llamaré enseguida. - y colgó. Mi viejo suspiró con cansancio y dio un paso adelante. Pensaba darse el piro y dejarme allí como si nada, ocultándome información importante. Me apreté fuerte el estómago y abrí la boca.

-¡Viejo! - le grité, y él se dio la vuelta enseguida. Me miró en silencio, con sorpresa. No me esperaba allí, desde luego.

-Tom...

-Era la vieja, ¿verdad? ¿Qué quería? - mi padre hizo un gesto con la boca, sin entender a quién me refería con "la vieja". - ¿Que qué quería la amarga vida de Simone?

-Oh... ¿Lo has oído?

-¿No es obvio? - él se quedó callado. Estaba muy serio, como cuando le decía que era un borracho y que por eso estaba solo, igual de serio. - ¿Qué ha pasado? - volví a preguntar. - ¿Bill...? - tenté a la suerte. Estaba casi seguro de que a Bill le había ocurrido algo. No es que me preocupara, pero me interesaba, no podía evitarlo.
Como bien había dicho antes, la droga Muñeco era la droga más adictiva que había probado nunca.

-¿Te interesa? - me preguntó él, haciéndome fruncir el ceño, molesto por esa pegunta y su expresión que denotaba permanente sorpresa.

-Me interesa. - admití.

-Tu hermano se ha escapado de casa y en estos momentos está solo, perdido en algún lugar de Alemania.
Crick... crick, crick... ¡Crick!
Ese fue el chirrido que hizo el hielo que ocultaba mi mente y mi cuerpo de miradas analizadoras al empezar a resquebrajarse. Crick... crick...

-¿Cómo que se ha escapado?

-No tengo ni idea de cómo ni por qué, pero lo ha hecho. La última vez que lo vieron fue en un autobús rumbo a Hannover. - no me lo podía creer. Me había quedado boquiabierto, totalmente paralizado. ¿Que se había ido? ¿Solo? ¿Fuera de Hamburgo? ¿Con su inocencia y su ingenuidad? ¿Con esa mentalidad de que todas las personas tienen algo de bueno?

-¡Pero este tío es gilipollas o nació retrasado! - estallé. Las ganas de vomitar desaparecieron de golpe. Ahora de lo que tenía ganas era de encontrármelo, gritarle hasta que se pusiera a llorar como el idiota que era y luego zurrarle de lo lindo. ¿Cómo se le ocurría? ¿Qué coño pretendía? ¿Matarse?
Me temblaba el labio inferior de impotencia y rabia y lo mordí con saña, apretando los puños. Como lo pillara lo mataba, como lo pillara...
Era una completa locura que costaba creer. Pero ¿En serio Bill era tan estúpido como para largarse de casa, así como así? ¿Desprenderse de todas las comodidades que poseía para... para qué? ¿Por qué se había ido? Pero... ¿Y su novio qué? Ese Sparky de los cojones. No habría tenido los huevos de hacerle nada malo ¿verdad? Pero... joder... ¡Que Bill se hubiera escapado no era mi puto problema!

-Tom... - mi viejo me sacó a rastras de mi ensimismamiento, con tono preocupado. Yo apreté los puños y golpeé la pared de ladrillo de mi propia casa, haciendo crujir mis huesos de dolor.

-¿¡Qué!?

-¿Puede ser... que piense venir aquí? - alcé una ceja y miré a mi padre a la cara, pensativo. Él ya estaba acostumbrado a mis arranques de mal humor, por lo que verme perder los estribos y golpear cosas hasta partirme los huesos no le hacía ni siquiera inmutarse.
Pensé en Bill, en nuestro tiempo juntos, en su manera de actuar, de pensar... No sería capaz de venir aquí él solo ¿no? No se habría escapado para venir a verme, ¿verdad?
Tragué saliva al descubrir que era posible que así fuera. Era demasiado terco y persistente.

-Podría ser... - pero bueno, ¿Es que con lo que le había dicho la última vez no le había quedado lo suficientemente claro que no quería saber nada de él? Con lo masoquista que era... no podía estar seguro de que no pretendiera llegar hasta mí de alguna manera, aunque no entendía por qué. A estas alturas ya no sabía qué pensar. ¿Me quería o me odiaba? Esperaba sinceramente que me odiara a muerte como yo le odiaba a él. - Está cerca, en el sur. Si no está en Stuttgart, tiene que estar por los alrededores o en una ciudad cercana. Nümberg o Frankfurt, quizás... - afirmé, pensando rápido.

-¿Y tú cómo sabes eso? - preguntó. Se le notaba alterado pese a que ni siquiera conocía a Bill.

-Bill irá a una ciudad grande para confundirse con la gente, para que sea más difícil localizarle y más fácil buscarse la vida. A él no le van para nada los rollos rústicos y no es tan tonto como para quedarse en Hannover, la ciudad más cercana a Hamburgo, por lo que ha tenido que bajar. Si no viene a Stuttgart, tiene que estar en una ciudad de Dresden para abajo, eliminando Dresden. Es demasiado perfeccionista, cuanto más lejos de Hamburgo mejor. Creo que Frankfurt sería demasiado obvio, es demasiado grande y Bill al final se decantaría por algo intermedio si es que quiere que no lo pillen, algo que abarque todas sus posibilidades y que a la vez sea una ciudad parecida a la suya, de su agrado. Creo que Nümberg se lleva todas las papeletas, si es que no está en Stuttgart.

-¿Y München? - negué con la cabeza.

-Demasiado al sur. Tampoco quiere salirse de Alemania. - el viejo se quedó mirándome con la boca medio abierta. - ¿Qué miras?

-Pareces conocer a tu hermano a fondo.

-¿Tú eres estúpido?

-¿Vas a ir a buscarle? - esa pregunta me dejó casi fuera de juego.
¿Ir a buscar a Bill? ¿Yo? Si lo encontraba, tendría que lidiar con él. Tendría que verle, tendría que tenerlo delante, tendría que decirle "¿Cómo coño se te ocurre escaparte de casa, anormal?" y no sabía si estaba preparado para obtener una respuesta de esa cosita tan pura. Pero, si no salía a buscarle... podría pasarlo realmente mal.
Pero, ¿Acaso ese era mi problema?
Me mordí el labio inferior, totalmente indeciso.

-Busca en las afueras. - le ordené a mi viejo. - Yo... veré qué puedo hacer...
Mi mano se había cerrado automáticamente alrededor de mi móvil viejo, sumergido en la profundidad de mis anchos bolsillos traseros. Había conseguido arreglarlo después de estrellarlo contra la pared de mi habitación y siempre lo llevaba encima, apagado, no sabía por qué. Era como una especie de manía que había adquirido a la vuelta de Hamburgo.
Tenía un móvil nuevo, y ese era el que utilizaba, pero por alguna razón era incapaz de deshacerme del viejo, aunque no lo utilizara absolutamente para nada.
¿Por qué lo llevaba siempre encima entonces? Quizás fuera porque en él, se hallaban pequeñas partículas de mi droga particular, de mi Muñeco. Alguna foto suya y su número de móvil.
Quizás fuera hora de volver a utilizarlo una vez más. Solo una vez más... para salvaguardar mi droga.



By Bill.

-Chico... oye, chico... - mi cabeza chocó contra la ventana del camión, sin recibir un golpe muy duro, pero lo suficiente como para dejarme aturdido, ¿O eso era porque me había quedado frito y me estaba despertando a regañadientes? Quería dormir más, pero en cuanto Hank me sacudió el hombro con fuerza para despertarme, abrí los ojos de golpe, observando todo lo que me rodeaba.
Oh, ya era de noche.

-Chico, aún queda un rato largo para Nümberg y a partir de aquí ya no pararemos hasta llegar, así que te aconsejo que vayas al baño antes de seguir. Aún quedan dos horas y media. - asentí con la cabeza por inercia, sin ni siquiera contestarle. Estaba muerto de sueño y bostecé varias veces antes de abrir la puerta del camión y saltar fuera. - ¡Y saca al perro, chico, que también se estará meando!

-¡Vale! ¡Gracias por parar! - un descanso no me vendría mal, aunque llevaba a saber cuánto tiempo totalmente roque. El caso era que sentía el culo cuadrado de estar tanto tiempo sentado y en cuanto bajé del camión, lo primero que hice fue estirar brazos y piernas. Me llevé una buena sorpresa al ver árboles por fin. Un frondoso bosque se hallaba a mi derecha, algo sombrío por la oscuridad que lo rodeaba, pero al fin algo de vegetación. Había empezado a preocuparme pensando que nos habíamos cargado el planeta, y yo sin saberlo.
Abrí la puerta de atrás y Scotty saltó sobre mí como si hubiera sido empujado por un resorte.
-¡Ahh, Scotty, Scotty, no! - me tiró al suelo, ladrando y gruñendo, echándose encima de mí y empezando a chupetearme toda la cara con su enorme lengua. - ¡Argg, Scotty, que asco, que asco!

-¡Te lo mereces, mal dueño! ¡Sabandija, marica desagradecido! ¡Tienes suerte de que me gusten las perras, que, si no montaba tu pierna, canalla! - me gruñó. (En realidad, dijo ¡Guau, guau, grrr!) y salió corriendo como alma que lleva el diablo hacia los árboles, dispuesto a marcar territorio. Suspiré, asqueado con toda su baba recorriéndome la cara. Me la limpié con el brazo. ¡Qué asco! Oí a mi perro ladrar a lo lejos, levantando la pata frente a unos árboles. Parecía estar riéndose. ¡Maldito chucho! Se parecía demasiado a su segundo dueño...
En fin, yo también me acerqué a los árboles, alejándome del camión de Hank para echar una meadita. Menos mal que había parado, porque ahora que me daba cuenta, iba a estallar de las ganas que tenía. Debía de ser por la cerveza.
Me desabroché la bragueta, me la saqué y empecé a descargar mientras soltaba un bostezo. Hum... dos horas y media todavía para llegar, pero ¿cuánto había dormido? Había subido al coche sobre las cuatro y ya era de noche, así que serían más de las siete, quizás las ocho o más. El cielo estaba totalmente oscurecido. ¿Tanto se tardaba de Leipzig a Nümberg? Hacía rato que deberíamos haber llegado...
Fue entonces cuando lo vi, y si no fuera porque lo vi cuando ya estaba descargando, seguramente me hubiera meado encima. Creo que la meada incluso se me cortó cuando vi aquel enorme cartel frente a la carretera, esperando a ser leído, delante de mis narices.

Muñeco Encadenado Tercera Temporada - By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora