Voy a matarte. Voy a matarte. Te arrojare por la borda al oscuro océano, no para ahogarte, si no para que el cocodrilo te coma, te desgarre la piel con sus enormes fauces y se lleve consigo tu cuerpo, dejando la cabeza flotando en el agua antes de hundirse para siempre en las profundidades del océano.
Aterricé de noche, sin hacer ruido y esquivando a los piratas dormidos en cubierta. Flotando en el aire, incapaz de arriesgarme a posar los pies sobre el suelo, abrí la puerta por la que nunca había entrado y penetré en la bodega. Bajé las escaleras. Encontré los barriles de agua, la comida y ese líquido amarillento que bebían los adultos con tantas ganas y pensé que tendría su gracia tirar todas esas provisiones al mar. Una buena broma. Pero no era el momento. Mi objetivo era Garfio.
Wendy se había ido y yo odiaba cada vez con más fuerza. Estaba cada vez más enfadado con ella cuando la oía contar cuentos a través de las ventanas de su casa, a sus hermanos, a sus padres... ¿y yo qué? Yo había desaparecido para ella. Odiaba tanto, tanto, tanto, que no sabía qué hacer. Ese odio no era el odio de un niño. Era el odio de un adulto y yo no quería sentir nada que tuviera que ver con un adulto. Quizá si acabara con el Capitán Garfio de una vez, el odio desapareciera. Él era el manda más de los adultos y el odio lo tenían sólo los adultos. Si lo mataba a él, todo eso desaparecería.
Así que bajé por las escaleras, aun flotando. Todo estaba muy oscuro y pensé que Campanilla me habría venido bien en este momento tan crucial, pero no la había traído conmigo. Entré en una nueva habitación con varias puertas y las entreabrí sin hacer ruido, buscando la habitación del Capitán. No la encontraba y sólo quedaba una puerta. Finalmente, presintiendo que esa sería la correcta, deposité los pies en el suelo y dejé de flotar. Caminé de puntillas hasta ella y muy despacio, para no hacer ruido, la abrí.
No vi nada. Era una habitación enorme, pero a oscuras. Una ventana estaba abierta y por ella penetraba una fresca brisa nocturna. Entrecerré los ojos y de repente, un ronquido me sobresaltó. Sin duda, ahí tenía que estar él, durmiendo. Nadie más tendría una habitación tan grande.
Asomé la cabeza, dispuesto a entrar, pero oí pasos. Un ruido tras mi espalda. Muy despacio, cerré la puerta y me giré. Allí había alguien y me miraba de frente, sin verme. Yo tampoco le veía, pero desenvainé mi espada y me pegué a la pared. Entonces, se encendieron unas velas. Estaban en la mano de un pirata, un enemigo con la espada en alto. Se dio la vuelta muy lentamente, alumbrando toda la habitación y cuando yo empecé a elevarme del suelo para intentar evitar que me alumbrara, se giró rápidamente y blandió su espada contra mí. Enseguida, lo imité, furioso por ser descubierto y ataqué directamente a su cuello.
Igual que él.
Su espada se posó sobre mi clavícula y la mía, sobre la suya. Las llamas de las velas temblaban y me dejaron ver su cara.
Mi sorpresa fue enorme al ver a un niño, igualito que yo. Sus ojos reflejaban el fuego de las llamas, de un marrón muy cálido. El pelo negro y largo le caía sobre los hombros y la espalda, lejos de la cara. Un pañuelo de pirata le ocultaba la frente. Parecía tan furioso como yo o quizás, triste.
Durante varios segundos nos miramos de una manera muy rara hasta que él preguntó.
-¿Eres un niño? – tenía voz de niño, muy dulce.
-Sí. – contesté yo. - ¿Y tú?
-Sí. – los dos nos quedamos en silencio. Yo no sabía qué decir.
-¿Cuántos años tienes?
-Pocos.
-¿Cuántos son pocos?
-Muy pocos.
-Yo también tengo muy pocos. – le dije. Entonces, él bajó la espada y yo también. Era un niño, igual que yo. ¡No podía matar a un niño como yo! - ¿Cómo te llamas?
-¿Cómo te llamas tu? – me preguntó él. No parecía fiarse de mí.
-Peter Pan. – el niño no pareció sorprenderse.
-Yo me llamo Willian Garfio. – arrugué la nariz.
-¡Argg, tienes nombre de adulto!
-¡No es verdad! ¡Yo no soy un adulto, soy un niño!
-¿Y por qué estás en el barco pirata? – Willian se encogió de hombros.
-No sé. Nací aquí.
-Ah.
-¿Y qué hacías tú en el barco? – miró mi espada y yo la guardé enseguida detrás de mi espalda, sintiendo algo que hizo que se me pusieran las mejillas ardiendo.
-Estaba jugando.
-¿Y a qué jugabas? – ahora fui yo quien se encogió de hombros.
-A explorar.
-Oh... - el niño agachó la cabeza y miró el suelo, cabizbajo. Entonces, se le pusieron las mejillas rojas y me miró con ojos brillantes. - ¿Puedo jugar yo también?
Miré la puerta de la habitación del Capitán Garfio, pensando en que tenía que entrar y tirarlo por la borda para que el odio desapareciera... pero el odio ya había desaparecido.
Miré a Willian. Él apretaba los labios, esperando que le dijera algo, rascándose el estómago con una mano y con la cabeza gacha. Asentí.
-¡Vale! – sonreí y él también sonrió de oreja a oreja. Le faltaba un diente, igual que a mí. Eso me hizo gracia.
El odio desapareció por completo cuando empecé a jugar con Willian, pero entonces, apareció otra cosa. Era un sentimiento más fuerte que el odio y mucho peor.
Era un sentimiento de adultos y solo me pasaba cuando estaba con Willian.
¡Buagg, un sentimiento de adultos!
Lo peor era que un día pensé algo feo, feo de verdad. Pensé que quizás ser adulto no era tan malo. Si así conseguía seguir jugando con Willian todas las noches y también, todos los días, quizás no me importaría tanto ser un adulto.
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Muñeco Encadenado Tercera Temporada - By Sarae
FanfictionDonde una decisión es lo mas real en la vida de Bill. ''Puede que yo fuera muy ingenuo, o que durante toda mi vida hubiera vivido en el país de los dulces, las casitas de muñecas y las nubes de algodón de azúcar, pero lo cierto es que nunca me hubie...