Capítulo 17

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By Ricky.

-Oye, tía, ¿es verdad lo que dicen? ¡Dime que no es verdad!

-¡No puedes haberte liado con Tom!

-¡Estás de coña! ¿Lo has hecho de verdad?

-Bueno, tampoco tiene mucho mérito. Tom se enrolla con cualquiera.

-Lo sé. Pero no se ha liado contigo ¿verdad? Ni contigo, ni contigo... sólo conmigo. El motivo es obvio, ¿no?

Me acordaba de aquellas risas guasonas, la forma de presumir sobre mis logros con los chicos y con mis uñas perfectas, mi ropa perfectamente conjuntada, mi maquillaje perfecto, mi pelo perfecto, mi manera de hablar perfecta, engatusar y seducir. Sobre todo, me acordaba de aquellas palabras de chica popular a la que le sobraban las amistades o, más bien, las conveniencias. Ya se sabe. De cien personas que una chica o chico pueden llegar a conocer, solo una se preocupará por ti, te dará buenos consejos cuando los necesites y estará contigo en los momentos buenos y malos. Solo una, de entre cien. Sobre todo, si eres popular.
La fama es una maldición en ese sentido y las personas que la poseen, acabarán siendo infelices.

Yo hacía cosas que una chica de catorce años no debería hacer. Disparates como quitarse la virginidad con un chico con experiencia solo para parecer guay y experimentar. ¡Cómo me arrepentí después!

Por aquel entonces, tenía muchas amigas y amigos. Todos falsos, por supuesto.

-Tom está allí. – Esme, la que consideraba mi mejor amiga o, al menos, chica de "casi-confianza", me señaló el centro del cuadrilátero, la arena oscura siendo levantada con las pisadas de dos titanes combatiendo a muerte por un puesto sin ningún valor. Luego me enteraría de que Tom no se dejaba los dientes atrás por una señal de respeto. Lo hacía por dinero, igual que hacía otras cosas de las que prefería no saber nada.

Tom cayó al suelo de boca, escupiendo sangre. Su oponente le gritaba e intentaba humillarle con horribles palabras que eran coreadas por la mayoría. Las gradas derruidas de aquel estadio abandonado se habían llenado como cada semana, por hombres y mujeres de entre quince y veintiocho años, pidiendo un poco de acción que les provocara un subidón de adrenalina. Aquello era el Coliseo. El porqué del nombre era obvio ¿no? Se reunían docenas de personas para observar y divertirse con una moderna batalla de gladiadores, sin espadas ni lanzas, tampoco escudos. Sólo puños. A veces algo más.

Entrar en el Coliseo para apostar en peleas de "gallos" era tan ilegal como organizarlas. Pero eso, en Stuttgart, en sus barrios bajos, daba igual.

Podía sentir las patadas que le propinaban a Tom en las costillas cada vez que intentaba levantarse de la arena. Las rastas, rozándole los hombros en una media melena rubia, habían sido bañadas por la tierra.

-¿Crees que ganará? – le pregunté a Esme, mi única acompañante esa noche. Era la primera vez que asistía al Coliseo y mi amiga me apretó la mano al entrar, emocionada.

-¡Seguro que sí! Siempre remonta. – como si Tom, varios metros debajo de nosotras, nos hubiera oído, se dejó caer derrotado en el suelo durante unos segundos, suspirando, descansando y, cuando el público y el enemigo lo creyeron derrotado, apoyó las manos en la tierra y se levantó de un salto. Se plantó frente al tiarrón que lo había mandado al suelo, el que no tenía ni un rasguño y, con un movimiento pasmoso, éste se precipitó sobre él como un rinoceronte. Lo que vino a continuación me provocó cierta confusión. Tom alzó los brazos y los cerró en torno a la cabeza del contrincante, dándole una palmada doble en las dos orejas. La reacción de éste fue sacudir el cuerpo y el cuello con violencia y retroceder, tambaleándose. Se había quedado aturdido y por la manera en la que se llevó las manos a los oídos, con cara de desconcierto, diría que hasta sordo. Tom lo agarró entonces por la chaqueta y, apoyando el cuerpo del grandullón contra su propia espalda, ejerciendo una cierta fuerza gravitatoria, lo lanzó hacia delante, contra la valla, a las gradas. Su oponente cayó inconsciente sobre tres de los hombres que lo habían abucheado y escupido cuando se había visto en el suelo. - ¿Lo has visto? ¡Lo ha hecho, ha sido la hostia, la hostia! ¡Se lo ha cargado! ¡Vamos! – Esme tiró de mí, intentando esquivar a las personas que gritaban y saltaban en las gradas. Quería llegar hasta Tom y yo, desde mi posición, no le quité el ojo de encima. Le vi salir del cuadrilátero, dirigirse a los organizaros de las apuestas y coger un montón de dinero que escondió, no sé dónde exactamente. Luego, desapareció.

-¡Tía, que se va por el otro lado! – le grité a Esme, pero ella siguió tirando.

-¡Ya lo sé, tonta! ¡Va directo al baño! ¡Lo vamos a pillar en pelotas, todo sudadito, ya lo verás! – nos dirigimos hacia los baños, escondidos bajo las gradas. Al acercarme, noté el nauseabundo olor de los restos de heces, a saber, de quién.
La puerta de los baños estaba cerrada, de un color marrón y verde moho que me dio repelús. Sin embargo, cuando entramos, nos encontramos con un baño público bastante grande y decente. Estaba casi limpio.

-Tom no está aquí. – murmuré, fijándome en los cubículos cerrados.

-¡Sí que está! – Esme me siseó para que bajara la voz y sonrió. – Seguro que está en uno de esos chismes, ahí metido, cambiándose o algo así. Ahora irá a trabajar.

-¿A trabajar? Vendiendo droga y eso, porque otra cosa...

-¡Pero bueno, Richelle! ¿Y tú te has acostado con él, en serio? ¿Y no sabías que trabaja?

-¡Pues no le pregunté por su vida, joder! Solo chingamos y hablamos más bien poco y no sobre su familia o trabajo, precisamente. – Esme negó con la cabeza, indignada.

-Pues no sabes lo más fuerte.

-¿El qué? ¿El qué? – Esme me mostró una sonrisa brillante mientras se apartaba el pelo de la cara, preparándose para soltarme la bomba. Bajó la voz y acercó su boca a mi oído.

-Dicen que se prostituye.

-¡No!

-¡Sí!

-¡Venga ya!

-Lo han visto cogerles dinero a tías mayores. No de estás viejas, no, ¡pero mayores que él!

-¿Me estás tomando el pelo? ¿Para qué iba a querer Tom prostituirse? – Esme se encogió de hombros.

-Pues para lo mismo que tú, quizás. – ella y yo nos miramos. Abrí la boca para preguntar de qué hablaba, cuando sonrió otra vez. Estaba bromeando y las dos nos echamos a reír.

-¡Eres demasiado puta! – bromeé y entonces, entre risas, alguien llamó a la puerta del baño con los nudillos. Me puse nerviosa al momento y también, colorada. Pude ver mi reflejo en aquel trozo de cristal roto que colgaba de la pared y me toqueteé el pelo largo, intentando dejarlo más liso de lo que había conseguido con la plancha.

-¡Es él! ¡Es Tom! – gritó ella, sacudiéndome por los brazos, imitando mi nerviosismo.

-¡Sí, sí, ya lo sé!

-Voy a abrir y os dejo solos. Cuando hayáis terminado, llámame. – se separó de mí, me dio un par de palmaditas en el hombro y se dirigió a la puerta. Yo fui incapaz de despedirme, con el corazón acelerado y la risa de niña idiota emanando de las cuerdas vocales. Esme, antes de girar el pomo de la puerta, me guiñó un ojo. - ¿Lista? – asentí.

-¡Lista!

No. No estaba lista para lo que me iba a suceder.

Un hombre, de veinte y pico, con la barba incipiente repleta de migas de pan y la camiseta manchada de aceite, entró por la puerta. Era muy corpulento. Me miró y sonrió. Esme y yo lo miramos con aparente perplejidad cuando se rió con una risa gutural y preguntó:

-¿Estáis solas, pequeñas? ¿Buscáis compañía? – sentí un escalofrío. Esme le dirigió una mirada fría como el hielo.

-No. Nosotras nos vamos ya. Richelle... - me llamó, pero el hombre la agarró con cierta brusquedad del brazo, impidiendo su huida. Esme se retorció. - ¡Eh, no me toques, gordo!

-¿¡Qué coño haces!? ¡Suéltala, mamón! – le grité y fui a dar un paso al frente cuando los cubículos que habían estado cerrados hasta entonces, se abrieron. Tres hombres más salieron de su interior, menores que el grandullón, pero con las mismas risitas tontas cruzándoles la cara. Me puse histérica al momento y metí la mano en el bolso buscando el espray anti-violadores que mis hermanas siempre me habían obligado a llevar encima. No lo encontraba. Uno de ellos me pegó un tirón rápido del bolso y me pegó un inesperado puñetazo en la cara. Caí hacia atrás, chocando contra la pared y contra el cristal roto. Me escurrí hasta el suelo, aturdida y notando el sabor a óxido de la sangre recorrer mi boca.
Uno me tiró del pelo.

-¡Ahhh!

-¡Richelle! – gritó mi amiga, retorciéndose en los brazos del mayor. Oí un golpe.

-¡Cállate, puta! – vi como ella caía al suelo de culo. Luego vi como el asqueroso hombre que la había golpeado se bajaba los pantalones y le enseñaba el pene erecto. Empezó a masturbarse delante de ella.

-¡No, no!

-¡Déjala en paz!

-¡O te callas la boca o te la meto en ella! – Esme calló. Giró la cabeza hacia otro lado, asqueada y a punto de vomitar. Tiraron de mí hacia arriba y una mano me aplastó ávidamente un pecho. Me resistí. Me pegaron un guantazo en la cara y sentí otras manos subirme la falda.

-¡No, no! – grité y luego grité otra vez. Ni siquiera recuerdo el qué.
Lo único que recuerdo antes de ser brutalmente violada es la voz de aquella lejana amiga de la cual ya no reconocía ni su cara.

-¡A mí dejadme en paz! ¡Ya tenéis a una, no me toquéis! ¡Quedaos con ella! – lo que sentí entonces al escuchar esas sucias palabras salir de la boca de Esme, es simplemente indescriptible.

Ellos se rieron por la falta de compañerismo. Me lo restregaron por la cara, aunque no recuerdo cómo. Se burlaron soltando groserías. Yo estaba demasiado... asustada. El corpulento levantó a Esme y le pegó una patada en el trasero contra la puerta abierta, echándola fuera. Ella cayó y no miró atrás. Se levantó y la vi salir corriendo.

Esperaba que fuera a pedir ayuda... pero la ayuda nunca llegó.

Cuando la puerta del baño se cerró, grité como nunca lo había hecho.

-¡ESME, ESME!

Esme no volvió.

-¡Pero qué guarra la tía! ¡Si se ha meado encima!

-Tío, no tenías que haberte corrido en ella. ¡Mira cómo has puesto esto! ¡Está sangrando!

-Cállate. A mí todavía me queda.

-Pero ¿qué le pasa?

-Se ha desmayado.

-Métele una hostia y que se espabile.

-¡Joder!

-¡Me cago en la puta!

-¡Buag, menuda vomitona! Yo me largo de aquí.

-Yo también. Paso de que alguien me pille. – oí muchas voces, muchas burlas e insultos. Cuando terminaron, despedaza, caí al suelo sucio sintiendo un dolor insufrible en la entrepierna y en el recto. Sí. También fui sodomizada. Y tuve mucho miedo por el daño irreparable, por la sangre escurriéndose por las baldosas junto a los restos de semen. No sentía vergüenza siendo observada. Tenía frío y olía mal, a vomito y a mi propio meado.
Me había convertido en el perfecto mueble decorativo para ese apestoso lugar al que nunca volvería, porque nunca sería capaz de salir de él. Al menos no por parte de mi mente.

-Esme esta vez se ha portado. – oí decir vagamente a uno de ellos, mientras se encendía un cigarrillo. Se habían apartado de mí, asqueados por el olor.
Luego me enteraría de los celos de Esme, del odio encubierto que me profesaba. De que no era ni mucho menos, una buena amiga. Pero nunca volvería a verla como para recriminárselo.

-¡Adiós, meona! – me tiraron el cigarrillo a medio consumir a la cabeza, al pelo encrespado y despeinado y, riéndose estúpidamente, abrieron la puerta para salir, impunes, frente a lo que habían hecho.

No les salió muy bien la jugada.

Un hombre desconocido para mí, con un ojo de color blanco y otro negro como el carbón, entró en el baño con cara de idiota. Luego sabría su nombre. El gran Kam, el dueño de los barrios bajos estaba sangrando después de una carnicería y a pesar de tener el brazo colgando de manera extraña del hombro, se reía.
Los cuatros violadores palidecieron. Kam los miró uno a uno, con los ojos muy abiertos. Por último, me miró a mí y luego, a la sangre que me rodeaba. Abrió la boca en señal de falsa sorpresa.

-¡Tú! – señaló al grande, al mayor de los cuatro. Pude ver y casi oler el sudor de éste recorriéndole la frente hasta desaparecer bajo su ancha camiseta. - ¡Me he quedado con tu cara! – le gritó Kam, y se empezó a reír como un demente.
Los cuatro no esperaron más y salieron corriendo del baño como si el mismo diablo les persiguiera. Kam dejó de reírse y sin dirigirme ni una mirada más, corrió hasta el váter masculino que colgaba de la pared, se la sacó y descargó todo el contenido de su vejiga delante de mí, sin el menor pudor. Deseé salir de allí, de nuevo acobardada por ese loco exhibicionista. Cuando reparó en mí, aún con el pene en la mano, ladeó la cabeza.

-Una mala noche, eh. – pensé que se estaba cachondeando de mí e intenté levantarme apoyándome en la pared. Un montón de fluidos descendieron por mis piernas desnudas, manchándome la falda medio rota. Volví a caer al suelo cuando intenté dar un paso. No podía andar, me dolía demasiado y al caer de rodillas, rompí a llorar con histeria.
Él me miró durante un largo rato, aunque en realidad, era como si no supiera lo que ocurría a su alrededor, como si fuera incapaz de comprender y por ello, hubiera decidido evadirse y ponerse a pensar en otra cosa, a dejarse llevar por unos pensamientos incoherentes. Se quedó mirando la pared durante un buen rato.

La puerta del baño se abrió entonces.

-¡Joder, tío, sal ya! ¡Mira que eres coñazo, que Andreas está esperando! – gritó la persona más inoportuna del mundo. Entró mi amor platónico, el último en el que había pensado mientras sufría una tortura semejante, el último que deseaba ver en ese momento. Y no lo vi. Pero él sí me vio. Y mis sollozos se adueñaron del recinto, seguidos del silencio muerto de sus mentes incapaces de comprender la aberración que había sufrido, en grado superlativo.
Los hombres nunca entenderían a las mujeres y aunque lo hicieran, yo nunca tendría la suerte o desgracia de descubrir a uno que supiera hacerlo. Los odiaba. Tanto que había amado su mundo, completamente diferentes al mío. Tanto que había amado sus cuerpos duros y fuertes y la virilidad de sus movimientos. Esa noche los odié... y los odiaría durante mucho, mucho tiempo.

Pero siempre habría excepciones.

-Kam. – Tom consiguió sacarlo de esa extraña ensoñación y el hombre de ojos de diferente color lo miró. – Sal a buscar a los otros. Iros a Gomorra, luego voy yo. – el hombre empezó a entonar una canción, silbando distraídamente y salió del baño, dando un portazo.
Aunque me hubiera quedado a solas con Tom, lo que había deseado en un principio, las lágrimas aumentaron y llegó la vergüenza a tal grado, que solo quería desaparecer.
Tom se acercó y se agachó hasta mi altura. Se quitó la camiseta y pude ver el bajo vientre y los pectorales consumidos por el hambre, además de por los morados tan marcados que casi no supe diferenciar cuál era su auténtico tono de piel. Intentó colocarme bien el jersey rajado que dejaba ver mi pecho desnudo, pero yo le pegué un manotazo.

-¡No me toques! – Tom no dijo nada. Se cubrió las manos con la camiseta e intentó limpiarme las piernas. Le pegué un guantazo en la cara. - ¡Qué no me toques! – y, como consecuencia, Tom me dio otro guantazo. Paré de llorar al momento, sorprendida.

-Contrólate, Richelle. No quiero pegarte, joder. – me controlé. Me medio tranquilicé, al menos todo lo que una chica podría hacerlo en semejante situación. Dejé que Tom me limpiara la sangre de la cara, me adecentara y viera las marcas causadas por mis intentos de resistirme. Cuando intentó llegar hasta mis piernas, yo me encogí por la vergüenza y la incomodidad. Tom no se andaba con tonterías y sin decir nada, me agarró del tobillo y me alzó una pierna. Me subió la falda. Miró el estropicio al que había quedado reducido mi entrepierna y me frotó la ingle con cuidado.
Debía haber quedado hecho un asco, porque no se atrevió a tocar la zona afectada.

-¿Puedes levantarte? – me preguntó cuando acabó. Yo negué con la cabeza, con los nervios a flor de piel aún. – No tienes ropa interior. – le dirigí una breve mirada a los restos de mi lencería, destrozados y manchados entre la sangre y el semen.

-No. – Tom encogió la cara. Se levantó de mi lado y sin decir nada, entró a uno de los cubículos. Yo esperé. Conseguí arrastrarme hasta la pared de en frente, hasta un lugar apartado de la escena del crimen. Me senté... bueno, lo intenté. Acabé de rodillas, intentando colocarme adecuadamente para mitigar el dolor.

Tom salió del baño, con unos bóxeres en la mano. Los suyos propios.
Se sentó a mi lado y me los tendió.

-Son míos. No me ducho diariamente, pero no están sucios. – asentí con la cabeza y los apreté entre los dedos. Tom me pasó un cigarrillo. - ¿Quieres? Quizás te relaje un poco. – observé ese pequeño filtro con ojos angustiados. No lo quería en mi boca. No quería nada en mi boca. Nada.

Recuerdo que empecé a temblar y volví a echarme a llorar como una histérica. Buscando un brazo amigo, me arrojé a los brazos de Tom. Él no era muy expresivo, y lo agradecí. Alguien difícil de sorprender y de alterar era ideal para sobrellevar mi carga.
Me acarició el pelo y entre sollozos, él se mantuvo en silencio durante varias horas.
Luego me llevó a casa montándome sobre su espalda.

-Tom, ¿puedo preguntarte algo?

-¿El qué?

-¿Es verdad que estás con chicas mayores a cambio de dinero?

-Hum...

-¿Es verdad?

-¿Quién te ha hablado de eso?

-No sé, lo he oído.

-¿Y te crees todo lo que dicen de mí?

-...A veces. También he oído que tu madre está en Hamburgo, y que es rica. ¿Es verdad?

-Creo que sí.

-¿Y por qué estás tú aquí si ella es rica?

-Porque tiene miedo de que mate a mi hermano.

-No sabía que tenías un hermano.

-Yo tampoco lo tengo mucho en cuenta.

-¿Puedo preguntarte como se llama?

-Bill... creo.

-¿Nunca lo has visto?

-Sí, pero no me acuerdo de él.

-Ah... entonces, ¿es verdad que haces esas cosas para ganar dinero?

-...Sí.

-¿Por qué?

-Porque quiero dinero. Por eso.

-Tom.

-¿Qué?

-No te prostituyas, por favor.

-Hum... - cuando me llevó a casa, mis hermanas no estaban. Pude arrastrarme hasta el baño y pasar más de una hora bajo el agua, frotándome el cuerpo con estropajo hasta levantarme la piel. Luego me fui a dormir.
Pero no pude dormir. Tampoco pude ir al colegio al día siguiente, ni al otro, ni al otro... ni salir a la calle durante meses. Un día, Tom vino a mi casa y fuimos al hospital. Consiguió que un colega suyo me recetara un par de pastillas anticonceptivas y me hicieran ciertas pruebas.
No estaba embarazada, ni había cogido ninguna enfermedad venérea. Pero me habían maltratado tanto la vagina y el útero, que no podría tener hijos. Mi ciclo menstrual se había vuelto loco y vendría irregularmente. Una vez, tres veces al mes. Otra vez, a los seis meses.
Me dio igual. En aquel momento me importó más bien poco. Todavía hoy me da igual. De todas formas, nunca más volvería a acostarme con ningún hombre...
Claro, que siempre hay excepciones.


By Bill.

-El sexo no es algo que me vuelva loca, ¿sabes? No desde ese día. – entonces ¿por qué me lo pides? ¡En menudo compromiso me pones, tía! ¿Es que en Stuttgart no se sabía lo que era la vergüenza y ese molesto sentimiento de, no quiero hacer algo, pero me estás poniendo entre la espada y la pared? Me iba a subir por las paredes.

-Pues si no te vuelve loca, mejor lo dejamos, ¿vale? A mí tampoco es que me guste mucho y... - alcé las manos como única barrera de defensa. Ricky se cruzó de brazos, socarrona.

-Bill, eres un hombre. El cerebro lo tienes en la polla. – dio un paso adelante. Yo retrocedí.

-¡Eso es muy feminista! Luego dicen que los hombres son los machistas, los malos, los infieles, los que hacen daño a las chicas, pero vosotras también os las traéis, ehh...

-¡Pero no retrocedas, que no te voy a hacer nada!

-Ricky, no, esto no está bien. Piensa en Tom. ¡A mí me corta las pelotas y a ti el clítoris!

-¡Qué manía tienes con Tom! ¡Ni que tu falo fuera suyo!

-¡Pues casi que sí! – Ricky entrecerró los ojos. Yo carraspeé. – Quiero decir, somos hermanos y los hermanos son muy suyos, muy protectores, muy posesivos, ¿entiendes?

-Bill, tengo hermanas.

-Pero el mío es gemelo. – Ricky y yo no quedamos callados durante unos interminables segundos. Ella me devoraba con la mirada en el sentido de frustración (no sexual) y yo la observaba con miedo.

-Bill, ¿no te gusto? - ¡otra vez la dichosa preguntita!

-Claro que sí. Pero yo no soy la persona idónea para ti, Ricky. Yo... ¡a mí me gustan los tíos más que las tías! Me gusta que me dominen y... - a Ricky le brillaron los ojos – Eh... hagamos como que no he dicho eso.

-Yo también puedo dominar. – dio otro paso al frente. Me encontré atrapado contra la pared a mi espalda. Un sudor espeso me recorrió la frente.

-No, no puedes, tía. Seamos realistas, no puedes.

-Bill, esto es un favor. ¿Tienes idea de cuánto tiempo llevo sin hacerlo? ¡Año y medio! Y no conseguí llegar. – deseaba taparme las orejas con las manos, imaginándome la escena. Imaginándome a mí, ahora de otra acera, intentando excitarme. Me daría un gatillazo. No, ni hablar.

-Lo siento mucho, Ricky, pero no puedo. Yo para hacer eso necesito un contacto más... más íntimo. Necesito conocerte más, no sé. ¡Te conozco desde hace una semana! – y a Tom lo conocí en media hora, follamos y mira en lo que acabamos. La experiencia me decía que no era buena idea.

Ricky suspiró. Se tumbó en la cama con los brazos extendidos y de mal humor.

-Eres el único tío en el que siento que puedo confiar.

-Bueno... Tom está... - Ricky alzó una ceja, burlona. – Vale, en mi hermano no se puede confiar a la ligera, pero seguro que ya encontrarás a alguien.

-Sí, sí, seguro. – de nuevo, nos quedamos en silencio. Después de semejante conversación no me atrevía a dormir con ella. No sería muy normal, aunque en Stuttgart... ¡Joder, a ver qué era normal!

-Será mejor que yo duerma en el sofá ¿vale? – ella no contestó. Se dio la vuelta en la cama y se abrazó a la almohada, gruñendo. – Buenas noches. – un poco avergonzado agarré el pantalón del pijama y me dirigí hacia la puerta, aún con la toalla puesta. No podía evitar sentirme culpable otra vez, pero, aunque tenía intensas ganas de usar a mi Muñeca, me obligué a no hacerlo. En una casa que no era la mía, no. ¿Y si una de sus hermanas me pillaba? ¿Y si ensuciaba algo con la sangre? Había tirado las vendas sucias, después de todo. ¡Bah, ya me golpearía con algo!

Fui a girar el pomo de la puerta.

-¿Sabes? Eres demasiado bueno, Bill. Mientras tu hermano está por ahí, follando, supuestamente montando guardia en los garitos de Stuttgart, tú mantienes las formas. Siempre las mantienes. Te pones a trabajar, aguantas que te insulte y que te mienta y luego, agachas la cabeza y te autocastigas por algo que no ha sido culpa tuya. Tom sabe aprovecharse bien de las personas, y a ti te tiene cogido por los huevos. Como a todos.

Aparté el brazo del pomo. Me volví. Ricky se había inclinado hacia delante, apoyándose en los codos. Me pregunté por un breve instante qué sabía exactamente de mí y de Tom, si sabría lo que ocurría entre nosotros para ser capaz de hablar de nuestra relación con tanta naturalidad, como si se la supiera de memoria, como quien responde una pregunta de filosofía con sus propias palabras y juicios.
La respuesta a esa pregunta no me importó demasiado cuando reparé en la impotencia y la rabia oculta en mis entrañas, la cual se iba acumulando poco a poco, todos los días desde hacía meses. La que siempre me tragaba y retenía, encerraba en una jaula y lanzaba al mar embravecido de mi conciencia inestable. Yo no era una persona ideal para tratar a Ricky. La psicología había dejado de ser lo mío desde el mismo momento en el que me acosté con Tom por primera vez. Ahora, el inestable y loco era yo. Pero me daba igual.

-Estoy harto de Tom. – murmuré. Intentaba convencerme a mí mismo. Me desaté el nudo de la toalla y la dejé caer al suelo. Los bóxeres aún ocultaban mi propio orgullo arrebatado por mi Amo. – Olvídate de Tom y follemos ya. – Ricky sonrió.

Mi orgullo crecería otra vez y lo haría sin Tom. Por mis huevos que lo haría.


By Tom.

No está... no está... no está... ¡No está! ¡Y yo quiero mi moto! ¡Y unas zapatillas nuevas! ¡Me he clavado una piedra! ¡Argg! ¡Y tengo frío!
Estornudé. Aunque ya hubiéramos entrado en el verano, ir por ahí empapado hasta los huesos y las pelotas por la noche no ayudaba nada. Me estaba resfriando y mi pierna, ya casi curada, se resentía por la humedad. No me quejaba, había pasado noches peores y la costumbre me hacía aguantar con cierta facilidad cualquier clase de tiempo, pero no podía evitar cierto rencor por el hermano tan desconsiderado (mira quien fue a hablar) que tenía.
A lo que no estaba acostumbrado era a la preocupación. Serían cerca de las tres y seguía sin encontrar a Bill. Al contrario, había pillado infraganti a camellos que yo no había autorizado y que llevaba meses intentando cazar, a miembros de otras pandillas que no deberían estar en el territorio de Kam, a policías holgazaneando y bebiendo en mitad de una patrulla y de los que había tenido que huir. Ninguno de ellos era Albert, el policía corrupto con el que trataba, así que no me convenía arriesgarme. A aquellas alturas, mi cabeza tenía precio y los policías hacían apuestas para ver quién me cazaba antes, a mí, a Kam o al Gore.
El Gore hacía años que había desaparecido y Kam era tan imprevisible que mejor no acercársele. Solo quedaba yo o personas de mi alrededor.
En ese momento, pensé lo peor.
¿Y si alguien se había enterado de que Bill era mi hermano, le había hecho daño? Pero ¿cómo? Había algunos cotillas entre mi pandilla, pero solo les había revelado su identidad a aquellos que eran de confianza. ¿Cómo entonces...?

Sacudí la cabeza. Seguro que no. Seguro que había pasado como la última vez. Seguro que se había perdido. Quizás, incluso ya habría llegado a casa. O quizás le habrían atracado...

¡Mierda!

Menos mal que esta vez sí había traído el móvil conmigo para localizarle, aunque Bill no usaba el suyo ni el otro, el que tenía pinta de caro. Seguramente ni se lo habría llevado.
Quizás si hiciera un par de llamadas...
A lo mejor estaba con Ricky... de nuevo.


By Bill.

Esto no está bien. Tom se va a enfadar más todavía. Tendría que llamarle y decirle que estoy aquí ¿y si está preocupado? No, no puede estarlo. Me odia, no me soporta.
Pero ¿y si lo estuviera?
Estaba intentando centrarme, pero era tan difícil. Juraría que para Ricky resultaba aún más complicado.

-Voy a... voy a... - ella se había levantado. A metro y medio de mí, me observaba y yo la miraba a ella, sin verla en realidad. Habíamos discutido durante un buen rato, y a la hora de la verdad, nos quedábamos quietos y callados, sin saber qué hacer. Ninguno de los dos estaba preparado para hacerlo esa noche, pero la cabezonería y el orgullo a veces actuaban como un arma temible. – Voy a quitarme la ropa. – me dijo. Yo asentí con la cabeza.

Hacía mucho tiempo que no me acercaba a una chica, que no las miraba especialmente con deseo. Quizás alguna vez me había fijado en sus pechos o en su trasero, pero desde que empecé a enamorarme... primero Natalie y luego Tom... Para mí era difícil fijarme en otra persona con la única intención de tirármela. Si me acostaba con alguien, era porque sentía algo y ese algo debía ser bastante fuerte.

Recordé fugazmente a Derek. Quizás me había equivocado con él y lo que sentía era más fuerte de lo que pensaba, si no, nunca le hubiera dejado mi cuerpo.

Ricky se llevó las manos a la camiseta y empezó a subírsela con cierta vacilación. Estaba nerviosa, como yo. Esperé encontrarme de lleno con su abultado pecho desnudo, pero para mi sorpresa, ese día llevaba sujetador. El busto no era nada del otro mundo, ni muy grande ni muy pequeño, era normal y natural. Tenía una marcada cintura y un vientre plano que se mostraba duro y atlético, sin abdominales pero muy cerca de formarlos. Esa era la única parte de su cuerpo que parecía ser propia de un chico.
Se terminó de sacar la camiseta y la dejó caer al suelo. Sus pies se rozaban inquietos y su mirada se desvió hasta su pantalón pirata. Me dirigió una mirada inquieta.

-Puedes pensar que estamos de vacaciones. Tú llevas un bikini y yo un bañador de tío. – a ella le hizo gracia. Se agarró el pantalón por la cinturilla y se lo bajó hasta los muslos. Se escurrió por su suave piel hasta fundirse con el piso. No llevaba bóxer. Unas bragas simples de color negro hacían juego con el sujetador.

-¿Te... gusto? – me preguntó, haciendo esfuerzos sobrehumanos por tragarse una sonrisa pilla.

-Más bien me acomplejas.

-¿Por qué? – me miré el cuerpo y me acaricié con un dedo las marcadas costillas.

-¿Sabes? Aunque te parezca increíble, yo antes era musculoso. No mucho... pero hacía natación y tenía un cuerpo normal.

-Ahora tienes un cuerpo normal. – ladeé la cabeza. Ricky se rió. – Un poco consumido, un poco esquelético... ¡Pero no tienes pelo ni en las piernas! ¡Odio a los hombres con pelo en las piernas, en la espalda o en el pecho! Ni siquiera en la entrepierna.

-Joder, Ricky, pues yo ahí no me toco. El mío es rubito, no se nota... y es suave. – Ricky y yo nos quedamos callados. – ¿Estamos hablando de vello púbico?

-Sí.

-Ah.

-Yo ya me he desnudado. Te toca.

-¿Qué? ¿A mí? Ni hablar. A mí me quedan solo los bóxeres, a ti te quedan todavía dos cosas. ¡Yo todavía no! – ella sonrió. Tenía unos dientes casi perfectos.

-Bueno, pues me toca a mí y luego a ti. – y se llevó las manos a la espalda, buscando el cierre del sujetador. Intentó quitárselo, pero tras varios intentos, gruñó y se ruborizó. – Mierda.

-¿No sabes quitarte el sujetador?

-No suelo ponérmelo.

-Ven, yo lo haré. – Ricky alzó las cejas. - ¡Ven! – vino y se dio la vuelta cuando la tuve delante. Aquella especie de parodia sexual me haría estallar en carcajadas. Un chico afeminado y casi enteramente gay con una chica masculina y bisexual, ¿cómo serían nuestros hijos?

-¿Cómo es que sabes quitar sujetadores? – murmuró. Mis dedos se movieron ágilmente por el cierre del sujetador y por su espalda. La acaricié con un dedo. Sus hombros eran anchos y pude apreciar las puntas de su pelo alborotado rozándole la nuca. Lo desabroché. Un tirante se deslizó por su hombro izquierdo.

-Antes de estar con mi primer chico, tuve novia.

-¿En serio? Así que sabes tratar con chicas... - Ricky se quitó el sujetador. Se había tranquilizado e incluso animado. Fue sorprendente descubrir que yo también me sentía mucho más tranquilo, recordando que no era mi primera vez con una chica, que tenía experiencia, que, aunque fuera de una manera no exactamente sexual, las quería.
El sujetador viajó hasta el suelo junto con el resto de la ropa y ella volvió a encontrarse cara a cara conmigo, mucho más cerca. Se tapaba el pecho con las manos. Creo que me puse rojo. Era más mona... ¡Y tan bajita! Ni poniéndose de puntillas llegaría hasta mis labios.

-¿Por qué eres tan alto?

-¿Y por qué eres tú tan baja?

-Me viene de familia.

-A mí también ¿no conoces a mi hermano?

-Te toca a ti, Bill. – aspiré fuerte. De alguna manera, no me sentía tan incómodo como me había esperado. Guie las manos hasta mi bóxer y tiré de ello. Ricky ni siquiera miró hacia abajo, buscando mi desnudez. No apartó la vista de mí ni un segundo y cuando me deshice de ellos y me quedé completamente desnudo, ella se agarró las braguitas y también se las bajó, sin esquivar mi mirada ni una vez.

-Ahora estamos en igualdad de condiciones. – asentí con la cabeza y los dos, a la vez, miramos hacia abajo. Observé el triángulo oscuro que tenía entre las piernas, luego, recordé el de Natalie. El de ella era rubio... y quizás por eso me había parecido más bonito. O quizás se debía sencillamente a que no me gustaban los triángulos, daba igual el color que tuvieran.

Alcé la cabeza cuando noté que ella también lo hacía y volvimos a mirarnos, muy seriamente.

-No parece muy impresionante. – habló.

Y entonces... ¡Una flecha anti orgullo voló por el aire y se me clavó de lleno en todos los huevos!

-¡Pues menos mal que odiabas el pelo, porque tú tienes ahí dentro un nido de cuervos! – Ricky abrió la boca de par en par, indignada.

-¡Pero... pero... pero tú quién te crees para meterte con mi vello púbico! ¡Que soy una mujer, capullo! ¡Tengo lo que hay que tener!

-Sí, ya... y te falta cera. – murmuré.

-¿Qué has dicho?

-¡Nada! – Ricky y yo nos fulminamos y los dos nos llevamos las manos a la entrepierna, ocultando nuestras vergüenzas.

-Picha corta.

-¡Mi picha es estupenda y funciona de PM! Lo que a ti te pasa es que tienes envidia de pene, lesbiana. ¡Qué eres una lesbiana!

-¡Habló el maricón, al que le gusta que le peten! Dime la verdad, ¿en serio has usado esa cosa alguna vez en lugar del vibrador de tu novio?

-¡Muchas veces! ¡Centenares de veces!

-¿En serio?

-¡Sí! – casi... - Y soy una máquina, nena. No me subestimes.

-¿Una máquina, tú? ¡Pues no lo pareces!

-¡Pues lo soy! ¡Tom siempre ha dicho que tengo un aguante sobrenatural!

-¿Ah, sí? ¡Pues seguro que Tom...! ¿Y cómo sabe tu hermano el aguante que tú tienes? – un silencio fúnebre acompañó a mi notable tensión.

-Son... cosas de hombres. Tú eres una tía ¡no lo entiendes!

-Machista picha floja.

-Pecho plano.

-Tengo unas tetas perfectas.

-Y yo un nabo genial.

-Eso no te lo crees ni tú. Dudo que eso se pueda poner en pie. - ¿Quién había dicho que mi orgullo crecería? Ah, sí, había sido yo.

-Pues igual contigo no, tía lista.

-¡Ja, dame cinco minutos con él y lo conseguiré!

-¡Pues vale, inténtalo!

-¡Vale!

Cinco minutos después, mi orgullo había crecido considerablemente.
El móvil de Ricky empezó a sonar de repente, pero tras varios minutos en suspense, lo apagó sin contemplaciones.

Muñeco Encadenado Tercera Temporada - By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora