Capítulo 20

2.4K 99 23
                                    

By Bill.

"¿En qué coño estás pensando, Tom?"

Éramos gemelos y puesto que su mano me impedía hablar, a pesar de que me sacudía y me quejaba, se me ocurrió que, si me concentraba en un sentimiento concreto, quizás Tom sería capaz de leerme la mente y sentir lo que yo sentía, como tantas otras veces me había ocurrido a mí con él en nuestra etapa de separación Hamburgo-Stuttgart. Quizás sintiera mi miedo y turbación y se detuviera. Quizás... si no se empeñaba en ignorarlo, claro, que eso era lo que hacía. Aunque no pudiera leerme la mente, en la penumbra mis pataleos eran lo suficiente expresivos como para instarle a parar. Pero no lo hacía.

Tom se había colocado estratégicamente sobre mis piernas, por encima de las rodillas, impidiendo que pegara patadas al aire por su peso. Inclinado sobre mí, tapándome la boca, fue directamente hacia mi entrepierna y con incluso algo de torpeza, me desabrochó los pantalones. Iba con mucha prisa y mi movimiento constante no le ayudaba. Me pregunté por qué parecía tan apresurado, tan acalorado cuando siempre mantenía la compostura y si no lo hacía, la sustituía por una rabia irracional. Cualquier cosa con tal de no verse vulnerable.

Vulnerable... en aquel momento, Tom parecía haber perdido el control. No parecía él, el lobo, el gran Tom, no. Era un cervatillo asustado, pero, aunque cervatillo, era el líder de una manada de ciervos con una enorme cornamenta. Un cervatillo con cornamenta, es decir, un niño con un arma. No había nada más peligroso que eso.

Consiguió desabrocharme los pantalones y bajarme la bragueta, y cuando se alzó sobre mis rodillas para poder quitármelos, levanté las piernas con nerviosismo, a punto de darle una patada en la entrepierna. Tom, aunque asustado cervatillo, era listo y si alguien iba a ganar en un forcejeo, iba a ser él, no yo. Así que, haciendo una maniobra evasiva, se tumbó casi por completo sobre mí a fin de evitar mis patadas. Lo consiguió.

-Buen intento, hermanito. – me provocó, volviendo a ostentar su gran sonrisa maliciosa. El cervatillo pareció desaparecer y dio paso de nuevo al lobo feroz. – Ahora, en serio, estate quietecito o te haré daño. Y créeme. Es lo último que quiero hacer ahora. – soltó y yo hinché el pecho de rabia.

"¿Qué no quieres hacerme daño, gilipollas? ¡Y qué coño estás intentando, mamonazo!"

Intenté gritárselo, pero solo conseguí babearle los dedos, así que cuando sentí como descendía las manos hasta mis pantalones otra vez y tiraba de ellos junto al bóxer, alcé las manos que había aferrado a su camiseta y le pegué un guantazo en la cara que sonó bien fuerte. Tom sacudió la cabeza y su agarre flojeó. Aproveché y le metí un buen bocado en la palma que le hizo gruñir.

-Te he dicho que te estés quietecito. – me habló, con tono amenazante pero suave. Yo apreté los dientes con sarna hasta que sentí gotitas de sangre en mi boca. - ¡Bill! – me gritó y alzó un brazo para pegarme, pero se quedó en alto, quieto sobre mi cara y de repente, descendió a toda velocidad hacia mi bajo vientre.

-¡AHH! – le solté la mano enseguida cuando el muy cabrón me aplastó la entrepierna con la mano. No, la entrepierna no, los huevos, que es infinitamente peor. Vi estrellas y los ladridos de Scotty parecieron desaparecer un segundo. - ¡Tú eres gilipollas! – le grité, con una voz de pito que hubiera resultado cómica en otra situación... si no me estuvieran aplastando los huevos a mí, claro. - ¡Suéltame! – me encorvé.

-Te he dicho que te estés quietecito hasta nueva orden, mierda. – y me pegó un empujón que me devolvió a mi sitio. Me revolví, alzando los brazos para intentar golpearle en cuanto dejó de presionar en esa parte tan "sensible", pero Tom agarró una de mis muñecas y me la retorció. Aullé de dolor.

-¡No! ¡No quiero, Tom, estate quieto!

-No. – intenté esconder la otra mano al ver sus intenciones bien claras al pegar un pequeño tirón de la sábana, descolocándola. No era la primera vez que jugábamos a ese juego. Las sábanas eran útiles para utilizarlas como cuerda, para escaparte por la ventana o... atar cosas.

-¿¡Qué vas a hacer!? ¡Suelta eso!

-Dame la mano, Bill.

-¡NO!

-¡Dame la mano!

-¡Que no! – intenté pegarle otra vez en la cara. Si Tom pensaba jugar al juego del Amo y el Muñeco sin mi consentimiento, yo no tenía ninguna oportunidad contra él. Siempre ganaba a ese juego, siempre. Pero por lo menos podría intentar causarle un poco del daño que él me iba a hacer a mí, así que fui directamente a por su nariz.

Echó la cabeza hacia atrás previniendo mi ataque y me agarró la otra mano.

-¡No! ¡Cabrón! – intenté soltarme moviéndome como un gusano desesperado, pero mi fuerza se basaba más que nada en el ataque y Tom me había cogido por sorpresa esa noche. Además, supuse que la anemia hacía de las suyas cuando me temblaron los músculos por la fuerza ejercida y me cansé enseguida. Me estaba quedando sin aliento con tanto forcejeo y observé como Tom sonreía cuando intenté echar un pulso con él buscando la libertad de mis manos.

-La anemia, Bill. No debes hacer esfuerzos bruscos. – sonrió cuando consiguió juntar mis manos en una de las suyas, pegándolas por las muñecas y con rapidez, lió la sábana alrededor de ellas. Estuve a punto de soltarme, pero Tom pegó un tirón del otro extremo de la sábana y me atrapó. Yo palidecí. Empecé a temblar una vez me hubo atado e hizo una maniobra dolorosa para mí. Alzó mis brazos atados hasta mi frente y provocándome pinchazos de dolor en los bíceps, me obligó a colocar las muñecas atadas en mi nuca, justo debajo de la cabeza. Cuando intenté alzarlos por encima de ésta, no pude. Los músculos me dolían y la postura, sobre la cama y boca arriba, con la cabeza apoyada en el colchón, me impidió alzarme sin ayuda de manos y pies. Mierda. - Las flexiones no son lo tuyo, eh, pequeño.

-¡Muérete, traidor! – troné.

-¿Traidor? ¿Ahora yo soy el malo?

-¡Tú siempre eres el malo! – Tom estaba tan cerca de mí, que se me cruzó por la cabeza que intentaría besarme a la fuerza, así que, sin pensarlo dos veces, reuní saliva y le escupí en mitad de la cara. Él alzó la cabeza, gruñendo en voz baja.

-Que comparta a menudo mi saliva con la tuya no significa que me guste que me la eches en la cara. – apreté los dientes con el corazón a ciento veinte al ver como se sacaba la camiseta y se limpiaba con ella los restos de mi saliva. Luego, la lanzó al suelo. Su pecho quedó al descubierto y un reflejo de luz proveniente de una de las farolas de la calle colándose por la ventana se plasmó en él. Descubrí algo que no había visto nunca. Una cicatriz rosácea que descendía por debajo de la clavícula y trepaba hasta su hombro, desapareciendo tras él. La oscuridad volvió a ocultarla enseguida y embobado como me había quedado observando la marca, no me di cuenta de que me había cogido los pantalones por la cintura hasta que sentí como se deslizaban furiosamente por mis piernas. Los bóxeres fueron con ellos.

-¡Tom, por favor! – gimoteé, moviendo los pies, buscando una salida. No la encontré. En cuanto la ropa descendió hasta mis tobillos, Tom volvió a dejarse caer poco más arriba de mis rodillas, impidiéndome el movimiento. Traté de apretar los muslos para ocultar mi pene desnudo de su mirada, pero me sirvió de poco. Fue directo a por él y sin miramiento ninguno, me lo agarró con una mano y lo sacudió. Apreté los dientes. Había sido demasiado brusco y más que masturbarme, me había dado un buen tirón. - ¡Eso duele!

-Es tu culpa por no estarte quieto.

-¡No quiero tener sexo contigo! ¡Vas a violarme!

-¡Aquí nadie está hablando de violación! – me quedé quieto, con una incertidumbre total. No entendía cuáles eran sus intenciones, pero por la manera en la que volvió a agarrarme el pene flácido y volvió a agitarlo, me hice una idea muy aproximada. Mentía con descaro y yo cerré los ojos, intentando tragarme la exaltación.

Poco a poco, fue suavizando el movimiento de su mano sobre mi miembro hasta convertirlo en una caricia rápida, pero suave, al menos para un hombre. Era imposible no excitarme por mucho que lo intentara. El tacto de su piel me aceleraba el corazón, tal vez por los nervios, tal vez por el odio, pero no por amor.

No sentía amor, solo asco y una impotencia asfixiante. Normalmente, podía amar a Tom en cualquier momento, a cualquier hora del día, pero odiarlo solo en contadas ocasiones y esa era una de ellas.

-¿Ya no te duele? – me preguntó, bajando el tono de voz. Sentía la humedad que cedía el paso del glande de mi pene con cada descendimiento de sus dedos. El prepucio se apartaba con una suavidad horripilante y como consecuencia, la sangre se me acumuló en un solo lugar y mi polla se alzó en toda su longitud. Aun así, excitado y duro, Tom no dejó de masturbarme, descendiendo los dedos hasta la base y concentrado todo su toque en la punta, con el pulgar. Yo recibía leves espasmos de placer en la espalda, pero no lo mencioné.

-Te odio. – gimoteé. No sabía por qué no lloraba. Quizás se me habían secado las lágrimas o tal vez, por fin había aprendido a controlarlas. Aun así, los ojos me escocían.

-¿Por qué? – preguntó. ¿Cómo que por qué? ¿No le parecía suficiente lo que me estaba haciendo?

-¿Por qué? ¿¡Por qué!? ¡No quiero que me hagas una puta paja! ¡Quiero que me sueltes, que te vayas, no quiero que me partas el culo otra vez! ¡NO QUIERO, TÚ NO! – Tom se me quedó mirando. La mano que me había excitado soltó mi pene ya erecto y se dirigió a sus propios pantalones. Se los desabrochó.

-¿Por qué siempre tienes que ser tan impaciente, Muñeco? Solo quería darte una sorpresa.

-¿Sorpresa? ¿A esto le llamas tú sorpresa? ¿A tirarte encima de mí cuando estoy durmiendo? ¡Eres un imbécil! ¡Está visto que no puedo confiar en un animal como tú! ¿Y luego me pides que te perdone? ¡Que te perdone tu puta madre!

-¡SCHHH! – me chistó. – Cállate. Estoy intentando concentrarme. – me pareció que se estaba burlando de mí mientras se bajaba los pantalones con mucho cuidado, para no liberar mis piernas. Se quitó también el bóxer.

-¿Concentrarte? ¿En mantener el empalme? ¿En controlar mis berrinches? ¡Has perdido la cabeza! Te veía capaz de hacer muchas cosas, pero esta... ¡Esta no, nunca!

-¡Schhh! – volvió a sisearme. Se quitó los pantalones. Se alzó desnudo sobre mí. – Por primera vez en mi vida, estoy intentando ser un chico bueno y obediente, así que no me hagas arrepentirme de ello. - ¿chico bueno y obediente? ¡Se le había ido la pinza! Desvié la mirada para evitar la tentación al ver como se la agarraba con una mano y se masturbaba delante de mi cara. Ya no me parecía tan atractivo como antes, ahora... me daba asco.

-Tom, por favor, escúchame. No lo hagas. – opté por suplicar al ver que con mis gritos no le hacía entrar en razón. – No tienes ni idea de lo doloroso que es para mí. Duele mucho.

-Ya lo sé, pero me da igual.

-Tom... otro día ¿vale? ¡Otro día! Pero hoy no. Hoy estoy cansado, estoy enfermo... por favor.

-Otro día no me atreveré. – su respuesta me dejó confundido. Con las lágrimas escociéndome en los ojos observé que por mucho que lo intentara, su pene seguía flácido. No conseguía obtener una erección por muy duro que se masturbaba y eso me supuso un alivio, aunque también extrañeza. Tom era como un reloj, tan perceptivo que al tocarle o enseñarle lo más mínimo, se ponía tieso y potente como un clavo. Ninguno de los dos habíamos tenido nunca un problema de erección y, en aquel momento, cuando más lo necesitaba, ¿no lo conseguía?

No parecía muy centrado en ello y sin conseguir ninguna respuesta, dejó de tocarse.

-¿Ves, Tom? Hoy no es una buena noche. No puedes hacerlo. – Tom se me quedó mirando otra vez. Una risita histriónica se asomó por entre sus dientes.

-No seas estúpido, Bill, claro que puedo. Solo es un inconveniente sin importancia. Yo no soy tan quejica como tú. – me dejó trastocado. No entendía nada. ¿No iba a penetrarme? Porque naturalmente, sin erección eso era imposible.

-Pero... no puedes...

-El que está empalmado eres tú y eso me basta y me sobra. - ¿qué? ¿Cómo? ¿Yo? Pero entonces no podría penetrarme y él no disfrutaría y yo tampoco, a no ser que utilizara otra cosa. ¿Iba a meterme un vibrador o algo así? ¿Un jabón? Eso sería de lo más humillante si...

Hablando de humillación y de penetración... Tom se estaba alzando por encima de mi polla. Uy... uy... ¡UY!

De repente, la cara empezó a arderme de vergüenza.

-¡NO! – grité. - ¡Imposible!

-¿Qué es tan imposible? – preguntó con sarcasmo. – Estarás contento, eh. Llevas deseando esto mucho tiempo. – no, no, no, no, no, no, no, no, no... me encogí sobre la cama, totalmente obsoleto.

-¡Te estás burlando de mí! ¡Para ya, Tom! ¡No quiero jugar! – me revolví otra vez. Quería deshacer el nudo de las sábanas, romperlas si era necesario, pero claro. Era totalmente inútil hacer esfuerzos. Solo conseguía sentir más dolor.

-Estate quieto. Si te mueves tanto, no puedo hacerlo bien. – incomprensiblemente, Tom estaba sonriendo de oreja a oreja. Era "esa" sonrisa. La maliciosa, la pícara. Y observé con los ojos como platos y las mejillas rojas como los pétalos de una maldita rosa, como me agarraba la punta del pene con una mano y colocaba su trasero (uff, su trasero prieto, el cuál debía de ser gloria para mi polla) justo en la punta de ésta. Abrí la boca de par en par. Sentía perfectamente, con una percepción más allá de lo normal en mi maldito glande, la dureza y tensión que se escondían entre sus nalgas.

Oh, ohhhh, eso iba a estar muy apretado. Muy estrecho y... y tan calentito...

Tom iba a penetrarse. No. Un momento, sí. Se iba a penetrar, se iba a penetrar con MI polla. Lo iba a penetrar yo. Penetrar, penetrar, penetrar, penetrar... esa palabra nunca me había sonado tan dulce y morbosa como en aquel momento. Prácticamente, estaba salivando. Estaba babeando como Homero Simpson al encontrar una rosquilla gigante.

Arrggg... mi rosquilla...

-Entonces, quieres que lo haga ¿o no? – me preguntó, y me quité de la cabeza la imagen de un agujero recubierto de glaseado y crema. Miré a Tom y casi con desesperación, asentí con la cabeza. Aquello tenía que ser un sueño y, si era un sueño, no tendría nada de lo que arrepentirme más tarde.

Así que, con eso en mente, disfruté del roce de la punta de mi pene mojado por la superficie de sus nalgas. Nunca había estado tan cerca de tener a Tom. Lo iba a humillar como él había hecho conmigo, le iba a hacer sentir el daño que él me hacía sentir a mí con una brusca penetración y una lubricación mal hecha. Jugaría por primera con él y me convertiría en el Amo de aquel Muñeco. Ahora yo sería el Amo y Tom sería mi Muñeco. ¿No era genial?

Pues no. No lo era.

El resplandor de la farola le iluminó la cara. Su expresión parecía la de un forzudo, un hombre que se había pasado media vida en el gimnasio levantando pesas sin parar y, ahora, estaba a punto de alzar la gran pesa, la más pesada. Doscientos kilogramos, cien en cada brazo. El sudor brillaba en su frente, el dolor solo le provocaba imperceptibles arrugas, pero le dolía, lo sabía.

Le dolía más la humillación y la pérdida del orgullo que tanto se había trabajado durante toda su vida que el pinchazo de una penetración.

Yo quería tener a Tom. Me encantaría, me volvería loco de alegría y, teniéndole así, aceptando su proposición, lo tendría. Tendría un Tom, pero un Tom roto, sin la esencia de mi auténtico Tom.

Recordé el cuento del lobo. Un lobo siempre sería un lobo, un animal salvaje, metido en una casa como animal de compañía o fuera de ella, en el bosque. Pero... dejaría atrás su esencia de lobo si lo domesticaras. Aunque fuera mayor y más agresivo que un perro, acabaría convirtiéndose en un perro sumiso si le quitabas la libertad que necesitaba. ¿Era eso lo que yo quería? ¿Convertir al lobo Tom en un perro doméstico solo para que no me mordiera? ¿Arrebatarle su esencia por mi propia seguridad y egoísmo? Entrecerré los ojos.

Tom se convertiría en mi Muñeco por querer complacerme entonces y... y sufriría como yo, por quitarle su esencia de Amo.

Sufriría como yo, como un Muñeco.

No.

-No... - murmuré, muy bajito, pero Tom me oyó y sus ojos lobunos se clavaron en los míos. – No hace falta que lo hagas, Tom. – le dije, con voz temblorosa por el trabajo que me estaba costando rechazarlo. Es que quería tenerle, de verdad, pero esa no era la manera adecuada. – No hace falta, déjalo. – esperé que se retirara, aliviado, pero en lugar de eso me observó con mayor intensidad. - ¿Tom?

-¿No quieres? – preguntó. Tragué saliva.

-No. – me pareció ver una ligera llama de rabia en sus pupilas.

-¡Pues yo sí! – gritó y sin dar crédito a lo que veían mis ojos, sentí como hacía una mayor presión contra mi entrepierna, buscando que entrara, que YO entrara en ese pequeño y nunca profanado agujero. No me lo podía creer.

-Tom, ¿qué haces? Te he dicho que no... Tom, no... ¡Tom, para! – pero ¿qué hacía? ¿Por qué no paraba? ¡Él no quería hacerlo! ¡Yo sabía que no quería hacerlo, no lo deseaba! ¿Por qué insistía siquiera? ¿Por qué? - ¡TOM! ¡NO QUIERO! – me mordí los labios. Sentí la presión, enorme, carne contra carne apretándome brutalmente la punta del pene. Me gustaba, aunque también me dolía por la exagerada estrechez, pero... Tom... Tom no lo soportaría. Su mente no lo soportaría. Él era el Amo todavía y no estaba preparado para semejante escena, para dejarse hacer, para sentirse vulnerable y abandonarse a mis brazos.

Comprendí por qué lo hacía. No buscaba su placer, ni tampoco su dolor, si no mi compasión, mi perdón, mi confianza, aquello que le había negado. Intentaba recuperarlo a base de acceder a todos mis caprichos y bien sabía él que aquel había sido mi deseo número uno desde que lo conocí. Quería complacerme para que lo perdonara.

"Maldito idiota adorable"

Me revolví en un intento desesperado de quitármelo de encima y por la brusca sacudida, ocurrió el "accidente". Me eché a un lado y alcé una pierna por inercia, consiguiendo romper la penetración con tan mala suerte, que mi rodilla golpeó el lugar más sensible de un hombre. El lugar más sensible de Tom. Y fue un golpe fuerte, accidentado, pero fuerte.

No me lo podía creer. ¡Pero si yo solo quería apartarme y le había dado un rodillazo en todos los huevos, que ni siquiera tenían pantalones o bóxer como mínima protección! ¡Pero qué bestia! ¡Y Tom no decía nada! ¿No le había dado? Estaba seguro de que le había dado.

Intenté encorvarme un poco, pero el tirón de mis bíceps me lo impidió.

-¡Tom, lo siento! ¿Te he dado? – sí, le había dado, seguro. ¡Menudo bote había pegado! Y la luz de la farola de la calle le iluminaba las facciones. Se había quedado más blanco que la leche, con los ojos como platos. - ¡Lo siento! – rogué. Menudo mérito tenía el cabrón, que ni un grito había pegado. Eso sí. Se tomó su tiempo para recuperarse del golpe. Se quedó estático, con las piernas aún abiertas sobre mí. Desvié la mirada de un lado para otro con tal de no verle en esa posición. Joder, Tom, reacciona y muévete. ¡No te quedes quieto en esa postura de "voy a dejar que me folles por esta noche" porque no respondo!

Y mientras pensaba en eso, se movió.

La cara cambió de blanca a naranja y de naranja, a roja... de furia y de dolor.

-¡Serás hijo de perra! ¡Me has reventado las pelotas! – gritó con una potencia mayor que la que Scotty empleaba en sus ladridos. Por fin, Tom se dejó caer sobre la cama, alejándose de mí, cayendo de rodillas a mi lado. Se tapó la boca con una mano y soltó un grito de furia mientras su otra mano tapaba su entrepierna herida, como si intentara protegerla de futuros ataques.

-Ji... - dejé escapar. La escena me parecía graciosa, no podía evitarlo. Tom me fulminó, yo encogí el cuello y me callé. – Lo siento.

-¿Qué lo sientes? Pero tú eres... - se alzó sobre la cama para llegar hasta mí y precipitadamente, se dejó caer. Sus manos se posaron a ambos lados de mi cabeza, acorralándome, otra vez. Pude saborear el intenso aliento de fuego que me impregnaba la cara por la rabia y me encogí sobre el colchón, sin poder disimular lo intimidante que Tom me parecía en ese instante. - ¿¡Por qué coño te apartas, eh!? ¡Te lo iba a dar, te iba a dar todo lo que tengo y me queda por joder y vas tú, y me rechazas! ¿Pero de qué vas? ¡Si estabas deseándolo, coño! ¿Te crees que no me he dado cuenta? ¡Desde que lo hicimos por primera vez lo has estado deseando, bebiendo los vientos por esto y ahora que te entrego mi puto culo en bandeja, me pegas un rodillazo en los huevos! ¿¡Qué coño te pasa conmigo, Bill!? ¿¡Tanto me odias!? – abrí los ojos de par en par, sorprendido de que le diera tanta importancia al asunto. ¡Pero si yo estaba seguro de que él no quería! ¿Me lo había imaginado? ¿Por qué se ponía así entonces?

-Ohh... eh... yo no... no... - tartamudeé, sin saber exactamente qué excusa poner. Tom me agarró por los hombros y me sacudió con violencia.

-¿¡Tú qué!?

-Aah...

-¡CONTÉSTAME!

-Pero... yo no... - me estaba poniendo muy nervioso. Se me puso la carne de gallina por sus gritos. Todo había estado tan tranquilo y en silencio hasta que él entró por esa puerta...

-¡BILL! – volvió a gritar y se movió con una brusquedad amenazadora, tanto, que pensé que me iba a pegar. Si la oscuridad no dificultara mi visión, habría sabido que Tom había adquirido una posición de defensa, no de ataque, pero me perdí en la furia ciega de sus ojos y en el caos de mis sentidos.

Por algún motivo, perdí los nervios y el aguacero que mis ojos habían frenado hasta el momento se deshizo. El borbotón de lágrimas me nubló la vista y una ansiedad bestial me atascó los pulmones.

Tom volvió a sacudirme.

-¡Pero respóndeme, dime algo! ¿Tienes idea de lo que has hecho? ¿Por qué lo has hecho, por qué? ¡Muñeco!

-¡QUE NO ME GRITES! – estallé yo y con un doloroso movimiento, conseguí que mis brazos ascendieran desde mi nuca hasta mi pecho. Allí se agazaparon mis manos, que empujaron el cuerpo de mi hermano, buscando la distancia con una desesperación de lo más angustiosa. Tom se apartó un poco, pero no lo suficiente para que yo pudiera volver a respirar. - ¡QUE NO ME GRITES! ¡CÁLLATE! ¡Cállate ya, Tom, deja de gritarme! ¡NO ME GRITES! – me quedé sin aire y al ver que no se apartaba de encima de mí, me encorvé, buscando mi navaja, mi Muñeca, mi defensora y protectora. Apoyé la mano sobre el escritorio, tanteándolo, buscando el objeto punzante. Pero no lo encontré.

Estaba en el fondo del arroyo.

Necesitaba un cuchillo.

-Un cuchillo, un cuchillo, un cuchillo... - murmuré. Intenté levantarme de la cama, pero Tom me agarró del brazo y me obligó a quedarme donde estaba.

-¿A dónde vas? – preguntó, con un tono mucho más sosegado, pero a mí me seguía pareciendo igual de amenazador.

-¡Lejos de ti! – intenté librarme de su agarre. Le arañé el brazo y le mordí cuando me percaté de su resistencia. Tom gimió de dolor, pero no me soltó. Era capaz de retenerme con tan insultante facilidad...

-No te vayas. – me ordenó. Si no fuera porque estaba hablando con Tom, hubiera pensado que me lo estaba pidiendo por su tono de arrepentimiento, pero eso era imposible. Tom no pedía, Tom ordenaba. – Bill, lo siento, no quería gritarte. Se me ha ido la mano.

-¡Que te calles, que no quiero oírte! ¡Suéltame! – no me soltó. Yo grité con más fuerza (no sabía por qué gritaba, pero algo parecía tirar de mis cuerdas vocales para que lo hiciera y yo me veía incapaz de controlarlo).

-Te estás poniendo histérico.

-¡ME ESTÁS PONIENDO HISTÉRICO! ¡Suéltame!

-Si me prometes que no te cortarás, te soltaré. – lo miré, quieto durante un escaso segundo y me vi reflejado en sus pupilas. El animalillo asustado, el cervatillo con gran cornamenta, pero demasiado pequeño como para ser capaz de utilizarla, ahora era yo. Y como tal, respondí con un tremendo zarpazo en la cara del cazador. Le crucé el rostro de parte a parte, clavando en él mis uñas a conciencia. Si Tom no hubiera cerrado los ojos pillado por sorpresa, le hubiera sacado uno. Giró la cara, con los dientes apretados y vi un borbotón de sangre salpicando su cara arañada.

Sangre... sangre de mi sangre. Mi sangre.

Dejé de gritar y de pensar en cosas afiladas. Me quedé en blanco. Era lo que siempre sucedía cuando veía mi sangre y sentía el dolor de las heridas. Se me olvidaba el por qué me cortaba y, una vez con la mente despejada, se me cruzaba por la cabeza la misma respuesta. ¡Tranquilo, Bill, si no es tan duro! Cuando te pongas nervioso, puedes cortarte y todo pasará.

Y sí, todo pasó. Gracias a la sangre de Tom, no a la mía. Claro, teníamos la misma sangre, éramos hermanos.

Hermanos...

Me mordí el labio inferior, temblando. Se me nublaba la mente otra vez e intenté luchar contra la neblina, con escaso éxito.

-Dejadme en paz... dejadme en paz... dejadme en paz... - me dejé caer en la cama otra vez y Tom me soltó el brazo. Vi cómo se acariciaba los arañazos con la mano, reprimiendo gemidos de dolor. – Dejadme en paz. Olvidaos de mí. Todos... - tumbado sobre la cama, agarré las sábanas y me las eché por encima, cubriéndome con ellas hasta la cabeza, apoyando un lateral de ella sobre la almohada y tapándome un oído con las manos atadas. Si Tom volvía a gritar, no quería escucharle. – Déjame en paz, déjame en paz, déjame en paz. Vete...

-Bill...

-¡Que te vayas! ¡No quiero follar contigo, tampoco quiero hablar contigo, ni estar contigo! ¡Vete de una vez, deja de hacerme daño! ¡Quiero aprender a vivir sin ti! ¡Déjame!

El silencio se amoldó a mi extraño monólogo interior. Quizás fuera porque me había tapado los oídos, pero los ladridos de Scotty se apagaron, junto con la voz de Tom. Esperé que se fuera de la habitación con suma paciencia, no sabría decir cuánto tiempo. Se me hizo eterno por la tensión. Aunque no oía, sabía que estaba allí, a mi lado, y no se movía ni tampoco parecía tener la menor intención de hacerlo.

Intenté dormirme, pero me daba miedo verlo encima de mí cuando despertara, así que me convencí de que aquello solo era una pesadilla. Tom no me había engañado otra vez, como parecía. Solo era una pesadilla y cuando me levantara, Tom estaría tan tranquilo en la cocina, durmiendo en el sofá y me preguntaría cómo había dormido. Sí, era así. Él no me había engañado otra vez. Quería reconstruirme de verdad, arreglarme, así que esto solo era una pesadilla.

O no.

-Bill... - apreté las manos con más fuerza sobre mis oídos al oírle llamarme. El colchón se hundió a ambos lados de mi cintura cuando se apoyó allí. Otra vez estaba encima de mí, lo presentía, pero no como presencia agresiva... parecía pacífico. – Bill... ¿Qué hago contigo? Te has convertido en un Muñeco tan frágil que, al más mínimo toque, se cae un pedazo de ti. No sé qué hacer para no romperte. Yo me he hecho demasiado fuerte a tu costa y tú, demasiado débil. Es como... como si te hubiera robado las fuerzas. Yo me he convertido en gigante y tú en un enano, tan pequeño, que cuando yo camino, no me doy cuenta de que puedo pisarte como a una hormiga, sin darme cuenta. Y tú corres para que yo no aplaste. – su voz me recordó a mamá. Ella siempre usaba ese tono cuando hacía algo mal y yo pagaba las consecuencias. Había oído esa vocecita muy pocas veces, como cuando me puse enfermo por tragarme un batido caducado. Mamá estuvo pidiéndome perdón por haber insistido tanto en que yo me lo tomara, aun cuando le avisé de que el batido sabía a algo raro.

Tom me estaba hablando con esa misma vocecita arrepentida y preocupada. Desesperada.

-Esta vez sólo quería darte algo de mí, no quería hacerte llorar. Es que... me he dado cuenta de que tú siempre me lo das todo y yo nunca te he dado nada. Pensé que quizás te alegrarías, te repararías y podrías volver a confiar en mí, pero... no sé qué ha salido mal. No lo entiendo, Bill. No sé quién de los dos está mal, quién es el complicado en esta situación. Cuando yo voy a por ti, tú te vas, y cuando vienes tú, yo me voy. ¡Ni siquiera sé por qué te estoy contando esta mierda! Pero cada día estás peor, cada día te machaco un poco más los nervios y aunque me ha costado los huevos, quiero arreglarlo. Quiero arreglar a mi Muñeco, quiero que esté feliz porque... no sé por qué. Pero quiero que sea feliz. Bill... - me llamó. No recordaba palabras más sinceras ni un tono más inseguro saliendo de su boca. Quizás, el de esa misma mañana, en el arroyo. – Dime qué hacer para que te pongas bien. Dímelo tú, si no, cometeré un error tras otro y nunca dejaré de hacerte daño, Muñe... no, Bill, mi hermano pequeño. Mi novio. Mi Bill. – no contesté, pero dejé de taparme los oídos y me encorvé, con la sábana aun ocultándome la visión. Esperé que Tom volviera a hablar, pero en lugar de eso, se retiró un poco. Estuve a punto de preguntarle, decepcionado, si eso era todo lo que me podía decir, pero me paralizó el pensamiento con sus palabras. – Lo siento.

"Lo siento" de corazón. Me guardaría ese recuerdo durante mucho tiempo.

-¿Qué más?

-¿Eh?

-¿Qué más tienes que decir? – Tom soltó un bufido nervioso.

-Pues... no lo sé. No sé qué quieres que te diga.

-Quiero que me digas lo que piensas, sin mentiras. Eso quiero.

-Ah... es que... - se quedó callado. Se había quedado azorado y recordé que Tom no era muy de expresar sus sentimientos y pensamientos. No podía pedirle que cambiara eso de la noche a la mañana. Tenía que echarle una mano.

-¿Qué piensas sobre mí?

-¿Sobre ti?

-¿Qué piensas cuando estás conmigo? De verdad, quiero saberlo.

Muñeco Encadenado Tercera Temporada - By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora