Capítulo 2

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By Bill.
Creo que estaba soñando contigo.
Mientras yo dormía profundamente en la oscuridad de un lugar pestilente, tú apareciste, te arrodillaste ante mí y velaste por mi sueño, como un fiel perro guardián, fiero y agresivo con mis enemigos y dulce y sumiso conmigo. ¡Qué curioso! Yo era el dueño del perro y no al revés. Tú eras el que te dejabas pisotear por mí y no al contrario. Tú eras el que venía buscando refugio y unos brazos fuertes que te acogieran e hicieran de pilares en tu vida vacía y sin sentido. Eres como un tornado que gira y gira sin saber en torno a qué. Encuentras una casa sobre la que girar y cuando la avasallas y la destrozas, te sientes vacío y busca más, desesperado. Pero nunca encuentras una casa que te satisfaga tanto como la primera y, cuando abrí los ojos al notar una corriente conocida, de extraña calidez extasiante y placentera... me encontré en el centro del tornado.

-¿Tom...? - me estabas mirando, fijamente, como si nunca me hubieras visto. Como si fuera algo nuevo para ti. No conocía esa mirada tuya, Tom. No sabía que el despiadado hermano fuera capaz de mirar así a alguien.
Alcé el cuerpo, sentándome en la cama. Tú alzaste la cabeza, arrodillado frente a mí, en el suelo. Te brillaban los ojos de una manera extraña. Tuve ganas de decir, "Sorpresa", pero no me atreví al darme cuenta de que habían pasado cuatro meses desde la última vez que nos vimos así, cara a cara. Esta vez no me pregunté si eras un sueño o no, porque hacía tiempo que me había resignado. Fueras un sueño o no yo iba a estar igual de entregado a ti, así que la realidad y la irrealidad se habían convertido a aquellas alturas en algo insignificante para mí, pero por alguna razón, como si tú hubieras estado soñando conmigo en más ocasiones, te vi dudar. ¿Dudabas si era real? ¿Pensabas que era una pesadilla? Sonreí, no sé bien cómo, pero lo hice sin que me supusiera ningún tipo de esfuerzo, como no lo había hecho nunca en cuatro meses. Fue tan fácil...
-Hola. - Tom pestañeó, incrédulo. Me aparté la sábana enredada entre mis piernas de una patada y me senté en la cama, de rodillas. - ¡Buenos días! - Tom no reaccionó. Me miraba sin verme en realidad. - ¿Tom? - sus pupilas rodaron hacia abajo, parecía desorientado, no parecía ni reconocer su propio cuarto. Creo que estaba pensando algo como ¿Dónde demonios me he metido? pero no hizo el menor esfuerzo por salir de aquel lugar que creía tan desconocido. - E-Estoy aquí... h-he venido... - tartamudeé. - ¿No piensas... decir nada? - algo, cualquier cosa, aunque fuera un ¡Lárgate!... me hubiera valido igual.
¿Cómo se describiría esa clase de sensaciones? Te has desmoronado, te has entregado, te has desecho y te has sacrificado por alguien que de repente, desaparece, llevándose todo lo que considerabas tuyo consigo. Se había llevado mis sentimientos, mi felicidad, mi orgullo, mi voluntad y lo había pisoteado todo sin más, sin piedad. Pero, aunque fueran aplastados, seguía teniendo todo lo mío bien sujeto para que no se escapara. Y no parecía tener intención de devolvérmelo.
Me tenía... encadenado. Y yo lo sabía, pero da igual lo consciente que seas de ello porque eso no significa que puedas defenderte de esa clase de sensaciones y sentimientos.
Alcé una mano y con el pulso violentamente tembloroso, la dirigí hacia su cara. Quizás sí que era un sueño, demasiado real, pero un sueño.
-Tú... eres Tom ¿verdad? El auténtico... - él desvió la mirada de un lado para otro. Cualquier paisaje le parecía mejor que yo, su estúpido y sentimental hermano pequeño.
Me das asco.
Recordé y tuve ganas de llorar. Se me hinchó la garganta y se me humedecieron los ojos. Era más doloroso tenerlo tan cerca y ser incapaz de tocarle, saber que él no te quiere, que te desprecia... que te pongan delante aquello que más deseas y lo único que no puedes tener. Mi determinación se esfumó y deseé volver para no tener que verlo, desaparecer. Caer en un cubo de basura y vivir enterrado entre mi propia mierda estaría bien. Cualquier cosa mejor que saber que Tom ya no me mira, ya no me ve.
La vista se me empañó por las lágrimas y los labios me temblaron. Noté una lágrima silenciosa descendiendo hasta mi barbilla. Pronto sería acompañada por un millón más.
-Tom... - y justo en el momento en el que se empezaron a desbordar, Tom me miró. Y me vio... Mi mano se movió automáticamente dispuesta a tocarle en un arrebato desenfrenado, pero cuando mis dedos rozaron su mejilla, él atrapó mi mano con la suya rápidamente. Una ola de calor ascendió a lo largo de mi brazo. Tom me agarró con mucha fuerza y si no hubiera estado tan emocionado, quizás hasta me hubiera dolido.
Me miró directamente a los ojos. Le brillaban como nunca, con luz propia, observándome temerosos.
-Tom... yo he... he venido...

-Cállate. - me ordenó, con un tono ronco, voz grave y atronadora. - No me llames. No me hables. Cállate. - me mordí el labio, frustrado. Tom suspiró hondo. - ¿Qué haces aquí?

-Yo... te echaba de menos... - Tom me aplastó la mano, pero yo no me quejé. Solo hipé.

-No deberías estar aquí.

-Ya, pero... no es culpa mía que...

-Vete. - bajó la cabeza, cerrando los ojos con fuerza.

-¿Qué...?

-Te tienes que ir.

-Pero...

-¡Qué te vayas! - la mandíbula le temblaba y los pómulos se le hincharon. Estaba furioso e intentaba reprimirse. ¿Por qué lo hacía si yo solo representaba una molestia para él? ¿Por qué no me metía una paliza? Su mano seguía firmemente agarrada a la mía, parecía amenazarme con romperme todos los huesos si no le obedecía.
Y no quería obedecerle.

-No... no quiero irme. - Tom volvió a abrir los ojos manteniendo el ceño fruncido, pero sin mirarme a la cara, con la cabeza agachada. - No quiero irme, Tom. Me voy a quedar. - tragué saliva. ¿sería capaz de hacerlo? ¿Podría? Estaba decidido. Me limpié las lágrimas con una mano intentando eliminarlas por completo de mi cara, sin éxito, pero no me importó. Me las aparté con rabia al igual que sacudí la mano que él mantenía firmemente agarrada y antes de que pudiera hacer nada para evitarlo, me tiré encima suya, saltando de la cama y rodeándole el cuello con los brazos. Tom se tambaleó. Acabó sentándose en el suelo empujado por mi peso y yo me agarré a él como si de ello dependiera mi vida. Lo aplasté con mis brazos, hundiendo la cabeza entre su hombro y su cuello. Y él me abrazó. Me correspondió rodeándome la cintura con los brazos con tanta fuerza que sentí todos y cada uno de sus músculos pegados a mi cuerpo, tensos, duros. Olía a Tom ¡Porque era Tom, mi Tom, no era un sueño!

-Te odio, Tom... me dejaste solo y te fuiste, te largaste como un cobarde... puto bastardo... te odio... ¡Y ahora que vuelves a verme te aprovechas de la situación como si no hubiera pasado nada, jodido perro rastrero! ¡Te odio, Tom, muérete! - le grité y me calló fácilmente al buscar mi boca con su lengua, lamiéndome la mejilla y besándome, dejando un rastro de saliva hasta mis labios. Los abrí para él y nuestros labios apenas se rozaron hasta que me penetró con su lengua y yo hice lo propio con la mía. Parecía que habían pasado años desde la última vez que devoramos tan suciamente la boca del otro, tanto tiempo que por las ganas, nuestros movimientos se hicieron torpes, demasiado ansiosos como para poder controlarlos. Tom me mordió los labios cuando cerró su boca sobre la mía y ladeó la cabeza para profundizar más. Intenté hacer lo mismo, pero me mordió otra vez con suavidad, adrede. Siempre tan dominante. Su mano ascendió hasta mi cabeza, apretándomela contra la suya y agarrando mi pelo, estrujándolo entre sus dedos a la vez que con la otra mano empezaba a subirme su camiseta, acariciándome la espalda, ansioso. Me puse de rodillas y me incliné hacia delante, sobre él, ganándole terreno con mi boca. Nuestras lenguas se separaron unos segundos en los que restregué mis labios húmedos, empapados de su propia saliva contra los suyos, contra su mejilla y su barbilla. Lo empujé hacia atrás mientras se la mordía y succionaba y los dos caímos al suelo, yo encima suya, moviéndonos frenéticamente contra el otro, restregando cada parte de nuestro cuerpo contra el contrario, haciéndonos notar.

-Tom... eres tú de verdad, el auténtico. No lo sueño ¿verdad? - murmuré sobre su boca, prácticamente pegado a sus labios, mientras lo besaba. Tom me respondió escurriendo su lengua atravesando mis dientes, frotándola con la mía en el juego sucio en el que siempre habíamos estado atrapados.

-No seas estúpido... Bill... claro que soy yo... ¿No me sientes? Soy tu Amo... - suspiró, lamiéndome los labios, mordiéndolos, posesivo y yo me dejé llevar una vez más, con el corazón a mil. Mi Amo... entonces... ¿Seguía siendo su Muñeco? Sí... ¡Sí!
Lo inmovilicé contra el suelo en pleno arrebato, empujándolo contra él y arañando sus hombros A cuatro patos encima suya, lo dominé. Nunca había dominado a Tom, pero en aquel momento pude con él. Lo aplasté contra el suelo y profundicé mi lengua en su boca. Fui yo quién lo penetró esta vez y él se dejó, peleándose con mi lengua. Prácticamente estábamos babeando sobre el otro, comiéndonos como no lo habíamos hecho nunca, con salvajismo. No hice el menor esfuerzo por intentar controlarme. Estaba frenético. Mi Amo volvía a estar interesado en mí y yo solo podía tener en mente complacerle y esperar mi premio como un Muñeco obediente.
Colé mis manos bajo su camiseta y toqué su pecho, lo arañé. Lo notaba más duro y potente que nunca. Y volvieron a cambiar las tornas. Tom me agarró el culo con una mano, me lo estrujó por encima del bóxer, clavándome bien las uñas y los dedos, dejándome una señal roja, seguro. La camiseta se me había subido un poco más allá de la cintura y su mano libre se trasladó hasta mi pecho, bajando, bajando... sus dedos se detuvieron sobre una de mis costillas y el beso tan apasionado que me estaba dejando sin aliento, se detuvo. Noté como Tom se tensaba y abrí los ojos enseguida, separándome un poco de él, sacando mi lengua de su boca, rozando sus labios con ella hasta que el contacto quedó en un simple roce.
Tom tenía el ceño fruncido, palpándome las costillas con una mano. Me di cuenta enseguida de lo que sucedía y me sentí avergonzado de mí cuerpo... otra vez.

-Oh... eso... - hice un esfuerzo por sonreír, pero apenas emanó una mueca de mí. - He adelgazado un poco. - murmuré, intentando recuperar el aliento.

-¿Un poco? - Tom suspiró, tan asfixiado como yo. Sus dedos bruscos ascendieron por mi pecho, subiéndome la camiseta hasta las axilas. Tocó lo que quedaba de mis pectorales sin apartar la mirada de mí. - Noto tus costillas.

-¿Te... da asco? - tragué saliva.

-Asco no.

-¿No? - se rio.

-Eres un esqueleto andante. - yo también me reí. Era exactamente lo mismo que pensaba yo de mí. - ¿Qué haces con una de mis camisetas?

-Y uno de tus bóxeres.

-No te quedan bien.

-No hay mucho donde elegir. Tu casa es una pocilga.

-Lo sé. - chocó su frente contra la mía y compartimos el mismo aliento durante un rato, ansiosos. Acabé dejándome caer sobre su cuerpo por completo, volviendo a rodear su cuello con mis brazos, besándole la barbilla, la mejilla, los párpados, los labios...

-Te he echado de menos.

-Lo suponía.

-Me he muerto por ti, Tom. En serio... - no debería estar diciendo eso, no debería. No se lo merecía y era igual a rebajarme, otro pisotón para mi orgullo... pero no me importaba. Estaba totalmente cegado, jugando con su boca y él con la mía, solo restregando nuestros labios húmedos, nada más profundo. Parecía no haber pasado nada entre nosotros, como si esos cuatro meses hubieran desaparecido y nunca hubieran tenido lugar, como si nunca nos hubiéramos separado. Hundí mi cabeza en su cuello, besándolo sin parar, sin cansarme. Sabía igual que siempre.
Scotty nos observaba desde una esquina, tumbado sobre el suelo sin demostrar mucho interés. Era raro. Se encelaba constantemente cuando alguien me tocaba, pero con Tom no lo hacía, como si lo respetara. Como si lo temiera. Como si supiera que solo Tom tenía derecho a tocarme así y quisiera protegerme de cualquier otra persona que no fuera él.
Los brazos de Tom descendieron por mi cuerpo otra vez, aferrados a mi espalda, bajando hasta mi trasero, atravesando la barrera del bóxer. Se me puso el vello de punta y gemí bajito en su oído cuando me metió un dedo en su tan querido agujero, donde más le había gustado meterse en Hamburgo, su lugar favorito. Le mordí la oreja y seguí suspirando sobre ella con la única intención de recordarle nuestros viejos juegos mientras él insistía y profundizaba, exploraba con los dedos tan profundo como le venía en gana. Mi sitio prohibido era todo suyo y él lo sabía. Y le encantaba.

-¿Esto también lo echabas de menos? - preguntó, profundizando más metiendo tres dedos de golpe, tan brusco como siempre.

-Sí... mucho...

-No has cambiado nada... eres un pervertido, Bill... - fruncí el ceño levemente y me apreté más a él, aferrándome con fuerza a su camiseta. Un pervertido, tal y como me habían llamado en la universidad...

-No, no soy un pervertido. - miré a Tom a los ojos, alzando la cabeza, respirando como él, totalmente descontrolados. - No soy un pervertido, Tom, ¿Verdad? - él me observó en silencio, respirando con ansiedad durante unos segundos. Sonrió malicioso y me besó en la boca con suavidad.

-No, no lo eres... - suspiré, aliviado, sintiendo sus labios mojados posarse sobre mi sien, apartándome el pelo de la cara, acariciándome. - Sigues siendo precioso... sigues siendo mi... - el corazón se me aceleró aún más. Si lo decía me pondría a llorar como un niño, si decía que seguía siendo su Muñeco, su precioso Muñeco...
Pero no lo hizo...
De repente, Scotty se alzó sobre el suelo, alerta, con los ojos muy abiertos. Un gruñido de advertencia emanó de sus entrañas justo en el momento en el que los brazos de Tom se paralizaron y se tensaron por completo. Noté algo extraño en el ambiente, algo punzante chocar contra mi cabeza, algo... hiriente, un sentimiento repleto de ira e instinto asesino que... no era mío. Volví a mirarle a los ojos, sobresaltado. Él ya no me miraba a mí, observaba la cama de una manera intimidante, rabiosa. Apretó los dientes.

-¿Tom? - pregunté. Ese sentimiento se intensificó. Me chocó tanto que me hizo tragar saliva intimidado. Algo no iba bien. Algo le estaba molestando a Tom, mucho, le estaba encolerizando. Giré la cabeza y busqué con la mirada, pero no vi nada. De repente, sacó los dedos con brusquedad, sin ningún cuidado, arañándome un poco y dejó de tocarme. Sin ni siquiera mirarme, me empujó obligándome a apartarme de él. Observé desde el suelo como se levantaba de un salto, revolviéndose las rastas con una mano, dándome la espalda. - ¿Tom? Pasa... ¿Pasa algo? - se inclinó hacia delante, cogiendo aire con fuerza, apretando los puños. - ¿Tom?

-Lárgate. Vete, ahora. No puedes estar aquí.

-¿Qué? - ¿A qué venía eso ahora?

-Bill, lárgate. - repitió, con tono demandante.

-Pero... ¿Por qué...?

-¡He dicho que te largues y punto! ¡Ahora! - gritó de repente, haciendo que Scotty se levantara de un salto del suelo y corriera a mi lado, gruñéndole. Tom le lanzó una mirada asesina y Scotty empezó a ladrarle como un loco, rabioso. Me levanté del suelo temiendo lo peor.

-¿A qué viene esto de repente?

-No quiero hablar contigo. Quiero que te vayas, ya. No quiero tener que ver tu fea cara ¡Me da asco! - tragué saliva, dolido.

-Hace un momento...

-¡Sabes que en cuanto veo una oportunidad para meterla en caliente voy a por ella, eso no significa que te quiera ni ninguna de esas gilipolleces! ¡Me importas una mierda, me molestas, así que lárgate o te juro que te echo a patadas! ¡Largo! - me acosaron las lágrimas otra vez, recordando esa escena tan lejana en la que Tom me había echado de su vida.
Un juego. Un simple juego que había perdido. Eso había sido toda nuestra relación y aún después de cuatro interminables y agónicos meses separados... seguía jugando conmigo. Mi cuerpo se convulsionó repleto de rabia y tristeza imposible de controlar. Las lágrimas de impotencia descendieron por mi cara hasta dar con el suelo. Apreté los puños... ¡Estúpido, estúpido, estúpido! ¡Te has dejado llevar otra vez, pobre ingenuo! Era tan absurdo... ¿Cómo podía tropezar una y otra vez con la misma piedra? No aprendes, Bill. ¡Nunca aprendes!
Estuve a punto de caerme al suelo. Me había matado, definitivamente me había matado y ascendí las manos hasta mi cara, intentando librarme inútilmente de las lágrimas que me delataban como un idiota sin remedio. Me las aparté, rabioso, mojándome una y otra vez los brazos y divisé la fina línea rosada de mi muñeca. No me ha matado, ya lo había hecho hacía mucho tiempo, no... quien se había rendido había sido yo, él solo había sido el motivo, yo había sido el cobarde que intentó huir... y que no tenía intención de huir otra vez.
Me había escapado de casa no con la intención de huir de las consecuencias de mis errores, si no con la intención de empezar de nuevo, crecer y vivir la vida que me construiría por mi mismo y poner remedio a esa fama de pervertido incestuoso cuando volviera a casa, hecho el hombre que quería ser. No podía permitirme tropezar con la misma piedra y cometer los mismos errores, no podía... o acabarían conmigo definitivamente.
Stuttgart era mi única oportunidad y por muy difícil que Tom me lo pusiera, la aprovecharía, aunque me costara la vida. Solo tenía que convertir a Tom en una piedra y mirarlo de esa manera, una piedra molesta contra la que no debo tropezar pase lo que pase, al igual que para él yo me había convertido en un Muñeco inútil y roto, yo lo convertiría a él en la piedra del pecado que no debía tocar bajo ninguna circunstancia.
Me mordí el labio inferior y me tragué las lágrimas. Ahora solo podía ir hacia delante, no había marcha atrás.

-No. - Tom se dio la vuelta y me observó en silencio, con el ceño fruncido, los pómulos hinchados. Saltaría en cualquier momento, pero, aunque sabía lo que era capaz de hacer, no le tenía miedo.

-¿No?

-No voy a irme. Me voy a quedar aquí, a vivir, contigo o sin ti. No voy a irme. - sus ojos brillaron con sorpresa. Empezó a reírse sin gracia alguna.

-¿Y quién te ha dicho que puedes quedarte aquí a vivir, Bill? Si crees que yo voy a dejarte vivir aquí es que te has vuelto más estúpido todavía.

-Papá. - solté y vi claramente como todos y cada uno de los músculos de su cuerpo se tensaban como las cuerdas de una guitarra recién afinada. - Él me lo ha dicho. Puedo quedarme.

-El... ¿viejo? - murmuró y yo asentí, seguro de mí mismo. El lomo de Scotty se erizó, preparándose para saltar sobre Tom en cualquier momento y no era para menos. Incluso yo empecé a dudar y a retroceder inconscientemente al verle así, poniéndose rojo de rabia, temblando intentando contenerse, apretando tan fuerte los dientes que sería capaz de partir una nuez con ellos. Tragué saliva. - No... no puedes estar hablando en serio... él sabe que esta casa es mía... él sabe que odio que venga, que no tiene derecho a decidir quién entra y quién sale, él sabe que... - se mordió el puño. Nunca, nunca le había visto así, temblando de puro odio, tan colérico que ese sentimiento me azotó el pecho con fuerza, obligándome a retroceder. Incluso sentí miedo. Era monstruoso... y entonces Scotty se le lanzó encima con las fauces abiertas.

-¡No! - el corazón me dio un vuelco al ver la dentellada que Tom recibía en la pierna y como encogía la cara de dolor. - ¡No, Scotty, no, estúpido, suéltalo! - prácticamente me tiré en plancha para agarrarlo con fuerza del cuello, le grité y le pegué en el hocico con fuerza, pero solo conseguí que apretara los dientes aún más. Un borbotón de sangre manchó el suelo y me puse pálido. ¡El puto chucho le iba a arrancar la pierna! - ¡Estúpido chucho, para ya! - se me mancharon las manos de sangre, de la sangre de Tom... me puse histérico en un momento, sin saber qué hacer. - ¡Tom! - le grité y de una fuerte sacudida con la pierna herida, lanzó a Scotty contra la pared. Fue tan rápido que ni siquiera me dio tiempo de apartarme. Caí a un lado y vi como mi perro chocaba con brusquedad contra esa superficie lisa y se revolvía, aturdido y más que molesto y antes de que pudiera replicar o correr hasta él por si se había hecho daño, sentí como las manos de Tom se cerraban alrededor de mis brazos y me alzaban hacia arriba por la fuerza, arrastrándome fuera de la habitación. Tom cojeaba y sangraba, ensuciando todo el suelo y cerró la puerta de golpe, encerrando al pobre Scotty dentro. No me preocupé por él. La herida de Tom me estaba dando grima hasta incluso marearme.

-¡La pierna, Tom, la pierna!

-Cállate - gruñó. - Duele. - apretó los dientes. No debería estar tan preocupado, no debería importarme, ¡No debería ser tan expresivo! Estaba claro que Tom se aprovechaba de mi debilidad por él para hacerme daño y sabiéndolo, no tardaría en empezar a utilizarme a su antojo, otra vez.
¡Una piedra, Bill, como si fuera una piedra! Como si se ha roto una pierna. Eso a ti no te importa una... de repente, Tom se giró y me agarró con fuerza de los hombros. De un empujón me aplastó contra la pared, apretando en aquel lugar entre el cuello y el hombro que tanto sabía que me dolía. Aquello que solía hacerme a menudo en Hamburgo para hacerme rabiar ¡Ahora lo utilizaba como arma contra mí!
-No vas a quedarte, Bill. ¡No vas a hacerlo! - me gritó. Sus ojos eran tan diferentes a cómo eran antes... tan fríos...

-¿Crees que a mí me hace ilusión quedarme aquí, en esta ciudad de mierda?

-¿Entonces por qué cojones quieres quedarte? - me callé. No abrí la boca y apreté con fuerza mi muñeca izquierda. Si Tom se enteraba... ¿Qué haría? El antiguo Tom iría a la universidad y aplastaría uno a uno a todos aquellos que me habían insultado. Mataría a Natalie, la demacraría y puede que a Sparky también, aunque me hubiera defendido. El nuevo Tom o, más bien, el antiguo Tom de Stuttgart, se limitaría a reírse de mí por descuidado para dejarme a mí con toda la responsabilidad después. Sabía que Tom nunca habría huido así de Hamburgo por haberse descubierto nuestro secreto. Él se enfrentaría a quién tuviera que enfrentarse sin vacilar, yo no... yo era débil.

-No puedo volver a casa, solo eso.

-Pues no vas a quedarte aquí. - sentenció. Sentí pánico cuando me apartó de la pared dándome un empujón hacia la puerta de casa y me cerró el paso en mitad del pasillo, amenazándome con la mirada. Miré hacia atrás. Ahí estaba la puerta que me llevaría al mundo exterior, a las calles de Stuttgart, tan sucias, tan delictivas, tan... peligrosas. Miré hacia delante. Tom, el hombre del que estaba enamorado, pero más frío y monstruoso que nunca. Lo cierto es que me daba igual lo que hubiera detrás de esa puerta. Podría estar un palacio de oro y yo, aun así, elegiría a Tom, aunque fuera el ser frío y despiadado que tenía delante.
Pero eso debía quitármelo de la cabeza, aunque fuera a cabezazos.

-Tom, no puedo volver. De verdad que no, si pudiera lo haría, pero... no puedo...

-Ese no es mi problema. Lárgate ahora. - me cortó con frialdad. Miré de reojo la puerta una vez más y escenas que había vivido la noche anterior me recorrieron la mente. No podía salir, no podía... yo solo ahí fuera... no...

-¡No tengo a dónde ir!

-¡Te he dicho que ese no es mi problema! ¡Me da igual a dónde vayas mientras no tenga que verte la cara! - eso me dolió, mucho, pero me lo tragué todo e insistí. No era el momento de ponerse sentimental.

-Haré lo que me pidáis. La casa es una pocilga, puedo hacer algo con eso, y con la comida, y con la ropa sucia, con el olor... ¡Con lo que queráis! ¡No molestaré, lo juro!

-¿Intentas venderte como chacha? - Tom se burló, riéndose con crueldad. Creo que me ruboricé. Era humillante, sí, pero no tenía muchas más opciones.

-Tom, por favor... haré todo lo que me pidas, cualquier cosa... - prácticamente le supliqué, desesperado y Tom me observó en silencio. Su expresión cambió por completo y en cuanto aquella sonrisa maliciosa que conocía bien se dibujó en su cara, supe lo que se le estaba pasando por la cabeza.

-Cualquier cosa, eh...

-Menos... menos eso...

-¿Eso, qué? - las mejillas me ardían y el corazón trepaba por mi garganta a mil por hora. No me puedes hacer esto ahora, maldito cabrón.

-No voy a hacer eso, Tom... cualquier cosa menos eso...

-Pero ¿Qué es eso? - volvió a preguntar, con retintín, solo para ver mi reacción y cuando dio un paso al frente, con la clara intención de intimidarme acorralándome contra la puerta, debió de conseguir la reacción esperada. Me revolví con nerviosismo y me lancé hacia el pasillo de nuevo, intentando pasar por su lado. - ¡Eh, eh! ¿Dónde vas? - me cogió al vuelo, rodeándome la cintura con un brazo y echándome para atrás de nuevo contra la puerta de un empujón. - ¿Quién te ha dado permiso para entrar en mi casa?

-... Tú.

-¿Yo?

-¿No llamaste tú a papá anoche y le dijiste que podía quedarme? - le reté. No podía ocultar mi histerismo al igual que él tampoco era capaz de evitar el fruncimiento del ceño cada vez que mencionaba a nuestro padre.

-Podías quedarte hoy... ¡No toda la vida!

-¡Solo unas semanas! ¡Un mes!

-¡Ja!

-¡Buscaré trabajo! ¡Os pagaré! - Tom puso los ojos en blanco, riéndose sin miramientos.

-¿Crees que lo tendrás tan fácil? Alguien como tú... - quería negarme a cualquier roce suyo, a cualquier contacto que pudiéramos tener, pero no encontré la voluntad suficiente para rechazar su mano en mi pelo, acariciándolo con suavidad. Hubiera dicho que me acariciaba con ternura de no estar mirando directamente a sus ojos, llenos de sarcasmo y burla. Tiró de un mechón muy lentamente, enrollándolo entre sus dedos. - Sería como abandonar un jugoso trozo de carne en mitad del bosque helado lleno de lobos hambrientos buscando comida como perros callejeros ¿Y sabes qué es lo peor? - su mano me soltó el pelo y sus dedos se clavaron con firmeza sobre mis hombros. No me dejaba desviar la mirada. Parecía que me iba a tragar con la suya. - Lo peor es que yo soy el Alfa, el líder de la camada y ya te he dado el primer mordisco. Es solo cuestión de tiempo que los demás miembros de mi pequeña familia lobuna se te echan encima si te quedas aquí. - ¡Bum bum, bum bum, bum bum...! - Claro, que si te quieres quedar es bajo tu propia responsabilidad... - su tono, tan grave y malhumorado hasta el momento se convirtió en un murmullo bajo. Ahora no solo me tragaba con la mirada haciéndome empequeñecer, si no que me tragaba con la boca, o al menos estaba a punto de hacerlo. Sonreía. Esa sonrisa tan maligna con la que en Hamburgo me había capturado... era exactamente la misma, aunque más fría. Pero la misma. No sabía con qué cara le estaría mirando, pero Tom cada vez ensanchaba más la sonrisa, dejándome ver una hilera de dientes perfectos tras sus labios. Me apretó contra su pecho un poco más, tirando de mis hombros y se inclinó... me iba a besar otra vez y yo, cerré los ojos, dispuesto a todo, como siempre... tan idiota como siempre...
De repente, noté como me ensanchaba la camiseta de un tirón brusco, dejándome los hombros al descubierto y como me subía la camiseta hasta dar con mi culo, apretándolo. Me quería desnudar, lo notaba. No...
Me quería follar. Y yo quería ser follado ¿Para qué iba a negarlo? Incluso la cabeza se me llenó de imágenes de su polla, no de otra cosa, solo de su polla. Y su cuerpo, y sus músculos, y sus manos, su cara, su sonrisa repleta de maldad, lo ojos que me comían sin disimulo alguno, sus largas rastas, su dureza, su... ¿Su dureza? Duro... se la estaba sobando por encima de los pantalones con tanto descaro y concentración que capté al momento como se le ponía tiesa contra mi mano. Su polla también era como siempre, o más... ¡No!
Duro, duro, duro... como una piedra. Una piedra sobre la que no hay que volver a tropezar, una piedra que hay que esquivar como sea, una piedra. Y yo no solo estaba a punto de caer por culpa suya otra vez, si no que encima... ¡La estaba agarrando y sobando como si nada!

-Dura... - murmuré sin darme cuenta, con tantos pensamientos metidos en la cabeza... Tom se rió con suavidad, cerrando sus labios sobre los míos al fin y, antes de que pudiera planteármelo siquiera, mi mano soltó su polla y ¡Plash! Quedó plasmada en su cara. - ¡Ahora soy yo el que no quiere, capullo! - le grité, cerrando los ojos con fuerza. Él se apartó de golpe, sorprendido. Me miró como si no me reconociera, como si fuera yo el que había cambiado y no al revés. - Ya no soy tu Muñeco, ¿recuerdas? - le provoqué. Él se llevó una mano a la mejilla azotada y sus ojos se entrecerraron.
En menos de cinco segundos, su sonrisa maliciosa volvió a formar parte de su cara y en menos de dos segundos más, me empotró contra la puerta agarrándome por el cuello con tanta fuerza, que se me cortó la respiración. Abrí los ojos como platos, clavados en su expresión llena de maldad y agarré el brazo con el que me estrangulaba con una sola mano. No solo me estaba ahogando, si no que me hacía daño. Mi cuello sufría y yo no tenía aire. No podía ser... me quería... ¿Matar? No, Tom nunca llegaría tan lejos. No...
-Su-suéltame... - Tom apretó con más fuerza aún, divertido. Apreté los dientes.

-Te estoy haciendo un favor, mi Bill. Ahógate. Así no tendrás que quedarte aquí, no tendrás que vivir en este infierno. Te estoy haciendo un enorme favor.

-Me estás... me estás ahogando...

-Esa es mi intención.

-Para...

-No.

-Para ya... - jadeé. La sonrisa de su cara se acentuó. Me acechaba como un perro a su comida y sin soltarme ni aflojar el agarre, acercó su cara a la mía. Apoyó su frente sobre la mía y rozando sus labios contra mi boca, habló.

-Suplícame, perra... por los viejos tiempos, los del Precioso Muñeco que fue abandonado por el psicópata de si Amo. Hazlo. - se me llenaron los ojos de lágrimas.

-No... - más fuerte. Empecé a atragantarme con mi propia saliva y mi cuerpo se convulsionó. No me llegaba nada, ni una gota de oxígeno. Me estaba mareando.

-Vamos, perrita bonita.

-Coff... coff... - tosí.

-¿No? Vas a tener suerte. Iras al cielo sin tener que pasar antes por el purgatorio. Te estoy haciendo un enorme favor, Bill. - se me estaba nublando la vista. Los pulmones me quemaban y el corazón bombeaba con tanta fuerza, que chocaba contra mis costillas. Me dolía... y Tom no aflojaba. - La Muerte es más hermosa que la Vida, te lo aseguro. - le miré a la cara medio desmayado, o al menos lo intenté. Veía manchas blancas tapándome la visión, pero conseguí centrarme en sus ojos. Vacíos. Si todas las personas tenían alma y los ojos eran la ventana del alma... Tom no tenía alma, ni corazón, ni sentimientos, ni moral, ni razón.
Un cuerpo vacío como el de un títere.
Fue un pensamiento extraño, pero por un momento pensé que Tom era más Muñeco que yo.

-¡Tom, para! - entre las manchas y esos ojos tan vacíos emergió una voz y al momento, una persona. Mi padre apareció detrás de Tom, gritándole, pálido. No sé lo que le hizo, pero mi hermano se tambaleó. - ¡Suéltale!

-¡Cállate! ¡Le has dicho que puede quedarse! ¿¡Quién te ha dado permiso para hacerlo, eh!?

-¡No necesito permiso de nadie! ¡Esta es mi casa y tú eres mi hijo y vas a soltarle porque yo te lo digo! - y entonces me soltó. Me estrellé contra la pared como si me hubieran lanzado desde una catapulta. Me golpeé el hombro y la cabeza y caí al suelo, tosiendo como un loco, cogiendo aire, desesperado. El cuello me escocía y me dolía horrores si me lo tocaba, así que esperé, solo cogiendo aire, intentando recuperarme del estrangulamiento, tan mareado que me costaba alzar la cabeza pero cuando lo hice... hubiera preferido no hacerlo.

-¡Papá! - grité y empecé a toser otra vez. Mi padre había caído de culo sobre el suelo, con la mano empapada de sangre tapándole la nariz. Observé la escena boquiabierta. Observé al Tom desconocido que tenía delante, que había intentado matarme, que había atacado a su propio padre y observé como alzaba el brazo de nuevo, agarrando a papá del cuello de la camiseta, alzándolo para golpearle otra vez. Las lágrimas se desbordaron. - ¡No! - me tiré sobre él, agarrándole de la pierna herida con fuerza y soltó a mi padre de golpe encogiendo la cara de dolor. Me miró. Pensé que me mataría solo con mirarme. - ¡Por favor, te lo ruego, te lo suplico como una perra, me da igual si tengo que suplicártelo a ladridos, pero para ya!

-Tú no te metas en esto... ¡Maricón! - le apreté la pierna con más fuerza, llorando a lágrima viva. Estaba llorando con tanta fuerza como la noche anterior, como un niño pequeño gritando porque había manchado el pañal.

-¡Dijiste que no lo harías, lo prometiste! ¡Prometiste que no te convertirías en un psicópata, Tom! ¡Me lo prometiste, a mí! - Tom enmudeció. Conociendo al antiguo Tom hubiera jurado que había tocado una fibra sensible en él, pero con este nuevo Tom... no me veía capaz de poner la mano en el fuego, porque me quemaría, seguro.
Y eso hice, quemarme.

-Lo prometí... pero había una condición, ¿verdad, Bill? ¿No te acuerdas de eso? Te acuerdas solo de lo que te conviene, ¿Verdad? Yo no me convertiría en un psicópata si tú estaba conmigo... Pero no lo has estado ¿Verdad que no, Bill? ¿Dónde has estado entonces, ¿eh? ¿Dónde? ¡Follando con la persona de la que yo te protegía, ahí has estado y de ahí no debiste haber salido nunca! ¡Quita! - sacudió la pierna propinándome una patada suave en el estómago que me hizo soltarle de golpe. Me violó, me humilló, me asesinó, me descuartizó con la mirada y me dio la espalda, dirigiéndose hacia la puerta cojeando. Miré a mi padre, sangrando a borbotones de la nariz y no pude contenerme.

-Eres un monstruo, Tom. - le dije y él se detuvo en seco en el umbral de la puerta abierta. Juraría haber visto como se estremecía de agonía antes de dirigirme la peor mirada de odio jamás vista, pero claro... el estremecimiento era un acto demasiado humano para él.

-Quédate, Bill... y convertiré tu vida en el peor de los infiernos. Lo prometo. - y se fue, ¡Se fue, sin más, cerrando la puerta de un portazo!

-Eres un... ¡Hijo de puta!

-Bill... - las lágrimas me habían colapsado por completo. No veía mucho más allá de la humedad de mis ojos y cuando mi padre me llamó con voz aguda por el golpe, apenas pude verle. - Déjalo. No merece la pena, ya debes saber cómo es Tom.

-Sí... ¡Y es un cabronazo, un asesino! ¡Lo odio!

-Lo siento, Bill. Siento el mal rato que te ha hecho pasar. - me sorbí la nariz, restregándome los ojos con los brazos.

-No ha sido culpa tuya, papá.

-Sí que lo ha sido. Todo esto es culpa mía hijo, no sabes hasta qué punto. - lo miré, boquiabierto, mientras se levantaba e iba al baño a lavarse la cara con suma tranquilidad, como si recibiera golpes en la cara todos los días ¿Qué quería decir con que la culpa era suya? - Será mejor que llames a Simone, Bill. No puedo dejarte a solas con Tom después de esto.

-¡No! - grité. Mi padre se giró y me miró, con los ojos muy abiertos. - No puedo volver.

-Pero ya has oído a Tom. No quiere que estés...

-¡Ya lo he oído! - haré de tu vida un infierno. ¡Ja! Era imposible que pudiera empeorarla más. - No me hará nada.

-Pero... ha intentado matarte. - me llevé las manos al cuello entumecido, acariciándome la nuca con la mano. Se me llenaría de cardenales en cuestión de minutos.
Aun así, yo hice como si no hubiera pasado nada. Forcé una sonrisa.

-¿Matarme? ¡Solo era una broma! - mi padre me observó en silencio, taponándose los orificios de la nariz con algo de papel, cortando la hemorragia.

-No puedes quedarte aquí, Bill. No tienes ni idea de lo peligrosa que es esta ciudad.

-Sé cómo es. Estuve toda una noche recorriéndola de arriba a abajo y creo que vi suficiente como para hacerme una idea de...

-¡No es suficiente con eso, Bill! ¿Has visto el carácter de Tom? ¿Has visto cómo es? Él se ha vuelto así después de quince años encerrado en este horrible lugar. Tú no podrías vivir aquí, acabarías muerto... o acabarías convirtiéndote en alguien como Tom.
Y... golpe bajo. Estás K.O. Bill. ¡You lose!

-Tom y yo nos conocemos. Sabemos cómo es el otro y sabemos cómo tenemos que actuar para no hacernos daño. Yo... puedo controlar a Tom. - mi padre pareció pensárselo detenidamente durante un buen rato. No dijo que sí ni que no, pero lo que preguntó fue incluso más doloroso que un no.

-¿Intentaste suicidarte, Bill? ¿Te cortaste las venas? ¿Puedo saber por qué? - me quedé tieso, sin saber qué contestar. Bajé la vista hacia mis muñecas rajadas, ya cicatrizas, pero no curadas, al menos no por dentro. ¿Por qué? Era algo tan simple que hasta era difícil de explicar. Me levanté del suelo al fin, quedando frente a mi padre. No me atreví a mirarle a los ojos, me daba vergüenza. Había intentado matarme ¿Qué pensaría de mí por ello?

-Yo... simplemente... - me mordí el labio inferior, apretando los puños ¿Por qué había intentado matarme? La imagen clara de Tom apareció en mi mente, pero no podía decir que había sido por él, claro. Al menos no porque le amaba. - Las cosas se pusieron muy difíciles en Hamburgo... y solo Tom podía ayudarme. Además... - suspiré. - Le echaba mucho de menos. - era verdad, resumida, muy resumida, pero verdad, al fin y al cabo. Mi padre sospechaba. Algo no le encajaba, lo veía en su cara.

-¿Echabas de menos a Tom?

-Sí... - era eso. Esa afirmación lo dejó boquiabierto, incrédulo, ¿Es que ponía en duda que hubiera una sola persona en el mundo capaz de apreciar a Tom? ¿Tan despreciable lo creía?

-Tom antes no era así... antes de venir aquí. De repente, un día cambió. Apenas era un niño de cinco años y su mirada ya se había vuelto como la de un anciano que ha sobrevivido a la guerra y cree haberlo vivido todo. Fue mi culpa, todo fue mi culpa. Mientras yo trabajaba día y noche conduciendo de aquí para allá para poder darle el dinero suficiente para comer, él estaba aquí, solo. Y encima cuando volvía, yo estaba borracho. Helem fue la única que pudo enternecerle un poco, pero... - vaya... lo cierto es que me había imagino algo peor, algo como maltrato psicológico o incluso agresiones sexuales. Hacía dos días no conocía a mi padre y tal y como Tom lo ponía en Hamburgo, me había imaginado que le había hecho algo muy gordo, demasiado gordo para explicar su actitud. Por lo visto, precisamente eso era lo malo. Que no le había hecho absolutamente nada y con decir nada me refiero a nada de comer, nada de educación, nada de apoyo, nada de cariño, nada de nada...
Intenté refutar las palabras de mi padre, intenté buscar algo que decirle, algo que le hiciera sentir mejor, pero no me salió nada. ¿Por qué? Quizás porque yo también le culpaba en silencio, aunque apenas le conociera.
No era un buen padre. No, ni siquiera se podría llamar padre, al menos no para Tom. A mí quizás todavía me quedara una oportunidad.

-En Hamburgo, Tom tampoco era así. - recordé algunas escenas pasadas. Recordé la noche que Tom me presentó a Scotty y me habló del trabajo que le había costado traerlo hasta mí, vivo. Cómo se puso cuando le regalé la guitarra, cómo sonrió cuando le dije que le quería después de hacerlo sobre la mesa de la cocina. - No. Antes Tom no era así.

Muñeco Encadenado Tercera Temporada - By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora