Capítulo 11

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By Bill.

El puñetero sonido de esa música de telediario me despertó. Mi brazo izquierdo se estiraba fuera de la cama y mi hombro colgaba de ella con cansancio. Tenía calor, pero el calor que me recorría el cuerpo no era del todo desagradable. Alguien respiraba profundamente sobre mi nuca, con un aliento caliente y fuerte. De vez en cuando escuchaba un débil ronquido y una pequeña tos seca, pero enseguida mitigaba al igual que el sonido antiguo acababa y volvía a empezar.

Me encogí sobre la cama, aún sin abrir los ojos, cubriéndome más todavía con las sábanas, enrollándome en ellas y agarrando las manos que me apretaban la cintura para hacer que me rodearan el pecho. No quería abrir los ojos porque con toda la luz que entraba por la persiana, tendría que levantarme por huevos, así que estiré el brazo a ciegas hasta el escritorio desordenado, cogí el móvil y denegué la llamada sin mirar si quiera quién era. Me di la vuelta, apartando de mí los brazos que me abrazaban y volví a echármelos por encima como si fueran simples sábanas. El aliento caliente me azotó los labios y abrí los ojos de golpe, sorprendido.

Tom estaba delante de mí, dormido.

Mierda... ¡Mierda! ¿Qué había hecho otra vez? ¿¡Es que no podía tener la maldita polla quieta por una vez!?

Eso fue lo primero que se me pasó por la cabeza y lo segundo que hice fue levantarme, con la espalda erguida y casi tirándome de los pelos llamándome gilipollas a mí mismo. ¿Otra vez había acabado así, con las piernas abiertas y el culo igual? Estaba empezando a considerarlo un mal vicio cuando caí en la cuenta de que por muy paradójico que sonora, no me sentía abierto ni pringoso. De hecho, llevaba los bóxeres puestos. Miré a Tom temeroso y en un movimiento veloz, tiré de la manta que le cubría hasta el pecho. Él también llevaba bóxer.

¡Ah, coño, si estaba enfermo y yo me había quedado a cuidarlo! Recordé todo lo que sucedió la noche anterior y suspiré, aliviado. ¡Menos mal, todavía tenía el culo cerrado! Hice amago de levantarme, ahora ya más contento que unas pascuas, pero en cuanto apoyé un pie en el suelo, sentí los brazos de Tom cayendo sobre la cama a peso muerto, desprendiéndose de mi cuerpo. Recordé entonces lo último que había vivido antes de quedarme frito. La tregua, la pastilla, la pierna, la fiebre, los susurros, el abrazo protector... se me encogió el pecho de, ¿de qué? ¿de ternura? Sí, podría llamarlo así.

Tom... había sido bueno por primera vez desde que puse un pie en Stuttgart. Bueno... dentro de lo que cabía, claro. Como siempre, tenía que provocarme y hacerme rabiar, pero no me podía esperar otra cosa ¿no? Tom era así y así me gustaba... demasiado.

Encogí las piernas sobre la cama y las rodeé con mis brazos desnudos, todavía con la sábana echada por encima. Le observé dormir tranquilamente, con las rastas sueltas cayendo sobre su pecho. Se había colocado boca arriba, con los brazos extendidos y respiraba con profundidad. A veces roncaba un poco, pero nada que resultara molesto. Parecía un niño indefenso cansado de un agotador día de juegos y carreras con sus amigos. Llevé mi mano hasta su frente, midiéndole la temperatura. Estaba un poco frío, para nada caliente. Ya no tenía fiebre y seguramente no le volvería en un tiempo.

Me quedé embelesado viéndolo dormir con tanta tranquilidad. No lo había visto así desde su huida de Hamburgo... igual que tampoco había sido tan bueno conmigo desde entonces. Por un momento pensé que el Tom que había desaparecido estaba volviendo, pero sacudí la cabeza y me obligué a expulsar a patadas semejante gilipollez. Probablemente estaba empezando un nuevo juego para joderme y hacerme daño otra vez. Negué con la cabeza. No me dejaría dominar por él, no para que me dejara solo frente a la adversidad de nuevo, pero es que... es que lo veía, lo miraba a la cara y me entraban ganas de no irme nunca de su lado, de quedarme en la cama con él para siempre. Era tan adorable cuando dormía... todo pura apariencia.

Me levanté de la cama y buscando mi ropa a tientas, empecé a vestirme. Me puse los únicos pantalones que tenía y otra de las camisetas de Tom, las cuales no me gustaban porque no me pegaban para nada. Parecía tonto con una camiseta en la que ponía "Muérete pringado" de color azul oscuro que me llegaba por las rodillas y con las mangas remangadas hasta las muñecas para que no me tapara las manos. A Tom sí le quedaban bien porque su musculatura la llenaba lo suficiente por arriba, pero yo... yo parecía que llevaba puesto un vestido.
Y las botas... las botas que Derek me había regalado sí que no pegaban para nada con la camiseta.

Fui hasta los dos móviles que reposaban en la mesa entonces, los dos míos, uno regalado por Derek y el otro apagado y sin batería desde que había llegado para no tener que oír su sonido cada dos por tres. Mi familia por supuesto lo había prácticamente fundido a llamadas después de largarme de allí. Cogí el móvil de Derek y lo abrí para ver la hora, pero en su lugar lo que más llamó mi atención fue la llamada perdida. Era la primera vez que sonaba el dichoso teléfono y yo ni me había fijado en quién era cuando, sobresaltándome, empezó a sonar otra vez entre mis manos. Me fijé en la pantalla parpadeante con la boca medio abierta.

...Derek...

Se me aceleró el corazón y tragué saliva.

-Huuum... - Tom se quejó por el sonido, dándose la vuelta en la cama con mala cara, pero sin despertarse. Contestara o no, tenía que salir de allí, así que corrí hasta la puerta y dedicándole una última mirada a Tom, salí fuera y cerré. Observé el móvil en silencio, pensativo y con el pulso tembloroso. Era Derek, ¡Derek! ¿Qué debía hacer? ¿debía contestar? ¡Estaría muy preocupado por mí, igual que mi madre y mis amigos! Pero yo no sabía si estaba preparado para contestar, para saber cómo estaban todos, para oír lo que opinaban de mi huida y saber lo que incluso después de mi fuga, seguirían haciendo los acosadores de la uni. Quizás mi madre ya se había enterado de que mi hermano y yo nos acostábamos juntos e íbamos por ahí como una pareja normal hasta que él se fue, dejándome solo. Quizás llamaba para echármelo en cara y decirme que no quería volver a verme nunca más... quizás...

No podía... ¡No podía!

Denegué la llamada otra vez y apagué el teléfono.

Demasiado para mi pobre mente enferma y rota que necesitaba ser curada por algo que no fueran recriminaciones ni gritos.

-¡No, estate quieto, chucho! - la puerta del baño temblequeó por el bocinazo y oí unos sollozos tristones al otro lado del baño. ¿Quién estaba en el baño? ¿papá? Anduve hasta la puerta, preocupado por esos ruiditos lastimeros. El grifo estaba abierto y llamé con los nudillos.

-¿Papá? - unos ladridos entusiastas estallaron a lo loco.

-¡Calla perro!

-¿¡Scotty!? - pero ¿qué le estaban haciendo a mi perro? Abrí sin miramientos y la escena que me encontré me dejó a cuadros. Scotty estaba medio metido en la bañera, con el pelo blanco cubierto de espuma hasta el hocico, con las patas delanteras apoyadas en el filo y sacudiendo la cola alegremente nada más verme. Ricky estaba delante suya, con una esponja en la mano y un cepillo en la otra. - Pero ¿qué haces?

-¡Pues bañar al puto chucho! ¿Qué voy a hacer?

-¡Scotty odia el agua, sácalo de ahí!

-¡No, está lleno de mierda!

-¡Lo lavé antes de venir a Stuttgart, está limpio! Vamos, Scotty. - y pegó un salto de la bañera, cayendo fuera al instante, sacudiéndose como un loco. Con la espuma y el agua prácticamente me bañó, igual que a Ricky, que dio un grito de rabia, cubriéndose con los brazos.

-¡Qué está fría!

-Pero ¿para qué lo metes en la bañera?

-¡Para quitarle el barro!

-¿Qué barro?

-¡El que le ha caído encima en el parque, cuando lo he sacado a la calle, que se estaba meando y cagando que no veas el pobre animal!

-¿Lo has sacado fuera? - miré a Scotty y me percaté entonces la cantidad de barro y a saber qué más que se le había quedado pegado al pelaje. Hum... apestaba. Pues sí que le hacía falta un baño.

-¡Coño, es que estoy aburrida! Me he levantado a las doce y vosotros durmiendo como marmotas. Y mira que sois raros eh, yo no duermo casi desnuda con ninguna de mis hermanas.

-¿Nos has visto?

-He entrado buscando una correa y os he visto ahí a los dos, casi en bolas, abrazados. ¡Joder, porque sois hermanos, que si no cualquiera diría que habíais pasado la noche dándoos por el cu...!

-Ricky, ¿siempre tienes que decir palabrotas en cada frase que pronuncias? - Ricky rodó los ojos alrededor del cuarto.

-Sí, ¿por qué? - me reí.

-Eso no te hace más hombre, eh.

-¿Y quién cojones dice que yo quiera parecer más hombre? - cerré la boca, mordiéndome el labio inferior consciente de que había metido un poquito la pata al recordar más concretamente la conversación que había tenido con Tom. La historia de Ricky, su... violación. Se me encogió el pecho al recordarlo.

-Bueno... pues gracias por sacarlo. - cambié de conversación, intentando sacar esos recuerdos de mi cabeza, la imaginación, el horror de ella. Me imaginé por un momento a mí en su situación, como si nadie hubiera llegado a interferir la noche anterior entre el violador y yo, como habría acabado entonces y sacudí la cabeza con fuerza. No quería imaginármelo.

-Pues de nada. Ahora, ¿me dejas que acabe de bañarlo o lo dejo con esa mierda pegada al culo? - miré a Scotty, que me dirigió una mirada expectante, ilusionada, como si le hubiera salvado de la hoguera y muy lentamente, con un poco de disimulo, cerré la puerta del baño de golpe, dejándonos a los tres encerrados en el baño.

-¡No, mamón, traidor! ¡Cerdo marica! ¡Como me vuelvas a dar con el grifo ese te arranco la garganta! - pareció ladrarme, empezando a sacudirse contra la puerta. Ricky y yo nos miramos y sonreímos a la vez, cómplices.

-Vamos allá, chucho.

-Tú por las patas traseras. Yo por las delanteras que a mí no me muerde. - y Scotty empezó a dar bandazos, retrocediendo hasta una esquina, observándonos con miedo y no era para menos, al menos mirando a Ricky que tenía cara de psicópata disfrutando en una carnicería.

-¡Ya es mío!

-¡Tira hacia atrás!

-¡Espera, espera, que me está dando patadas!

-¡Ah, que me muerde!

-Pero ¿no decías que no te mordía?

-¡Nunca lo había hecho!

-¡Me va a meter el mamón el culo en la boca!

-¡Grrrr!

-¡Tira, tira!

-¡Cuánto pesa el puerco!

-¡Ah, me araña!

-¡Chucho, para!

-¡Grrrr!

-¡No le llames chucho que se mosquea!

-¡Pero si es un chucho!

-¡Ya casi está, ya casi!

-¡Espera que me caigo, espera tío, espera! ¡Bill!

¡Cruck...! Scotty empezó a llorar cuando conseguimos meterlo en la bañera y observé en silencio a Ricky, aplastada por mi perro, despatarrada en la bañera, con las piernas hacia arriba y la espalda doblada, intentando quitarse de encima a Scotty pegándole bruscos empujones para que la dejara respirar.

-¡Chucho, quita!

-¡Guau, guau!

-¡Jajajaja!

-¡No te rías hijo de puta! ¡Quítamelo de encima!

-¡No! ¡Si lo saco tendré que meterlo otra vez!

-¿Y qué vas a hacer, bañarme con él? - la sonrisa me salió sin esfuerzo, por sí sola (algo muy, muy raro) y con mala idea, tiré de la manguera de la ducha y apunté con ella a Scotty. Ricky me miró con los ojos como platos. - No serás capaz. - hacía meses, ¡Meses que no hacía ninguna trastada, travesura o me arriesgaba! Hablando relativamente, claro, porque fugarme solo de Hamburgo para irme a vivir a un barrio como Stuttgart era la locura más grande que había hecho en mi vida, pero sin contar eso, solo había estado lamentándome y peleándome con macarras y violadores a diestro y siniestro, ¡mierda, era un jodido loco! Pero eso no me impidió abrir el grifo del agua caliente y duchar a mi perro junto con la bestia que tenía debajo, que se revolvió como una loca y empezó a gritar tantas palabrotas como para lavarle la boca con agua bendita. - ¡Cabrón, apaga el grifo, apaga el grifo!

-¡Pero si está calentita y todo!

-¡Que estoy vestida, gilipollas!

-¡Y yo también! - pronto entendí por qué Tom decía que las chicas de Stuttgart eran muy diferentes a las de Hamburgo cuando consiguió quitarse de encima a mi perro y en lugar de meterme una hostia, me agarró de la camiseta y me tiró a la bañera con ella. - ¡Ahh! ¡Que me mojo, que me mojo!

-Tú también estás vestido, ¿no, capullo? - intenté levantarme, pero entre los tirones de mi ropa y el agua que me hacía escurrirme cada vez que intentaba ponerme de pie, imposible. Ricky me agarró por el cuello, pasándome un brazo por él y aplastando mi cabeza contra su pecho blando y abultado pero fuerte. Empezó a frotarme la cabeza contra su puño de una manera que provocó el chirrido de mis dientes. - ¡A ver si así aprendes a no meterte con la gran Ricky, la emperatriz de los barrios bajos!

-¡Aahhh, me duele, me duele la cabeza!

-¡Muere Muñeco, muere!

-¡No me llames Muñeco!

-¡Guau, guau! - los dos acabamos en el suelo de la bañera cuando Scotty pegó un salto fuera. Nos golpeamos la cabeza y Ricky me soltó de golpe.

-¡Ayy!

-¡Jajaja!

-¡Que no te rías, Muñeco!

-¡Que no me llames Muñeco! - intenté cerrar el grifo, empapado, pero me lo pensé mejor y volví a apuntar con la manguera hacia ella, esta vez con el agua fría, congelada.

-¡IAAAH! ¡Fría! ¡Te mato!

-¡Muere malvada emperatriz, muere!

-¡Arg!

-¡No!

-¡Suelta eso, hombre muerto!

-¡Nooo! - sin saber cómo, acabamos peleándonos por la manguera de la ducha, contra agua fría pegándose a nuestras caras, nuestro pelo empapado y nuestra ropa mojada. Sin saber cómo, la manguera acabó fuera de la bañera, creando un charco de agua helada que se extendió por todo el baño. Sin saber cómo, yo acabé con ella encima peleándome por mi supervivencia en la bañera medio llena, salpicándome y salpicándola, aunque ya no podía estar más mojado. Me reía... me estaba riendo... y no me preguntaba cómo era posible que pudiera reírme después de todo lo que me había pasado y de lo que me estaba pasando. Simplemente me reía sin pensar, me lo pasaba bien, me divertía.

Comprendí sin darme cuenta que la risa de Ricky y la mía eran iguales. Las risas más puras y verdaderas, las que nacen tras una escena amarga, tras un tiempo en el que no habían existido nada más que lágrimas.

-Eh, eh, Muñeco estate quieto. Si tú me sueltas yo te suelto. - la miré a los ojos, deteniendo al instante los ataques de pellizcos y tirones que le estaba dando, intentando tirarla al agua y bajarla de encima de mí. Fingí pensármelo por un momento y rodeé los ojos hacia arriba.

-Hum... deja que me lo piense.

-Oye, suéltame ya cabrón, que parece que tienes poca fuerza, pero me puedes romper los huesos de la espalda.

-Bueno, si insistes... - la solté y ella sonrió y tras pegarme un último pellizco con el que me retorció la piel del hombro, se inclinó más sobre mí.

-Oye, me debes un favor ahora que me acuerdo. - en realidad le debía varios favores después de haberme cargado su moto, de ser salvado por ella de un violador y por contarme la historia de Tom, pero preferí no mencionar la larga lista de favores.

-Cierto. ¿Quieres que te lo devuelva ahora? - pregunté, tan tranquilo, sin esperar para nada lo que se me venía encima.

-Sí, ahora mismo. - y se inclinó todavía más, apoyando por completo su cuerpo en el mío. Sentí su voluminoso pecho al cual se pegaba su camiseta mojada restregándose contra mi torso y entonces, sin venir a cuento, cerró los ojos y juntó sus labios a los míos, por completo.

Me quedé a cuadros.

¿Perdón?

¿Cómo?

¿Pero qué me estaba contando?

Noté su lengua salir, rozándome los labios cerrados esperando entrar, pero yo estaba demasiado shockeado como para estar por la labor y ella se separó despacio y me miró, con una ceja alzada.

-Eh... - murmuré. - Es... Ric... ¿qué... haces?

-Cobrarme mis favores, ¿no es obvio?

-Ah... cobrártelos. - intenté levantarme apartándola con suavidad y fue entonces cuando me percaté de lo que debía haberme dado cuenta antes. Iba solo con su camiseta del motorista calavera y la especie de bóxer que le cubrían la entrepierna, nada más, con las piernas finas y perfectas al aire y por como su pecho se rozaba con el mío, diría que sin sujetador. Podía notar sus pezones duros por el agua fría. Tragué saliva y encogí el estómago. El corazón se me aceleró. Me estaba poniendo nervioso.

Muñeco Encadenado Tercera Temporada - By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora