Capítulo 13

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By Tom.

-Bill ¿estás bien?

-¡Suuuiii!

-¿Seguro? – su voz alegre y gangosa junto a esos extraños ruiditos dentro del cuarto de baño me estaban poniendo los pelos de punta. Había tirado de la cisterna tres veces y por el ruido que hacía el rollo de papel higiénico cada vez que alguien tiraba de él, diría que había gastado uno entero por lo menos.

-¡Ah! – chilló.

-¿Qué ha pasado?

-¡El jabón me ha atacado!

-¿Pero no te estabas meando? ¿Qué puñetas haces con el jabón?

-¡Me limpio!

-¿El qué? – Bill no contestó y volví a golpear la puerta por octava vez. - ¡Bill! – y por fin salió, con la cara empapada y muy ojeroso. Me miró con los ojos muy abiertos, tambaleándose y tras unos segundos de silencio, habló.

-He fallado el tiro.

-¿Qué tiro? Ah... ya. – sabía por experiencia que apuntar al interior del inodoro cuando se estaba colocado o borracho era muy difícil, así que preferí no entrar al baño. - ¿Y tú por qué coño te drogas, eh? – pregunté, intentando aguantarme la risa y parecer cabreado. Bill negó con la cabeza fuertemente y apoyó la mano contra la pared, mareado.

-¡Yo no me drogo!

-¡Bill, estás colocado! ¿Cuántos dedos ves aquí? – alcé tres dedos de una mano y Bill los observó en silencio.

-¿Eso son dedos? ¿Y por qué saltan?

-No saltan. Tú estás colocado.

-Aaaaaahhh... ¿Los alienígenas se pueden drogar?

-Tú no eres un alienígena. Eres mi hermano pequeño.

-¡No! ¡Eso es mentira! – gritó. - ¡Yo soy el Muñeco! ¡Soy tu Muñeco! ¿A que sí, Tom? – contuve el aliento. Bill estaba drogado... conocía perfectamente los efectos secundarios de las drogas. Estaba seguro de que esa era su primera vez y a juzgar por cómo se movía y las tonterías que decía, aparte de la dilatación de las pupilas, habría esnifado por lo menos una papelina y media, quizás más. Algo sumamente bestial para alguien que no había probado la droga en toda su vida. Esperaba que no fuera cocaína de la buena, porque si no... el golpe de calor podría matarlo.

Y yo pensando en muñecos cuando a él podría pasarle algo malo.

Lo cogí del brazo y lo empujé hacia la cocina.

-Vamos, Bill. Tengo que meterte algo en esa tripa consumida que tienes.

-¿Vas a darme de comer? ¡No tengo hambre! ¡Quiero bailar! ¡Quiero moverme! ¡Quiero poner música heavy! ¡Y quiero alcohol! ¡Uooohh! ¡Alcohol! – sí, claro. Estaba como para darle alcohol, mierda.


-Vamos, bébete eso. – lo obligué a sentarse en la silla, frente a la mesa de la cocina y le puse un vaso de agua delante. Y otro... y otro... el agua era buena para limpiar las impurezas. Me hubiera gustado darle un buen vaso de café para espabilarle, pero con lo alterado que estaba (casi pegando botes en la silla, moviendo las manos de arriba abajo y girando la cabeza de un lado para otro sin parar) preferí no hacerlo. - ¿Estás bien? ¿Mareado? ¿Tienes calor? – Bill negó con la cabeza y se rio.

-Un poco de calor sí... pero siempre tengo calor cuando estoy contigo, jijijiji...

-¿Ah, sí? – sonreí y me incliné hacia él apoyándome en la mesa. Cuando Bill asintió efusivamente y me imitó, intentando besarme en la boca sin rodeos, me aparté de un salto. ¿Estaba loco? Bill estaba drogado y esa era una oportunidad de oro para enmendar los errores de la noche pasada y tirármelo de verdad, porque era obvio que él lo estaba deseando, pero... ¿y si le daba un ataque de calor en pleno calentón? Aunque si no le había dado ya... - Bueno, voy a hacerte algo de comer.

-¿Pero no ibas a besarme? – preguntó, a lo directo. Yo me quedé callado, agilipollado. No había otra forma de describirme. ¿Pero por qué era ahora él el directo?

-No. No iba a besarte.

-¡Pues yo sí! – se cruzó de brazos, hinchando las mejillas y haciendo ruidos raros, propios de un niño chico.

-¿Qué te has esnifado, Bill? ¿O ha sido un porro bien cargado?

-¡Que yo no me drogo, tíiiiio! ¡Pero tú sí!

-¿Yo?

-¡Ricky me lo cuenta todo! ¡Dice que te fumas unos canutos asíiiii! – estiró las manos haciendo un gesto sumamente exagerado. Yo fumaba porros de vez en cuando, ¡pero no tan grandes como mi maldita almohada!

-Yo soy yo y tú eres tú y no me da la gana que te drogues, ¿está claro?

-¡Pareces mi madre! - ¡Joder, no me digas eso encima! - ¡Que seas mi novio no te da derecho a decirme lo que tengo que hacer!

-Oye, que yo no soy tu... - ah, ¿no? ¿Dónde estaba mamá Simone para decir que no? ¿Dónde estaba la conciencia de Bill para decir que no lo era? ¿Dónde estaba mi conciencia? ¡Ah, si yo no tenía conciencia! – ¿Y quién dice que no? Soy tu novio y soy mayor que tú, así que vas a hacer lo que yo te diga. – Bill abrió a boca para replicar. - ¡Y cállate!

-¡Yo no me callo!

-¡Que te calles!

-¡Cállate tú!

-Cállate o te meto el cucharón por el culo. – Bill miró a otro lado y puso cara de asco, callándose por fin. Me di la vuelta y abrí el frigorífico, buscando algo que no precisara del uso de la vitrocerámica para ser comido cuando él volvió a la carga.

-Pues hazlo. – sentenció.

-¿Qué haga el qué?

-El cucharón... - me golpeé la cabeza contra el techo del frigorífico cuando la saqué para mirarlo con incredulidad. A Bill se le habían puesto las mejillas rojas.

-¿Quieres follar conmigo?

-Sí. – desencajé la mandíbula y cerré el frigo.

-¿Y la tregua?

-Me da igual. Es que quiero tener sexo contigo. ¡Hace mucho tiempo que no tengo sexo contigo! ¡Te quiero, Tom! – alzó los brazos, invitándome a achucharle con mi cuerpo, rojo como un pimiento. Me estaba cagando en su puta madre, nunca mejor dicho. Me lo estaba poniendo difícil.

-Oye, no me lo digas dos veces que te lo hago, eh.

-¡Pues hazlo! – exigió.

-Bill, estás colocado, te vas a arrepentir. – se quedó callado, pensativo, aún sin bajar los brazos. Yo estaba volviendo a ser tan gilipollas como siempre. ¿A quién se le ocurría intentar tratar con un drogado? Suspiré. – Oye, tú no quieres acostarte conmigo. Ten eso metido en la cabeza, quieres ser mi hermano, pero como estás drogado...

-No.

-¿No qué?

-Que no es porque esté borracho.

-Colocado.

-Es que yo siempre te miento.

-¿Qué me mientes? – bueno, sabía que no quería acostarse conmigo por pura cabezonería porque era obvio que se ponía como una moto cuando lo tocaba, así que no me sorprendía demasiado su respuesta... pero sí sus razones.

-Es que tengo mucho miedo cuando estoy bien... ¡ahora no lo tengo! – alcé una ceja, molesto. ¿Me tenía miedo?

-Oye... no te doy unas palizas de muerte como para que me tengas miedo, eh. – me quejé. Bill negó con la cabeza efusivamente y bajó los brazos por fin. No paraba de mover las piernas, incapaz de estarse quieto. Se rio.

-¡Es que es muy gracioso!

-¿Gracioso el qué?

-¡Que ahora que estás siendo bueno conmigo, yo te dé calabazas! Pero es que no puedo evitarlo, jijijiji... ¡Si no la gente se reirá de mi otra vez! – su risa de colocado era contagiosa. Estaba a punto de carcajearme en su cara.

-¡Normal que se rían de ti! ¡Estás tan colocado que no se te entiende!

-¡Jajajaja! ¡Pero cuando me mandaban cartas diciéndome "cerdo incestuoso" y cuando pintaron mi casa con penes y culos, yo no estaba colocado! ¡Jajajaja! – y siguió riéndose. A mí se me cortó la risa tonta de golpe. Los pulmones se me bloquearon y me quedé callado, observando cómo sus mejillas se volvían de un color fosforito debido a la risa tan estridente que tenía. Siguió riéndose unos segundos más en los que mi cabeza se quedó en blanco, pensando, intentando atar unos cabos y colocar las piezas adecuadas de un puzle para darle forma... pero no podía... me faltaban piezas. Cuando Bill vio que no me reía, me miró con sus enormes ojos brillantes. - ¿Qué pasa? ¿Por qué no te ríes? ¡Es muy divertido! ¡Cuando me acordaba de las cartas y de las pintadas en mi casa y de las burlas y de Frank y de Natalie, me ponía a llorar! ¡Pero ahora no lo hago! ¡Es genial estar colocado! ¡Jajaja! ¡Solo quiero reírme! – tragué saliva y coloqué unas cuentas piezas. Con las esquinas pude hacer el cuadro del puzle, rellenarlo con otras piezas, desde fuera hacia dentro, pero aún seguían faltándome piezas.

-Bill... ¿Te... enviaban cartas? – pregunté, intentando parecer poco interesado. Bill asintió con la cabeza, sin dejar de reír.

-¡Sí! ¡Muchas cartas todos los días! Yo tenía que recogerlas para que mamá no se enterara, porque si se enteraba, querría saber por qué me llamaban pervertido y enfermo y acabaría descubriendo que tú y yo habíamos estado juntos, y yo no quería que me odiara por eso, ¡así que me levantaba temprano por la mañana y las recogía antes que ella! Como no iba a la uni y no tenía nada que hacer, ¡me entretenía rompiéndolas! – el Muñeco se había asomado por la puerta y se había situado a mi lado en cuestión de segundos. Me miraba con una cara extraña, como si el dolor que decía sentir hubiera incrementado. Aparté la vista de él. Me revolvía las tripas.

-¿Y... por qué no ibas a la uni? – Bill me miró como si me hubiera vuelto loco y volvió a reírse otra vez.

-¡Pero si ya te lo dije hace tiempo! ¡Porque se enteraron de que tú y yo éramos hermanos! Fue como una caza de brujas. ¡Todo el mundo empezó a perseguirme y yo tenía que esconderme para que no me mataran y me escupieran! Así que me encerré en mi casa y solo salía de vez en cuando para ir a ver al psicólogo... ¡Pero el psicólogo no me ayudaba! ¿Sabes lo que decía? ¡Que tú me habías violado! ¡Estaba loco! Así que dejé de ir. Mamá se enfadó todavía más conmigo y cuando pintaron la casa con grafitis guarros, Gordon lo vio... bueno... ¡Lo vio todo el vecindario! Por eso tuve que irme de allí. ¡Si les hubiera dado un poco más de tiempo, hubieran incendiado mi casa como si fuera Frankenstein! – me quedé momentáneamente flojo, con las extremidades pesadas y la nuca palpitándome, la garganta al rojo vivo. Estaba sintiendo algo extraño, un ambiente envolviéndome como si fuera gas, pero en lugar de adormilarme, me hacía daño... por dentro. No me dolía ningún músculo, ni la pierna, ni la cabeza, no me dolía el cuerpo... pero algo me dolía, algo me agobiaba, algo me oprimía el pecho.

En mi garganta parecía haberse atascado algo, un bicho quizás, un parásito que se revolvía, que quería salir, pero un bloqueo se lo impedía... y ese bloqueo me ayudaba a contener ese extraño dolor para que no se extendiera a otras partes de mi cuerpo. Tragué saliva varias veces, intentando tragarme el parásito, sin éxito.

El Muñeco apareció amarrado a mis piernas, intentando sacudirme. No dejaba de observarme con una expresión que me provocaba arcadas.

-¡Ah, es verdad! – se rio mi hermano entonces, moviendo los brazos de un lado para otro. - ¡Es muy irónico! Cuando tú llegaste a mi casa, el día de Navidad, me dijiste que nadie te esperaba aquí, en Stuttgart, ¿verdad? ¡Pues ahora es a mí a quien no le espera nadie! ¡Jijijiji!

-Bill... deja de reírte. – murmuré.

-¿Por qué? ¡Si es gracioso!

-¡No, no es gracioso! – le grité y él se calló, por fin. El movimiento histérico de sus piernas y brazos me estaba poniendo de los nervios. El Muñeco me revolvía el estómago y esa molestia casi palpable me estaba volviendo loco.

-Pero es bueno. – murmuró, incapaz de estarse callado ni dos malditos minutos. – Estoy contento ahora, ¡ya no lloro! – gritó otra vez, alzando los brazos al techo, sonriendo. – Tú dijiste que todo iba a salir bien y que cuidarías de mí, ¿a que sí? ¡Ya no tengo a nadie en Hamburgo, pero te tengo a ti aquí, en Stuttgart! ¡Estoy contento por eso! ¡Eso lo compensa todo porque estoy con la persona a la que más quiero en el planeta y en el universo entero!

¿Por qué puñetas era Bill el único capaz de provocarme el vómito o la sonrisa estúpida con unas simples palabras?

Salí de la cocina, acelerado. No pude aguantar la presión. Bill dejó de reír y preguntó "¿Tom? ¿A dónde vas?". El Muñeco se puso a sollozar por segunda vez en mitad de la cocina cuando salí corriendo hacia el baño, a echar la pota. Esa molestia se había instalado en mi estómago y allí se había quedado.

Atravesé la cocina y el salón y oí a Bill gritándome, llamándome, detrás de mí. Llegué al pasillo y fui directo al baño, pero cuando abrí la puerta, oí un enorme golpe, un ruido, como si algo hubiera chocado contra el suelo. Como si algo se hubiera caído.

-Mierda... - me di la vuelta rápidamente y corrí hasta el salón. Las ganas de vomitar remitieron en menos de un segundo por el sobresalto.

Bill estaba tirado en mitad del salón, boca abajo. No se movía.

Prácticamente derrapé, arrastrándome, haciéndome polvo las rodillas para llegar hasta él. Cuando fui a cogerlo me detuve, nervioso e incluso asustado. Si le había dado una sobredosis o un golpe de calor no debería moverlo a la ligera, pero por supuesto, incapaz de ver su cara, con su mata de pelo ocultándole el rostro, era imposible atenderle, reanimarlo o lo que tuviera que hacerle. Con el pulso acelerado y la mano temblequeándome, muy suavemente, pronunciando su nombre en murmullos, lo moví.

-Bill... - le di la vuelta y pasé mis brazos bajo su espalda, alzándolo con mucho cuidado. – Bill... - la voz me temblaba. Una lagrimita distraída descendió por la mejilla de mi hermano cuando abrió los ojos y me miró, consciente.

-El suelo me ha pegado otra vez. – lloriqueó, con la nariz roja por el golpe. Una pequeña hemorragia nasal surgió y descendió hasta sus labios.

Suspiré... antes de que me entrara la risa floja.

-Eres una puñetera caja de sorpresas. Casi me matas del susto.

-¿Te has asustado? ¿Por qué? – negué con la cabeza.

-¡Y yo qué sé, Muñeco! No lo sé... - él abrió la boca de par en par y alzó los brazos otra vez, enérgico e hiperactivo como segundos atrás.

-¡Me has dicho Muñeco!

-Sí, lo he dicho, ahora cállate y levántate.

-¿Y si el suelo me pega otra vez? – encogió las piernas e intentó levantarse, pero por como movía la cabeza juraría que no tenía ni siquiera idea de donde estaba, así que preferí no tentar a la suerte y pasando los brazos bajo sus rodillas, lo alcé del suelo, cogiéndolo en brazos. Bill me rodeó el cuello y me apretó, dificultándome la respiración. Se pegó como una lapa. - ¡No me sueltes que me rompo la cabeza! – chilló. Había que joderse. Era gracioso de cojones cuando estaba colocado o borracho. Era mono y accesible, tan meloso... aunque el Bill sobrio de siempre también era meloso y adorable, siempre y cuando se le tratara bien y no se sintiera amenazado, como un gato.

Pero desde que había llegado se había sentido amenazado, cosa normal dado lo sucedido entre nosotros, entre mi pandilla y entre Hamburgo. Si se enteraba de que Simone lo estaba engañando... caería con ella el último pilar. Yo lo había traicionado, Georg y Gustav, con su exagerada sobreprotección, también. Natalie igual, todos sus compañeros de universidad se habían dedicado a acosarlo (como los pillara les arrancaría los huevos uno a uno y se los daría de comer a Scotty), Gordon y él no tenían mucha confianza y Sparky... bueno... prefería no pensar en él. Al parecer había cumplido con nuestro trato a la perfección, con demasiada eficacia diría yo.

Ojalá también hubiera mentido a Bill. Así se separaría de él y... bueno... ¿quién sabe? De todas formas, ya estaban separados. Mi viejo Muñeco no tenía ningún contacto con él, ¿no? Sparky era agua pasada por mucho que a mi hermano le gustara.

Hum... no era tan hijo de puta como para contarle a mi hermanito lo mamona que había sido su madre, lo falsamente honrada que era, pero sí sería lo suficientemente cabrón como para soltarle las mentiras de los demás, del chucho de mierda el primero... aunque por ahora no tenía nada que decir de él, ninguna queja. Pero algo se me ocurriría.

Me dejé caer en el sofá, sin soltar a Bill ni un momento. Éste se posó sobre mis piernas y mantuvo su cabeza oculta entre mi cuello y hombro, inspirando, tranquilo. Oí su resoplido y me separé escasamente de él.

-¿Me estás olisqueando? – pregunté. Bill se apartó un poco, con la sien pegada a mi clavícula. Unas finas ojeras habían aparecido bajo sus ojos enrojecidos por el escaso sueño.

-Sí. Como Kam.

-¿Cómo Kam?

-Me olió cuando estaba en el parque y creo que me reconoció por el olor. ¡Dijo, eres el hermano de Tom y se separó, como un perro! Ya sé por qué le dicen Kam. ¡De cálido! – me quedé un poco descolocado, intentando averiguar a qué se refería con esa estúpida afirmación. Cada vez iba a peor, intentando mantener una conversación coherente con un colocado. ¡Vamos, ni que yo no me hubiera colocado alguna vez! Y precisamente por eso sabía que no tenía mucho sentido intentar hablar con alguien que llevaba algún miligramo de coca en vena. Primero te sientes eufórico y dices lo primero que se te pasa por la cabeza y eso a veces te trae problemas o bien, te consigue una buena pandilla de colegas más. Crees que el corazón se te va a salir por la boca. No te puedes estar quieto porque piensas que, si lo haces, te explotará y todos los colores y formas que captan las retinas se vuelven muy nítidos y vividos, abstractos a veces. Puedes hacer todo lo que quieras o al menos, crees que puedes hacerlo sin sufrir daño alguno porque de repente, no tienes miedo de nada. Ni preocupaciones, ni tristeza, nada. Eres inmune. Era como estar en el país de las maravillas.

Al día siguiente... caes en la mierda más profunda. La droga no tiene un efecto tan amnésico como el alcohol, al menos no alguna débil o a la que ya estuvieras medianamente acostumbrado. A la mañana siguiente, solías recordar la mayoría de gilipolleces que habías hecho durante la noche y es entonces cuando llegaba el momento del bochorno y de los arrepentimientos. En realidad, yo no había sentido nunca vergüenza, ni me había arrepentido de lo hecho, pero era fácil de suponer que así se habían llegado a sentir otras personas cercanas a mí. Andreas el primero.
La "resaca" era mucho peor que un simple efecto secundario del alcohol. El bajón podía matarte si era demasiado brusco.

Confiaba que a Bill no le diera un bajón que lo dejara en el sitio. En ese sentido estaba más a salvo conmigo, alguien que conocía el terreno de sobra y sabía cómo reducir los efectos de la "resaca" de la droga, que un enfermero novato en un hospital de mala muerte. Yo cuidaría de él mucho mejor.

-¿Te refieres a un cánido? – murmuré y Bill asintió con ganas. Se llevó un brazo a la nariz y se limpió la hemorragia a conciencia, como si le picara. Apenas emanaron un par de gotas más y dejó de sangrar.

-¡Sí, eso es! ¡Como un perro! ¡Como Scotty! – hum... dejé pasar el hecho de que, en realidad, se estaba refiriendo a los caninos, no a los cánidos. Su lengua trabada me hacía gracia. – Hueles bien, Tom. Hueles a casa.

-¿A casa?

-Hueles a un sitio donde estas protegido y no tienes por qué preocuparte de nada. Es como estar en casa. Por eso me encanta estar contigo, Tom. – estiré el cuello, permitiendo que me acariciara la piel con la punta de la nariz y los labios. Miles de recuerdos, sin ningún orden aparente, caóticos, me azotaron la cabeza.
Qué comodidad y relax tenerle tan sumiso encima de mí.

-Bill...

-¿Hum?

-Te voy a comer. – ¡Que le dieran por culo a Simone, a la tregua y a la tozudez de mi hermano, a mi parte ilógica y al Muñeco! Yo era el villano. ¡Era el maldito villano! ¿Qué me importaban a mí los sentimientos de Bill, de Andreas y de quien fuera que se me acercara? ¿Qué me importaba a mí el futuro? Bastaba con un polvo... un polvo que Bill, estando colocado deseaba, un polvo que yo estando sobrio también esperaba. Sabía que él se arrepentiría al día siguiente y que me odiaría, pero ¿y qué? Mi parte ilógica y asquerosamente anti-yo me atacaría con molestias incesantes, pero podría soportarlas. Quería hacerlo. Quería volver a ser yo y no dejarme llevar por estúpidas películas Disney, ni por una odiosa conciencia.

Muñeco Encadenado Tercera Temporada - By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora