By Tom.
Me temblaban las manos. Me sudaban. ¿Por qué estaba sudando? ¿Por qué tenía tanto frío? ¿A qué venían esas arcadas? ¿Y esas ganas de vomitar?
¿Por qué el niño estaba tan solo?
¿Quién está solo?
¿Qué niño?
No hay ningún niño. No está llorando.
No hay ninguna tormenta, la lluvia no repiquetea contra el cristal de la ventana, no se oye ningún trueno. No hace frío. No tengo miedo.
¿Quién tiene miedo? ¿Qué es eso? Yo no tengo miedo.
-Biiiiiiilly...
¿Quién dice eso?
-Biiiiiiiiiiiiillyyy...
¿Quién eres tú? ¿Por qué dices eso? ¿A quién intentas llamar?
-Biiiiiiilly... hoy es mi cumpleaños. ¡Hoy cumplo cinco años!
¿Cumples cinco años? ¿Quién eres tú?
-Felicítame.
No va a felicitarte.
-¡Felicítame, Billy!
No va a hacerlo.
-¿Por qué no me felicitas? ¿Por qué no dices nada, Billy? ¿Por qué nunca dices nada? ¿Por qué siempre estás callado?
Porque no está vivo. No existe. Billy no existe y aunque existiera, no te querría.
-¡Muérete Billy! ¡MUÉRETE! ¡Te odio!
¿Lo ves? No va a felicitarte.
-¿Por qué...? ¿Por qué, Billy...?
Porque es un Muñeco. Y lo has roto.
-Lo siento, Billy... lo siento...
Eres un idiota patético. Deja de llorar. ¡Pero qué asco!
¡Tom, das asco!
Abrí los ojos y tal y como suponía, mojado hasta arriba por el sudor frío, temblando por lo mismo, me miré las manos alzadas, incrédulo. No había nada en ellas, solo mis dedos. Suspiré de alivio, moviéndolos para cerciorarme de que no seguía soñando. No. Eran mis manos grandes y fuertes, con los nudillos agrietados cubiertos por la sangre seca, no pequeñas y débiles, como las manos de un niño.
Me alcé del respaldo del asiento del conductor, apartando la cara del volante. Arg... estaba babeando y lo primero que hice fue apartarme la baba bruscamente de la boca, asqueado. Luego, miré al frente. Lo primero que pensé fue que me había estrellado con el coche y me había quedado inconsciente. Después, olisqueando el aire asfixiante que volaba a mi alrededor, supe que todo había sido una mala pasada por la mala mezcla de alcohol y algo de hierba. No... ¿Quién había fumado porros en mi coche? ¡Yo no fumaba porros en mi coche, nunca! ¡Ni bebía! A mi lado, en el asiento del copiloto, encontré una botella vacía y todo su contenido desparramado sobre el asiento, más que chupado al mismo. ¡Genial! ¿Tan colocado había estado? Miré hacia atrás, por si acaso sin darme cuenta había metido a alguien más en el coche. Por suerte, no había nadie. Luego miraría el maletero. La última vez me encontré a alguien durmiendo en el maletero.
Pero... ¿Y yo por qué coño había cogido el coche? Sacudí la cabeza. Al final tendrían razón los de la tele y las drogas serían malas...
Bueno... a peor ya no podía ir.
Cuando recordé por qué me había metido dos chutes de coca el día anterior y por qué había mezclado con la bebida... supe que sí podía ir a peor.
Bill estaba en mi casa. Y ahí seguiría después de cuatro días.
Suspiré. Estaba cansado, hecho polvo después de la coca, la bebida, una pelea que me había dejado con los puños medio quebrados y la cabeza atontada. Llevaba casi una semana sin pegar ojo en condiciones y finalmente, había caído desplomado en mi coche. Cuando me fijé en la hora y calculé mentalmente, supe que había estado cerca de dieciséis horas dormido en un parking público. El hambre me atacó y la sed me pidió a gritos algo de agua. Además... necesitaba mear con urgencia.
Intenté desentumecer el cuerpo agitándome un poco, preparándome para salir del coche y buscar un baño a rastras cuando noté un pinchazo en la pierna que me dejó sin aliento. El dolor trepó por mi muslo hasta hacer temblequear mi espalda desagradablemente. Me chirriaron los dientes. ¿Qué tenía en la pierna? No me la habían ni rozado en la pelea. ¿Me la habría roto sin darme cuenta cuando estaba colocado? Intenté encogerla para apoyarla en el asiento y buscar la herida, pero preferí no hacerlo. Era demasiado desagradable. Sentía algo húmedo y pringoso descender por ella. Parecía tener algo amoldado a la piel, pegado. Era asqueroso.
Arranqué el coche, sacudiendo la cabeza y deseé con todas mis fuerzas tener los cojones suficientes como para aguantar la enorme meada dentro de mi vejiga hasta llegar a casa.
También deseé tener el valor suficiente para verle y no intentar meterle la lengua hasta la campanilla, ni intentar tocarlo, ni follármelo... era extraño. No entendía muy bien lo que me pasaba por la cabeza. Algo me decía - mi polla quizás - que me lo tirara y que jugara con él igual que siempre, que me aprovechara de la situación como siempre había hecho, que no tenía por qué no hacerlo cuando él mismo había decidido quedarse aun habiéndole advertido. Quien avisa no es traidor. Si había decidido quedarse, había decidido que me pertenecía y que podía hacer con él lo que quisiera hasta que se fuera... estaba en mi derecho ¿no? Si él quería seguir jugando a los muñecos, ¿quién era yo para negárselo?
Por otra parte, quería hacerle daño. Esa parte seguramente estaría regida por mi rencor hacia mi apestosa... hum... ¿Se podría llamar familia? Jauría pegaría más. Quería destruirlo, quería arruinarlo, quería verle llorar y hacerle suplicar piedad, quería que se humillara intentando encontrar algo de aprecio hacia él por mi parte. Quería que lo pasara realmente mal.
¡Oh, eso era lo que más deseaba!
...Pero luego... estaba esa otra parte. Una parte que, a decir verdad, no sabía de dónde venía ni qué quería, ni quién la guiaba, ni cuál era su propósito. Esa parte era tan estúpida e ilógica, que me parecía un absurdo... y sin embargo era por la que más me gustaba dejarme llevar y por la que siempre acababa decantándome cuando tocaba o mantenía una conversación demasiado larga con Bill. ¡Esa parte era una completa hija de puta! Era una completa manipuladora, pero a la vez, era tan espontánea que se te hacía difícil pensar que todo lo que conseguía mover en mí había sido manipulado previamente. No sabía cómo lo hacía, pero cuando veía llorar a Bill siempre me presionaba brutalmente para que lo consolara y, si era yo quien le había hecho llorar y no me disculpaba ni lo consolaba, luego me jodía bien, atacándome con una molestia tan clara en el pecho y unas imágenes de Bill perforándome la cabeza con tanta fuerza, que me veía obligado a meterme cualquier cosa con tal de sacarme esas imágenes de encima. De hecho, creo que nunca había consumido tanta coca en tan poco tiempo como en los últimos días con la única intención de borrar sus lágrimas de mi mente.
Esa parte también era muy posesiva y protectora. Cuando unos días antes fui testigo de esa pelea tan burra entre mi hermano pequeño y Aaron, el Príncipe, esa parte se disparó como una bala se dispara cuando aprietan el gatillo. No dudé en tirarme encima de Aaron. ¿Atacar a un miembro de mi manada por defender a un solitario y herido perrillo perdido? ¡Eso era impensable! Y yo lo había hecho. ¡Esa parte estaba como una regadera!
Y luego... cómo se me había ido la mano cuando intenté hacerle suplicar, cómo esa parte protectora y afable había devorado de un mordisco a mi parte más lujuriosa, ¡Cómo había conseguido hacer cambiar las tornas de mi juego cuando masturbé a Bill con la única intención de penetrarle salvajemente! Esa parte desconocida había conseguido que me preocupará por ofrecerle placer al perrillo herido, tragándose mis intenciones de montarlo sin contemplaciones, haciéndole daño, hiriéndole. Esa parte estaba en contra de las otras dos. ¡No me dejaba hacerle daño, no me lo permitía! No me dejaba causarle todo el daño que podía causarle, me lo tenía prohibido.
Tenía una hipótesis. Esa parte me había dominado sin darme cuenta en Hamburgo y al volver a Stuttgart, al apartarme de Bill, mis instintos básicos, las dos partes que habían quedado olvidadas volvieron con todo su potencial, tragándose la parte "buena". De acuerdo, llamemos a la parte protectora, "Parte ilógica y absurdamente anti-yo" y, a las otras dos partes, la lujuriosa y la ansiosa por hacer daño, "Parte lógica y totalmente pro-yo". La "Parte ilógica y absurdamente anti-yo" había quedado toda mi vida en un margen, lejos de mi cabeza, y la "Parte lógica y totalmente pro-yo" había formado parte de mí el día a día en Stuttgart. Ahora, después de conocer a Bill y sobre todo cuando lo tenía delante, la "Parte ilógica y absurdamente anti-yo", renace, me domina y empuja a la "Parte lógica y totalmente pro-yo" al margen.
¿Solución a la ecuación? Esa "Parte ilógica y absurdamente anti-yo" debe morir. Y para morir, Bill no debe existir. Pero como esa parte me niega rotundamente la posibilidad de hacerle un gran daño a Bill, el suficiente como para matarlo, tengo que eliminarlo de otra manera y la única manera es... huyendo.
¡Maldita "Parte ilógica y absurdamente anti-yo"! ¡Pero si ni siquiera sé lo que eres, de dónde sales ni lo que significas y ya me estás jodiendo la vida! ¿Y yo por qué le doy nombre a esta parte? ¿A qué viene este filosofeo? ¡Si yo odio filosofar! ¿Es que acaso la "Parte ilógica y absurdamente anti-yo" me está dominando otra vez? ¿Y sin tener a Bill delante? ¿Por qué hago y pienso tantas gilipolleces cuando tengo a Bill en mi cabeza? ¿Por qué al Muñeco de los huevos, sentado a mi lado, le ha dado ahora por darse cabezazos contra el cristal de la ventana? ¿Está hecho un lío como yo? ¿Debería situar a mi "Parte ilógica y absurdamente anti-yo" y mi "Parte lógica y totalmente pro-yo" en otra categoría?... ¡Argg! ¡Maldito seas, Platón, Aristóteles y toda vuestra estirpe!
Ahogándome en un vaso de agua, cabreado simplemente por darle demasiadas vueltas a la cabeza, el tiempo se me pasa volando. Cuando me percaté de ello ya había pasado mi casa y estaba dando vueltas por el Coliseo... o quizás sí me había dado cuenta, pero había pasado de largo adrede. Di la vuelta, a punto de explotar, con la pierna cada vez más machacada, pisando los frenos y el acelerador con dificultad y acelerando un poco más, saltándome las señales de stop y algún que otro semáforo.
De repente, me di cuenta de que estaba alterado. Tenía un mal presentimiento. Me picaba el brazo. Miles de hormigas me lo picoteaban. Ah, mierda... se me había quedado dormido.
Cuando aparqué por fin frente a casa y abrí la puerta del coche, intentando salir arrastrando la pierna herida, me di cuenta de que no estaba muy en forma. La pierna me fastidiaba y me escocía tanto que me costaba moverla y fui cojeando hasta la puerta, sudando. Tenía escalofríos y me apoyé sobre la pared de mi casa. ¿Serían efectos de la cocaína? Seguramente y saberlo solo consiguió que aumentaran mis ganas de más. Tenía mono... era raro. Nunca había tenido mono. Debía deshacerme de Bill. No sólo me afectaba demasiado a la cabeza, sino que también me desviaba a lo bestia de mi realidad, de mi mundo. Me hacía equivocarme y en los barrios bajos, una equivocación podía matarme.
Debía quitármelo de encima, debía... miré hacia mi derecha. La furgoneta de mi padre no estaba. ¿Se habría ido ya, por fin, a trabajar? ¿Volvería esta vez? Ojalá se matara por ahí y no volviera, ¿Cómo se le ocurría dejarme solo con Bill, con el hermano al que he intentado matar en su cara con mis propias manos? Inconsciente. El muy imbécil podría haberse llevado a Bill de vuelta a Hamburgo en lugar de... ¿Podría habérselo llevado? Giré la cabeza. Miré la puerta de casa, con los ojos desorbitados. Un temblor violento me sacudió el brazo. No oía nada al otro lado. ¿La casa estaba vacía? Mi padre... ¿se había llevado a Bill a Hamburgo, lejos de mí, otra vez? Sacudí la cabeza. ¿Mi padre? Ni siquiera habría vuelto a por Bill en esos cuatro días que llevábamos sin vernos. No se habría ni preocupado por traer comida ni agua, seguramente mi hermano habría estado solo todo ese tiempo, completamente solo en una ciudad desconocida, desesperado, sufriendo, asustado, pasándolo realmente mal. Seguramente habría estado llorando... seguramente...
¡Mierda!
Abrí la puerta, golpeando la pared al empujarla. Scotty salió corriendo por el pasillo directo hacia mí, ladrándome, gruñéndome. Lo ignoré por completo y corrí hasta el salón vacío, hasta la cocina. Abrí la puerta de un golpe. Nada. Corrí hacia el piso de arriba, tropezando con las escaleras y cayendo bruscamente sobre ellas. Me levanté entre gruñidos de dolor por la pierna destrozada y abrí la puerta del trastero. Vacío, tal y como había quedado la última vez que lo vi. La única diferencia radicaba en que estaba mucho más limpio, con el suelo impecable y un olorcito floral en él. Bill... me di la vuelta y bajé por las escaleras, saltando al suelo en las últimas. Noté algo desprenderse de mi pierna, algo pegajoso y asqueroso y de nuevo, un líquido pringoso me la empapó. Ignoré esa desagradable sensación y corrí hasta mi cuarto abierto. Me asomé, con la respiración rápida y ansiosa.
Nada.
No... Bill no estaba...
Mi padre se lo había llevado de verdad...
Y yo ni siquiera supe por qué en ese momento, pensando que después de todo, Bill y yo habíamos acabado definitivamente, pensando que nunca más volvería a verle, perdí la fuerza de mis piernas y estas se me doblaron, a punto de hacerme caer. Noté los músculos tensos como alambres y estuve a punto de caer... si no fueran por los ladridos de Scotty y por el sonido claro y fuerte que venía del cuarto de baño. El baño... no había mirado en el baño. Me lancé a él de cabeza y abrí la puerta con más brutalidad que ninguna otra. Oí el sonido de algo cayendo al suelo, pero todo eso me pasó desapercibido porque la escena que me encontré fue demasiado impactante como para que semejante estupidez me afectara.
Lo primero que vi fue un cuerpo desnudo dándome la espalda, un cuerpo huesudo e insano, desnutrido, enfermizo. Reconocí el pequeño hueco que había al final de su espalda y al principio de su trasero bien puesto, su forma casi intacta a pesar de que los huesos de la cadera estuvieran demasiado marcados. Lo reconocí al instante y cuando se dio la vuelta de manera abrupta y exaltada, dirigiéndome una mirada repleta de pánico, no me sorprendí demasiado.
-¡Tom!
-¿Qué coño...? - titubeé. Los pómulos hundidos, los ojos rojos e hinchados, el pelo desnutrido, el cuello flaco, los labios secos y agrietados. Esa palidez, esas ojeras... ¡Esas piernas temblorosas y huesudas! Lo único que parecía mantener su forma normal eran los brazos, un poco más gruesos que el resto del cuerpo. Incluso las manos parecían haber perdido la carne y haberse convertido en simple pellejo. Bill agarraba la ropa que tenía entre sus brazos como si su vida dependiera de ello, tapándose así el torso y la entrepierna. Casi lo agradecí. Apretaba con tanta fuerza la ropa que los brazos casi se hundían en ella, desapareciendo de mi vista. Tenía vendas y alcohol en las manos.
Nos analizamos en silencio. Bill desvió la mirada en cuanto pudo, en cuanto me descubrió observando sus piernas delgaduchas y flojas. Quería esconderse en algún sitio, pero no encontraba ningún escondite así que... estaba a punto de llorar...
Suspiré, sudando a mares, en frío otra vez. Me llevé una mano a la cabeza y me acaricié la frente empapada en sudor.
-¿Qué... qué haces aquí? - le pregunté. Noté a Scotty rozándome la pierna buena adentrándose en el baño con total naturalidad, situándose al lado de su dueño, encarándose a mí, por si acaso se me ocurría hacerle algo indebido a su amo.
-Yo... - su voz sonaba gangosa, aguda. - ¿Qué haces tú... aquí?
-Ésta es mi casa. - contesté. Mi tono carecía del timbre grave y ronco de siempre.
-Ah...
-¿Qué haces con eso? - señalé las vendas y el alcohol y Bill tragó saliva.
-Nada.
-¿Nada?
-Nada... Scotty se ha cortado en una pata. - el perro alzó la cabeza hasta su dueño y si no fuera porque era un maldito chucho, hubiera pensado que le estaba pidiendo explicaciones.
-Sí, vale... ¿Y vas a curarla con alcohol?
-Ehm...
-Sal del baño.
-¿Qué?
-Que salgas del baño. Necesito mear. - definitivamente no debería haberle dicho todo aquello ese día. Por mi culpa no solo parecía que la carne y la grasa de su cuerpo se hubiera extinguido, sino que también parecía haberse quedado un poco corto. - ¿Te apartas o te aparto? - Bill apretó aún más la ropa contra su cuerpo.
-Estoy yo primero.
-Ya, pero es mi casa y si yo digo que te sales, te sales.
-Me estoy vistiendo. Te esperas. - sentenció. Alcé una ceja, sorprendido.
-¿Qué?
-Que te esperes, que me estoy vistiendo.
-¿Y quién te crees que eres tú para decirme que...?
-¿Y quién te crees tú para abrir la puerta sin llamar antes? Déjame vestirme y saldré. ¡Espera un poco, joder! - se cabreó. Vaya... que cambio tan drástico. Hacía un minuto había pensado que estaría a punto de echarse a llorar.
Me encogí de hombros y entré en el baño, cerrando la puerta de un portazo a mi espalda. Me dirigí hacia el inodoro y levanté la tapa.
-Como quieras.
-¡Argg! - me bajé la cremallera y me la saqué, descargando todo lo que me había aguantado ahí metido más de dieciséis horas. - Maldita sea... - sonreí. Bill no tardó nada en salir del baño, dando un portazo. Podría ser un llorica en algunas ocasiones, un niño consentido, podía estar enfermo... loco, histérico... pero el genio era imposible que desapareciera.
Y debía reconocer que esa era una de las cosas que más me gustaban de mi hermano pequeño... entre todo lo demás...
Algo empezó a gotear sobre el suelo cuando tiré de la cisterna. Pensé que las tuberías se habían roto otra vez y que no tardaría en inundarse el baño por sexta vez, pero cuando bajé la cabeza y me fijé en el suelo, contemplé indiferente el chorreón de sangre que me empapaba el pantalón y encharcaba el suelo. La pierna... mierda. Cojeé hasta la puerta y salí del baño, dejando las huellas ensangrentadas de mis zapatillas sobre los azulejos. Me fijé en el lavamanos, buscando con la mirada las vendas y el alcohol que Bill parecía haberse llevado consigo al salir del baño y me fijé en varias gotitas de sangre que ensuciaban el poyete del mueble, demasiado alto como para que la sangre de mi pierna lo alcanzara. Eso era raro. Creía que no había tocado el mueble. No... no lo había tocado y aunque lo hubiera hecho, mis manos estaban limpias. Oh...
Esa sangre no era mía.
-¡Bill! ¡...Bill!
-¿¡Quieres pasar de mí!? ¡Si tanto me odias no me hables! - caminé hasta la cocina con la mano apoyada en la pared. Bill, ya vestido, con una camiseta mía de manga larga que intentaba remangarse hasta las muñecas y unos vaqueros tan anchos que casi se le caían, se movía como un loco en la cocina, cogiendo sartenes, tenedores, cuchillos y un montón de comida recién sacada del frigorífico. Preparaba algo a toda velocidad, más por nerviosismo y cabreo que por la ansiosa necesidad de comer porque... después de haberle visto desnudo en el cuarto de baño, me resultaba obvio que la comida y él habían dejado de llevarse bien.
-Así que mi viejo sí que se ha pasado por aquí, eh...
-¡A diferencia de ti, sí! ¡Y ha traído comida, también a diferencia de ti! ¡Gracias por preguntar!
-¿Estás histérico?
-¿Y tú eres bipolar? - los dos nos miramos y yo no pude evitar empezar a preocuparme un poco al ver a Bill con un cuchillo para la carne en la mano y una expresión furiosa impresa en su cara.
-¿Me vas a matar con eso? - Bill no contestó. Indignado, me dio la espalda y empezó a cortar algo. Pobre trozo de carne el que estuviera en sus manos, siendo despedazado sin misericordia alguna. - ¿Dónde está el alcohol y las vendas?
-No los he utilizado. ¿Vale?
-Yo no he dicho eso. - y alzó el cuchillo sin volverse si quiera, señalándome la mesa del salón. Allí estaban. Dejé al pequeño carnicero divirtiéndose con la carne y anduve a la pata coja hasta la mesa, sentándome a lo largo del sofá, estirando la pierna por fin, descansando. Maldije el maldito pantalón cuando empecé a tirar hacia arriba del bajo. Lo tenía completamente pegado a la piel y en cuanto di un tirón brusco, vi las putas estrellas. - ¡AH!
-¡¿Qué?! - gritó Bill desde la cocina.
-¡Estoy cojo!
-¿Qué?
-¡Que estoy sangrando! - sonreí. No pretendía alarmarle, aunque la pierna me estuviera jodiendo, soportaba bien el dolor... más o menos. Me hizo una gracia tremenda ver a Bill correr hasta la puerta del salón, asomándose con el ceño fruncido, preocupado y curioso como un niño. Señalé mi pierna, subiéndome un poco más el bajo. - ¡Mira, tripas! - él se puso blanco.
-¡Ah!
-¡Sí, ah! ¡Estoy herido!
-¿Qué te ha pasado?
-Ni puta idea. - me encogí de hombros. Bill se me quedó mirando desde la puerta con cara de susto. - No pasa nada, eh. No se pega.
-Estás sangrando mucho.
-¿Te da asco la sangre?
-No... pero si hay mucha, a veces me marea.
-Nunca te mareaste con las películas de Saw. - él no contestó. Salió de detrás de la puerta y se agachó, empujándole la cabeza a Scotty hacia el interior de la cocina.
-Métete dentro, anda. - le cerró la puerta. Sorprendentemente el perro lo obedeció con sumisión absoluta y yo le lancé una mirada asesina. Sería puerco. A él sí y a mí me mordía. Mamón...
-¿Te duele mucho? - me preguntó, caminando hasta mí con una lentitud desesperante. Parecía tenerme miedo y quizás, no era de extrañar. Con todas las cosas que le había dicho y hecho...
Se sentó frente a mí, despacio, mirándome la pierna aún cubierta.
-¿Tú crees que me duele o que no? No puedo levantarme el bajo. Está pegado.
-¿Me dejas? - me preguntó. Aunque sus pómulos estaban algo hundidos y tuviera los ojos rojos de, supongo, llorar, el casi imperceptible rubor de sus mejillas lo hacía adorable. Me mordí el labio, recordando la escena de antes, en el baño. Había oído hablar de la bulimia y la anorexia, de los trastornos alimenticios. Ann, una de las hermanas del Gordo, murió de tanto meterse los dedos en la garganta para provocarse el vómito. Cuando la enterraron ya era prácticamente un esqueleto y tenía los dedos deformes por los jugos gastrointestinales, por la bilis, por tanto vomitar. Cuando aparté las manos de mi pierna, dejándola en las de mi hermano, me fijé en sus dedos, en sus manos un poco más marcadas por las venas y por los huesos. Estaban cambiadas, desnutridas, pero no deformes. Seguían siendo bonitas y suaves, cuidadosas, muy cuidadosas mientras me subían poco a poco el bajo del pantalón, metiendo antes una de ellas por el interior para despegar la tela de mi piel y subiéndomela a la vez, dejándola al aire. Las manos de Bill sobre mi pierna me calmaron el dolor como si fueran anestesia pura. - Dios Tom... - Desvió la mirada. Conocía esa expresión. Estaba asqueado. Nunca había estado asqueado conmigo, así que miré mi pierna, curioso y estremecido.
Entrecerré los ojos. De acuerdo, me iban a cortar la pierna, sería cojo a partir de entonces, lo asumiría pronto.
Estaba morada por completo desde el tobillo hasta la rodilla, morada y amarillenta. Un líquido espeso y naranja se escurría a lo largo de ella, emanando de lo más profundo de unas heridas que apenas eran visibles por el borbotón de sangre que las cubrían. Una costra que seguramente me habría estado cubriendo dichas heridas, amarilla y rojiza, colgaba de un hilo de mi piel. Arg, qué repulsivo... rocé la herida un poco por encima. La pierna estaba tan hinchada que, si no fuera porque la tenía pegada al cuerpo, no la habría reconocido. El líquido medio anaranjado, medio amarillo me impregnó los dedos en cuanto la toqué.
-¡No te toques, idiota! - me gruño Bill, pegándome un manotazo en la mano. Por alguna razón eso me hizo sonreír. - Está infectada. ¿Pero cómo te has liado eso? - murmuró, sin apartar la mirada de mi pierna desgarrada.
-Y yo qué sé. Cuando me he despertado esta mañana ya estaba así. - Bill se quedó pensativo y hasta se dentelleó el labio inferior, en una mueca exactamente igual a la mía. Supongo que nos parecemos más de lo que creemos.
-¿Te desinfectaste la pierna cuando te mordió Scotty?
-¡Me cago en la puta! ¿Me van a arrancar la pierna por culpa de tu puto perro?
-¡No es su culpa! ¡Habértela desinfectado! ¿Cómo se te ocurre irte de marcha por ahí con una mordedura de perro que te traspasa casi el músculo de la pierna? ¡Seguro que no has ido ni al médico!
-Obviamente, no.
-Ni te la has vendado... ¿Pero cuánto tiempo llevas con el mismo pantalón puesto? - hice cálculos mentales.
-Cuatro días. - Bill abrió la boca de par en par.
-¿No te has duchado en cuatro días?
-No. - cerró los ojos, suspirando. Supuse que ya estaba curado de espantos, desde luego, después de haberme tenido más de medio año en su casa, como para no estarlo.
-Obviaré que eres un cerdo y pasaré a intentar curarte la pierna directamente, porque algo me dice que no vas a querer ir al hospital, ¿verdad?
-Verdad.
-Trae. - Bill se apoyó contra el sofá, cogiendo mi pierna y situándola en su regazo con mucho cuidado. Me estiré sobre el sofá y apoyé la nuca contra mi mano, con la cabeza alzada, relajado, observándolo en silencio. - Está muy sucia. ¿Tienes algodón?
-No.
-¿Una camiseta o un trapo de algodón? - negué con la cabeza. - De acuerdo. ¿Tienes limpia la sudadera? - me miré la sudadera por encima, estirando de ella un poco.
-Sí.
-Dámela. - uff... Nunca pensé que la desinfección de una herida llevaría un momento tan tenso. Me saqué la sudadera, quedando desnudo de cintura para arriba y se la di. Nuestros dedos se rozaron cuando él la cogió y noté que estaba temblando.
-¿Por qué estás tan nervioso?
-... Yo... yo no estoy nervioso. - sonreí. Era tan obvia la manera en la que intentaba no mirar mi pecho desnudo... Cogió el botecito de alcohol y empapó bien la sudadera hasta empaparla. Dejé de prestarle atención a mi pierna y simplemente me concentré en su cara, en sus expresiones, su concentración y su nerviosismo. Parecía aturdido. Sabía que le estaba mirando y por eso no se atrevía a apartar la mirada de mi horrible herida infectada. Noté la sudadera empapada y fría restregándose por mi pierna, con cuidado, pero seguí sin fijarme en ella hasta que el escozor se hizo tan presente, que no me quedó más remedio que cerrar los ojos con fuerza y pestañear.
-¡Coño! ¡Quita, escuece!
-Es alcohol, ¿Qué esperabas?
-¡Pues echa agua oxigenada, no me des con eso!
-El alcohol es lo mejor para las infecciones. Aguántate.
-¡Eso es insufrible! - sacudí la pierna. Bill me la apretó, intentando mantenerla en su regazo y por una de las heridas ya más esclarecida, emanó un chorreón de líquido verdusco. - No aprietes tan fuerte.
-¿Has visto eso? Es pus. Por eso la tienes tan hinchada. Tengo que sacártelo.
-¿Y cómo piensas hacerlo?
-Apretando. Es doloroso, pero si no quieres quedarte sin pierna, te vas a tener que joder.
-No me jodas...
-Tom, o lo hago yo o vamos al hospital... o puedes dejar que se te infecte tanto que se te acabe inmovilizando y se te expanda por todo el cuerpo. Te matará si lo dejas así.
-¿Y todo eso por una mierda de mordisco?
-No, todo eso porque eres un gilipollas y un descuidado. - Bill estaba intranquilo y ver la preocupación reflejada en sus ojos me ayudó a entenderlo. Decía la verdad. Como dejara la herida así, podría matarme y sin duda prefería que fuera él quién me la toqueteara en lugar de un médico viejo y arrugado. Estiré la pierna otra vez en su regazo.
-Vale. Confío en ti. - Él no dijo nada, pero noté el alivio que esas palabras le suponían y siguió limpiándome la herida con alcohol, concentrándose enseguida. Me resultaba impresionante la entereza con la que sus manos frágiles se movían sobre mi pierna, con tanto esmero que me hacía sentirme relajado y en calma aun notando el escozor quemarme las heridas abiertas. Me quitó la costra poco a poco, mirándome de vez en cuando a la cara para saber si me dolía o no. Estaba aletargado mirándolo, así que no sentía apenas nada.
-Voy a sacarte el pus.
-Vale. - empezó a tantear la hinchazón, sin saber exactamente por dónde empezar a apretar. Tenía él más miedo de hacerme daño que yo de que me lo hiciera. - No tengas miedo, hazme daño, me lo merezco. - vi su nuez bajar y subir al tragar saliva en el momento en el que me agarró la pierna y empezó a pellizcar. El repulsivo líquido empezó a salir casi a presión, empapándole la camiseta que llevaba puesta. - Hum... mi camiseta.
-No te quejes, tienes muchas, te las he lavado todas. - Bill se estaba poniendo casi verde del asco, pero no replicó. De vez en cuando una arcada ascendía por su boca, pero la reprimía con acopio de voluntad. Después de un rato, limpió el pus con algo de alcohol y bufé, aliviado, pensando que se había acabado, pero enseguida volvió a empezar a apretar, otra vez. Acabé echando la cabeza hacia atrás, suspirando, reprimiendo también el grito de dolor y escozor.
-¿Falta mucho?
-Casi está.
-Me compensarás luego por este mal rato, ¿no? ... ¡Ah! ¡No tan fuerte!
-Lo siento... - ahora sí que estaba nervioso. Le temblaban las manos como si tuviera parkinson y dejó que su pelo largo le cubriera parte de la cara para que no pudiera ver el rojo intenso que le adornaban las mejillas.
Qué adorable... y qué lástima que no pudiera tocarlo...
Pero ¿Por qué no podía tocarlo?
-¿Estás bien? - me preguntó de repente. - Normalmente, una infección causa mucha fiebre.
-¿Fiebre? Hace años que no tengo de eso.
-Me apuesto lo que quieras a que dentro de un par de horas vas a tener más de treinta y nueve.
-Eh, no te lo creas tanto, señor cirujano. - le di un suave golpecito en la cabeza, más por intentar romper el hielo y cortar la tensión que por otra cosa, pero creo que no lo conseguí. Bill se giró y me miró sorprendido por ese pequeño arrebato y enseguida nos vimos envueltos en un aura cálida, aunque incomoda, frente a frente. Los dedos de mi mano se enredaron entre su mata de pelo algo descuidada, ondulada. Por supuesto, en Stuttgart no podía cuidársela tanto como se la cuidaba en Hamburgo. Tuve ganas de salir de casa en ese mismo instante para ir a un supermercado y comprar su tan preciada laca, una plancha para el pelo y ese champú que a veces olía a chocolate y otras a menta, a bosque. Dependiendo del día, Bill se ponía uno u otro. Todos eran igual de apetecibles y todos me instaban a desear hundir mi nariz en su pelo hasta olisquear su cuello... como en ese momento... - ¿Y tú? - pregunté. No sé cómo tuve el valor de hacerlo. - ¿Cómo estás tú?
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Muñeco Encadenado Tercera Temporada - By Sarae
FanficDonde una decisión es lo mas real en la vida de Bill. ''Puede que yo fuera muy ingenuo, o que durante toda mi vida hubiera vivido en el país de los dulces, las casitas de muñecas y las nubes de algodón de azúcar, pero lo cierto es que nunca me hubie...