By Bill.
¿Por qué será que cuando más necesitas a alguien, es cuando nunca hay nadie? ¿Por qué será que cuando lo tienes al lado, nunca quieres contarle nada? ¿Por qué costará más trabajo hablar de los temas que más daño nos hacen, que hablar de los que menos nos molestan?
Mi problema se podía reducir fácilmente a una simple palabra, a una realidad: Tom.
Esa realidad había formado parte de un sueño maravilloso durante quince años en los que deseaba encontrar a ese Tom que había perdido a los cuatro años y ahora, se había convertido en mi peor pesadilla.
Sería tan fácil vivir sin él, tan fácil alejarme y olvidarle. Mi vida dejaría de resultarme tan problemática si Tom no existiera. Eso era lo que todo el mundo pensaría si conociera mi historia de cabo a rabo. Yo mismo lo sabía.
Tom no merece la pena. Debería preocuparme por mí mismo e intentar ser feliz.
La vida sería tan fácil sin él... a cualquiera le resultaría mucho más fácil sin él, pero... quizás a mí no.
Había llegado un momento en el que, de rodillas en el suelo, llorando y sufriendo, una pregunta había cruzado mi mente, fugaz y necia, intentando despertar el poco razonamiento que albergaba mi conciencia.
Del purgatorio había ido a parar a otra clase de purgatorio y los dos eran igual de malos para mí. No había diferencia alguna entre uno y otro, salvo los dueños de cada uno. En el purgatorio de Hamburgo, estaba Derek, una persona que había jurado curar todas mis heridas y no permitir que volviera a ser herido otra vez por nadie. En el purgatorio de Stuttgart, estaba Tom, la persona que me había herido y que aún lo estaba haciendo, ¡Es más! Cuya única intención era hacerlo.
¿Por qué estaba en ese purgatorio entonces, en el más difícil de superar para mí, el que más daño me hacía? ¿Por qué no me atrevía a volver al purgatorio del que procedía, donde poco a poco, quizás pudiera recuperar algo de mi antigua forma de ser?
La pregunta clave era, ¿Porque realmente no estaba preparado para volver a ver a esas personas decepcionadas y odiosas que tantos recuerdos amargos me traían y arriesgarme aun así a ser feliz junto a Derek? O... ¿La auténtica respuesta residía aquí, en Stuttgart, mi propio campo de concentración? Aunque sabía la respuesta, no quería admitirla.
¿No quería volver a Hamburgo porque tenía miedo o... porque simplemente, al margen del dolor, Tom estaba aquí?
-Eh, tú. - alcé la cabeza del suelo y observé la sombra oscura reflejada en la puerta que tenía delante, tras la que Tom y su nuevo Muñeco disfrutaban de unos minutos de placer intensos y efusivos, supuse. Mencionar el dolor que me hacía oír sus suspiros dolía mucho más que sufrirlo en silencio. Me levanté del suelo, moqueando.
-¿Qué? - contesté, borde. Quería ser borde en realidad, sobre todo si la persona que me hablaba era la que suponía. Había decidido venir a presentarse en el peor de los momentos.
-Así que además de nenaza, llorica.
-Así que además de perro ladrador, poco mordedor, vacilón. - me di la vuelta. Había dejado de llorar, pero las últimas lágrimas se negaron a borrarse de mi cara. Aaron, el Príncipe, y yo, Bill, el Muñeco abandonado, nos observamos.
-No te conozco de nada, pero ya me caes gordo.
-No me digas. Menos mal que me lo has dicho porque después de tus juegos de miradas asesinas no me había dado cuenta. ¡Oh, claro! Sin mencionar el increíble numerito de ¡voy a poner a todos los macarras de la ciudad en contra de este anormal!
-Me lo has puesto a huevo. No es mi culpa que tú seas débil.
-¿Te parezco débil?
-No me lo pareces, lo eres. - lo era, pero también era orgulloso y no quería reconocerlo.
-Bueno... supongo que tú y yo tenemos lo mismo en común ya que los dos venimos desde lo más alto y hemos acabado en este estercolero.
-No te equivoques, yo vengo porque quiero, tú... ¿quién sabe? - sonreí. ¡Qué truco tan burdo! Tan digno de niños ricos y caprichosos y, como buen niño rico y caprichoso que era, yo también sabía jugar al truco del sarcasmo.
-No te equivoques tú tampoco. Yo vengo para buscarme la vida, tú... - saqué a la luz mi mejor sonrisa cargada de desdén e ironía. - Tú vienes a buscar un hueco. Un hueco que te coloque al lado de mi hermano entre tanta basura. Tú... ¡vienes a intentar follártelo! No te conformas con las sobras. ¡Es normal! ¡no tienes por qué avergonzarte de ello! - un casi imperceptible músculo dio un tirón en la comisura de sus labios.
-¿Intentas provocarme?
-No. Es cosa tuya reaccionar a lo que yo diga o no. - el Príncipe apoyó el hombro sobre la pared, serio y analizándolo disimuladamente con una mirada de fingida seguridad, me di cuenta de que ese chico era peligroso. Sí, un manipulador nato, seguro. Un niño rico con carita de ángel herido solo podía ser un cabrón manipulador de los jodidos.
-Eres realmente estúpido si crees que voy a picar en eso.
-Oh... soy estúpido. ¡Qué mal! Eso me ha dolido.
-Dime, ¿cuál es tu plan? ¿hacerme saltar para que te de una tunda y gritar a tu hermano que venga a ayudarte para que me dé a mí otra? - puse los ojos en blanco. Dios, para ser un niño rico, jugaba realmente mal al juego de astucia y sarcasmo propio de los pijos.
-Puedo defenderme solo. ¿No lo has visto hace unos minutos?
-Sí, igual que te he visto llorar como una nena hace tan solo unos segundos. - tragué saliva. De acuerdo, no era tan corto. - Además... - Aaron se apartó de la pared y se inclinó suavemente frente a mi cara con una sonrisa de niño malo de lo más típica. Esa sonrisa era una vasta copia de la sonrisa de Tom. No me dio miedo, pero sus palabras me pusieron el vello de punta - ...algo me dice que tu hermano... no vendría a salvarte por mucho que gritaras su nombre. - eso... fue doloroso.
Las verdades duelen, supongo, porque a esas alturas, yo ya no podía fiarme de Tom. ¿vendría si gritaba cuando tuviera algún problema? ¿O me dejaría en la estacada? Esa simple duda me puso de mal humor y escuchar los suspiros y algún que otro gemido ronco que se escapaba por la puerta de la habitación donde Tom y Andreas estaban encerrados, me puso aún peor. Miré de reojo la puerta y el Príncipe lo notó y me imitó. Sonrió al percatarse de lo mismo que yo y eso me desorientó. ¿Es que a él no le molestaba saber que Tom, su aspiración, estaba disfrutando con otra persona que no era él?
-¿Lo oyes? - me preguntó. - Le gusta.
-¿Y a mí qué?
-Juraría que te importa. - fingí sorpresa cuando en realidad, estaba nervioso.
-Es mi hermano, no soy como tú. - contesté y él me enseñó los dientes inmaculados con una sonrisa que haría temblar al más pintado.
-¿Sabes una cosa?
-...No. Y paso.
-Tom me habló de ti una vez. - la sangré se me cuajó al instante. ¿Acaso... a él también...? - Yo paseaba con él por la calle, a oscuras. Él me contaba una historia y, de repente, paramos. - empezó a susurrar y en el momento en el que empezó a hablar, supe que no quería saber nada, absolutamente nada. Pero él siguió, consciente de mi reparo. - ¿Sabes lo que me dijo? - me quedé callado. - Me dijo que me parecía a su hermano gemelo. A ti, supongo.
-¿A mí? - de acuerdo, eso me dejó totalmente intrigado. - Pues no veo donde está el parecido.
-Lo sé, pero en aquel momento lo dudé seriamente. ¿Cómo será el hermano de Tom? Me pregunté esa noche. Luego descubrí que no importaba, porque que me pareciera a su hermano era lo de menos. Lo más fascinante vino después, cuando... - hizo un mohín con la boca, intentando parecer inocente, pero no lo consiguió. - ... follamos en mitad del callejón. - puse los ojos en blanco. Lo cierto es que en realidad no me chocó demasiado escucharle decir eso. No me sentí del todo dolido, si no malhumorado, incluso irritado por su persistencia.
-Sí, bueno, si a mi hermano le van las tías y los tíos, supongo que tampoco pasa nada por añadirles perros.
-¡Ja, ja, ja! - soltó con ironía. - Qué sentido del humor tan agudo tienes... Muñeco. - apreté los puños y se me aceleró el pulso. Después de Tom, nunca había tenido tantas ganas de pegarle a nadie. - Ya que tú estuviste viviendo con él en Hamburgo he pensado que quizás tú sabrías quién es ese... Bill.
-¿Bill?
-Sí, Bill. ¿Muñeco precioso quizás? Creo que ese es su apodo, Muñeco, atando cabos. ¿Lo conoces? - y ¿a qué venía ese absurdo? Me reí en su cara. ¿Se estaba intentando quedar conmigo?
-¿Por qué quieres saberlo?
-Tengo interés en saber quién es el hombre por el que Tom suplicaba y gritaba mientras me la metía por detrás. - Oh... ¿Qué?
-¿Perdón?
-Ya sabes a lo que me refiero. - Aaron prácticamente me acorraló contra la puerta de la habitación. Mi espalda dio a parar contra la madera vieja y los gemidos parecieron golpear mi punto de apoyo con saña. Incluso pude detectar un claro y alto gemido ronco muy propio de Tom. - Tú conoces a ese Bill ¿verdad? Dime quién es. - me exigió. Sus ojos brillaron en la penumbra del pasillo y colocó sus manos a ambos lados de mi cabeza pretendiendo parecer amenazante, en vano. Yo era demasiado alto comparado con él como para sentirme amenazado. Le sacaba casi media cabeza, unos cinco o siete centímetros, aunque la diferencia de estatura a él parecía importarle muy poco.
Me sentí incómodo.
Tom estaba gimiendo y disfrutando con otro hombre que no era yo justamente detrás de mí, a pocos metros y yo no podía hacer nada para impedirlo o, mejor dicho, no me atrevía a hacerlo.
-Soy yo.
-¿Qué? - Aaron enarcó las cejas, sin entender.
-Bill soy yo. Mi nombre es Bill. Él... me llamaba Muñeco. - y... no pareció sorprenderse lo más mínimo. Se separó de mí con una expresión de incredulidad muy marcada. Si no se lo creía, mucho mejor, pero en cuanto me miró por primera vez a los ojos, fijamente, explorándolos, supe que acababa de delatarme. Supo todo. Todo... mucho más de lo que yo deseé que supiera.
Y sonrió.
-¿Tú? ¿Tú eres el famoso Bill por el que llevo comiéndome la cabeza desde que Tom lo mencionó por primera vez?
-No hay ningún otro Bill. Es más, dudo mucho que haya muchas personas en Alemania que se llamen Bill.
-Oh... eso lo cambia todo. - me dio rabia. No parecía sentirse muy impresionado. Incluso se rio. ¡Se rio! ¿Pero qué se creía? ¿De qué se reía? ¿Se creía que era un mono de feria o qué? Quería darle un puñetazo. - ¿Tom pronuncia el nombre de su hermano cuando está metiendo la polla? Interesante... muy interesante.
-¡Si tienes algo que decir, dilo!
-Te follaba, ¿a que sí?
-Pero... ¿Qué dices? - me tembló el cuerpo entero. Me entraron ganas de vomitar. Se parecía tanto a ellos. Actuaba como ellos y se burlaría como ellos.
Sí. Se estaba burlando.
-Incesto. ¡Qué fuerte! Me esperaba cualquier cosa viniendo de Tom pero esto...
-Estás chiflado si...
-¡Enfermo! - gritó. Sentí una punzada profunda y sádica clavarse en mi pecho. - Sois hermanos... estáis enfermos, los dos. De Tom ya me lo imaginaba. Ya veo que os parecéis más de lo que el físico deja ver.
-Pero... ¿Tú quién coño te crees? ¿Te crees un sabio, te crees que con solo decir unas pocas palabras para intentar ponerme nervioso entiendes una mierda?
-Entiendo lo suficiente como para saber que te acabas de delatar tú solito. - me mordí el labio inferior. ¡Era verdad, que tonto! - Debí suponerlo, tienes una cara de maricón que no se aguanta. Así que ¿qué más da un hombre u otro? ¿Qué más da un hombre de tu misma sangre que uno que pasea por la calle?
-¡Cállate! ¡No tienes ni idea, no sabes nada, no hables de lo que no tienes ni zorra! - le iba a pegar. No podía más. Le iba a pegar. ¡Le quería matar! ¡Siempre criticando y siempre sin saber qué se critica, sin tener en cuenta los sentimientos de nadie, hablar por hablar! ¡Escoria!
-¿Sabes? Me siento decepcionado. Suponía que Bill debía ser una especie de dios griego con un pico de oro y un cuerpo tan macizo como para esculpir en él y... me encuentro ¿Con qué? - apreté los dientes. Los nudillos hacía rato que se me habían puesto blancos de la fuera con la que apretaba los puños. No lo digas ¡No te atrevas a decirlo! - ¡Me encuentro con un montón de huesos debajo de un montón de pellejo blanco con la forma y la personalidad de un maldito maricón acomplejado que, encima, está enfermo y enamorado de su propio hermano!
-¡No!
-¡Sí, lo estás!
-¡Eso es mentira!
-¡Enfermo, pervertido y encima das pena, Muñeco! ¡No entiendo como Tom...! - y le pegué un puñetazo en la boca que le hizo caer al suelo de costado. No me detuve a pensar detenidamente en lo que había hecho. Me tiré encima suya sin la menor restricción, con el puño en alto y le di otro puñetazo en la mejilla.
-¡Voy a matarte! - le di otro y otro más pero al quinto, Aaron me pegó una patada en el estómago y me echó a un lado. Choqué contra el mueble del recibidor. Este se volcó junto al móvil de mi padre y las llaves del coche de Tom. Un jarrón vacío al que más tarde, había pensado añadirle algunas flores para darle colorido a la casa se hizo añicos contra el suelo, justo a nuestro lado y Aaron, con la boca sangrando y la mejilla y la mandíbula totalmente morada, descargó sobre mí su puño furioso. Ni siquiera me di cuenta de dónde me dio. Me ardía toda la cara.
-¡Hijo de puta, voy a liquidarte! - una lluvia de puños me cayó encima. Lo agarré del cuello de la camiseta y con los ojos entrecerrados y el sabor de la sangre impreso en mi boca se los devolví con toda la fuerza de la que fui capaz en el lateral de la cara y el cuello. Le mordí el brazo y le arañé la mejilla, gruñendo los dos y gritando rabiosos el uno contra el otro. Ni Aaron ni yo fuimos capaces de hablar en un momento determinado, concentrándonos en deformarnos la cara mutuamente a base de porrazos y, de repente, Aaron me pegó un puñetazo en el pecho que me dejó sin aliento y consiguió que le soltara la camiseta. Se levantó de un salto y cuando intenté imitarle al ver su pierna aproximarse peligrosamente a mí, me golpeó el estómago con una patada alta que me lanzó contra la pared. Estuve a punto de vomitar allí mismo, pero, aunque fuera vomitando las tripas, lo mataría. Le rompería la cabeza contra el suelo.
Los dos nos miramos exhaustos durante unos segundos a cada lado de la pared.
-¡Desde luego tienes los cojones de tu hermano! ¡Lo tienes todo de él! ¿No? Sus huevos, su misma cara, sus mismos ojos, su misma expresión de rabia... ¡Sois gemelos clavaditos, idénticos! ¡Igual de enfermos! ¿Sabes? ¡Desde que Tom te mencionó me imaginé a alguien igualito a él! ¡Genial, tendré dos para mí solo, pensé! ¡Pero ahora veo claro que me equivocaba y que a ti no te van a querer ni las sucias ratas del puticlub gay de la esquina! - me ladró el perro que tenía delante. Pero yo no ladraba, ¡Yo mordía!
-¡Es una pena que yo no pueda decir lo mismo de ti porque Tom no te mencionó ni una vez! ¿Qué putada, ¿verdad? A mí no me quieren ni las ratas, a ti... ¡Solo te quieren para un polvo!
-¡Estás muerto! - ¡Y otra vez se me echó encima! Mi puño chocó con su cara y el suyo, con mi estómago. Nos agarramos por la ropa, tosiendo sangre, gruñéndonos como lobos peleando por comida. ¡Qué extraño! ¡En ese momento dejé de sentirme un perro cobarde y herido y pasé a sentirme como un lobo hambriento capaz de destripar cualquier animal que se me echara encima! ¡Y eso pensaba hacer!
-¿¡Qué coño es eso!?
-¡Esos gritos!
-¿Y el Princi...! - oí a lo lejos como una puerta se abría y gritos de júbilo inundaron la casa por completo.
-¡Joder, pelea, pelea!
-¡Que se matan!
-¡Toma ya, lo que faltaba!
-¡Una buena tunda!
-¡Pelea, pelea, pelea, pelea!
-¡Dale una patada en la boca!
-¡Retuércele los huevos, moreno!
-¡Tooooooma!
-¡Cómo se las gasta el hermano pequeño!
-¡Vamos Principito!
-¡El Muñeco y el Príncipe se matan!
-¡Yuuuujuuuu!
-¡Gresca, gresca, gresca, gresca, gresca, gresca, gresca, gresca, gresca, gresca, gresca...! - de repente se formó un coro a nuestro alrededor. La gente aplaudía, gritaba, vitoreaba, chiflaba, saltaba, incluso bailaba. No me detuve a ver quién nos observaba. Solo golpeaba, sentía dolor, el pulso se me aceleraba y las ganas de devolver lo que sentía multiplicado por mil costara lo que costara se intensificaban con cada golpe.
De repente, oí otra puerta abrirse y retumbar contra la pared.
-¿¡Queréis bajar la voz!? ¡Si queréis pelea iros a la puta ca...! - la voz de Tom, el jefe de la camada de lobos, me hizo girar la cabeza en un instante, obedeciendo una orden muda a su aullido fiero. Él me miró con la boca abierta y los ojos desorbitados, desnudo de cintura para arriba y con los pantalones desabrochados, las rastas sueltas balanceándose de manera imperceptible. Cuantas veces lo había visto así, incluso con menos ropa. No. ¡Con nada de ropa! Y quería que me mirara así, como hacía en ese momento, como si no existiera nada más fuera de la camada y yo fuera su Beta ¡De hecho, yo había sido su lobito favorito! Pero... ¿Desde cuando yo era un lobo?
Y me despisté. En una pelea callejera despistarse te puede costar la vida.
El Principito me golpeó de lleno la barbilla y mis piernas se aflojaron y resbalaron sobre el suelo. Caí hacia atrás. Vi como el techo se alejaba de mí lentamente y observé la cara de repentino pánico de Tom. Me golpeé la espalda contra la pared y mis piernas chocaron contra el mueble volcado en el suelo. Caí de boca y mis manos se interpusieron de inmediato sobre el suelo al igual que mis piernas, recibiendo fuertes pinchazos en las palmas de las manos. Observé un trozo de jarrón roto sobre el suelo, a pocos centímetros de mi cara. Alcé la mano, con un trozo clavado superficialmente en la palma de mi mano y en ese momento, al ver mi sangre, algo se me disparó en la cabeza. Quizás un poco de la locura tan característica de Tom. Quizás un instinto básico dormido dentro de mí, pero cuando Aaron se separó de la pared y extendió el brazo para agarrarme otra vez y seguir con la pelea, me alcé rápidamente sobre el suelo con el trozo roto en mi mano y lo dirigí directo hacia él, hacia cualquier parte de su cuerpo que pudiera rajar, su garganta, su pecho, su cara, su brazo... ¡Me daba igual! ¡Quería matarle! ¡Quería ganar! ¡Quería ser un lobo, no un perro cobarde, herido y débil que solo sabe llorar y resignarse! ¡Quería ser fuerte!
Pero nunca gané esa pelea. Ni yo, ni Aaron ni nadie porque justo en ese momento crítico, alguien me agarró por la espalda, me pasó los brazos por debajo de las axilas y me inmovilizó de tal manera y con tanta fuerza, alzándome sobre el suelo, que prácticamente quedé colgando de los brazos corpulentos que me habían atrapado justo a tiempo de cometer una locura.
-¡No! - pataleé. - ¡Quiero matarle, quiero acabar! - sentí un dolor tremendo en los músculos de los brazos por la presión tan enorme que ejercían sobre mí. Vi a Aaron, allí, frente a mí, sangrando y con la ira aún patente en su cara.
-¡Arrgg! - gritó y se echó hacia delante, embalándose contra mí con el puño en alto.
-¡Cabrón! - alcé la pierna dispuesto a pararle y a defenderme como pudiera pero otra persona, otro alguien tiró de él justo en el momento más oportuno, tirándosele encima, embistiéndolo como un toro y lanzándolo al suelo de cabeza. Casi sentí como el cráneo de Aaron golpeaba el suelo rebotando bestialmente sobre el mismo de la fuerza con la que fue lanzado. Apreté los dientes. Aaron empezó a escupir sangre o a vomitarla, no sabría decir cuál de las dos. Se levantó sobre las manos y alzó la mirada hacia la persona que lo había quitado de en medio con suma facilidad y brutalidad. Tom... observé como mi hermano lo cogía del cuello y le empezaba a gritar tantas cosas a la vez y tan rápido que ni siquiera se le entendía, con las venas de los brazos palpitando bajo la piel casi brillante, los puños centelleando repletos de ganas de desahogarse y... se desahogaron. Lo atizaron con una fuerza bárbara que le hizo chocar la cabeza de nuevo contra el suelo, una y otra vez, levantándolo cogido del cuello cuando él se quedaba inmóvil sobre el mármol encharcado. Cerré los ojos. Temblé escuchando gritos y golpes. Me entró miedo. Me asusté. Mucho... la rabia acumulada desapareció y una sensación repleta de pánico me inundó las venas.
-¡Tom, para ya! - oí la voz de Andreas, del nuevo Muñeco y sus pasos pesados, a la pata coja, aproximándose hacia la fiera viviente que era mi hermano.
-¡Quita! - le gritó. Ni siquiera lo dejó tocarlo. Lo apartó y lo hizo caer al suelo de culo sin importarle una mierda su pierna herida. Andreas se le quedó mirando, impotente. Aaron empezó a toser. Su aguante era impresionante. Parecía más despierto que nunca pese a la pelea que estaba recibiendo.
El lobo levantó el brazo otra vez.
-¡Tom! - le llamé y sorpresivamente, se detuvo, aguardando, con los dientes apretados, gruñendo enfebrecido. Se dio la vuelta y me miró, respirando con agitación.
-¿¡Qué!? - gritó. Solo le faltaba la espuma emanando de su boca para parecer un perro rabioso por completo. No dije nada y aunque deseé con todas mis fuerzas desviar la mirada, no lo hice. Quería replicarle y gritarle porque, aunque acabara de dar la cara por mí... me había traicionado.
Miré a Aaron. Él me observaba en silencio con la cara ensangrentada. Escupió sangre a un lado, orgulloso pese a la situación tan delicada. Estaba seguro de que, si hubiera tenido oportunidad, me hubiera escupido a la cara.
Tragué saliva. Por mí como si Tom lo mataba, pero...
-Déjalo... por favor... - murmuré. Me sentía incómodo rogando delante de tantas personas al nuevo Tom, el que tanto terror me inspiraba, pero que arruinara su vida definitivamente era lo último que deseaba.
Tom soltó a Aaron bruscamente. Sus ojos fieros profundizaron en los míos y anduvo hacia mí con la espalda encorvada, sin dirigirle la mirada a nadie que no fuera yo. Cuando lo tuve delante, sí que tuve que desviar los ojos al suelo. No aguantaba que me mirara como si fuera un trozo más de mierda en su vida.
-La fiesta se ha acabado, fuera. ¡Fuera todo el mundo, venga, a qué esperáis! ¡Moved vuestros asquerosos culos grasientos hasta la puerta! ¡FUERA! - chilló y todo el mundo, en un abrir y cerrar de ojos, se abalanzó sobre la salida. Aquel que me sujetaba por detrás me soltó, dejándome por fin sobre el suelo y cuando pasó por mi lado pude ver la figura imponente de Black, el negro judío que ya me había salvado del desastre dos veces. Salió de allí en silencio, apoyando la mano en el brazo de Tom suavemente.
-No seas muy duro con él, hermano. - le dijo.
-He dicho que fuera. - fue la única respuesta de Tom. Ricky me dio un empujón cuando pasó por mi lado, riéndose.
-Con que la nenaza sabe pelear, eh... - y salió corriendo antes de que Tom pudiera replicarle. Quién más tardó en salir fue Aaron, a quien Ricky le pasó un brazo por los hombros junto al "Bárbaro" de antes. El Bárbaro me gruñó mientras la ayudaba a cargar con Aaron y los tres, dos de ellos asesinándome con la mirada, salieron fuera dando un portazo. Solo quedamos Tom, yo... y Andreas.
-Tom...
-Cállate. Luego te llevo a casa, Andy. Pero ahora cállate. - me eché hacia atrás en cuanto vi sus intenciones de abalanzarse sobre mí, con la mano extendida. Estuve a punto de salir corriendo, pero me quedé quieto como un palo esperando la oportunidad para rogar compasión. ¡Sí solo me había defendido! Aun así, Tom no estaba dispuesto a atender a razones. Me agarró de la muñeca con una fuerza brutal y sin aceptar un no por respuesta, tiró de mí hacia su cuarto desordenado. Me empujó dentro sin decir nada y cerró la puerta de un portazo, encerrándome con él.
¿Hace falta describir el miedo y la enorme tensión que sentí cuando nos quedamos solos y encerrados en un cuarto apenas iluminado por la penumbra?
-Ven aquí. - me dijo, en un tono incomprensiblemente amable que, sin duda, ocultaba algo. Retrocedí, buscando con la mirada algún escondite oculto. ¿Me daría tiempo a saltar por la ventana? - ¿Qué miras? Ven aquí. - volvió a decir. Sus colmillos parecieron resplandecer en la oscuridad como los incisivos de un vampiro. Acabé clavado contra la pared y mis ojos, traicionándome también, se desviaron a la cama desecha cubierta de ropa inservible de la que, sin duda, Tom se había desecho minutos atrás. Pensé en Andreas ahí, el rubio amable tumbado sobre la cama con mi maligno hermano encima, besándose, tocándose, lamiéndose... me mordí el labio.
La cara me ardía y la mano, aún con el trozo roto de jarrón fuertemente apretado, se me clavaba en la palma haciéndome daño. Estaba muerto de celos.
Y cuando alcé la cabeza de nuevo, vi el puño de Tom dirigiéndose sin compasión hacia mi cara. Me quedé paralizado y cerré los ojos con fuerza. Las piernas se me doblaron y casi me dejé caer al suelo llevado por el pánico. Me iba a pegar. ¡Me iba a dar una paliza como a Aaron!
-Eres idiota ¿verdad? Ahora te gusta jugar a hacerte el duro ¿no? - preguntó, y al no sentir su puño furioso contra mi cara, abrí los ojos. Sus nudillos casi me rozaban la nariz. A medio centímetro. Medio centímetro más y me hubiera roto las fosas nasales hasta que el tabique me hubiera atravesado el cerebro.
Me agarró de la barbilla bruscamente, apretándome las mejillas. Sollocé de dolor. Con la cara tan hinchada y ensangrentada por la pelea, sin la adrenalina recorriendo mi sangre, ahora sí que sentía un auténtico martirio.
-Duele ¿verdad? Nunca te has peleado con nadie así ¿A qué no? ¿Pero de qué vas intentando hacerte el fuerte? Se te va a poner la cara como un bollito de uva mañana por la mañana. Amanecerás siendo un pequeño y débil monstruito, ya lo verás. Fíjate, creo que hasta te ha partido la ceja. - alzó un dedo hasta mi frente y me rozó la ceja con suavidad. Casi se me saltaron las lágrimas de dolor.
-¡Ah!
-¿Te duele mucho? ¿A que sí?
-Sí...
-¡Oh, pobrecito! - y me dio un empujón que casi me empotra contra la pared. Me soltó la cara y se me abalanzó enseñándome los dientes con una sonrisa de niño malo en la cara. - ¿Qué intentas hacer? ¿Desde cuándo te van las peleas callejeras, nene? - ¿Nene? Definitivamente estaba en un buen lío. - ¿No respondes? - Tom alzó la mano y agarró la mía, la que aún mantenía fuertemente agarrado el trozo de jarrón. Me abrió los dedos uno a uno, forzándome y me quitó el trozo afilado sin el menor esfuerzo. - ¿Y desde cuando amenazas a otros con rajarles la garganta? - hizo un gesto grotesco fingiendo rajarse él mismo la yugular que me puso el vello de punta y lanzó el trozo sobre la cama una vez hecho. - ¿No contestas? ¿A qué esperas? ¿A que sea yo el que te raje ahora? - giré la cabeza, testarudo. - ¿Voy a tener que pegarte como a Aaron para que respondas?
-¿Por qué no llevas a Andreas de una puta vez a su casa? Te está esperando ¿no? - dije. Me salió solo y no me molesté en controlarlo. Quería que Tom captara la ironía. Quería que Tom averiguara enseguida que estaba muerto de celos y que intentara consolarme, ¡No! Eso no sería propio de él, ¡Pero por lo menos que intentara excusarse!
Tom se quedó callado. Su cabeza empezó a barajar cientos de posibilidades a la vez y estaba seguro de que ya tenía una ligera idea de lo ocurrido minutos antes. ¿Yo era como un libro abierto o él demasiado listo?
-¿Te ha gustado pelearte con Aaron? - preguntó. Me dio la espalda y caminó hasta el modesto y más que viejo escritorio agarrando su goma del pelo y atándose las rastas rápidamente. - A ver si te vas a convertir en un sádico como yo. - se burló. A pesar del dolor otra vez me entraron ganas de matar a alguien.
-¡Sí y en un traidor también!
-¡Sabía que no ibas a tardar mucho en saltar, míster celos! ¡Lo sabía!
-¡Pues yo no sabía que tú fueras tan... tan... tan puta! - Tom abrió la boca de par en par, observándome con ojos desorbitados.
-¿¡Puta!? ¿Me has llamado puta? ¿A mí? - sacudió la cabeza muerto de risa. ¡Ja, pues menuda gracia!
-¡Una puta, una guarra, una maricona de lo peor y que te creas tan macho no cambia nada! ¡Te has tirado a tías y a tíos en cuanto me has quitado de en medio y ahora, tienes un nuevo Muñeco!
-¿Pero tú te has mirado a un espejo? ¿Con qué derecho me recriminas nada? ¡Tú te has dejado follar por tu archienemigo! ¡Oh, Tom, odio a Sparky, ese chucho de mierda me ha estado acosando toda la vida! ¡Oh, le odio! - gritó con voz aguda. Si no fuera porque estaba hecho una furia me hubiera puesto más rojo que un granate. - Pero ¡qué falso, Bill!
-¡Yo he sido sincero desde el primer momento! ¡Como mínimo merecía que tú también fueras sincero conmigo!
-¿Y cuándo te he mentido yo ahora, eh? ¡Nunca te dije que te quisiera, eso te lo imaginaste tú solito, no puedes recriminarme nada! ¡No me culpes por no avisarte de cosas que no te incumben!
-¡Me incumben, me importan!
-¡No es mi problema que creas estar enamorado de mí todavía, no tengo por qué darte explicaciones! - la frase me chocó demasiado como para no ser capaz de contestar con otra frase hiriente. Observé con una extraña mezcla de rencor y dolor cómo se ponía la primera camiseta que pillaba abrochándose los pantalones sin dejar de mirarme fijamente, como si intentara recriminarme algo con ese simple vistazo.
-¿Te gusta? - me atreví a preguntar.
-¿Quién?
-Andreas. - Tom se rio sin muchas ganas.
-No. Es mi mejor amigo al cual le he añadido el derecho a roce, nada más.
-¿Es eso también lo que yo signifiqué para ti? - puso los ojos en blanco.
-Tan cansino como siempre...
-¿Lo es o no? ¿Por él también vas al jodido fin del mundo para regalarle un puñetero perro?
-Ojalá no lo hubiera hecho contigo, así no tendría que aguantarte ahora... ¡Y tu puto perro no me habría atravesado la pierna de un mordisco!
-¿Por qué te fuiste?
-¿A qué viene eso ahora?
-¡Quiero saberlo! ¡Nunca me has dado una explicación coherente!
-¡Estás pesadito! ¡Me voy! - me mordí el labio, rabiando en silencio. Ahora no solo siempre que hablábamos acabábamos cabreados, pegándonos, amenazándonos, provocándonos y, ¿Cómo no? ¡Yo siempre acababa llorando!
Observé con la vista nublada cómo Tom se dirigía hacia la puerta sin mirar atrás, sin dar una explicación, sin decir adiós. Lo odié con todas mis fuerzas recordando los gemidos escuchados momentos atrás. Él, con Andreas, otro hombre que no era yo, con el que iba a unirse en cuanto saliera por esa puerta. Apreté los puños. No quería que se fuera. ¡No quería que se fuera con ese otro y se olvidara de mí definitivamente!
¡Es tan fácil decir nunca volveré a drogarme! ¡Tan fácil decir, nunca volveré a beber, nunca volveré a fumar, nunca volveré a verle ni a hablarle! ¡Tan fácil!
¡No volveré a tropezar con la misma piedra!
...Pero nunca es fácil cumplir con esa promesa no escrita.
-¿¡Por qué me odias!? - grité, agudo y lastimero. Otra vez un perrito herido gimoteando por un poco de atención a su Amo cruel. - ¡No te he hecho nada! ¡Nunca te he hecho nada que te haga odiarme tanto! ¡¿Por qué me odias?! - me salió un horrible chillido al final de la frase y quizás, si no se hubiera detenido justo en ese momento en el umbral de la puerta, si no se hubiera dado la vuelta y me hubiera mirado de esa manera suya tan penetrante, quizás me hubiera tirado al suelo suplicando un poco de atención o ayuda.
Ya no podía arrastrarme más...
-Bill... - murmuró Tom. Era difícil que hubiera expresión más fría en su rostro. Me recordó a aquella vez, en mi cuarto, meses atrás, cuando le pregunté por primera y última vez si se sentía solo y él... me tiró al suelo y me folló tan salvajemente, que pensé que me partiría en dos. Sí. Me miró igual que esa vez, helado, vacío. Quise reconfortarlo a pesar de estar muriéndome por dentro, acariciarle la mejilla y abrazarlo para que tanta frialdad se derritiera con mi calor... pero estaba visto que mi calor ya no era suficiente para él. Ya no lo quería.
-¿Es que no te das cuenta de que eres tan hipócrita que das asco?
-... ¿Qu-qué?
-Eres un hipócrita. No... ¡Eres el rey de los hipócritas y de los falsos! Natalie en comparación a ti era una santita. - entreabrí la boca sin darme ni siquiera cuenta de ello, con una expresión totalmente estupefacta. No entendía en absoluto qué quería decir con eso.
-No... no te entiendo... - Tom me enseñó los dientes de nuevo en una sonrisita casi desquiciada.
-¿No lo entiendes? ¿O no quieres entenderlo? ¡Por supuesto, es mucho más fácil hacerse el tonto que enfrentarse a la realidad! Y si alguna vez la realidad te devuelve la patada, con hacerse la víctima y lloriquear un poco los problemas desaparecen ¿no? No se te ha pasado por la cabeza ni una sola vez que tú eres el malo de la película ¿verdad?
-No... no sé qué estás... - intenté limpiarme las lágrimas de la cara. Tom se cruzó de brazos. Parecía divertirle mi actitud... pero en realidad no le divertía en absoluto.
-Vuelves a llorar ¿eh? Me hacía gracia ver cómo las lágrimas de cocodrilo surtían su efecto en Hamburgo. Una lagrimita y ¡Oh, pobre Bill! Todos encima de ti intentando consolarte. Es una pena que aquí, en Stuttgart, en mi mundo, esas putas lágrimas de víctima no te sirvan para nada. Es frustrante ¿verdad? Que rompas a llorar y a nadie le importe en absoluto, que no seas el centro de atención, como siempre. Que nadie se preocupe por ti y enseguida corra a tu lado a preguntar ¿Qué te ocurre, Bill? ¿Estás bien? ¿Por qué lloras? Jode, ¿no? Te jode. - me sentí amenazado por su manera de hablar y la forma en la que se le hincharon los pómulos de las mejillas. Quería pegarme. Se moría de ganas por hacerlo.
-No sé... a qué viene esto...
-¿No? Te lo explicaré de otro modo. - Tom se inclinó hacia mí, alzó el brazo hasta mi cara y cuando empecé a híper ventilar pensando que quizás, intentara acariciarme para tranquilizarme, me agarró del cuello de su camiseta y me pegó un tirón hasta que nuestras narices se rozaron. Cara a cara, nunca mejor dicho. Temblé. - ¿Sabes? Cuando mi padre me echó de casa para obligarme a ir a Hamburgo, de camino en el coche no era capaz de pensar en otra cosa que no fuera en como putearte la vida. Pensé, bueno, mejor aprovecharse de la familia rica cuanto más mejor y cuando se cansen de mí, pues se acabó. Solo tengo que aprovechar. Pensaba aprovecharme de vosotros, de verdad que pensaba hacerlo y, de hecho, lo he hecho, pero había un problema. El aprovecharme no cubría todo mi rencor hacia vosotros, así que pensé... tengo que putear a mi madre y a mi hermano tanto como pueda, pero sin que se den cuenta de que lo estoy haciendo y de que me he aprovechado de ellos hasta el último momento. ¿Y qué mejor manera de hacerlo que tirándome a mi hermano? Me lo pusiste a huevo, Bill. Yo solo me aproveché de la situación. - Oh...
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Muñeco Encadenado Tercera Temporada - By Sarae
FanfictionDonde una decisión es lo mas real en la vida de Bill. ''Puede que yo fuera muy ingenuo, o que durante toda mi vida hubiera vivido en el país de los dulces, las casitas de muñecas y las nubes de algodón de azúcar, pero lo cierto es que nunca me hubie...