Capítulo 12

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By Bill.

-Y... ¿Seguro que no te ha dicho nada?

-Seguro.

-¿Te ha dejado venir sin más?

-Ajá.

-¿Y él no ha querido venir? Hum... - Ricky hacía rato que le estaba dando vueltas a la cabeza la inexplicable forma de comportarse de mi hermano mayor. La verdad es que, si me limitaba a decirle que, simplemente, Tom me había dejado ir a esa fiesta (que aún no tenía ni idea de qué iba) sin preguntas ni compromisos de ningún tipo, sonaba muy, muy raro y bastante surrealista. Si le contaba la que había montado para poder escaparme de casa sin que se diera cuenta, eso ya era otro cantar.

Había preparado sopa caliente y deliciosa, perfecta para días de invierno con mucho frío, de esas que actúan como un somnífero perfecto después de tomarla calentita y buena desde un sofá de lo más cómodo. Había obligado a Tom a tragarse dos platos enteros y él me había obligado a mí a tragarme otros dos platos con guarnición de carne y postre (me había costado horrores tragar todo eso, ¡pero lo había conseguido y por ahora no había potado nada!) y... luego, nos habíamos puesto a ver una peli. Una peli que yo mismo me ocupé de que fuera horrorosamente aburrida. ¡Casablanca! Tumbados en el sofá el uno al lado del otro, Tom estaba cada vez más y más aburrido, hasta los huevos de la película que para colmo, era de los años de la pera y estaba en blanco y negro, pero como yo fingí estar súper ilusionado con la peli, no cambiamos de canal y, hora y cuarto después, Tom ya estaba durmiendo en el sofá como una marmota, momento que yo aproveché para arroparle un poco, luego vestirme con lo único que tenía y una camiseta suya cualquiera y... ¡no maquillarme! No tenía ni un puto gramo de maquillaje y eso me repateaba, así que me pellizqué un poco las mejillas y estuve a punto de intentar pintarme los ojos con los restos en cenizas de la vitrocerámica, pero cuando ya tenía los dedos embadurnados, Ricky y Black llamaron a la puerta. Salí corriendo y antes de fugarme sin hacer mucho ruido, dejé una nota encima de la mesita.

Estoy con Ricky y Black, en el parque de abajo, encendiendo una hoguera. No vengas, no quiero que tu pierna empeore, pero como sé que pasas de lo que yo te diga, si vienes cámbiate los vendajes antes y lávate otra vez la herida. Volveré pronto.

Estuve a punto de irme, pero intranquilo, volví a escribir:

Me llevo la navaja y si no llego antes de las cinco, tienes permiso para empezar a preocuparte. Descansa, Tom.

Me daba palo dejarlo solo con la pierna herida, pero supuse que no pasaría nada. ¡Joder, era Tom! Y ya no tenía fiebre y las heridas parecían estar cicatrizando a una velocidad inhumana en cuestión de tres días, así que dispuesto a enfrentarme con la realidad y aprender un poco más del mundo donde había acabado, salí por la puerta en silencio. No quería ser una molestia y tampoco quería ser un mantenido asustadizo encerrado en su propia casa como una mujer maltratada. Ni hablar.

-¿Y qué es eso de la hoguera? – pregunté de camino al parque. Ricky caminaba a mi lado, andando de una manera que me recordaba a Tom o a alguno de esos raperillos locos que iban de aquí para allá como si se hubieran cagado encima. A Ricky solo le faltaba escupir por las esquinas. Black me daba un poco de miedo. Me recordaba a uno de esos tíos musculosos de la lucha libre de Pressing Catch.

-Una fiesta. Todos los sábados vamos al parque del cruce para emborracharnos, drogarnos y hacer esas cosas que los pringados de los barrios altos también hacen, pero con más... clase. – tragué saliva escuchando a Ricky, la cual había sacado su caja de tabaco llena de porros y le echaba un vistazo rápido, asegurándose de tener suficientes para la gran fiesta.

-Un momento... ¿eso significa que habrá agujas y que... vais a obligarme a meterme algo? – Black empezó a reírse detrás de mí.

-¡No, tío! Tu tomas algo si quieres y si tienes dinero, claro. Nadie te obliga a nada, pero lo más seguro es que todos estén emporrados y bebidos, así que te doy permiso para pegarte a mí. Yo no me meto nada. Mañana trabajo.

-¡Buaag! ¡Mierda de curro! – gritó ella y me rodeó los hombros con un brazo, pegando su cara a la mía. Me sentí un poco tenso recordando lo que había pasado dos días antes entre nosotros, pero a ella parecía importarle más bien poco. – Mira, Muñeco...

-No me llames Muñeco.

-Escúchame, tú no le hagas caso al negraco este que es tan sano que da grima. Si no tienes pasta, por ser hoy tu primer día con nosotros ¡te invitamos! ¿Qué te gusta tomar?

-Ehm... no sé... me gusta el vodka.

-¿Vodka? ¡Eso es para nenazas! – para nenazas. Qué irónico. – Parece ser que los de los barrios altos no sabéis pasároslo bien, ehh. ¡Aquí tomamos absenta, ron, cosas de esas! Aquí no hay vodka.

-Ricky, no le mientas al muchacho.

-¡Pero si lo que toma son mierdas, como tú! Verás cuando se lo diga a la Rubia. Entre él y yo sabremos colocarte bien.

-¿La Rubia?

-La Maricona, Andreas, Andy, como se diga...

-Andy. – oh, oh. Oh, oh... ¡Oh, oh! El Nuevo Muñeco de Tom. ¿Lograría soportarlo? ¿Lograría mirarle a la cara y hablar con él sin venírseme a la cabeza que era el nuevo Muñeco? ¿Mi sustituto? O yo había sido su sustituto. ¿Conseguiría tragarme un ataque de celos y no tirarme encima suya gritando, Tom es mío, nenaza? No. Yo no era tan agresivo, pero... ¡Él sí! Yo era una persona más o menos tranquila mientras no se me provocaba, pero él... ¿él qué? ¡Él era de los barrios bajos! ¡Y sabía lo que había pasado entre Tom y yo! Y era amigo de toda la trupe de Tom, que se divertía metiéndose conmigo. ¿Y si me humillaba delante de todo el mundo? ¿Y si revelaba que me había acostado con mi propio hermano? ¿Y si todo volvía a ser como antes y todos me aborrecían y me escupían por ser un incestuoso? Me estaban entrando náuseas y tuve auténticas ganas de darme la vuelta y largarme por donde había venido cuando recordé a Ricky y su medio interrupción en el cuarto de Tom, justo cuando dormíamos abrazados y desnudos días atrás. No quería darle ningún motivo a Andreas para que me odiara, al menos más de los que ya tenía, así que me giré hacia Ricky y junté mis manos sobre el pecho.

-Ricky, ¿te acuerdas de cuando nos viste a mi hermano y a mí en la cama, durmiendo?

-¿Eh? ¿Cuándo dormíais despelotonados? – asentí efusivamente con la cabeza. – Sí, ¿qué pasa con eso?

-¡Por favor, no se lo digas a Andreas!

-¿A la maricona? ¿Por qué? ¿Y eso a qué viene? – Black nos miraba charlar con una ceja alzada, escuchando en silencio. Me daba vergüenza que se enterara de que Tom y yo dormíamos medio desnudos en una misma cama.

-Bueno, ya sabes... - los miré a los dos, un poco cortado. – Como Andreas y Tom salen juntos, no quiero que se piense cosas raras. – Ricky y Black se quedaron repentinamente mudos. Luego se miraron a la cara con los ojos muy abiertos... y después me miraron a mí.

-¿¡Cómo!? ¿¡La Rubia y el Capitán!? – mierda...

-¿No lo sabíais? – Black negó con la cabeza. Si no fuera porque era negro, hubiera jurado que se había puesto pálido.

-Pero si Tom... ¿Tom no es hetero? ¡Yo pensaba que no le gustaban los tíos!

-¡Pero qué puta mierda! ¡Y encima se me cuela la Rubia! Joder, nunca se lo había notado al cabrón de Tom. ¡Y me lo ocultan! De Tom me lo esperaba, pero Andy es tan cotilla como yo. ¿Cómo puede ser que no me haya enterado? ¡Será guarra! Se va a enterar cuando lo pille. – me entraron ganas de llorar cuando la vi crujir los nudillos. Mierda... Andreas iba a tener razones más que suficientes para desear mi muerte.

-Hum... todavía no han encendido la hoguera. – oí murmurar a Black y fue entonces cuando divisé a escasos treinta pasos lo que me esperaba. Había memorizado la trayectoria desde casa hasta el parque y había visto dos panaderías, un supermercado y una heladería. No me vendría mal saber algo de la ciudad, pero al parecer, o no era tan grande como yo esperaba o es que era mucha casualidad, porque reconocí el parque al instante.

Asomé la cabeza por encima de las escaleras que bajaban hasta allí. Unos cuantos días atrás había visto el lugar como algo oscuro, tétrico y escena de un crimen donde un violador había estado a punto de agredir a una mujer, pero ahora era totalmente diferente. Un montón de personas estaban esparcidas allí, riendo, gritando y formando un gran jolgorio. Veía las botellas a sus pies, los observaba tambalearse, agarrados los unos a los otros encima de los columpios destrozados. Adiviné que muchos ya estaban borrachos y me sorprendí cuando vi a chicas. No chicas como Ricky, sino chicas normales abrazadas a otros chicos, riéndose y besándose y bebiendo con ellos, tranquilas y felices, bien vestidas. Aquella escena me recordaba a los botellones a los que alguna vez había asistido en Hamburgo y me quedé con la boca abierta.

Aquellos salvajes que había conocido en casa de Tom parecían un poco más normales en ese momento. De hecho, parecían personas iguales a los de los barrios altos, a las personas de Hamburgo. Jóvenes bebiendo y pasándoselo bien. No había peleas por ninguna parte y me percaté de que todos iban vestidos con chupas negras y pantalones vaqueros de tono oscuro. Miré a Ricky y a Black. Ellos seguían la misma regla que los demás. El único que no parecía seguirla era yo, con una camiseta blanca que me llegaba por la mitad del muslo decorada con letras marrones y una frase que decía "The clothing speaks for itself".

-¿Por qué no me dijisteis que todo el mundo iba de negro? – pregunté. Ricky se encogió de hombros.

-Pensábamos que Tom te lo diría. Es el día del luto.

-¿De luto? ¿No ha sido casualidad que todos fueran de negro? – Black negó con la cabeza.

-Hoy es el día de Cristina. – sentenció y los dos empezaron a bajar las escaleras. Yo los seguí, intrigado.

-¿El día de Cristina?

-¡Ehh, pedazo de puta! – gritó Ricky de repente y pude ver como una cabeza rubia se nos acercaba dando saltos y sacudiendo la mano. Ella salió pitando a por Andreas y yo me medio escondí detrás de Black en un intento por pasar desapercibido. Andy también iba de negro. Observé como Ricky y él se empezaban a dar cabezazos como animales y a restregarse el pelo el uno al otro con el puño, a ver quién aguantaba más. - ¡Eres una guarra! ¡Estás saliendo con el Capitán!

-¡No! ¿¡Quién te lo ha dicho!? – gritó, riéndose y yo pedí que la tierra me tragara.

-¡El Muñeco!

-¡Que no me llames Muñeco! – y me descubrí yo solo, como el idiota que era. Andreas y yo cruzamos miradas y yo me mordí el labio. Quería salir de allí.

-¡Eh, Bill! ¿Cómo tú por aquí? – gritó, con una sonrisa en la boca y yo me quedé mudo. ¿No iba a amenazarme ni nada parecido? ¿Ni siquiera un desagradable, qué haces tú aquí? ¡Si hasta parecía contento de verme! Corrió hasta mí, alegre como unas castañuelas y me revolvió el pelo como si fuera un perro. – Pensaba que tu hermano no te dejaba salir. – miré su pierna, libre de escayola.

-¿Ya te han quitado la escayola?

-¡Sí, por fin! Si no, no hubiera podido venir por aquí. Hay cada bestia. La puta de nombre francés la primera. ¡Richeeeeelleeeeee!

-¡Llámame Richelle otra vez y te rompo la otra pierna, puta! – observé a Andreas y a Ricky peleándose otra vez, en broma. Parecían llevarse muy bien y la confianza flotaba en el aire.

-¿Quieres algo de beber, Bill? ¡Yo invito!

En menos de cinco minutos, me vi sentado encima del tronco de un árbol alrededor de un montón de madera depositada en mitad de un círculo formado por asientos improvisados. Rocas, más madera, trozos de columpios, alguna silla de verdad sacada directamente del basurero... cualquier cosa servía. La gente se arremolinaba alrededor de los asientos, de pie y sentada, charlando y bebiendo. Andreas, Ricky, Black y otras personas que no había visto nunca se sentaron a mi lado y empezaron a hablar de gente que no conocía, de hazañas descabelladas, de travesuras diversas, de cosas curiosas que habían visto, de lo que le pasó a éste y de lo que le pasó a aquel, de que una tal Dorothy estaba saliendo con el Cabra, y de que Roy lo había dejado con Kitty... aunque yo no participaba en la conversación, estaba fascinado y muy interesado. Las personas hacían cosas raras y vestían de una manera más rara aún. Había incluso vagabundos allí y las cosas que contaban me hacían reír y a veces, preguntarme si lo estaban diciendo en serio o se estaban burlando de alguien.

De repente, después de beberme una bebida alcohólica un poco cargada pero no lo suficiente como para afectarme especialmente, me tocó el turno de hablar a mí.

-Bueno, ¿y qué le ha pasado al Capitán? ¿Por qué no está aquí? ¡Nunca falta! – preguntó alguien que según tenía entendido, era llamado Kroket.

-¿Por qué no se lo preguntas a su hermano gemelo? – se rio Andy y me rodeó los hombros con un brazo en señal amistosa con una enorme sonrisa en la boca. De repente, todas las miradas se centraron en mí.

-¿Éste es? ¿El hermano del Capitán? ¿El gemelo?

-¡Pero si no se parecen en nada!

-¡Me gusta su pelo! Parece un rockero.

-Éste es de los míos.

-No se parece a su hermano.

-¡Pero qué dices! Mira sus ojos y sus cejas. ¡Son clavados!

-¡Es verdad, son idénticos!

-¡Qué guapo! – me ruboricé. Los comentarios estaban siendo mucho más amables que la última vez.

-¿Y cuál es su mote? – preguntó alguien.

-¡Muñeco!

-¡No! – grité y pegué un salto del tronco. - ¡Me llamo Bill! ¡BILL! ¡No Muñeco!

-¿Pero qué dices, Muñeco? Si el nombre te va que ni pintado. – me quedé tieso, como un palo antes de que una corriente de ardiente furia se extendiera por mi cerebro al detectar esa voz, ese timbre repelente, esa agudeza tan rastrera, ese tono de babosa serpiente. Me giré lentamente con los puños cerrados y una de mis manos apretando el bolsillo de mi pantalón trasero, donde escondía la navaja. La tensión flotaba en el ambiente y pude recrear el momento en mi cabeza a la perfección.
Dos hombres en esta ciudad, pero solo había sitio para uno.

La brisa del aire chocando contra los troncos y las voces de los que nos rodeaban sonaban en mi cabeza como tambores. Ya no estaba en Stuttgart. Estaba muchos años atrás, en el lejano oeste, en medio de una ciudad desértica, con una pistola cargada atada a mi cintura y un sombrero de vaquero encima de mi cabeza. Yo era Billy, Billy el Niño. Y él era Pat, Pat Garrett. Y tenía la pistola tan cargada como la mía.

-Eh, Muñeco. Así que tu cara ya ha vuelto a la normalidad... después de la paliza que te di. – habló alto y claro, el Príncipe, alias, Pat Garrett para mí. Una bola de heno se arrastró por la arena guiada por el aire seco del desierto. Yo sonreí y alcé el sombrero con un dedo dejando ver mi rostro imperturbable.

-Yo puedo decir lo mismo de ti, Príncipe. Apenas te han quedado cicatrices de la paliza que recibiste por parte de Tom. – Pat pareció cabrearse. Su rostro se puso rojo como el de un tomate maduro.

-Por supuesto. ¿Qué esperabas? Estoy acostumbrado a las cicatrices ya que no necesito que nadie me defienda. Al contrario que tú...

-Jum... claro, acostumbrado a las cicatrices ¿no? No me extraña, deben meterte muchas palizas con esa bocaza tan grande que dice taaaaantas cosas graciosas.

-¡Exactamente! Me meten unas palizas de muerte, y te voy a meter una igualita a las que a mí me dan. – agarré mi pistola con fuerza y él me imitó al instante y hubiéramos empezado un tiroteo de no ser porque Andreas, despertándome de mi ensoñación con el lejano oeste, gritó:

-¡Aaron! – el mencionado apartó la mano del bolsillo donde llevaba la navaja. Andy se había puesto muy serio. – Hoy es el día de Cristina. No están permitidas las peleas entre los Encadenados.

-Ha empezado él. – se quejó, señalándome.

-Todos sabemos que no. Además, él es nuevo, no conoce las reglas. Si quieres pelear ya sabes que puedes largarte cuando te dé la gana. – el Príncipe soltó un bufido y pasando por mi lado de lo más altanero, se sentó en un tronco alejado de nosotros, solo. No parecía muy sociable ni que tuviera muchos amigos. Diría a simple vista que se aislaba del grupo, quizás porque se consideraba demasiado superior al resto.

-Andy... ¿él no...? – pregunté, pero Andreas negó con la cabeza y volvió a sonreír de oreja a oreja.

-Pasa de ese capullo y ven aquí, que te vamos a explicar las reglas. – volví a sentarme en el tronco, al lado de Andy y en medio del grupo. Nunca hubiera pensado que me encontraría tan cómodo entre ellos, sin Tom, como si ya perteneciera a... Bueno, ¡lo que fueran! Ahora nadie se metía conmigo, ni me provocaban, ni hacían lo más mínimo para que lo pasara mal.

Una lástima. Eso demostraba que todos habían decidido buscarme las cosquillas cuando nos conocimos porque Tom lo había ordenado.

-A ver, Bill, escucha, hoy es el día de Cristina, así que nada de peleas. Es una ofensa para los Encadenados. – me explicó Andy y yo asentí con la cabeza. Me había hablado en otro idioma incomprensible o yo era cortito, porque solo había pillado que los sábados estaban prohibidas las peleas.

-¿Qué es el día de Cristina? – pregunté y tuve que aguantar la discordante risa de Ricky tronando en mis tímpanos.

-¿Ves? ¡Este tío es un caso! ¡No tiene ni zorra idea de lo que pasa aquí! El otro día me dijo que iba a ir a la policía para denunciar un caso de agresión. ¡Está grillado! – me encogí en el asiento un poco avergonzado al ver como todo el mundo seguía a Ricky en sus carcajadas, incluso Andreas, que intentaba disimularlo sin mucho éxito.

-A ver, ¡callaos y dejadme que le explique al chaval qué día es hoy! – gritó y las chicas más normalitas se acercaron al coro, sentándose a nuestro alrededor prestando mucha atención, como si Andy fuera a contar un cuento. – Bill, un sábado de la tercera semana de cada mes es el día de Cristina o el día en que prendemos la hoguera para los nuestros.

-¿Los vuestros?

-¡Nuestros muertos! – chilló Ricky y él asintió.

-Nuestros muertos. No sé exactamente como son los barrios altos de los que tú vienes, pero aquí hay una elevada mortalidad entre los adolescentes y los jóvenes y muchos de los muertos por sobredosis, palizas, heridas internas, suicidios y demás, son amigos nuestros, familiares o conocidos. Así que el día de Cristina es el día de luto para nosotros. Por supuesto, tenemos nuestros cementerios y todo eso, pero esto mola más y además... seguro que a nuestros compañeros muertos les gusta más montar una fiesta en su honor en este ambiente a que vayamos al cementerio todos juntos de luto de tumba en tumba a llorar sus muertes. – asentí con la cabeza, entendiéndolo todo. Vaya... qué civilizados.
Estaba magnetizado. Todo lo que me rodeaba me recordaba a los descubrimientos de una tribu muerta de neandertales que a simple vista habían dado la impresión de ser unos salvajes caníbales. Pero tras conocer su cultura basándome en su arte parietal y mobiliario, en su arte funerario, sus menhires y dólmenes, había descubierto una fascinante muestra de lealtad hacia sus muertos y seres cercanos. Me sentía un aventurero que había acabado conviviendo con una tribu caníbal del Amazonas.

Increíble.

Y aún me quedaban muchas más cosas por descubrir. Era un maldito curioso por naturaleza.

-¿Y por qué lo llaman el día de Cristina? – volví a preguntar y la escena que presencié a continuación fue digna de una película de acción.

El ambiente se volvió fantasmal al segundo y la gente allí reunida, todos los que estaban en el parque formando un gran alboroto, se silenciaron. Me espanté, pensando que quizás había dicho algo ofensivo y acababa de meter la pata, pero al girarme hacia Andreas buscando una explicación, me di cuenta de que yo había dejado de ser el centro de atención.

Todos mantenían la cabeza en alto, observando con expresión serena y llena de respeto algo a mi espalda y me di la vuelta de inmediato, rogando con los ojos cerrados que no fuera mi hermano el centro de sus miradas. No lo era.

Encima de las escaleras, tras la barandilla, un hombre nos observaba. Su atuendo totalmente oscuro se confundía con las sombras de la calle. Su pelo negro y revuelto me recordó a alguien que no lograba localizar en mi mente y de repente, pegó un salo por encima de la barandilla y se arrojó al suelo del parque desde una altura de más de dos metros y medio. Cerré los ojos con fuerza, esperando un accidente, un suicidio quizás (aunque era consciente de que era un poco difícil que un hombre joven se matara desde tan escasa altura), pero cuando volví a abrir los ojos, me lo encontré de pie, tranquilo, moviéndose con mucho aplomo, avanzando hasta mí. Los allí reunidos se apartaron a su paso. Algunos, en su mayoría, chicos, sonrieron, otros, se encogieron en un rincón, asustadizos. Me pregunté por qué tanta señal de respeto y miedo, por qué tanto silencio. ¡Pero si ni siquiera Tom era capaz de conseguir algo así! Y se suponía que era el líder. Sin embargo, cuando el hombre de negro se detuvo frente a mí, con una especie de bufanda tapándole parte de la cara, lo entendí. Su ojo izquierdo, cruzado por una cicatriz horrible, sin pupila aparente, blanco como el resto del globo ocular, lo delató.

Kam.

Me encogí un poco, intimidado por su mirada. Me estaba observando con su único ojo sano. Pensé en un lobo ciego olisqueando un cuerpo inerte no reconocido, buscando señales de amenaza que, al parecer, no encontró en mí. Se inclinó de golpe, atravesando mi espacio vital y me devoró la cara visualmente. Me estremecí cuando arrugó la nariz, oliéndome de verdad, como un animal, acercándose a mi cuello. Me quedé muy quieto.

-Tom. – murmuró y se dejó caer al suelo, a mis pies. –No, tú no eres Tom. Eres... ¿su hermano? – miré a Andreas de reojo, pero él no se dio cuenta, por lo que no me dio ningún consejo para tratar con Kam, alias, el Loco. Así que asentí con la cabeza. – Hum... ¿quieres ser un Encadenado? – fruncí el ceño, sin entender y volví a mirar a Andreas, que esta vez me correspondía con los ojos entornados. Parecía consternado.

-Esto... no lo sé.

-¿No lo sabes?

-No. – Andy me dio un codazo en el costado. - ¡Au! – me estaba matando con la mirada. - ¿Qué?

-¿No quieres? – volvió a preguntar Kam y yo negué con la cabeza.

-No sé lo que es.

-¿No le eres fiel a Tom? – me quedé de piedra. ¿Cómo? Pero... pero... ¿quién le había dicho que yo había estado con Tom? ¿Andreas? ¿El propio Tom? ¡Solo ellos lo sabían!

-Eh, pues... yo... esto... - tartamudeé, incluso mareado. Mierda, mierda, mierda... ¡Me habían tendido una trampa! – Tom no me es fiel a mí, ¿por qué debería serlo yo? – susurré en voz tan baja que empecé a dudar que alguien me hubiera escuchado. Sobre todo, deseé que Andreas no hubiera oído ni una palabra. ¡Pero qué vergüenza!

Kam ladeó la cabeza y cuando alcé la mirada, me encontré a todo el mundo pendiente de mi respuesta. Fue entonces cuando me percaté de que esa frase podía tener más de un sentido y sentí como me ponía rojo del bochorno por mi estúpida respuesta.

-Fiel... ¿en qué sentido? – pregunté.

-En el de compañero de grupo. – Kam me estaba haciendo un lío. No me estaba enterando de nada y Andreas, captando mi confusión, se inclinó sobre mí y me habló al oído.

-Te está dando dos opciones. Quiere que te unas a nosotros, al grupo que rodea a Tom, a todos los que le siguen. A los llamados Encadenados. – me puse tieso, incrédulo y me volví hacia Andy.

-¿Unirme? Pero si yo no sé pelear. Ni siquiera soy de Stuttgart. – él se encogió de hombros.

-Eres el hermano gemelo de Tom. No creo que tengas muchas opciones. Sinceramente, no sé lo que puede pasar si dices que no. – Kam parecía impaciente por una respuesta acertada y me vi de pronto en un callejón sin salida. Si decía que sí, no tenía ni idea de lo que pasaría. Si decía que no... si no soy un aliado, soy un enemigo ¿no era así? Y con lo inestable que supuestamente era Kam, prefería no arriesgarme mucho.

-Ehm... sí, claro, yo soy fiel a Tom. – me sentía como si me estuviera uniendo a una secta y en parte, así era. Por lo menos a un grupo de gente bastante problemática que me tenía cogido por los huevos.

-Entonces, estás Encadenado. – sentenció Kam. Se levantó y me dio un golpecito en el hombro al tiempo que pasaba por mi lado saltando el tronco sin mayor dificultad. Fue derecho hasta el montón de madera apilada en el centro y un tío que desconocía le tendió una botella de whisky puro.

Por un instante pensé que anunciaría mi entrada a los Encadenados (a saber, a qué puñetas venía ese nombrecito) diciendo algo así como "¡Dad la bienvenida a nuestro nuevo hermano, Bill!", pero por suerte, no dijo ni una palabra.

Observé en silencio como derramaba la botella de whisky sobre el montón de madera y a continuación, agarraba un trozo bien impregnado de alcohol y lo alzaba hasta su cara. Sacó un mechero y le prendió fuego. La llama brotó, ardiendo y danzando al instante y entonces, con absoluta indiferencia, como si no le diera la menor importancia a lo que estaba haciendo, dejó caer la madera ardiendo sobre la pila central. El fuego no tardó nada en propagarse, acelerado por el alcohol y una increíble llamarada pareció lamer el cielo oscuro.

Todo el mundo empezó a hablar de nuevo, a gritar, a aplaudir, a reír, a montar jolgorio, a beber y a fumar canutos a montones. El olor de los porros me azotaba las fosas nasales mientras me preguntaba qué puñetas había pasado, a qué había venido lo de la pila y el silencio que se había extendido por todo el parque cuando Kam encendió la hoguera.

Miré a Andreas, que se había puesto a hablar de lo más animado con una chica muy mona sentada sobre el regazo de quien supuse, sería su novio, quien la abrazaba y apoyaba la barbilla en su hombro, sonriendo como solo un chaval enamorado haría. No quise interrumpir su cháchara, así que esperé a que terminara cuando Ricky se sentó a mi lado, con uno de sus porros en la boca.

-No entiendes una mierda, ¿a qué no?

-Ni una mierda. – admití. Ella suspiró.

-Lo llaman el día de Cristina porque hace bastantes años, una tía llamada así se tiró desde la azotea de ese instituto y cayó en este parque. La palmó al instante.

-Oh... vaya. – las locuras que esta gente hacía no dejaban de sorprenderme.

-Se mató como una especie de manifestación contra las peleas callejeras, las bandas peligrosas y todo eso. Fue un poco estúpido debo admitir, pero gracias a su sacrificio, los sábados no son días de peleas para los Encadenados. Por lo menos consiguió hacernos reflexionar un poco sobre nuestra actitud agresiva y sobre la muerte de las personas que nos rodean. Exactamente un mes después de que muriera, el mismo día, Tom y Kam vinieron aquí y encendieron una hoguera para todos nosotros. Hacía frío, estábamos en invierno y eso nos reconfortó. De alguna manera todos recordaron a Cristina. El calor del fuego nos hizo estremecernos y supongo que alguien pensó que la propia Cristina nos acogía con el calor de su corazón. Un calor abrasador dado lo grande y cálido que había sido su interior. Desde entonces, todos los sábados del tercer mes, encendemos esta hoguera y nos acordamos de ella y de las personas que hemos perdido recientemente en esta ciudad de mierda. – escuchando semejante hazaña sentí que se me calaban hasta los huesos. Recordé súbitamente la breve historia que Andreas me había contado hacía días, sobre Black, Tom, Aaron, la propia Ricky y Kam y me acordé de que él, el propio Kam, había perdido a su hermana por algo parecido.

-¿Cristina era la hermana de Kam? – murmuré y Ricky, tras unos segundos que utilizó para fumarse ese maldito porro, asintió con la cabeza.

-Por eso él siempre enciende la hoguera. Normalmente siempre está lúcido este día, no se coloca ni bebe, pero aun así sigue siendo imprevisible. Has hecho bien en darle la razón cuando te ha pedido que te unieras a nosotros.

-Y... ¿qué se supone que tengo que hacer ahora que soy... un Encadenado? – Ricky se encogió de hombros, no muy interesada en darme más explicaciones.

-Eso pregúntaselo a tu hermano cuando vuelvas a casa. Ahora, disfruta de tu primer día como Encadenado, colega. – Ricky tiró el porro que ya se había fumado al suelo y lo aplastó con el pie mientras se sacaba otro, lo encendía, le daba una calada pequeña y me lo pasaba. Observé ese filtro relleno de hierba no muy sana y negué con la cabeza.

-Yo no me drogo. – Ricky se rio. Se le habían dibujado unas notables ojeras y eso solo consiguió darme la razón. Eso que estaba fumando no podía ser sano.

-Muñeco, ¿te pasó algo cuando bebiste tu primera copa con alcohol? No ¿verdad? ¿y qué te hace pensar que te pasará algo con un solo porro? Lo mismo con un simple cigarro. Uno no se engancha con probar algo una sola vez. Se engancha si se pica y es solo entonces cuando la cosa se pone fea y peligrosa. Tom está sano como una rosa y se mete algunos fines de semana. ¿Por qué no lo pruebas? Solo una calada, si no te gusta, puedes dejarlo. – hum... su argumento no me convencía demasiado. Desde pequeño me habían enseñado que las drogas eran malas y adictivas y que debía darles un margen largo. Yo bebía y fumaba, de vez en cuando, pero con las drogas... no me atrevía a arriesgarme ni siquiera para un porro. Siempre me las habían puesto como algo tan prohibido y tan vomitivo que era impensable... exactamente igual que estaba prohibido y era impensable acostarse con tu propio hermano.

Y había acabado mal por no hacer caso de las prohibiciones, como no.

-No, gracias. – negué otra vez y Ricky suspiró y lo apartó de mí, llevándoselo a la boca.
Clavé la mirada en el fuego que se extendía, que crecía sobre la madera y parecía danzar. Sus tonos azules, rojos y naranjas me hipnotizaban y me provocaban una extraña quemazón en los ojos que me hacía lagrimear. Pestañeé y busqué a Kam a lo lejos. No lo veía. En su lugar mi vista chocó con una impactante escena. Un chaval de no más de quince años se arrancaba prácticamente la jeringuilla que se había clavado en el brazo y riéndose, se la pasaba a una chica de su misma edad. Ella no se molestó en desinfectar la aguja antes de imitar al chaval.

Negué con la cabeza y dudé entre levantarme y arrancarle del brazo esa maldita jeringuilla a la chica y hacerla añicos contra el suelo o estarme quieto y no meterme en líos. Me decidí por lo primero, incapaz de ver con mis propios ojos como la gente se pinchaba droga y posiblemente, una buena dosis de sida o alguna enfermedad parecida por la escasa higiene. ¿Es que no lo veían? ¡Se podían arruinar la vida!

Fui a levantarme del tronco, pero un brazo fuerte me agarró por la cintura y me obligó a sentarme de nuevo. Ricky apoyó la cabeza en mi hombro.

-¿Qué haces? – pregunté y ella restregó su pelo engominado por mi cuello a la vez que me agarraba de la mano, apretándola.

-No te vayas. – me pidió y yo la miré sin saber qué hacer. Giré la cabeza y localicé a Aaron un poco más allá, solo. Él alzó una ceja y sonrió con mala idea. No era difícil adivinar que tenía pensado soltarle a mi hermano todas y cada una de las locuras que hiciera a su espalda, el muy cerdo rastrero.

Entonces, Ricky apartó con un suave roce mi pelo ondulado y lo colocó tras mi oreja. Sopló sobre mi oído y yo me estremecí.

-Oye, para...

-¿Por qué? ¿No te gusto? – tragué saliva. Sus labios secos y quemados se pegaron a mi cuello. Me besó en él, sólo como una chica podía hacer, con la ternura de una madre, la lujuria de una adolescente y las ganas de experimentar. Con los labios empapados de sentimientos. Podía notar la piel de éstos levantada y poco cuidada. Los dedos que empezaban a entrelazarse con los míos eran ásperos, al contrario que la piel de su cara, suave y lisa. – Dime que te gusto. – me pidió y al pensar que me estaba ofreciendo un amor, un cuerpo, unos besos que unos bastardos degenerados habían demacrado a la fuerza, no fui capaz de negarme.

-Me gustas.

-¿Cuál es el problema entonces?

-...Creo que yo no soy la clase de persona que te puede interesar. – murmuré. En realidad, yo no era la clase de persona que pudiera interesar a nadie, al menos no para algo que no fuera ser utilizado. Ricky se apartó de mi cuello y volvió a dejar la cabeza apoyada en mi hombro. Empezó a juguetear con los dedos de mi mano, toqueteando las uñas rotas con restos de esmalte.

-Yo tampoco soy el tipo de persona que puede interesar a nadie.

Muñeco Encadenado Tercera Temporada - By SaraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora