By Bill
¡Bum, bum! ¡Bum, bum! ¡Bum, bum! ¡Bum, bum!
-Así que un trabajo en la pastelería de tu tío, eh...
-¡Sí! Como yo ahora trabajo en la librería, alguien tiene que sustituirme y como Bill no está haciendo nada ahora mismo... además, ayer me dijo que buscaba trabajo.
-¿Ayer? ¿Cuándo?
-Cuando... ya sabes, bueno... cuando estaba colocado.
-Ah, ya.
¡Bum, bum! ¡Bum, bum!
-Por cierto, ¿ya se ha despertado? Estará hecho polvo después de lo de ayer. Apuesto a que era su primera vez.
-Hum... bueno, sí. Todavía no se ha despertado y ¡oh, por cierto! No volverá a salir con vosotros nunca más, ¿queda claro?
-¿Qué? ¡Pero si nos lo pasamos ayer muy bien! ¡Tu hermano es la hostia, nos descojonamos con él!
-Precisamente por eso. Lo pasasteis demasiado bien ¿no?
-Ya te he dicho que fue culpa de Aaron. ¡Él lo empujó! ¿Qué culpa tengo yo de que tropezara y cayera sobre una bolsita de coca en polvo?
-¡Me importa una mierda, Andreas! ¡No va a volver a salir, coño!
¡Bum, bum, bum, bum! ¡Bum, bum, bum, bum!
-Joder, Tom, eres un carca.
-¡Ah, ya! Yo soy el carca ¿no? Después de dejar que mi hermano se fugara con vosotros y de que lo trajerais drogado perdido arrastrándolo hasta la puerta de mi casa, soy un carca. ¡Vete a comerle la polla a un negro, rubio!
-¡Toooooom! ¡Qué yo solo hago esas cosas contigo!
¡BUM, BUM, BUM, BUM, BUM, BUM!
-Oye, ¿por qué no me dejas pasar y hacemos algo?
-¿Algo como qué?
-¡Gilipollas, echar un polvo!
-¡Ju! Andy, son las dos de la tarde y apenas he dormido nueve horas. ¿Sabes lo que eso significa?
-Hum... ¿Qué me vas a dejar pasar?
-¡No, que te vayas a la mierda y me dejes dormir! ¡Tengo la polla dormida! ¿Cómo quieres echar un polvo manteniéndome toda la noche despierto con las juergas que te corres con mi hermano? Mira, mejor te largas. Gracias por el contrato de trabajo, se lo enseñaré a Bill cuando despierte. Ahora, ¡pírate!
-¿Qué? ¿Encima de que le consigo un trabajo? ¿No me vas a dar ni las gracias, ni un beso?
-No. Estás castigado, Muñeco.
No, no, no... me iba a estallar. Me iba a matar.
-¿Contento? Lárgate.
-¡No, no, una cosa más!
-¿El qué?
-Mañana. Una cita, tú y yo.
-¿Una qué?
-¡Una cita!
-¡Andy, por favor, que casi tengo veinte años!
-¿Y qué? Acompañaré a tu hermano por la mañana a la pastelería, para que no se pierda por el camino y tú me recoges allí a las... nueve.
-Doce.
-Once.
-Joder, vale. Déjame dormir ya.
-¡Hasta mañana, Capitán!
-¡Muérete, rubia!
¡Pum!
El sonido de la puerta cerrándose de un golpe fue como el estruendo del despertador de aquellas mañanas de invierno, levantándome temprano para arreglarme a tiempo y no retrasar a Georg en su trayecto hacia la universidad, recogiéndome por el camino.
Mis ojos abiertos, con los párpados tan pesados que apenas conseguía sostenerlos, observaban con inexpresivo dolor el techo del salón. Mi cuerpo temblaba como si padeciera Parkinson puro. Los huesos de mis piernas estaban agarrotados, los músculos, entumecidos y mi cabeza latía como si se tratara de un nuevo corazón viviente, recién nacido. Me picaba la nariz horrores y la garganta me ardía, pero me sentía incapaz de alzar un brazo para rascarme. El estómago me rugía como lo hacía un león hambriento y enjaulado. Temía que, si me balanceaba lo más mínimo, llevaba a cabo cualquier movimiento, me potaría encima.
No podía moverme y lo peor era que notaba un extraño quemazón en el trasero, un picor, un escozor.
Ladeé la cabeza con debilidad cuando noté una lengua húmeda dándome lengüetazos en los dedos de la mano. Scotty me miraba y agitaba la cola, entusiasmado. Pegó un ladrido que sonó como si una bomba terrorista hubiera estallado a tres palmos de mi cara y salió corriendo hacia la puerta. Lo miré de reojo. El torso fornido de Tom resplandecía como si le hubieran pasado una manguera por encima, desnudo de cintura para arriba, ataviado con sus simples y anchos pantalones y con la ingle marcada. Otra vez no se había puesto los bóxeres, el muy calentorro.
Estaba leyendo algo, con la espalda apoyada contra el umbral de la puerta, de brazos cruzados. No parecía muy interesado en la lectura. Cerré los ojos, sin saber exactamente por qué, cuando pasó por mi lado bostezando, andando descalzo. Me hice el dormido, oyendo como trasteaba en la cocina en busca de algo y noté la suave brisa y sonido de aquella hoja de papel arrugada cayendo sobre el suelo. La miré de reojo. En letras grandes y mayúsculas ponía: CONTRATO DE PRUEBA. Pastelería Haberman.
-Hum... - estiré el brazo para intentar cogerla. Había oído toda la conversación y ahora que mi mente parecía volver de un lugar de lo más lejano poco a poco, era capaz de comprender lo que eso significaba.
Me habían ofrecido un puesto de trabajo y, por supuesto, lo cogería. No había que ser muy lumbrera para llegar a esa conclusión.
Estiré de mi pesado cuerpo hasta la hoja de papel, apoyando el brazo en el suelo, pero la fuerza que siempre retenía había desaparecido y caí de cara contra el duro mármol.
-¡Urg! – mierda... como dolía. Pude agarrar la hoja con movimientos articulados y flojos y cuando intenté volver a arriba, a apoyar la cabeza contra el sofá, lo noté. Mi piel parecía estar pegada a la funda del mueble, como si me hubieran echado un refresco por encima y después de secarse, este se hubiera quedado pastoso y absorbente, apoderándose de mí. Me alcé sobre el sofá con asco y una brutal sensación de vértigo me azotó el estómago. El vómito trepó hasta mi garganta y ahí se quedó, aguardando el momento idóneo para salir. ¡Pero qué guarrada! Quise volver a echarme y dormir. Tenía la sensación rara de no haber pegado ojo en toda la noche, de estar agotado, hecho mierda, como si me hubieran apaleado, pateado, vomitado, apuñalado, humillado, sodomizado, ro... ¿sodomizado? ¿Qué?
Agarré la manta que había descendido hasta mi entrepierna al erguirme y la levanté con dedos temblorosos. Mi pene dormido estaba ahí, a plena vista, sin unos bóxeres que lo ocultaran. Estaba desnudo... y sentía escozor y pringosidad en lo más profundo de... de ahí... de mi... recto...
-¡Mierda! – oí retumbar la voz de Tom desde la cocina, destrozándome los tímpanos. Mis ojos automáticamente viajaron hasta allí, donde mi hermano, con un cigarrillo entre los labios, continuamente bostezando, se tumbaba sobre una silla y apoyaba los pies en la mesa, dejando la cabeza caer hacia atrás y cerrando los ojos. Él también parecía cansado. Scotty, desde el suelo, le gruñía sin parar, pero con suavidad, con precaución, por si su segundo amo se rebotaba y le daba un manotazo en el hocico. Le acababa de dar un mordisco suave en el brazo y Tom se lo miraba entre sonidos somnolientos. No se había dado cuenta de que me había despertado.
Me preguntaba qué habría pasado.
Recordaba haber salido de casa dejando a Tom dormido como un tronco. Le dejé una nota y fui a la fiesta de la hoguera, el día de Cristina. Me lo había pasado bien con Ricky, Andy y Black. Luego apareció Kam, que me nombró Encadenado y luego... luego Aaron, sí. Nos peleamos. Me empujó por la espalda y casi caigo al suelo. Un montón de arena me cayó en la cara y después... después... colores. Muchos colores. Muchos colores pegando saltos, muchas voces incomprensibles. Extraterrestres... ¿Extraterrestres? ¿Temblores de tierra? El suelo temblaba y se me acercaba. Me caía. No entendía nada. Hum... coca. ¿Coca? ¡Ah, cocaína, claro! ¡Me había dado un chute de cocaína sin querer! Por eso me costaba recordar y me dolía tanto la cabeza y el recto...
"Vamos, córrete..."
Uy...
"¡Fóllame, fóllame!"
Uy, uy, uy, uy, uy...
"Te voy a comer, Muñeco"
¿Qué me vas a qué...?
"Soy el Muñeco de Tom."
¿Eehhhhhh?
"¡Te quiero, Tom!"
¡Ay, la hostia! ¡Que me daba, que me daba! ¿Pero qué cojones era eso? ¡Esto no era de la droga! ¡No podía ser! ¿Me lo había imaginado cuando estaba drogado? ¿Lo habría soñado? Las imágenes me mutilaban la cabeza a balazos, una, y otra y otra y otra, sin orden ninguno, alocadas. Viniendo y desapareciendo, a cámara rápida.
El baño, me estaba meando, hice pis, dejé la navaja sobre el lavamanos, el jabón... ¿Qué hice con el jabón?
-¡Uuuaaaaaaaahhh! – grité y pegué un salto del sofá con las manos en la cabeza. Pero... ¡Sería marrano! ¿Qué había hecho con el jabón? - ¡El jabón! ¡Nooooo!
Pum... el suave sonido de las patas delanteras de una silla golpeando el suelo me hicieron girar la cabeza. Tom me miraba... yo le miraba... Scotty ladraba...
La tensión era palpable con una sola mano.
Luego, recordé algo más. Algo más aparte del jabón y la vergüenza que estaba pasando siendo observado desnudo con tanta minuciosidad por el bastardo de mi hermano. Recordé, recordé...
"Voy a abrirte y a jugar contigo muuuuuy suciamente, Muñeco."
Abrí la boca de par en par. Esas manos tan bruscas tocándome, esa sonrisa maliciosa, esas cosas tan sucias que salían de su boca (y de la mía), las piernas abiertas, una lengua entre ellas, unos dedos entre ellas... una polla entre ellas. Penetrando. Hasta el fondo. Lo notaba. Notaba mi trasero... ¡Me lo había abierto!
Tuve ganas de llorar al instante en cuanto até cabos. Lo había vuelto a hacer. Había tropezado con la misma piedra otra vez... ¿cuánto había aguantado? ¡Ni siquiera una semana! Me llevé una mano al pecho descubierto, palpitando ¡Bum, bum, bum, bum! Como si acabaran de dar la salida para una carrera de trescientos metros. El bombeo incesante me dolía. Cada pálpito estaba cargado de ansiedad y vergüenza, remordimientos. Lo recordé todo, todo, todo. Las risas, los insultos en la uni, los tropezones y empujones, la humillación, la huida, la visita de Frank y los amigos de Derek, las cartas, las pintadas en la puerta de mi casa, mamá en el hospital, llorando porque su hijo se había cortado las venas, ¡Yo me las había cortado!
Me mordí el labio inferior. Me picaba. Los brazos me ardían en picores pidiendo ser rascados con algo punzante e hiriente. Los crucé sobre mi pecho, intentando disimular esa reacción frente a Tom.
Me picaba todo el cuerpo, todo. Los sentimientos, las emociones eran tan intensas que solo me hacían tener ganas de tirarme de los pelos, de ponerme histérico y, lo único que conseguí decir, enrabietado, con mi hermano delante, tan fresco, fue alzar una mano acusadora y gritar:
-¡Me has follado! – y Tom se quedó callado, observándome con ojos muy abiertos. Sus pupilas me esquivaron, paseándose por la cocina con aparente disimulo.
-No. – dijo, y le dio una calada a su cigarrillo. Seguí observándolo, consternado por su respuesta. – No sé de qué me hablas.
-¿Qué no sabes de...? – bajé el brazo, ignorando por completo las señales de aviso que emitía mi cuerpo, de dolor puro. A lo mejor... ¿Me había acostado con un desconocido y lo estaba confundiendo con Tom? ¿A lo mejor? Pero cuando volví a mirarlo, no me quedó lugar para la duda. Tom estaba serio, muy serio, pero de repente, un ligero tic en el labio me dio la respuesta. Un intento de sonrisa propia de un gran de hijo de puta apareció de la nada. Él intentó contenerla, sin éxito y automáticamente, volví a señalarlo con un dedo acusador. - ¡Mentira, lo has hecho, te estás riendo!
-¡Juajajajajajajaja! – tronó, carcajeándose en mi cara.
-¡Me has mentido, lo has hecho, me has follado! – Tom se llevó las manos al estómago, partiéndose el culo (puta ironía). - ¡Tom!
-¡Sí, sí, lo he hecho! ¿Qué coño quieres que te diga, Muñeco? ¡Joder, me parto, me muero! ¡Jajajaja! – y volvía a reírse el cabrón.
-Pero... pe-pero... ¡Has roto la tregua, me has jodido! ¿Por qué cojones te ríes?
-¡Joder, pensaba que ibas a gritarme, a intentar pegarme, a echármelo en cara, pero vas tú y me señalas con un dedo en pelotas y me gritas, "me has follado", como una nena! ¡Lo llego a saber y te follo antes! ¡Jajaja! – me puse pálido. Me miré la entrepierna desnuda y lo primero que hice fue abalanzarme a por la sábana y a base de tirones apresurados, me tapé el cuerpo con ella.
-¡Eres un cerdo! – y siguió descojonándose. Apreté la sábana contra mi cuerpo, más que avergonzado. Las ganas de llorar por la humillación me acosaban la garganta y los ojos. ¡Quería morirme! Y lo peor era que por lo que veía en mis recuerdos, había sido yo el primero en lanzársele como un perro en celo. No había aguantado nada, nada, nada... ¡Ni tres días desde la tregua impuesta! Mamá... mamá... me había dicho que me querría hiciera lo que hiciera, aunque hubiera matado a un hombre, pero esto... lo había vuelto a hacer. Volvía a ser un enfermo, un pervertido. ¡No, nunca había dejado de serlo!
Todos esos días no habían servido para nada. Intentando adaptarme, encerrado, limpiando, aguantando intentos de violación y obscenidades, humillaciones y peleas, gritos, palizas, miedo, más miedo del que había sentido en toda mi vida. Aguantar todo eso en soledad con la esperanza de madurar y no volver a caer... no había servido para una mierda. Solo para que Tom se riera por mi esfuerzo. La separación de mamá tampoco había servido para nada, la huida de mi vieja vida. Seguía siendo como antes. Un simple enfermo.
Una lágrima silenciosa estuvo a punto de caer cuando Tom dejó de reírse y, echando los brazos hacia atrás, cruzándolos tras su cabeza y apoyando ésta en ella, me sonrió exactamente igual que la noche anterior. Con esa característica crueldad.
-Bueno, ahora que estás despierto y bien espabilado, ¿vas a contarme qué es lo que haces con el jabón cuando no estoy en casa? Después de lo que me contaste anoche, me pica muchísimo la curiosidad. - Hijo de puta. La cara empezó a arderme de furia y humillación pura. Yo era un enfermo, sí, pero Tom también lo era, de hecho, mucho más que yo. Él había empezado con lo nuestro con conocimiento de causa y me había arrastrado con él al infierno en el que estaba ahora hundido. Hasta que no me había arruinado la vida, no había parado, tal y como dijo que haría y yo, tonto de mí, poco le creí. Intentaba volver a hacerlo, volver a empezar con todo en Stuttgart, arrastrándome con él de nuevo.
En nuestra primera vez, yo no había sido consciente de que era mi hermano, del pecado, en esta, había estado drogado, así que tampoco había tenido pleno conocimiento de ello. ¿Qué coño pretendía ahora? ¿Qué volviera a seguirle la corriente otra vez, como hice casi un año atrás? No. No tenía nada más claro que eso. No. Ni hablar.
-Tom... - murmuré, rabioso. La impotencia se me hizo un nudo en la garganta, la imposibilidad de dejarme elegir el no. Yo no quería... y él lo sabía. Di varios pasos hacia delante y situándome frente a él, alcé el brazo. - ¡Gilipollas lameculos! – le metí el hostión de mi vida. ¡Paff! Fue un golpe salvaje que me estalló en la mano, como si hubiera golpeado un trozo de hierro puro. Le hice girar la cara bruscamente y casi caerse de la silla. Me quedé quieto, con la mano alzada, observándole la mejilla comenzando a ponerse roja al instante, con la marca de mis dedos gravada en ella. Me quedé alucinado y me miré la mano ardiendo.
Pegarle no había sido exactamente mi intención, pero no podía negar que se lo merecía así que, tragando saliva junto con palabras de arrepentimiento, retrocedí y callé como un muerto. Tom se había quedado quieto, paralizado con la cara vuelta hacia el suelo, no sabía si por la sorpresa o por el impacto, expresión ida e indiferente. Solo los ladridos de Scotty, que se había situado a mi lado y pegaba botes, como si me animara y gritara, "¡Hurra!", se oían en la habitación, pero en cuanto aprecié aquel simple gesto, aquel casi imperceptible tic en los dedos de las manos de mi hermano, di un paso atrás. Lentamente, cerró los puños y yo, sin más preámbulos, pálido y mareado, haciendo acopio de fuerza en las piernas... salí corriendo fuera de la cocina.
-¡BIIIIILL! - ¡Lo sabía! Estalló como un volcán después de años de inactividad y al instante, sus pasos acelerados corriendo detrás de mí retumbaron por toda la casa. - ¡BIIILL! – le vi la cara medio descompuesta por la rabia (y por la hostia que le había dado) cuando miré hacia atrás de reojo y me encaminé hacia el baño, el único lugar en el que podía encerrarme con pestillo, a salvo de mi malvado y aprovechado hermano. Pegué dos saltos veloces, inseguros a causa del mareo y agarré el pomo con dos manos. Abrí la puerta. Tom me agarró por el brazo y tiró firmemente de mí hacia atrás.
De improviso me vi en el suelo del baño, sentado sobre los azulejos con los ojos muy abiertos, observándole. Tom no se inmutó cuando Scotty salió de la cocina, gruñendo y ladrando, enseñándole los dientes a su otro amo. Corrió directo hacia él y se le tiró encima, haciéndolo chocar contra la pared bruscamente, intentando morderle la cara. Solo consiguió caer al suelo de un fuerte puñetazo en el hocico después de haberle mordisqueado el brazo levemente... tal y como había hecho conmigo.
Me llevé una mano a la mandíbula. Me había dado la sensación de habérseme desencajado al recibir el golpe furioso de Tom, pero no. Estaba en su sitio, dolida y sangrante, pero en su lugar común. Él me miró una vez más, habiéndose quitado al perro de encima, el cual se puso delante de mí y volvió a encarársele, intentando protegerme.
-Así que es eso, eh... de acuerdo, vale. ¡Si tanto asco te da follar con un muerto de hambre como yo, quédate ahí encerrado y muérete! ¡Púdrete, llora y patalea y cuando vuelvas hambriento y malviviendo a pedirme comida, lo único que te recibirás será una polla en tu boca y reza porque sea la mía! ¡A ver si así aprendes a agradecer las cosas que hago por ti, gilipollas! – tronó y sin darme tiempo a replicar o a asimilar lo que decía, cerró la puerta del baño de un portazo.
Me dolía la mejilla y la mandíbula y todavía no me había detenido a pensar en aquello que me había dicho. Solo sabía que me había gritado... y que me había pegado. Justo a la mañana siguiente de aprovecharse de mi debilidad para hacer toda clase de guarradas con mi cuerpo y obligarme a complacerle, a decir cosas que nunca deberían haber salido de mi ahora sucia boca.
Solo sabía que le odiaba con todas mis fuerzas y, como consecuencia de ello, se me nubló la mente. Me levanté del suelo con las lágrimas cegándome la visión y tras ojear cada recoveco del baño, bajo la atenta mirada de Scotty, encontré la pastilla de jabón, enorme, como un pedrusco azulado. La agarré con una mano, abrí la puerta. Tom me daba la espalda, a punto de entrar de nuevo en el salón, pero cuando me vio abrir la puerta, se giró y...
-¡Vete al infierno, hijo de puta aprovechado! – le lancé la pastilla de jabón con todas mis fuerzas a la cabeza, con tanta casualidad y desgracia, que le atinó. En plena frente.
No me detuve a ver su reacción. Cerré la puerta de un portazo y eché el pestillo. Empecé a llorar a regañadientes, mordiéndome el labio para intentar evitarlo, sin saber exactamente por qué. Tenía muchas razones, demasiadas. Tal vez porque echaba de menos a mamá, porque me sentía violado y desesperanzado, sin poder confiar en nadie, decepcionado con Tom porque se había acabado aprovechando de mí después de hacerme sentir cómodo y seguro a su lado, jurándome que todo saldría bien. Tal vez porque quería volver, pero no sabía cómo hacerlo sin que me apalearan y me quemaran vivo. Tal vez...
La puerta retumbó una vez como si hubiera sido sacudida por un terremoto.
-Espero que te quedes ahí el tiempo suficiente y que mantengas esa puerta bien cerrada, porque como te vea la cara otra vez... ¡VOY A MATARTE! – gritó mi hermano al otro lado.
-¡Tranquilo, lo haré si con eso consigo no volver a verte esa cara de puerco que tienes!
-¡Habló el enfermo discriminado por la sociedad! – abrí la boca de par en par. ¿Qué había dicho? - ¡Me lo contaste todo, anormal! La gente te acosa, eh. Nadie te quiere allí por degenerado y como no tienes nada mejor, claro, vienes aquí, arrastrándote porque no puedes volver, porque la gente te rechaza por ser diferente, porque te has acostado con tu hermano, el muerto de hambre. ¿Qué se siente, Muñeco? Nadie te quiere, ni aquí ni allí, estás solo. ¡Solo! ¡Jódete! – me llevé las manos a la cara, peleándome con mi propia razón para no destrozármela a arañazos desesperados cuando sin venir a cuento, Ricky apareció en mi pensamiento, borrosa, tal y como la había visto la noche anterior, colocado. También recordé a Andreas, más nítido y luego, a Kam.
¿Eres un Encadenado?
-¡No! – repliqué. - ¡No estoy solo, alguien me quiere!
-¿Qué alguien te quiere? ¿Quién iba a quererte a ti si no lo hago yo? – tragué saliva, momentáneamente shockeado por la frase.
-¡Ricky me quiere! ¡Y Andreas, y Black y Kam! ¡Ahora soy un Encadenado! – chillé, con voz temblorosa y tartamuda. Esperé oír algo más al otro lado, una réplica de Tom, un gruñido, una patada a la puerta. Algo que no fueran los ladridos de Scotty.
-¿Qué has dicho? – preguntó por fin, tras casi un minuto de silencio.
-Que soy un Encadenado. Kam me convirtió en un Encadenado anoche, me lo pidió, me nombró, así que... ¡Si lo hizo es porque me necesitan, me quieren en el grupo, en tu grup...! – la puerta volvió a sacudirse, esta vez con mucha más violencia, haciéndome retroceder por inercia.
-¡¿Y tú dijiste que sí?! ¡GILIPOLLAS! ¡Ahora estarás toda tu puta vida pudriéndote en esta ciudad de mierda! – tronó. No supe qué más decir, básicamente porque no entendía su posición. Ni siquiera sabía con certeza lo que era ser un Encadenado. – Pero no me importa. – suspiró y casi se rio con puro cinismo. – No, no me importa. – parecía intentar convencerse más a sí mismo que a mí. - ¿Sabes qué? Hazlo, púdrete aquí. Pronto dejarás de ser el Muñeco enfermo para ser el Muñeco asesino o asesinado. ¿Quién sabe? Quizás hasta consigas sobrevivir.
-¿Sobrevivir? ¿Muñeco asesino o asesinado? – y por no quedarme callado, por no mostrarme débil ante él, por puro orgullo y autoestima que había crecido gracias a Ricky, a la atención de Andreas la noche anterior y las narices que le había echado al cabrón de Aaron, dije aquello que nunca tendría que haber dicho, de lo que me arrepentiría todo el día y más tiempo, mucho más, daba igual cuanta atención volviera a recibir. - ¡Si tengo que matar a gente como lo haces tú, a policías inocentes que solo velan por la seguridad de las personas de las que tú te aprovechas y de las que abusas, prefiero morirme! ¡Por supuesto, Helem tiene que estar muy orgullosa de ti, jodido asesino!
Scotty dejó de ladrar de repente. Se quedó quieto, con las orejas alzadas, al igual que la cabeza, observando la puerta. Yo había cerrado los ojos con fuerza, esperando otra fuerte sacudida, otro grito histérico, otra amenaza aguda, pero al darme cuenta de que nada de eso ocurría, supe que mi puta boca había ido demasiado lejos. Tom no contestaba y eso solo podía ser algo malo, muy malo. Prefería mil veces más que me gritara a que me evadiera y me ignorara, así al menos sabía que mi hermano era consciente de que yo existía, de que estaba cerca, aunque no le gustara que me acercara si no era para utilizarme y follarme.
-¿Tom? – murmuré. Me deslicé hasta la puerta una vez más y apoyé la cabeza en ella, esperando oír alguna voz al otro lado.
-No tienes ni puta idea de lo que has dicho, Bill. Ni criterio ni razón. – soltó con voz lúgubre, casi inaudible. – Llevas aquí una semana, en mi casa, bajo mi techo y mi protección... todavía no sabes dónde te has metido y poco a poco, te estás llenando de mierda hasta el cuello sin darte cuenta. Cuando despiertes de tu país multicolor en el que abunda el dinero, el trabajo y la calidad de vida, será tarde... y créeme... voy a disfrutar como un cerdo sádico al verte caer y estrellarte. Verte asesinar a un... "ser inocente". Verte convertido en un auténtico Encadenado. Ahora solo eres un Muñeco viejo y roto, sin dueño. No mereces la pena. – no oí nada más salvo pasos alejándose de la puerta y los latidos de mi corazón alzándose por encima de mi respiración. Abrí la boca para llamarle, pero la cerré enseguida, mordisqueándome el labio.
No era lo que había dicho lo que me turbaba, si no su forma de decirlo. Parecía... cansado. Muy cansado. Su voz me había recordado a la mía cuando estaba en Hamburgo. La voz de alguien que habla por hablar, solo por no callar. La voz de alguien que está harto de la vida, de ser criticado, de ser acosado.
Me pegué aún más a la puerta, intentando escuchar algo más, algún signo vital tras la madera, alguna muestra de preocupación o arrepentimiento por lo dicho, pero no encontré nada. Claro, Tom nunca se arrepentía de lo que decía. Yo sí.
¿Por qué era siempre yo el que se arrepentía de lo que decía? ¿Por qué era yo el que siempre acababa solo llorando en un rincón? Porque eso hice como un estúpido. Dejarme caer al suelo y empezar a llorar solo contra la puerta. Mentía. Scotty, como mi perro fiel, seguía a mi lado. A pesar de que no lo sacaba a la calle, a pesar de que a veces me olvidaba de darle de comer, a pesar de que a veces le dejaba solo en casa y otras, Tom le pegaba por defenderme. A pesar de ello... Scotty seguía allí. Me pregunté por qué. Mi madre no estaba, ni Georg, ni Gustav, ni Derek y Tom, mucho menos. Tom solo estaba cuando quería, no cuando le necesitaba. Él me ignoraba, a mí y a mis necesidades, mis esfuerzos. No me entendía. No me quería ni una cuarta parte de lo que yo le quería a él, de hecho, me despreciaba.
Si mamá y papá nunca nos hubieran separado, no hubiéramos sido buenos hermanos de todas formas. Éramos unos opuestos muy especiales, repelentes y atrayentes a la vez y eso dolía. Joder si dolía, que me lo dijeran a mí. Amar y odiar al mismo tiempo a la misma persona era lo más horrible que había sentido en la vida. La confusión te quemaba a cada segundo, la indecisión y la inseguridad y con ello, el miedo... no había un maldito momento del día que no tuviera miedo de lo que sentía. Ya no podía fiarme ni de mí mismo porque mi conciencia y mi cuerpo siempre me traicionaban, igual que todos aquellos que me rodeaban hacían. Solo Scotty, mi perro, y porque dependía de mí como dueño. Nadie más.
Cada vez que daba dos pasos hacia delante, retrocedía uno, pero esa noche no solo había dado un paso atrás, no. Había vuelto al punto de partida, solo otra vez, después de todo lo que me había costado arrancar. Mamá... cuánto tiempo estaría sin verla, ¿cuánto tiempo más fuera de casa? La había decepcionado otra vez, a ella y a todos mis amigos, como el día en el que los vi allí, en el pasillo del hospital, mirándome con ojos espantados mientras yo era paseado en una maldita camilla, por loco, por depravado, por suicida.
Por jugar con fuego. Por jugar con cuchillas.
Me vino a la memoria la sangre. Rememoré el paso del cuchillo sobre mis venas, la sangre fluyendo a borbotones, incansable, como un río de vino tinto inagotable antes de desmayarme. El pulso se me aceleró. ¡Bum, bum! ¡Bum, bum! Sangre... sangre fluyendo... herida...
Empecé a tragar saliva con la garganta seca. No paraba de segregar sin descanso, haciéndoseme la boca agua casi literalmente hablando. Un vampiro... ju... qué irónico.
Gateé por el suelo junto a Scotty, que me observaba gimoteando y moviendo la cola levemente. Me situé frente al mueble y busqué las cuchillas de afeitar. Una, dos, tres, diez, quince... alrededor de quince minutos estuve buscando sin parar, sacando cosas y volviendo a meterlas, desordenando toallas y enredando mis manos con vendas y botes de desinfectante. No encontraba las cuchillas de afeitar. No estaban. No podía ser... la última vez había habido un montón. No podían haber desaparecido, así como así, no podían... A no ser que alguien las hubiera sacado de ahí y las hubiera tirado sin usar si quiera. Y no había sido yo. Papá no estaba en casa y en el baño desde la última vez que las utilicé, solo habían entrado Ricky (que era machorra, pero no tanto como para criar barba) y Tom. ¿Para qué iba a querer Ricky las cuchillas de afeitar? ¿Y Tom? Él apenas tenía barba una vez a la semana.
Me mordí el labio y pegué un bote, golpeándome la cabeza con el lavamanos sin querer.
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Muñeco Encadenado Tercera Temporada - By Sarae
FanfictionDonde una decisión es lo mas real en la vida de Bill. ''Puede que yo fuera muy ingenuo, o que durante toda mi vida hubiera vivido en el país de los dulces, las casitas de muñecas y las nubes de algodón de azúcar, pero lo cierto es que nunca me hubie...