By Bill.
Habían pasado cuatro días. Cuatro días largos, penosos, repletos de culpabilidad, rutina, pesadillas, dolor y asfixia. No había pisado la calle desde que llegué a Stuttgart, y no porque me lo prohibieran, si no por miedo. Recordaba a los salvajes de la manada de Tom gruñéndome, gritándome y amenazándome con navajas y retrocedía, alejándome de la puerta cada vez que intentaba salir para investigar el lugar.
En esos cuatro días no había visto a Tom ni una vez... y empezaba a desesperarme.
Mi padre volvió al día siguiente después de lo sucedido con la pandilla de Tom. Volvió con comida para nosotros, para Scotty y bebida para una semana... yo no había probado la comida todavía, al menos no apaciblemente. Los ataques habían vuelto. No comía nada durante el día y por la noche, me levantaba, abría la nevera y la atracaba literalmente, devorando todo lo que pillaba como un cerdo, casi sin masticar. Luego... mi estómago lo rechazaba y lo vomitaba.
Mi padre pasaba casi todo el día fuera, contando la noche y apenas lo veía, solo para cenar ocasionalmente. Sonreía y me decía: "No ha sido tan malo después de todo ¿no? Tom al final parece haberlo aceptado". No tenía ni idea de cuánto se equivocaba. Había esperado algo más por parte de mi padre, no sé el qué. Quizás que me llevara un día a jugar a los bolos, al cine, que comiéramos juntos y no paráramos de hablar de todo lo que nos habíamos perdido el uno del otro, algún regalo quizás... ropa. Necesitaba ropa.
Pero mi padre no había hecho nada de eso. Hablábamos poco cuando estábamos juntos, quizás fuera porque podíamos respirar la tensión que nos rodeaba e intentábamos no empeorar la situación con palabras que fueran más allá de lo que pretendíamos en un principio. Quizás porque temiéramos rompernos el uno al otro. Había averiguado de dónde había sacado la actitud sumisa y tolerante frente a los demás, al menos. Mi padre era un santo. Quizás poco considerado, pero un santo.
"Tom a veces lo hace. Esta casa no significa mucho para él, suele pasar la mayor parte del tiempo en la calle en lugar de en casa, aunque no lo culpo. Yo hago lo mismo. Ha habido veces en las que ha estado fuera durante semanas y no he tenido ninguna noticia de él desde entonces. Luego volvía, dormía uno o dos días enteros y luego, salía otra vez. Quizás ésta sea una de esas veces." me dijo mi padre cuando pregunté por Tom.
Me sentía un desgraciado imaginándole en la calle, ¡En esas pútridas callejuelas llenas de basura y gente peligrosa! Y cuanto más desgraciado me sentía, más culpable me declaraba. En esos tres días había conseguido mantener la casa impecable, incluso había pintado las paredes para entretenerme. Ya no sabía qué más hacer.
Eran las once de la noche. Me encerré en el cuarto de baño para darme una ducha. Mi padre se había ido. En casa solo estábamos Scotty y yo. El pobre había tenido que hacer sus cosas dentro de casa y yo había tenido que recogerlo cuatro o cinco veces al día porque no era capaz de sacarlo a la calle. Pese a todo, Scotty seguía persiguiéndome a todas partes moviendo la cola, intentando consolarme sin éxito.
Cerré la puerta del baño, aunque no había pestillo. De todas formas, no lo necesitaba. Salí de la ducha, de debajo del agua fría - el agua caliente se acababa a las nueve de la noche - tras apenas cinco minutos y me miré al espejo, desnudo. Mi aspecto era deplorable. Se me estaban hundiendo los ojos, tenía la cara cada vez más chupada y la tristeza me carcomía el cuerpo. Se me notaba tanto... Dios... solo tenía pellejo. Parecía un esqueleto humano. Se me marcaban mucho los huesos de la cadera, tanto que casi me daba repelús y los huesos de las piernas parecían palillos. No sabía cómo podía mantenerme en pie con esos alfileres.
Me costaba mirarme al espejo. No solo era un monstruo por dentro, sino que también me estaba convirtiendo en un monstruo por fuera. Me llevé la mano a la cabeza y me acaricié el pelo lentamente. Cuando aparté la mano lejos de mi cabeza y la miré fijamente, me encontré con un montón de pelos débiles enroscados en mis dedos. Yo nunca había tenido problemas con el pelo o, al menos, no muchos... solía cuidarlo tanto que, a parte de algunas puntas abiertas de vez en cuando, nunca se me había caído nada salvo cuando me daba con el cepillo. Lo normal. Ahora temía quedarme calvo de un momento a otro, aunque mi pelo seguía siendo tan abundante como siempre, pero débil, como yo.
Mi estómago no aceptaba la comida, mi mente estaba tan cansada y se sentía tan culpable, que rechazaba todo contacto con el exterior, mi cuerpo se debilitaba, mi corazón, ahora muerto, empezaba a pudrirse. ¿Cuándo empezaría a oler mal? A saber.
Sólo sabía que mi cuerpo rechazaba la vida como si fuera una plaga. No la quería. Prefería la muerte y ya que yo no era capaz de ofrecérsela, se devoraba a sí mismo para causármela. Intentaba hacerme un favor.
Me sentí culpable, otra vez. ¿Cómo podía ser tan egoísta? Seguramente alguien se estaría muriendo de hambre en algún lugar del mundo y yo vomitaba lo que comía, como un petardo desagradecido. Tom había estado muriéndose de hambre en las calles de Stuttgart cuando era niño y yo no quería comer.
Era un hipócrita y un desagradecido. Era malo. Era falso. ¿Cómo podía compadecerme de mí mismo? ¿Cómo podía ser tan egocéntrico?
Y aun así no podía dejar de pensar en cuanto deseaba que alguien me ayudase, que alguien intentara comprenderme, que alguien me dijera que no era tan mala persona... pero es que lo era.
En Hamburgo al menos comía algo... en Hamburgo al menos estaba Derek y mi madre, a la que empezaba a echar tanto de menos pese a las incontables mentiras que me había contado... en Hamburgo...
¿Estaría mejor en Hamburgo que en Stuttgart? Le pregunté al espejo en silencio, y este solo me devolvió el reflejo de alguien en proceso de descomposición.
Ya ni siquiera me acordaba de por qué le tenía tanto pánico a Hamburgo...
Tumbado en la camilla del hospital, el tiempo se me hacía eterno. Siempre estaba acompañado, la mayor parte del tiempo por mi madre, con quién apenas hablaba. No hablaba con nadie salvo con el psiquiatra, todas las mañanas, a la misma hora. Georg y Gustav venían todas las tardes. Gordon solo podía permitirse una hora o dos a mi lado. Debía cubrir a mi madre en el tribunal.
No me faltaba compañía en el hospital, desde luego. Mi familia me rodeaba, me cuidaba, me hablaba, no me dejaba solo y eso me ahogaba.
Hacía una semana que había intentado suicidarme y desde entonces, no había tenido ni unos minutos de paz para pensar con claridad, solo cuando el psiquiatra venía a visitarme y lograba echar a mi familia fuera de la habitación para hablarme. Me gustaba ese señor. Era mayor, de unos sesenta años, casi jubilado y era comprensivo, amable y muy tranquilo. Me dejaba mi tiempo para pensar respuestas, nunca se cabreaba por mis faltas de respeto y guardaba silencio cuando hablaba, sin interrumpirme hasta que terminaba.
-Eres un chico espabilado, Bill.
-¿Eso cree? Otras personas creen que soy idiota.
-¿Por qué?
-No lo sé. Dicen que soy demasiado tolerante y que nunca me doy cuenta de que me están tomando el pelo. Dicen que soy muy ingenuo.
-¿Y tú lo crees?
-Sí. En parte. Me la han jugado varias veces...
-¿Sí? ¿Quién?
-Pues... - giré el cuerpo sobre la camilla, molesto. Los puntos de las muñecas me escocían. - mi ex novia, por ejemplo.
-Oh, Natalie ¿verdad?
-Sí.
-Pero ella no te importa mucho ¿no? - negué con la cabeza.
-No. Ya no. - el anciano se tocó la barba pulcramente afeitada con los dedos, pensativo.
-¿Y tus amigos?
-Me mintieron una vez, pero lo hicieron por mi bien.
-¿Tu madre?
-Ella es la que cree más que nadie que soy un ingenuo y que puede hacer conmigo lo que quiera.
-¿Odias a tu madre, Bill?
-No. Pero a veces me irrita. - él se quedó callado durante unos breves segundos. Parecía debatirse entre sí mencionarme algo o no. Hubiera preferido que no lo mencionara.
-¿Y tu hermano? - tragué saliva, delatándome. Él lo vio. No era tonto como muchos creían. Sabía que el psiquiatra le daba muchas vueltas al tema de Tom, pero por mis reacciones exasperadas, siempre prefería calentar el hielo antes de empezar a hablar de él.
-¿Por qué siempre acabamos tocando el tema de mi hermano?
-Bill, sinceramente, se me hace demasiado obvio. Tu hermano ha sido uno de los principales motivos que te ha arrastrado al suicidio, pero quiero saber por qué. Necesito saberlo para poder ayudarte.
-Mi hermano no tiene nada que ver. - el psiquiatra suspiró.
-Justamente el día que se fue, dejaste de comer adecuadamente, padeciste un desmayo en tu dormitorio y en un arranque de ira, destrozaste tu cuarto. Tu madre me ha dicho que llorabas mucho.
-Mi madre no sabe de lo que habla.
-¿Le echas de menos?
-¿A quién?
-A Tom. - bajé la mirada. Era la primera vez que él mencionaba su nombre. Normalmente, siempre que tocaba el tema lo llamaba "tu hermano".
-No quiero responder a eso.
-De acuerdo, lo intentaremos de otra manera. Deduciré y tú solo tendrás que asentir o negar con la cabeza ¿vale? - me crucé de brazos sobre la camilla, alzando la espalda de ella y sentándome en el borde de la misma, frente al anciano.
-Vale, inténtelo.
-¿Tom y tú os llevabais bien? - asentí con la cabeza, sin mucho más que decir. - ¿Alguna vez hizo algo que te pareciera raro, violento o incómodo? - mis ojos rodaron por toda la habitación, pensativo. Tom nunca me había tratado con violencia, al menos no después de conocerme a fondo y hacernos amantes literalmente hablando. Pocas veces me había hecho sentir incómodo, pero claro, lo había hecho, igual que cualquier otra persona. Tampoco es que importara mucho, así que asentí con la cabeza. Cuando lo hice, el doctor frunció los labios. - ¿Crees que se sentía cómodo en Hamburgo?
-Sí... creo...
-Solo tienes que asentir con la cabeza, Bill.
-Perdón. - asentí con la cabeza.
-Tu madre dice que estabais muy unidos ¿Es eso cierto? - fruncí el ceño. Mi madre ¡buag! Pero asentí con la cabeza. - Y tú le querías... - tragué saliva otra vez. De repente, me habían empezado a sudar las palmas de las manos. - ¿Le querías mucho? - volvió a preguntar y esta vez, sintiéndome un poco incómodo y lloroso, asentí. No tendría que haberlo hecho. - ¿Crees que tu hermano te quería a ti?
-...No lo sé... creo que no. - sentí un nudo en la garganta que me agudizó la voz. El doctor asintió.
-Entiendo.
-Él siempre era cariñoso conmigo, pero no con otras personas, solo conmigo. - el nudo en la garganta, de repente, parecía haber tocado alguna fibra sensible en mí, un resorte que me hizo empezar a hablar, a profundizar en un tema que prefería no tocar, un tema que me había guardado en lo más profundo de mis entrañas y mi mente. Ahora, quería, ¡Deseaba tocarlo, escupirlo! Aunque no dijera toda la verdad. - Tom cuidaba de mí, de que no me hiciera daño o alguien me lo hiciera. No le gustaba verme llorar y siempre estábamos juntos, desde que nos conocimos. Íbamos a la universidad juntos, andábamos juntos por los pasillos, por el patio, al centro, de vuelta a casa, daba igual a donde, pero siempre juntos. A Tom no le gustaba dejarme solo y... a mí tampoco me gustaba que me dejara solo. Íbamos juntos a todas partes.
-Dependías mucho de él. - afirmó el doctor.
-¡Sí! Y cuando se fue... me sentí mal. - sin darme cuenta, había empezado a llorar. Me limpié las lágrimas con el brazo rápidamente, avergonzado. No me gustaba que me vieran llorar, pero últimamente no podía controlar las lágrimas. Sin embargo, el psiquiatra hizo como si nada, no se inmutó, y se lo agradecí. Que me ofreciera un pañuelo era lo último que quería. - Siempre estábamos juntos, siempre. Yo le amaba y le amo y creía... a veces creía que él también. Una vez cruzó todo el país para regalarme un perrito precioso para Navidad. Tom es así. Hacía cosas imposibles y no les daba la menor importancia, pero yo sí... y creía que... llegué a creer que... quizás...
-Bill ¿Estás hablando en el sentido romántico de la palabra? - me interrumpió de repente y yo le miré sin entender.
-¿Qué quiere decir?
-Bueno... las personas no utilizan la expresión "amar" cuando hablan de su familia, de sus hermanos. Amar es utilizado por las personas de hoy en día como sinónimo de "estar enamorado". Tú has dicho que amas a tu hermano. - su expresión distante, casi calculadora y fría me puso histérico en cuestión de segundos.
-Yo no he dicho eso.
-Sí que lo has dicho, Bill.
-¡No he dicho eso!- me quedé callado, mudo, mirando hacia otro lado, avergonzado por gritarle a un anciano. Él aguardó unos segundos silenciosos hasta que profirió la siguiente pregunta.
-Tu hermano te mimaba mucho, te hacía regalos, siempre estaba detrás de ti y eso, tengo que decir que no es muy normal para una pareja de hermanos que acaban de conocerse después de quince años separados. Vuestra relación no es normal desde luego y por los antecedentes de tu hermano... diría que tampoco él es muy...
-¿Y eso qué quiere decir? ¿Qué intenta decirme con todo eso? ¿Qué mi hermano y yo no somos normales? ¡Eso ya lo sé!
-Lo sabes...
-¡Sí! - el doctor asintió otra vez y suspiró profundamente, azorado.
-Bill... ¿Abusaba de ti?
-¿Qué?
-Tu hermano... ¿Abusaba de ti? - no sé si me escandalicé porque empezaba a acercarse a la causa de mi sufrimiento a pasos agigantados o porque la idea me pareció completamente estúpida y repugnante, pero me puse tieso sobre la camilla, con el pulso acelerado y unas horribles ganas de salir corriendo de allí.
-¡No!
-¿Te ha amenazado? ¿Te ha dicho algo o te ha chantajeado alguna vez para que guardes silencio?
-¡Por supuesto que no! ¡Eso es absurdo!
-Bill... - el psiquiatra, viejo, con su bastón apoyado sobre la incómoda silla se levantó de la misma con la mano en la espalda. Casi pude oír crujir los huesos de su espalda cuando anduvo hacia adelante, encorvado y se sentó a mi lado, con las arrugas de la cara profundamente marcadas en la piel. Me puso una mano en el hombro. - No debes sentirte avergonzado por nada. Tu hermano viene de un mundo distinto al tuyo en el que se hacen cosas malas. Seguramente él no ha salido muy bien parado de allí. Quizás necesite ayuda como tú, pero no podremos hacer nada ni por ti ni por él si tú no me das una pista.
-No entiendo a qué viene esto ahora.
-Viene a que tú defiendes a tu hermano y a que, probablemente él, se haya aprovechado de tu buena voluntad de alguna manera. - negué con la cabeza, empezando a alterarme.
-¡Tom no me ha violado!
-No... o quizás tú no lo veas como una violación.
-¿Cómo qué no? ¡O se viola o no se viola!
-Hay algo que se llama chantaje emocional, Bill. Vivimos con ello, lo vemos día a día, pero normalmente los efectos no hieren, no afectan a las personas porque la mayoría no sabe utilizar con suficiente potencial el chantaje para dominar por completo a alguien. Seguramente, Tom sí sabe hacerlo.
-¿Y cómo puede estar tan seguro de ello? ¡Usted ni siquiera lo conoce!
-Me has contado muchas cosas, Bill. Las suficientes y ligando esas anécdotas a mi experiencia... deduzco que tu hermano te ha utilizado. - me mordí la lengua. ¿Utilizado? Eso ya lo sabía, pero yo siempre se lo había consentido. Y no me arrepentía de haberlo hecho porque le quería. No me había utilizado, al menos no de esa manera. No había abusado de mí ¿verdad? - Necesito que me seas sincero en una última pregunta, totalmente sincero. - agaché la cabeza, clavando los ojos en el suelo. Estaba hecho un lío. - Tom y tú... ¿habéis mantenido relaciones sexuales?
Me mordí el labio inferior y clavé la mirada en mi muñeca vendada. Recordé como todo el mundo me había gritado, me había insultado y repudiado cuando descubrieron que Tom y yo... y de alguna forma, el doctor me estaba dando una oportunidad. La oportunidad de cargarle el muerto a Tom de echarle la culpa de todo lo ocurrido a él y solo a él, bueno... de hecho, quizás de verdad fuera él quien tuviera la culpa de todo.
-Bill... por favor... - miré al doctor con los ojos aún empañados, pero tragándose las lágrimas en silencio. Podía echarle la culpa a Tom de todo. Podía hacerlo y quizás si lo hacía, dejarían de odiarme, de repudiarme, quizás volverían a quererme, quizás no me agobiaran tanto ni me obligaran a tomarme esas horribles pastillas que me adormecían hasta la mañana siguiente, quizás...
Pero si contaba a alguien nuestro sucio secreto... dejaría de ser su Muñeco y esta vez, para siempre.
-No... - titubeé.
-¿No?
-No. - dejé de morderme el labio y negué con la cabeza. Moqueé. - Tom y yo nunca... es absurdo solo pensarlo. Absurdo y repugnante. De enfermos... - desvié la mirada al suelo.
Acababa de reconocer que yo mismo era un enfermo.
El psiquiatra suspiró y asintió con pesadez.
-De acuerdo. - se levantó de la camilla y agarró su maletín y su rebeca colgados de la silla. - Es suficiente por hoy. Espero verte mañana otra vez, Bill.
-Hasta mañana, doctor.
-Hasta mañana, joven. - y justo cuando empezó a abrir la puerta, alguien la abrió de golpe por el otro lado. Me levanté corriendo y casi me tiró sobre el suelo para agarrar al doctor por los hombros, evitándole una caída sin duda peligrosa para su edad.
-¡Eh! - gruñí.
-¡Oh, Dios mío, lo siento doctor! - mi madre se nos quedó mirando con los ojos brillantes, sobresaltada y respirando acelerada. Sería estúpida, pensé, mezquino como yo solo podía ser. - ¿Cómo ha ido la sesión? - le preguntó, sin el más mínimo reparo teniéndome delante. Intentó tocarme la cabeza con una mano en una caricia. Yo se la aparté con brusquedad.
-Bien, bien. Avanzamos despacio, pero lo estamos consiguiendo. Pronto podrá salir de aquí, que es lo que tiene que hacer, no estar aquí encerrado con lo joven que es. - mi madre sonrió, falsa. Aunque volviera a casa no me dejaría salir de ningún modo, así que era exactamente lo mismo.
-Entonces... ¿Puede empezar a recibir visitas de gente de fuera? - miré a mamá con los ojos como platos. ¿Gente de fuera? ¿Y eso qué significaba?
-Oh, claro, claro que puede. Le vendrá muy bien tener un poco de contacto con la realidad.
-Eso es estupendo. Han venido tres amigos a verte, cariño.
-Genial. - puse los ojos en blanco y volví sobre mis pies hasta la camilla, sentándome con las piernas cruzadas. ¿Tres amigos? ¡Pero si yo no tenía amigos! Georg y Gustav eran los únicos que venían a verme y me agobiaban tanto que pensar que de repente habían aparecido tres amigos más de la nada, me hacía morirme del asco.
Mi madre miró al doctor interrogativa, deseando enterarse de lo último que había conseguido sacarme. Sin embargo, él se limitó a negar con la cabeza y a salir de la habitación. Sonreí. Él sí que sabía lo era secreto profesional.
-¿Quieres que me quede aquí mientras hablas con tus amigos? - miré a mi madre como si se hubiera vuelto loca.
-¡Sí, claro, qué más! Suficiente tengo con que estés delante cuando estoy con Georg o Gustav. - mi madre encogió la cara, dolida, pero enseguida volvió a sonreír. Lo intentaba en vano, hacerse la fuerte. Claro, si en momentos como ese ella no era fuerte, ¿Quién lo sería? Pensaba que así me apoyaría en ella y le contaría todo... lo que no sabía es que ni una palabra saldría de mi boca, no ahora.
-Voy a decirles que pasen entonces ¿vale? Parecen muy preocupados por ti.
-Vale. - me crucé de brazos encima de la camilla, luchando con la tentación de tumbarme en ella y taparme con la sábana hasta la cabeza. Me rasqué la venda de las muñecas un poco, con más fuerza. Me seguía picando.
Mi madre salió por la puerta entonces.
-Ya podéis pasar, chicos. Bill está muy contento de que vengáis a verle.
-Sí, seguro. - oí una voz masculina al otro lado de la puerta, cargada de maléfica ironía que me llamó la atención. Me recordaba a alguien y, aún sin tener claro quién era ese alguien, el vello se me puso de punta.
Cuando mi madre salió de la habitación, sonriente e inocentemente feliz, pensando que aquella visita me haría bien, dejándoles pasar a los tres en silencio... se me cayó el alma a los pies. Me entraron auténticas ganas de vomitar y un pánico totalmente ilógico se acopló a mi estómago provocando el temblor de mi mandíbula. Me levanté de un salto de la camilla, pálido y ligeramente mareado, con los ojos desorbitados.
"¿¡Por qué no nos vamos tú y yo al baño y jugamos a los muñecos!? ¿Me harías una mamada si te lo pidiera?"
"¡Serás gilipollas, tío! ¡Si no eres su hermano gemelo, no tiene gracia!"
Los amigos de Derek... y Frank.
Esa fue la primera vez en mucho tiempo que deseé tener a mi madre al lado. Que deseé gritar, llamándola como un cobarde.
Ni siquiera sabía cómo se llamaban.
-¡Hey, Bill! ¿Cómo estás? - los amigos de Derek me sonrieron y se acercaron aparentemente alegres a mí.
-Nos tenías muy preocupados desde que nos enteramos de lo del suicidio.
-Lo siento, tío. ¿Estás mejor ahora?
-Toda la universidad no para de hablar de lo mismo. Es un asco que ni siquiera te den una oportunidad para defenderte.
-Estamos intentando calmar el asunto, de verdad, pero es un poco más complicado de lo que parece.
-¡De todas formas tú no te preocupes! ¡Recupérate pronto, se te echa de menos por allí! - y se rieron. Fueron las risas más falsas que había visto en mi vida.
Estaba descolocado. Parecían amigables, pero amigables falsos. Aun así, no parecían tener la más mínima intención de burlarse o atacarme. Uno de ellos, el que había gritado que se la chupase delante de toda la clase, tenía un brazo escayolado, colgando del cuello por un pañuelo. Tenía varios parches en la cara y el labio recubierto con una ligera capa de Betadine. El otro también tenía alguna que otra muestra de agresión, pero mucho menos clara, algo difusa. Aun así, se le notaba que se encogía un poco al andar.
Asustado y confundido, alcé la cabeza hasta Frank. Él no se había movido de la puerta, no había pronunciado palabra y estaba muy serio. Me desvió la mirada, incapaz de sostenérmela, culpable.
-Oye, ¿Y por qué lo hiciste?
-Eso tiene que doler ¿no?
-¡Eso no importa, lo que importa es que intentó matarse!
-Pero ahora estás bien ¿no? - me miraron descaradamente las muñecas vendadas y yo, molesto y angustiado, incluso algo avergonzado, las escondí tras mi espalda. - ¿Qué piensas hacer ahora? No volverás a intentarlo ¿no?
-¡Claro que no va a volver a intentarlo! ¿Verdad que no, Bill? - me quedé alucinado observando como el que parecía haber recibido menos candela en una pelea, el que estaba más entero, intentaba pasarme un brazo por los hombros en actitud amistosa. Me sentí tan contradicho y rabioso que me eché hacia atrás, esquivándolo y los miré con asco, a pesar del temblor que dominaba mis piernas.
-¿De qué vais? - gruñí, incapaz de aguantar más esas muecas falsas. Desde luego, si algo había conseguido con el intento de suicidio aparte de volverme depresivo y melancólico, era aumentar mi mal humor y exterminar mi tolerancia. - ¿Ahora venís a cotillear? ¿Qué queréis de mí? ¿Habéis venido a joderme la vida otra vez? ¡¿Cómo tenéis la maldita cara de venir aquí haciéndoos los simpáticos?! ¡Largaos de mi cuarto! - grité. Los dos se sobresaltaron y sus expresiones medio sorprendidas variaron. Frank parecía ajeno a todo, mirando hacia otro lado. ¿Qué puñetas hacía él aquí? ¿Y por qué con estos anormales?
Y esos anormales se miraron y fruncieron el ceño. Sus muecas de fingida alegría cambiaron radicalmente a unas repletas de desprecio y repugnancia y aquel que tenía los dos brazos sanos, de repente avanzó y me agarró del cuello de la camiseta, tirando de mí bruscamente hacia delante.
-Lo hemos intentado por las buenas, pero si no quieres que seamos tus amigos, allá tú. - me zarandeó un poco. Si no fuera porque era más alto que él, seguramente hubiera intentado alzarme sobre el suelo para hacerse aún más intimidante. Yo ni siquiera me molesté en intentar hacer que me soltara, manteniendo en todo momento mis manos escondidas tras mi espalda. Prefería que me sacudiera todo lo que quisiera antes que tener que mostrar abiertamente mis muñecas rasgadas.
-¿Qué queréis de mí ahora? ¿No habéis tenido suficiente ya? - los dos parecieron ponerse nerviosos al instante, tragando saliva.
-Solo quiero que quede clara una cosa, Bill. Sola una. Como le digas a alguien que nosotros hemos tenido algo que ver en tu intento de suicidio, no necesitarás cortarte las venas una vez más, porque te juro que te colgaré del frontal del edificio más alto de la uni y te rociaré con gasolina. Juro que te prendo fuego, te lo juro. - me sobrecogí, intimidado, pero aún confuso. No estaba en condiciones de luchar y menos, tres contra uno.
Miré a Frank por encima del hombro del que me tenía bien sujeto. Él seguía ignorándome, pasivo, dando vueltas a la habitación con los ojos. No lo entendía... creía que Frank era algo parecido a un amigo, un rival amistoso, pero con el que siempre puedes contar pese a todo.
Pero en esa ocasión estaba claro que no podía contar con él.
-¿Me has oído, enfermo? - él me sacudió una vez más. Lo miré a los ojos, reticente.
-¿Tenéis miedo de que os eche el muerto a vosotros? Me habéis estado acosando toda la vida y estáis acojonados pensando que puedo denunciaros en cualquier momento por ello, que todos estos años puedan salir a la luz. Pensáis que me he intentado matar porque os burlasteis de mí en la uni, eh. - sonreí, observando cómo se ponían pálidos de golpe. - Si no salís de aquí ahora, lo haré. - por supuesto, no tenía intención de hacerlo, pero era una bonita manera de hacer que por fin me dejaran en paz.
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Muñeco Encadenado Tercera Temporada - By Sarae
FanfictionDonde una decisión es lo mas real en la vida de Bill. ''Puede que yo fuera muy ingenuo, o que durante toda mi vida hubiera vivido en el país de los dulces, las casitas de muñecas y las nubes de algodón de azúcar, pero lo cierto es que nunca me hubie...