Capítulo 24. El toque invisible

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SIENNA

La boca de Aiden estaba en la mía.

No podía verlo, pero su olor estaba en todas partes y su tacto era inconfundible.

El beso me abrumó.

La Bruma me atravesó como un torrente de agua caliente.

Me recosté en los cojines del sillón de mi despacho, cerrando los ojos y entregándome a la sensación.

Podía sentir sus manos moviéndose sobre mis caderas, hasta mi cintura.

Oh, Dios. ¿Esto es real?

Con mis dedos temblorosos intenté devolverle el contacto, pero no hubo nada.

Su boca se apartó y mis ojos se abrieron de golpe.

No podía verlo, pero sabía que estaba allí.

- Aiden —dije, con la voz entrecortada.

La Bruma ardía al rojo vivo por mis venas.

Mi corazón palpitaba de amor y anhelo.

El calor de sus manos recorrió mis hombros y luego subió hasta mi garganta y mi mandíbula.

- Oh Aiden, te extraño tanto.

Podía sentir el amor en su tacto.

Cerrando de nuevo los ojos, me entregué a ello.


LUCAS

Vanessa y yo cruzamos el amplio terreno que era casi más un prado que un patio trasero.

No había rastro de Rowan.

¿Causé esto al venir a casa con Rowan?

¿Lo estaba llevando bien hasta que aparecí yo y compliqué las cosas?

- Debe haber ido al bosque —dijo Vanessa.

Debían haber desbrozado el terreno allí, porque el bosque comenzaba de forma abrupta, espeso y oscuro.

Parecía un lugar estupendo para correr, y por un instante me olvidé de Rowan al sentir una sacudida de alegría.

Este podría ser mi hogar ahora.

El pensamiento de una carrera me dio una idea.

- Deberíamos transformarnos. Usar nuestro olfato—le dije a Vanessa.

Me hizo un gesto con la cabeza y se metió entre los árboles para que no pudiera verla.

No es que una chica desnuda fuera a generar mucha reacción por mi parte, pero daba igual, la privacidad es la privacidad.

Me quité rápidamente la ropa y me transformé, exaltado por la sensación de que mi pelaje plateado atigrado se extendía por mi cuerpo cuando el viento se levantaba.

Me adentré al trote en el bosque y la loba dorada pálida de Vanessa se unió a mí.

Intercambiamos miradas y bajamos la nariz, inhalando.

No tardé en captar el olor de Rowan.

Avanzando, con la nariz pegada al suelo y los oídos aguzados por cada ruido, me sentí increíblemente libre.

En mi forma de lobo, la pena que llevaba desde aquella escena con mis padres se desvaneció en el fondo.

Vanessa, unos pasos por delante de mí, se detuvo.

Olfateó el suelo y luego se apartó para mirarlo.

Ramas rotas, marcas de rozaduras y cubierta vegetal alterada.

Lobos milenarios (libro 7; último)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora