6.- Rapto

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No bien terminaron de desayunar temprano por la mañana en el campamento. Se reunieron las cosas en las carretas. Las damas abordaron el carruaje y la comitiva comenzó el viaje de nuevo. Esta vez no se detuvieron por el resto del camino. Más que para que satisficieran sus necesidades básicas fisiológicas. Esto solo lo podían hacer cuando los caballos descansaban un poco y bebían agua. Llegaron finalmente al castillo de Chanonry Ross en la madrugada.

     Aidán los dejó a las afueras de la comarca. Argumentó que su viaje tenía que continuar y no podía entretenerse más tiempo. Vio por última vez el bello rostro de Mary que se asomaba por la ventana del elegante carruaje. Aun cuando se encontraba distanciado, pudo captar desilusión y desasosiego en la mirada que le regalaba. No quiso despedirse de las damas. Ya que dentro de unos días las volvería a ver. Sería cuando descubrieran que terminarían emparentados por medio de un matrimonio que no deseaba y mucho menos pidió. Anheló en ese momento que su prometida fuera Mary. De esa forma podría gozar todos los días de sus encantos al sumergirse en su cuerpo. No es que no le gustara Bethany, pero no lo encendía como lo hacía su primita, que con todo su ser lo ponía a punto de ebullición. Jaló las riendas de su caballo. Se despidió con la mano de Red y salió al galope internándose en el bosque.

     Los días pasaron rápido en Chanonry Ross, pero lentamente para Aidán. Se encontraba haciendo lo que más le gustaba; estar apartado de las responsabilidades de un laird que lo agobiaban sobre manera. En especial cuando tenía que doblegar su espíritu para acceder a las peticiones absurdas de su padre y de un rey al cual debía respetar, anteponiéndolo a sus deseos. Entendía que era su culpa el que estuviera en esa lamentable situación. Si hubiera tomado esposa antes. No estaría en estos momentos de zozobra. Se consoló con el dicho de su tía Hester «Que el día más triste de tu futuro no sea peor que el día más feliz de tu pasado». Decidió que era el tiempo de enfrentar lo que se le venía encima. Solo quedaban dos días para unir su vida a una británica. Era importante aclarar quién era antes del matrimonio. Ya estaba llegando al castillo, cuando vio que uno de los Macgregor salía a todo galope en un caballo. Llevaba a cuestas a una mujer elegantemente vestida. Amordazada y atada de pies a cabeza. No lo pensó ni dos segundos. Lo siguió al instante. En lo espeso del bosque se le perdió por completo. Afortunadamente, su abuelo le había enseñado a rastrear bien.

     Ya entrada la noche, a más de medio día de retirado del camino de Chanonry Ross. Los halló en lo claro del bosque. El Macgregor estaba avivando el fuego. La mujer se encontraba tirada en el piso con las manos levantadas y atadas firmemente al tronco de un árbol. El hombre se incorporó para propinarle una patada en uno de sus costados. La joven se despertó y gritó aterrorizada. Vio como le levantaba la falda. El truhan le dijo algo al oído. De la pierna de la joven, tomó un puñal con el que le cortó por el centro del escote de arriba hacia abajo por completo. Dejando al descubierto su cuerpo.

     Aidán paró de acercarse con sigilo cuando constató que la hermosa guerrera era la presa del maleante. Los gritos de Mary eran desgarradores. Estaban llenos de terror. Perdió la cordura. Se lo quitó de encima con un empellón propinado con todas sus fuerzas. El puñal que traía el atacante voló por los aires al recibir el impacto de Aidán. El Macgregor cayó sobre la fogata. Al sentir que se incendiaba, salió corriendo, despavorido del lugar mientras se quemaba su ropa. Aidán quería lanzarse detrás de él para acabar con su vida, por haber violentado a la dulce Mary. Salió de su indecisión al escuchar que la joven lo llamaba desesperada por tratar de liberarse.

     —¡Dan por favor, ayúdame a incorporarme y cubrirme!

     Cuando llegó hasta ella vio que tenía un golpe. Sangraba del lado izquierdo arriba de su sien. Se hizo con el puñal que había caído al piso. Cortó los amarres que la hacían estar sujeta al tronco por las muñecas. La incorporó revisando su cuerpo a detalle lo más que pudo; antes de que ella se abrazara a su torso. No se quería soltar de él. No dejaba de temblar y llorar.

     —¿Te encuentras bien?

     —Ahora sí.

     —¿Qué sucedió?

     —No lo sé. Salí del castillo a caminar por los alrededores al igual que todos estos días. De repente ese hombre, no sé cómo, ni en qué momento me golpeó la cabeza. Mientras estaba inconsciente me amordazó y amarró de tal forma que me fue imposible escapar. Usaba la misma ropa que los asaltantes del camino. Me miraba con odio y sed de venganza. Creo que está molesto porque paré el ataque y solo se pudieron llevar víveres.

     —Son de los proscritos de los Macgregor. Nunca antes nos atacaron.

     —¿Cómo?

     —¿Te hizo algo? —Obvio la pregunta contestándole con otra. Sin querer se había delatado. No podía dar a conocer su identidad, antes de hablar con su futura esposa. De lo contrario viviría un infierno todos los días de su vida con una mujer enojada.

     —No quiero hablar al respecto. —Comenzó a llorar de nuevo. Quería olvidar todo y él la estaba obligando a pensar en eso—. ¿Me puedes llevar de vuelta al castillo? Se van a preocupar por mi desaparición. —Terminó de hablar hipando por el sentimiento y llanto que no la abandonaban.

     Aidán apretó los puños. Se frustró por no atreverse a preguntar lo que le angustiaba, pero casi estaba seguro de lo que había sucedido con la linda flor inglesa. Iba a hablar con ella para intentar aplacar su estado de ánimo. Le arrebató la palabra.

     —¡No sé qué voy a hacer! Antes de que me raptaran discutí con mi padre que había llegado al castillo para la boda. No tendré su perdón si se entera lo que me sucedió. Ni siquiera puedo regresar. Mi ropa está destrozada y cualquiera que me vea en este estado pensará lo peor de mí. Soy una maldita estúpida que no puede contener su genio a raya. Por fin sucedió lo que mi aya me advirtió. Mi carácter endemoniado ya me cobró las cuentas.

     Al ver su cara de preocupación y arrepentimiento. Y el hecho de que se abriera ante él. Lo llenó de una ternura incómoda. Nunca había sentido eso por ninguna mujer que no fuera de su familia. La acarició en la mejilla para tratar de transmitirle paz y seguridad.

     —Yo te voy a ayudar Mary. Si sigues todas mis indicaciones, saldrás de esta contrariedad victoriosa.

     —¿De verdad haría eso por mí?

     —Sí, milady.

     La dama se puso en puntillas y besó sin malicia su pómulo donde no había barba.



COMPROMISO TORMENTOSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora