4. comida

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"Marcos y Enzo comen en la casa de Enzo, como en los viejos tiempos".

Era otro día, y Marcos y Enzo hablaban en la casa del segundo.

—Che, creo que dan lluvia —dijo de repente Marcos, mirando el cielo.

—Sí, en un ratito según esto —confirmó Enzo señalando su celular—. ¿Te querés quedar? —le preguntó.

—Sí —sonrió Marcos, besando su frente.

—Cocinas vos —advirtió Pérez, y Marcos asintió.

—Como en La Plata —recordó Marcos.

—No —negó Enzo—. En La Plata cocinaba yo, vos mirabas y aprendías porque no sabías —lo corrigió.

—Pero aprendí, y antes de irme a Europa te cociné algo —le recordó el futbolista de Boca.

—Sí, nene, me acuerdo —asintió el mayor.

—¿Por qué me seguís diciendo "nene"? Como que ya crecí —sonrió Marcos.

—No niegues que te gusta que te diga así —le dijo Enzo.

—No sé —rió Marcos—. No sé si me gusta o me calienta, te digo.

—Sos un desubicado —se rió Enzo.

—Ubicame, entonces —sonrió Marcos.

—Andate a la mierda, desubicado. —Pérez negó con la cabeza.

—Así me amás —dijo Rojo.

—Y mucho —asintió el mayor—. Por más que ya no tengas 19 y ya no seas ese pendejito, vas a seguir siendo mi nene, ¿te quedó claro?

—Sí —sonrió Marcos—. Muy claro.

Enzo le dio un besito. Lo amaba, no podía negar eso.

A Marcos le costaba, pero de a poco aprendía a no negarlo. De a poco, estaba aprendiendo a no negar lo que sentía por Enzo, a no negar que se había enamorado.

—¿En qué pensás? —le preguntó Enzo.

—En que tengo que dejar de negar que me enamoré de vos —respondió Marcos, y Enzo se sonrojó—. Qué lindo que sos —murmuró Rojo.

—Basta —se quejó Enzo tapándose la cara, sabiendo lo sonrojado que seguramente estaría.

—Años —dijo Marcos—. Pasaron años, siempre te digo las mismas boludeces y te seguís sonrojando... Te a... —se detuvo antes de decirlo, no muy seguro.

—Decilo, Marcos, dale; decilo —le pidió Enzo—. Me hace tan bien escucharte decir eso —murmuró.

—Te amo —le dijo Marcos, y se lo repitió varias veces mientras dejaba besos en toda su cara.

Enzo cerró sus ojos, disfrutando del tiempo junto a Marcos.

—Sos lindo —le dijo de repente.

—Lo sé —se rió Marcos—. Eu, me voy a fijar qué hay en la heladera y vemos si falta algo para los ñoquis. —Era 29.

Enzo asintió con la cabeza, y Marcos, como si fuera su casa, entró y fue directo a la heladera. Hacía algo de frío, por lo que el menor tenía puesto un buzo... de Enzo. Siempre de Enzo. Siempre.

Pérez lo miraba desde el patio, embobado. Lo amaba, y le gustaba saber que posiblemente, en un futuro, estarían juntos. No quería apurarse, sabía cómo era Rojo.

—Me encanta que me mires así. —Marcos apareció de repente al lado suyo para decirle eso.

—¿Qué? —Enzo salió de sus pensamientos para mirarlo, asustado—. ¿N-No estabas en la cocina?

Pequitas, hace rato volví, pero me quedé mirándote —se rió Marcos, y Enzo se sonrojó.

—¿Está todo? —le preguntó, tironeando levemente de la manga del buzo que tenía el de Boca.

—Sí —asintió Marcos, sentándose sobre él y apoyando la cabeza en su hombro mientras se acomodaba. Besó su sien.

Enzo cerró los ojos y se quedó allí, en silencio, acariciando a Marcos. Simplemente disfrutando de la compañía del otro, como deberían haber hecho siempre.

Se quedaron así, acariciándose y besándose con pereza, hasta que empezaron a caer las primeras gotas y se metieron adentro. Marcos empezó a buscar las cosas para cocinar.

—Poné música —le pidió a Enzo, señalando su celular.

—¿Contraseña? —le preguntó Enzo mientras lo agarraba.

—El día que vine a Boca.

Cómo no. Enzo había pensado que capaz era algo relacionado a ellos, pero estaba claro que él era el único que tenía como contraseña el día que empezaron todo eso. Pero Marcos tenía a su único amor, a Boca.

—Tu único amor, ¿no? —murmuró entre dientes, desbloqueando el celular y yendo a la playlist que tenía Marcos. Notó que mezclaba los gustos de ambos y sonrió.

—¿Celoso? —sonrió Marcos, y Enzo no contestó. Rojo se acercó y lo abrazó por la cintura—. Boca no es mi único amor —le dijo al oído, dejando un besito allí. Se retiró y empezó a hacer los ñoquis.

Enzo se sonrojó, mientras ponía Ojitos Rojos y dejaba el celu arriba de la mesa. Se sentó y le sacó una foto a Marcos de espaldas, con su buzo, cocinando.

Marcos lo miró justo en el momento después, sólo para sonreírle, y volvió a lo suyo mientras cantaba.

Unas horas después, ya estaba todo. Mientras Marcos ponía en una fuente los ñoquis con la salsa, Enzo ponía la mesa, con música de fondo.

Como si lo hicieran siempre. Con esa armonía, con sonrisas cómplices y comentarios desubicados por parte de Marcos.

Cuando se sentaron, Marcos le sacó una foto a Enzo cuando éste se estaba sirviendo los ñoquis. La subió a mejores, donde sólo tenía al plantel de Boca, algunos de la selección (Armani incluido pero Marcos sabía que nunca le daba bola a sus historias) y a un par del United.

"Lluvia, ñoquis y él 😍", puso en la foto.

—¿Qué subiste ahora? —le preguntó Enzo.

—Una foto del chico más lindo del mundo —respondió Marcos mientras se servía, guiñándole el ojo.

Enzo se sonrojó y empezó a comer. Marcos lo miró con una sonrisa tierna.

—Podríamos haber estado así desde hace mucho —le dijo—, pero alguien prefirió aplicarme la ley del hielo.

—Ya te dije que me dolió que me rechazaras —le dijo Enzo.

—Y yo ya te dije que no iba a elegir a River —le sonrió Marcos, robándole un beso—. A mí me dolió que me dejaras de hablar —admitió sonrojado.

—Ya no va a pasar más —prometió Enzo agarrando su mano, todavía comiendo.

—¿No?

—No. Nunca más. Me lastimaste y yo te lastimé sin darme cuenta —dijo Enzo—. La mayoría de las cosas te las dije en Bariloche, así que no voy a decirlas ahora.

Marcos se rió y lo besó. Luego de boludear un rato, siguieron comiendo, casi pegados y con sus piernas tocándose, sus tobillos entrelazados y miradas entre ambos.

Marcos sentía que podría estar así para siempre y se preguntaba por qué no había dado el primer paso hacía años.

Enzo se decía que por fin vivían lo que él tanto había anhelado.

No sabían si estaban bien del todo, pero, por lo menos, estaban juntos.

Estando juntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora