1. llamada.

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"Marcos no puede dormir antes de la final, así que llama a Enzo"

Era de noche, era 3 de noviembre, y Enzo se estaba acostando. Miró el lado de la cama en el que a veces dormía Marcos, y apoyó allí su cabeza por un ratito, deseoso de sentir el olor de su perfume.

Marcos había sido expulsado, pero de todos modos viajó con el plantel de Boca a Río, para la final de la Libertadores. Enzo intentó convencerlo para que no vaya, pero fue igual.

A Enzo le dolió un poco, pero ese dolor no era nada comparado con el dolor y enojo que sintió cuando Marcos rechazó jugar en River.

"Vení que vamos a ganar todo juntos", le había dicho a Marcos. Y Marcos lo rechazó. Enzo le prometió la gloria. Enzo le prometió estar juntos. Enzo le prometió Estudiantes. Enzo le prometió ser Marcos y Enzo, como eran cuando jugaban en Estudiantes y se habían bañado de gloria.

Pero Marcos se rió, le preguntó si era boludo, y se negó. El enojo de Enzo había durado meses y su silencio también, ni siquiera se había molestado en leer el texto gigante que le había mandado Marcos. En los clásicos, si Enzo le hablaba era para cagarlo a puteadas bajo la risa de Marcos (y para decirle al árbitro que no se meta). Hasta que se encontraron de sorpresa en Bariloche, y se dijeron algunas cosas.

No fue la charla que necesitaban, pero por lo menos fue algo, por lo menos fue algo que intentó reconstruir su relación o lo que sea que ambos tenían. Terminaron entre las sábanas esa noche, así que había funcionado.

Pero esa charla se la tenían pendiente.

Al final, Marcos había vuelto a Argentina para ganar la Libertadores con su único amor. Y ese, estaba claro, no era Enzo. Era Boca.

Enzo notó que estaba llorando cuando sonó su celular. Al ver que era Marcos quien lo llamaba, se limpió las lágrimas y atendió.

—Hola —saludó.

Hola —devolvió Marcos—. ¿Estabas dormido?

—Me estaba por dormir —respondió el mayor—. ¿Pasó algo? Son casi las doce, Marcos.

Perdón si molesto —dijo Marcos, y Enzo pudo notar la timidez en su voz y se imaginó su carita avergonzada, sintiendo que su corazón se derretía de ternura—. Pero no puedo dormir y... y pensé en llamarte. Sólo eso.

—No molestás —sonrió Enzo—. Estaba pensando en vos recién, en todo lo que pasamos.

¿Por ejemplo? ¿En qué pensabas?

—En Estudiantes. En cuando nos encontramos en Bariloche. Y ahora me estoy acordando de todas las veces que me llamabas a la madrugada de acá cuando estabas en Europa diciendo que te dolía toda la lesión y no podías dormir, y hablábamos hasta que te dormías.

Lo hacemos de nuevo ahora —se rió Marcos—. Eu...

—¿Qué pasa?

¿Y si perdemos? —dijo Marcos, y el temor en su voz destruyó internamente a Pérez.

—No va a ser el fin del mundo. Yo también la perdí, Marquitos.

Pero sí el fin de mi carrera. Y quiero ganar una con Boca, Enzo.

—Siempre vas a tener la nuestra, ¿no? La que ganamos juntos —dijo Enzo.

Sí, pero quiero ganar algo con mi club, Enzi.

—Lo sé —asintió Enzo—. Para eso volviste.

Nunca me arrepiento de llamarte cuando no puedo dormir —sonrió Marcos en un susurro—. No te imaginás la paz que me da escucharte —susurró, con tanta timidez que Enzo recordó cuando hablaron por primera vez, hacía años.

—Te quiero —dijo Enzo. Sonrió al decirlo. Sonrió al pensar en Marcos.

Lo sé... Enzo —lo llamó.

—¿Qué?

No me dejes nunca —pidió Marcos, para sorpresa del mayor.

—Nunca, nene —respondió Enzo, y hasta él mismo se sorprendió.

Nene. Le había salido de forma automática, aunque... así le decía en Estudiantes, cuando Marcos era un pendejito.

Hace mucho que no me decías así —sonrió Marcos, y Enzo notó la sonrisa en su voz, algo que lo reconfortó mucho, de alguna manera...—. Pensé que te lo habías olvidado.

—No —sonrió Enzo—. Nunca olvidaría cuando comenzó todo.

Decímelo de nuevo —pidió Marcos.

—Nene. Mi nene.

Sí, Enzo. Siempre tuyo.

No eran nada, pero a la vez eran todo. Y se notaba en sus palabras.

No cortes —pidió Marcos—. Quiero dormirme escuchándote.

—Sos tan lindo cuando querés —se rió Enzo, y se rió más cuando Marcos lo calló con vergüenza.

No me digas eso, loco, sabés que no me gusta —le pidió.

Enzo se rió.

—¿Estás nervioso por jugar? —le preguntó y se rió más fuerte—. Ah, no, pará...

Sos un hijo de puta, no tenés corazón —le dijo Marcos.

—Porque se lo di a un cagón de mierda. —Eso a Enzo le salió del alma con brusquedad, casi escupiéndolo, y se arrepintió de decirlo tan pronto como lo dijo.

Silencio del otro lado. Silencio también de su lado, por un largo rato.

¿Seguís ahí? —se escuchó hablar a Marcos un rato después.

—Sí —asintió Enzo—. Perdón por eso.

No importa, supongo que me lo merezco.

—No, nene, no te lo mereces. Perdoname.

Marcos le siguió quitando importancia al tema, hasta que pasaron a hablar de otras cosas. Hablaron hasta muy tarde, hasta que Rojo consiguió dormirse.

—Te amo, nene —murmuró Enzo, dejando el celular cargando, en la almohada de Marcos. Se acostó él, y se imaginó, escuchando la pausada respiración del de Boca, que no dormía solo esa noche, que dormía en el pecho de Marcos, con éste rodeando su cintura con un brazo, tocando el escudo de River.

Porque Marcos no tenía problema en tocar esa mierda, como le decía, mientras no lo mirara mientras lo hacía, y Enzo se reía de él cuando decía eso.

Marcos había lastimado a Enzo, pero eso al mayor no le importaba... Cuando estaba con él, el tiempo se pasaba volando y siempre lo hacía reír y algunas veces llorar. Marcos era la persona que más veces lo vio llorar en su vida.

Enzo imaginó que dormía en el pecho de Marcos, pero se daba lástima al saber lo fácil que se hacía la película si se trataba de ese bostero.

Como en Manchester, Marcos se durmió escuchando la voz de Enzo; todos sus temores habían pasado apenas escuchó el "hola". Se durmió tranquilo al saber que seguía siendo su nene.

Y Enzo ahí se dio cuenta. Nada había cambiado, sólo habían crecido.

Estando juntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora