El día de la cita, abrí el buzón y cayeron al suelo treinta cartas. Treinta cartas que no dudé en leer. Treinta cartas, treinta días separados. Treinta cartas, treinta "te quiero".Treinta cartas, treintas “te extraño”. Cada carta era más profunda e intensa que la anterior. Cada carta era más especial. Cada carta me hacía quererlo un poco más y por eso mismo, no dudé en mandar un mensaje justo después de leerlas:
“Hola, Atlas. Lo siento muchísimo pero hoy no voy a poder salir.”
Dejé el móvil a un lado y lloré, lloré tanto que hasta grité. Lloré tanto que hasta Raid tocó el timbre y yo no abrí.
Y así pasaron los siguientes meses; destruida.
Me había ido, me había marchado de mi amigas y aunque juramos que no iba a pasar, ya apenas hablábamos.Me había marchado y pasaba las tardes estudiando, tocando el saxofón y llorando. Ya no tenía a mamá para abrazarla, no tenía a nadie con quien desahogarme, no tenía a nadie con quien hablar. Mi actitud extrovertida se fué al carajo en el mismo momento en el que empecé a pasar mi tiempo libre en las bibliotecas. No iba seguido al pueblo, apenas hablaba con mamá, no sabía nada de Hugo, no tenía amigos de confianza. Estaba en un hueco difícil de salir en el que la única salida que veía era el pasado. Mi pueblo, mi familia,mis amigos, él.Yo no era parte de ese lugar, no me gustaba vivir allí. Quería volver al campo, a ver animales cada vez que saliese de casa, volver a escuchar las hojas caer en esta época del año, volver a vivir.
Pero ese sábado, no dudé en pillar un autobús rumbo a casa. Camino a los brazos de mamá.
Aura abrió la puerta dudosa ya que no esperaba mi visita, al verme sonrió hasta que vió caer las lágrimas, hasta que me lancé a abrazarla como nunca.
Y ahí, entre sus brazos, recostadas en ese sofá que tanto añoraba, le conté todo. Le dije que odiaba mi cuerpo pues había engordado, le conté lo sola que estaba, le conté lo que pasó con Hugo, le conté que la echaba de menos cada minuto que no estaba entre sus brazos, le conté la llamaba poco porque sabía que no quería verme mal.Y le enseñé el motivo por el que había vuelto.
-¿Ese es Hugo?- preguntó mamá sorprendida.
-Sí, mamá- lloré-. Yo llorando en casa mientras él viaja con su novia a nuestra ciudad.
-¿Eso es Berlín?
-Lo reconocería con los ojos cerrados.
-Vio…- me acarició mamá-. Céntrate en tí, estás destrozada, haz cosas que te gusten, estudia y sana. Los hombres están en segundo plano.
-Mamá-comencé-. Estoy enamorada, lo quiero a todo él. Quiero hasta el peor de sus defectos, añoro tenerlo cerca, añoro que me escuche. Lo quiero mamá. Y ya no está. Ya él no me echa de menos, ya tiene a otra. Otra que no soy yo.
-Hija… créeme que sé de lo que hablas.
-Mamá, ¿tú con Mael también sentías que era tu lugar feliz?-me sonrió con añoranza-. ¿Con Mael también querías estar toda la vida?
-Con Mael supe que es el amor, el de verdad. Con Mael supe querer y que era lo que me quisieran. Con Mael me latía el corazón, con Mael fui la mejor versión de mí misma.
-¿Duele?
-Te terminas acostumbrando pero cada vez que veo las fotos de mi cámara, el corazón vuelve a latir como lo hacía allí.
-¿Cómo latía?
-Al son del suyo.
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Contigo, siempre Contigo
Teen FictionVioleta y Hugo se han criado juntos, como hermanos. Pero Violeta siente algo más.