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“Hermano Mayor”
- Capítulo cuarenta y cinco -

Estuvieron un buen rato más en el hostal, recordando sus épocas más tempranas de la adolescencia. Marco y Franco tenían veintiuno, eran tres años mayor que él y se reían cuando Miguel llamaba a esos años como su adolescencia, argumentando que el último año de la adolescencia son los diecinueve y él apenas tenía dieciocho.

Improvisaron algo de cenar, no tenían demasiadas cosas en las alacenas, pero Miguel los dejó satisfechos con sus habilidades culinarias, habilidades que a los dos mayores les faltaba por mucho. Si un exquisito de la comida los viera llamar a su creación pasta a la carbonara se reiría, no tenía ni nuez moscada, ni pimienta, ni panceta, en su lugar tenía jamón. Pero lo importante era que sabía bien y los dejó satisfechos.

   —Oye Miguel, vayamos al café, quiero ir a otro sitio y no quiero que sigas andando con esa mochila arriba y abajo— Marco estaba lavando los platos después de la improvisada cena —Además, así avisas en persona que vas a llegar tarde. En serio tengo que hablar contigo, no estaba mintiendo esta tarde—

Miguel no pudo evitar ponerse algo nervioso, la voz de Marco sonaba con una seriedad a la cual no estaba acostumbrado. Entonces si iban a hablar de algo. La sola idea de que Marco fuese a decirle que descubrió su homosexualidad lo aterraba, Franco le había dicho que su hermano había sido la primera persona a la que se lo contó, y sabía que tenía más amigos que también eran gays.

Pero nada de eso lo hacía olvidar que Marco seguía siendo un Rivera. Podía tener tolerancia por otras personas ajenas a su familia, pero Miguel era su hermano, le aterraba lo severo que podría ser con él. Recordó lo que una vez dijo su tío Beto en la mesa, "Pueden haber mil maricones afuera y me importa pura verga, pero un Rivera jamás será uno de ellos". Marco no objetó, ni se mostró disgustado esa vez, solo lo ignoró.

   —Voy con ustedes. Los chicos dijeron que si los alcanzo en el mercado nocturno me invitan la comida— dijo Franco, que terminaba su segundo cigarro de la noche en la ventana. Los hermanos lo miraron incrédulo —¿Qué? Miguel, cocinas espectacular, pero aquí hay espacio para unas cuantas comidas chatarras. Comer o morir—

   —No te vas a ir al infierno por puto, te vas a ir por pinche tragón, hijo de tu puta madre— Ante la ocurrencia de Marco todos rieron, el ambiente se había aligerado un poco.

Los tres salieron un rato después, Miguel instintivamente iba oliéndose a sí mismo, seguramente olía a cigarro y no le agradaban mucho la idea de llegar a casa y que Cass y Hiro lo olieran, por supuesto que iba a echarle toda la culpa a su hermano mala influencia.

En un momento en el que Miguel se sentía fuera de conversación, mientras su hermano y su amigo iban distraídos hablando entre ellos de cosas de universidad, su teléfono vibro. Miguel lo sacó para revisarlo y distraerse él mismo.

Hiro:
¿Vienes a cenar?.

Miguel:
No, lo siento
Ya cené con mi hermano

Hiro:
¿Vuelves tarde?.

Miguel:
Si, un poco
Pero voy a pasar en unos minutos a dejar mi mochila
Mi hermano dijo que quería hablar conmigo
Sabrá Dios de qué

Hiro:
Me quedaré despierto hasta tarde hoy.
Por si olvidas las llaves.
Así no entras por la ventana.

Miguel sonrió, aceptando que las mariposas en el estómago que le provocaron ese mensaje, de hecho se sentían bien. Guardó el teléfono en su bolsillo y respiró profundo. Se sentía bien... Pero seguía siendo aterrador.

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