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- Tienes razón, lo siento - se disculpó la castaña, pero pareció repensárselo-. Bueno, qué coño, no lo siento. Alguien te tiene que venir a cantar las cuarenta. Supongo que nadie de tu familia te ha recriminado que no vivas tu vida ni busques tu felicidad. Ya lo hago yo.

- Ici es la única que no ha tirado del todo la toalla conmigo, la verdad. Supongo que es la que más me conoce y más echa de menos a mi yo... anterior, por así decirlo.

- Tuvo que llegar Mai para empujarte al ojo del huracán.

- Literalmente, me arrastró hasta aquí.

- Qué hija tienes...

- ¿Lo dices por lo sinvergüenza? ¿Lo entrometida? ¿Lo impertinente? - rodó Meena los ojos con una sonrisa sarcástica, al describir a su ya no tan pequeño demonio inquieto-.

- Lo valiente - sentenció Aoom-.

- Aún estamos investigando de quién heredó eso - intentó bromear Meena-.

- ¿Sabes? Cuando la vi en la puerta de la galería casi me da algo. Pensaba que estaba viendo visiones, ¡es que hasta fuma de la misma manera así tan... - buscó Aoom la palabra- peculiar... que tú!

- ¿Que qué? Mai no fuma.

- Déjame que lo dude.

- La voy a matar.

- Pero si tú llevas un piti pegado a la mano desde siempre...

- Bueno, ¿pero qué clase de madre sería si no intentara por lo menos convencerla de que es malísimo?

- Tienes razón. Buena suerte con eso.

Tras un rato más de charla, las chicas acabaron sus bebidas y salieron del local dispuestas a dar por terminada la velada, pues ya era tarde.

Sin saber cómo despedirse, acabaron fundiéndose en un corto y torpe abrazo. Antes de tomar caminos separados, Aoom reclamó la atención de la pelinegra.

- Mira, Meena , si yo he venido hoy a cenar contigo ha sido para aclarar lo que pasó y poder cerrar ese círculo de una vez. Y creo que a ti debería servirte para abrir una nueva etapa en la que hagas caso a tu hija y a tu amiga.

- No es tan fácil.

- No, no lo es. Pero empieza por perdonarte. Yo te perdono, si te sirve. Estamos en paz - Aoom esbozó una pequeña sonrisa-. No tienes que seguir atormentándote, yo estoy bien, ya ves que no me has jodido la vida. Permítete empezar de cero y vivir la tuya como se merece.

- ¿Y contigo? ¿Me dejarías empezar de cero? - Meena sentía que eran las palabras más valientes que había pronunciado en su vida-.

- Conmigo no, Meena. Para mí ya es demasiado tarde.

La pelinegra asintió, aceptando sin rechistar la decisión de la castaña, y finalmente ambas pusieron rumbo hacia sus casas.

Nada más abrir la puerta, Meena notó que en el salón había una lámpara encendida.

No pudo evitar rodar los ojos al descubrir a su hija, que se había quedado dormida sentada en la butaca de cara a la puerta. Parecía una madre dispuesta a pillar in franganti a su hijo borracho.

El tintineo de las llaves de Meena contra la mesita despertó a la chica, quién se incorporó de inmediato.

- ¡Mamá! ¡Ya estás aquí!

- ¿Tú no deberías estar huyendo del país para evitar que te castigue sin salir hasta los cuarenta en vez de aquí sentada?

- ¿Cómo ha ido? - se interesó Mai, ignorando las palabras de su madre-.

- Vete a dormir, Mai. Tú y yo hablamos mañana seriamente - sentenció Meena, con la expresión más dura que pudo poner-.

La chica, tras examinar la mirada de su madre en busca de un destello de compasión hacia ella, el cual no encontró, acabó obedeciendo.

Era consciente de que había hecho mal al tirarla a los leones sin consultarle, pero esperaba otra reacción por parte de su madre tras el reencuentro con Aoom. Ilusa.

Meena se encerró en su cuarto y cambió el traje por su pijama más cómodo. Se dirigió al baño para desmaquillarse y asearse, pero se quedó clavada en su propio reflejo.

Qué coño había sido esa noche.

La pelinegra no era capaz de asimilar nada de lo que acababa de vivir. Ni siquiera sabía definir cómo se sentía. Un cúmulo de sentimientos se le enredaban en el pecho y cuando se quiso dar cuenta, una lágrima abría el camino de todas las demás.

Se metió en la cama y dejó que su cuerpo se desahogara mientras su mente volaba de un momento a otro, de una explicación a otra, de un sentimiento a otro.

Meena estaba sobrepasada.

Había visto a Aoom después de casi veinte años.

Había vivido en primera persona, el rencor y la decepción de la castaña hacia ella, todo en apenas unas horas.

Había escuchado como, a diferencia de ella, Aoom vivía la vida que quería vivir. En esa Alba madura, Meena podía reconocer cada una de las ilusiones de la chica de dieciocho de la que se enamoró. Ese lado amable, esos ojos que desprendían luz al hablar de su pasión, la valentía de haber acudido a la cita.

Ella en cambio era todo lo contrario. De la chica que quería vivir de la música a riesgo de convertirse en la oveja negra de la familia, no quedaba absolutamente nada. Y se sentía lo peor por ello.

Meena se encontró con el desayuno preparado para ella al llegar a la cocina, a la mañana siguiente.

Negó con la cabeza al imaginarse que Mai estaba tratando de ablandarla. Esa niña no iba a cambiar nunca.

- ¿Mai? ¿Dónde estás? - la llamó-.

- En mi cuarto, pero no voy a salir hasta que desayunes.

- ¿Y eso por qué? - cuestionó Meena mientras se servía el café-.

- Sé que no eres persona hasta que te tomas el primer café, así que me das más miedo con el estómago vacío. Tú desayuna tranquilita tus tostaditas y luego ya si eso...

- Mai esto no es gracioso. ¿Puedes venir? ¿Por favor?

La chica apareció por el salón arrastrando sus zapatillas de estar por casa y tomó asiento frente a su madre.

MAI | MEENBABEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora