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1 de agosto de 1995

(7 días antes de ḻ̵̈́á̷̞ ̵͎̔h̴̉ͅŏ̵̦ṟ̴̓à̶̟ ̷̖̀d̸̡͂e̷̡͂ ̷̖̎l̵̜͘a̴͓͗ ̵̹͆à̵̗ḻ̸̂e̷̊͜g̸͕͝ṙ̵̗í̶̛͜a̵͕̕)

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Cerró el libro repentinamente al terminar la historia que estaba leyendo, ganándose varios murmullos y suspiros desanimados.

Ow, por favor, por favor Luna, ¿podrías leer otro libro? –Rogó con súplica uno de los niños, sentado en su cama.

¡Si! Quiero saber lo que pasa en todos los libros que trajeron las cuidadoras hoy.

Yo también. –Dijo otro niño alzando su mano con energía– Yo también quiero saber.

Esto desencadenó que más niños se unieran a la protesta, intentando desesperadamente hacer que el felino siguiera con la lectura de uno de los libros nuevos.

Ya es muy tarde. –Negó rotundamente a la vez que miraba la hora. Su voz salió como un murmullo suave de forma pausada. Cada palabra que decía parecía fluir con calma y tranquilidad– Podemos dejarlo para mañana.

Recibió aún más suspiros desanimados, haciéndole soltar una pequeña risa.

Usualmente le gustaba leerles algunos cuentos o, en ocasiones muy poco comunes, cantarles canciones de cuna a los niños antes de hacerlos dormir con su humo de amapola.

Era su manera de asegurarse que tuvieran buenos y tranquilos sueños, entreteniéndolos con cosas alegres para que sus mentes estuvieran más calmadas. Esto también lo hacía principalmente para evitar incidentes, como en algunas ocasiones anteriores en donde unos cuantos niños tuvieron muy malas y terribles pesadillas.

Se había dado cuenta, que los niños que tuvieron esas pesadillas habían pasado un mal día, lo que hizo que tuvieran sentimientos adversos, haciendo que el humo rojo reaccionara de una manera negativa con ellos.

Así que optaba por siempre subirles el ánimo lo más que podía. Manteniéndose cerca de los niños que eran más propensos a tener pesadillas para así poder reconfortarlos antes de hacerlos dormir para que no presentaran episodios terribles en sus sueños.

Se levantó de la cómoda alfombra que estaba en el centro de la enorme habitación, sosteniendo el libro con una de sus manos mientras alzaba a los dos niños que tenía sentados en sus piernas, teniendo cuidado de no dejar caer nada. Con agilidad pasó a través de los niños que se habían sentado alrededor de él en el suelo, asegurándose de no pisarlos.

¿Pero, no nos podemos quedar un rato más despiertos para que nos puedas leer otro cuento? –Sugirió uno de los niños que estaba sentado en el piso, levantándose cuando el gato pasó a un lado de él.

Perdón... pero no se va a poder. –Volvió a negar, mientras se dirigía hacia uno de los estantes para dejar el libro– Ya van a ser las 9 y se supone que ya deberían estar dormidos desde las 8. Dejé que se quedarán despiertos mucho más tiempo del que debían.

Al tener los brazos ocupados por estar cargando a los dos niños, optó por tomar el libro con su cola y alargarla lo suficiente para colocarla en el estante al que pertenecía.

Pudo percibir y ver como el resto de los infantes, de forma resignada, se acomodaban y se subían a sus respectivas camas o literas. Se arropaban con sus sábanas, habiendo algunos que abrazaban sus peluches, preparándose para dormir.

Cuando llegó a una cama vacía, colocó a uno de los niños que llevaba cargado en este. Lo cubrió con las sábanas, asegurándose de que estuviera cómodo

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