CAPÍTULO 38

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"¿Qué fue lo que en verdad ocurrió, Megan?"

NARRA UNA TERCERA PERSONA

Megan se encontraba en un estado de shock, incapaz de asimilar lo que acababa de suceder. El hombre que ella consideraba perfecto, el mismo que ocupaba un pedestal en su corazón, había caído de manera estrepitosa.

Para ella, él había sido la encarnación misma de la perfección. ¿Qué lo habría llevado a cometer semejante traición? ¿Acaso no era consciente del dolor inmenso que infligiría en su corazón? Sus celos, exacerbados y cegadores, parecían haber eclipsado su juicio, llevándolo a actuar con una crueldad que Megan jamás habría esperado de él. No existía justificación posible para tal nivel de traición; una traición que traspasaba cualquier límite y rompía la confianza que ella había depositado en él.

Traición era traición, no debería haber justificación para tal acto.

Ahora, en la soledad de su departamento, las lágrimas brotaban libremente, testimoniando el dolor y la humillación que sentía.

― ¿Qué hice para merecer esto? ¿Por qué me trató así?― se preguntaba en un susurro, como si temiera que las paredes pudieran escucharla.

Con manos temblorosas, agarró la séptima botella de alcohol que reposaba sobre la mesa y la lanzó con furia contra la pared. Necesitaba canalizar la rabia que crecía en su interior, desesperada por liberarse de la opresión que sentía en el pecho.

― ¡¿POR QUÉ?!― gritó, permitiendo que su voz reflejara el caos emocional que la consumía.

Buscó otra botella y la vació de un solo trago, sintiendo cómo el ardor del alcohol quemaba su garganta. Su mente era un torbellino de pensamientos confusos y emociones encontradas. Él le había prometido que no volvería a hacerlo. ¿Acaso todo había sido parte de un plan maestro para herirla? ¿Para qué había regresado y causado todo aquel drama si al final solo repetiría sus errores? Esta vez, había incluso una promesa de por medio, una promesa que ahora estaba hecha añicos.

El departamento era un escenario caótico, un reflejo tangible del torbellino emocional que había sacudido a Megan. Todo estaba disperso por el suelo, con fragmentos de vidrio esparcidos aquí y allá. Había sido su forma de canalizar la ira y la frustración, pero no había logrado aliviar el peso de su corazón.

A las dos de la mañana, Megan estaba irreconocible. Su cabello desaliñado, su rostro bañado en lágrimas y su ropa desordenada eran testimonio de la tormenta emocional que la consumía. Sus ojos, enrojecidos e hinchados por el llanto, reflejaban el dolor profundo que sentía tras la humillación sufrida.

Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, Adrien yacía en la cama, incapaz de conciliar el sueño. Su mente estaba plagada de dudas y remordimientos.

«¿Habré cometido un error?», se cuestionaba.

La culpa lo invadía al recordar la inocencia de la chica, su falta de involucramiento con Akin. Lo que más lo atormentaba eran los sentimientos profundos que sabía que ella albergaba hacia él. Sentimientos que, a pesar de sus negaciones, él también compartía. Había mentido al afirmar que nunca se enamoraría de ella; Megan Jones ya había ocupado un lugar en el corazón frío de Adrien.

Con el propósito de calmarse, se levantó en busca de un vaso de agua, pero la sed era lo de menos. Agarró su celular y marcó el número de Megan. El teléfono sonó repetidamente, pero nadie respondía. 

Megan había tirado el teléfono contra la pared, frustrada y dolida.

― ¡Cállate!― exclamó, dirigiéndose al dispositivo inerte como si pudiera escucharla. 

Contrato sin amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora