«Ese día fue suficiente para acabar con mi felicidad; ella lo logró. Había destruido todo lo que amaba»
Greyson, un pueblo frío y envuelto en misterios, parece el lugar perfecto para perderse... o ser encontrado. Nyssa Walton nunca ha sido una chica...
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«A veces, hasta los monstruos guardan ternura, esperando ser descubierta por aquellos valientes que se atreven a mirar más allá».
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NYSSA WALTON
Tenía miedo.
Las hojas crujían bajo mis pies mientras caminaba, apretando los puños de tanto nervio. El bosque parecía más oscuro hoy, como si el otoño lo hubiera llenado de sombras con cada rama caída y cada hoja seca que tapizaba el suelo. Sentía que algo estaba mal. Mamá nunca me dejaba sola, nunca. Y ya habían pasado dos horas. Dos horas desde que salió a recoger algo al bosque, y no volvió. Papá no llegaría hasta tarde porque estaba en el trabajo, así que me tocaba a mí.
Apreté el abrigo contra mi pecho, aunque no era el frío lo que me hacía temblar. Mis pasos se hacían más pesados a medida que me adentraba, y el eco de mi respiración parecía más fuerte entre los árboles. El viento me susurraba en los oídos, llevándose mis oraciones al cielo, esperando que, por favor, la encontrara bien. "Que no le haya pasado nada", repetía una y otra vez, como un mantra. Pero cada vez que pensaba en lo que podía haberle pasado, mi estómago se encogía más.
Los árboles se cerraban a mi alrededor, y me costaba ver con claridad. Estaba a punto de darme por vencida cuando, entre dos robles gigantes, vi algo extraño. Parecía un hueco, una especie de claro oculto. El miedo me atenazó, pero mis pies no se detuvieron. Sabía que tenía que seguir, que ahí... algo me esperaba.
El corazón se me aceleró cuando entré al hueco. Y entonces la vi. Mamá... estaba ahí, pero... no estaba bien. Algo... o alguien... le había hecho daño. No podía moverme, no podía respirar. Solo podía quedarme quieta, mirando, mientras el horror me paralizaba.
El cuerpo de mi madre yacía allí, desgarrado y ensangrentado, como una ofrenda a la oscuridad del bosque. Sus ropas rasgadas revelaban la brutalidad del ataque, y su piel estaba marcada por profundas heridas, como si hubiera luchado con todas sus fuerzas contra un enemigo invisible.
Me acerqué con paso vacilante, sintiendo un nudo de angustia apretándome la garganta. Mis ojos se posaron en el cuello de mi madre, donde dos marcas oscuras destacaban ominosamente. Eran como dos agujeros en la piel pálida, la firma macabra de un depredador.
El horror y la tristeza se enredaron en mi corazón mientras contemplaba el rostro sereno de mi madre, ahora frío y sin vida. Las lágrimas brotaron de mis ojos, mezclándose con la lluvia que comenzaba a caer sobre el bosque, como si el cielo mismo llorara la pérdida de una vida inocente.
Con el corazón hecho pedazos y los ojos nublados por las lágrimas, me arrodillé junto al cuerpo de mi madre. El miedo me envolvía como una sombra mientras observaba con horror las marcas en su cuello, dos colmillos oscuros hundidos en su piel. ¿Qué criatura podría haberle hecho esto? Un escalofrío me recorrió la espalda al contemplar la escena frente a mí.