Capítulo 22 💫

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Victoria resultó ser una persona sorprendentemente agradable. A pesar de tener casi treinta y ocho años, nunca se había casado ni había tenido hijos, y me confesó que veía en esto una oportunidad única, una especie de nueva vida. Me dijo que, si yo lo deseaba, podría ser como una madre para mí. Lo mencionó con una mezcla de sinceridad y cautela, como quien ofrece algo frágil.

La idea de una figura materna en casa me resultaba... intrigante, aunque extraña. Había pasado años con una rutina de completa soledad, acostumbrada a volver a una casa vacía si mi padre trabajaba hasta tarde. No era que él no intentara estar presente; cada vez que podía, se sentaba conmigo y conversaba, como si intentara compensar las ausencias. Pero, aun así, el peso de la soledad era algo a lo que había aprendido a adaptarme.

Ahora, pensar en que cuando llegara a casa podría encontrarme a Victoria en lugar de silencio era, de algún modo, desconcertante. Mi vida había sido siempre mi padre y yo, y de pronto seríamos tres. Esta idea se sentía apresurada, casi impuesta, como si no hubiera habido una transición lógica. Él nunca mencionó esta decisión antes de presentarla.

Pero, quizás, después de todo, fuera una oportunidad para cambiar el rumbo de mi vida y llenar esos espacios vacíos.

Esta mañana había enterrado a mi pequeña Molly con un dolor punzante en el pecho. No volví a llorar, porque llorar no solucionaría nada. Claro, tal vez me habría hecho sentir mejor, pero eso era lo último que quería. En lugar de eso, deseaba convertir mi dolor en odio y hacerle pagar a ese vampiro por lo que le había hecho a mi pequeña.

Observé los árboles y el cielo nublado. Sabía que la temporada de nieve se acercaba, aunque aún no había llegado del todo, lo cual era un alivio. Sentía el frío filtrarse en mis huesos, así que me envolví mejor en mi abrigo antes de dar el siguiente paso.

Frente a mí, la mansión de los Hill se extendía con toda su imponente estructura. Era un lugar enorme y sofisticado, rodeado por el bosque, lo que le daba una atmósfera inquietante. Ese bosque tenía algo... no sabía qué, pero podía sentirlo. Me acerqué a la puerta y toqué el timbre, esperando que Claudia me recibiera, pero en su lugar apareció un chico de cabello desaliñado.

Isaac.

—¡Nyss! —vociferó con entusiasmo, como si todo estuviera bien. Le lancé una mirada fría y entré a la mansión sin más.

Ya sabía la verdad, y no hacía falta ser un genio para deducir que Isaac también ocultaba algo. Sus primos eran criaturas sobrenaturales; ¿qué me hacía pensar que él no lo era?

—Bonita, escúchame, no es lo que crees —dijo, siguiéndome mientras intentaba alcanzarme. Me detuve, me giré, y lo encaré de frente.

—¿Entonces qué es, Isaac? —mi voz salió baja, cargada de una mezcla de desconfianza contenida. Me crucé de brazos, mirándolo como si con eso pudiera escarbar en sus secretos.

La Marca del Destino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora