Capítulo 11 💫

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Maratón 2/2

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Maratón 2/2

— DAMON HILL —

Ella era como la esencia misma de la dulzura en este mundo, su voz era la melodía más suave y tranquilizadora, mientras que su cabello era un poema vivo del otoño en su plenitud. Sus labios eran la más tentadora de las tentaciones, y su piel...

Sus ojos eran dos luceros que iluminaban mi camino en la más oscura de las noches. Cada sonrisa suya era un rayo de sol en mi alma. Su risa, un susurro de felicidad que acariciaba mis oídos. Y su amor, era el refugio al que siempre anhelaba regresar.

A lo largo de mi vida, siempre fui el que amaba, mientras el peso de mi amor nunca era correspondido. Había sido una carga pesada, un dolor que se arraigaba en lo más profundo de mi ser y que sabía que llevaría conmigo hasta el último suspiro. Era nuestro destino, marcado por la luna y sellado por el tiempo.

Lunette, mi amada Lunette.

—¿Y entonces te convertiste en un perro a los ojos de la chica pelirroja? —preguntó con su típico sarcasmo Alek, el beta de mi padre. —Vaya, qué bajo has caído, amigo. ¿Un perro?

Su risa resonó estruendosamente mientras se daba palmaditas en las piernas. Inhalé profundamente para contener la ira y no propinarle un golpe en el estómago, preguntándome por qué si sabía que empezaría con sus bromas, le conté en primer lugar.

—Que estúpido que eres, necesitaba saber —expliqué, moviendo la pequeña copa de licor antes de darle un sorbo y sentir el líquido caliente deslizándose por mi garganta.

—¿Saber qué? ¿Que no es tu alma gemela? —preguntó entre risas. —Deja de ilusionarte, tú mismo entraste a su cuarto como un maldito depredador y la olfateaste, maldito cínico.

—Era para una buena causa... —Me excusé encogiéndome de hombros.

—¿Una buena causa? Acepta que estás obsesionado. —Declaró, mirándome fijamente. —Estás tan obsesionado con Lunette, la chica que nunca te amó.

Auch, golpe bajo.

—Habló el que no ha encontrado su alma gemela y, por supuesto, el que se enamoró de mi hermana menor y fue rechazado. —Observé cómo el rubio cerró abruptamente la boca y sonreí mentalmente.

—Cuánto amor me tienes, amigo... —Murmuró riendo, pero sé que le ha dolido lo que le dije, y fue a propósito.

—Como para matarte. —Confesé dejando la copa sobre la mesa.

—¿Entonces la chica tiene el mismo rostro que Lunette, pero no es tu alma gemela? —preguntó, y asentí. —De verdad que la diosa luna está jugando contigo.

—Mucho. ¿Puedes creer que cada vez que la veo, solo puedo verla a ella, a mi amada, y solo trato de oler su aroma para nada? Porque no es lo mismo. Ella no es mi chica, mi mujer.

La Marca del Destino ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora