Una nefasta primera vez

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—¡Vamos! ¡Eso es! Increíble, como siempre... —la entrenadora pulsó el botón del cronómetro y apuntó rápidamente los segundos. Esa vez el tiempo había estado muy ajustado entre ambos hermanos. Les lanzó una toalla a cada uno según iban saliendo de la piscina. Yüji aún recuperaba el aliento mientras se secaba las piernas. Notó un empujoncito por un lado y alzó la mirada. Yumeko le guiñó el ojo, divertida.

—Eres impresionante, Yüji... desde luego, has mejorado mucho. Has superado a Aoi Todo.

Menudo logro, se jactó internamente. Era fácil superar a un gorila como él en el agua. Pero cierto era que había mejorado la técnica. Aun así, nunca lograba superar a su hermano Kento en las amplias piscinas de la mansión. Se secó la cara con la toalla y fue a encontrarse con Nobara.

—Eh, tú —su hermana estaba ya con el móvil en la mano. Hacía tanto que había hecho su prueba, que lucía seca. No le respondió, así que le dio un pellizco en el hombro. Nobara le devolvió la mirada—. Date prisa, nos esperan en casa.

Nobara se encogió suavemente de hombros y pasó de largo, metiéndose en los vestuarios. Yüji suspiró. El líder del Clan Kugisaki -padre de Kento, Suguru, Yüji y Nobara-, había solicitado la presencia de sus cuatro vástagos para una reunión familiar de máxima importancia. El no ir era desobedecer una orden y acarrearía sus consecuencias.

Nobara fue la única en no asistir. Encargó al mayordomo un mensaje para que la excusaran y después del instituto no pisó la mansión.


Al anochecer

Domicilio de la familia Todo


—¿Cómo te has sentido...? ¿Bien? —Aoi sudaba. Tenía que reconocer, para sus adentros, que llevaba esperando aquello desde el primer instante que la conoció. No sólo por los motivos más obvios, que era enlazar su apellido a las riquezas de los Kugisaki, la organización más influyente y poderosa del país desde que tenía uso de razón. Sino también porque Nobara le encantaba físicamente. Desde siempre. Sus hormonas, revolucionadas desde la pubertad junto a una necesidad constante de quemar calorías en el gimnasio, había conducido al joven por el camino de la lujuria y la vigorexia para vanagloriarse de su escultural cuerpo y poder. Todos en el instituto sabían lo grande, fuerte, rico y mujeriego que había sido a su corta edad, y todos le temían por quién era y a qué negocios turbios se dedicaba su familia.

Esa noche, después de dos meses de relación de noviazgo con Nobara, había conseguido por fin mantener sexo con ella. Le gustó saber que no le había mentido acerca de su virginidad. Había sangrado poco al principio, pero después de varios intentos, cuando pudo meterle su enorme miembro y forzar un poco su avance, salió más sangre. Eso también le hizo sentirse poderoso de algún modo. Ahora era para él una relación sellada, Nobara no podría casarse con otro que no fuera él. Sus planes estaban funcionando.

—No ha estado mal —murmuró ella.

Al finalizar y retirar el preservativo, le acarició sus largos y blancos muslos y se recostó a su lado. Le retiró un mechón corto de su pelo color miel y se acercó a besarla. Nobara correspondió despacio.

—Me alegra que hayas tenido conmigo tu primera vez. ¿Crees que podremos casarnos el año que viene?

—¿Casarnos...? —la chica ladeó un poco la cabeza al mirarle.

—Por supuesto. ¿Con quién más ibas a casarte, si no es conmigo? Estamos hecho el uno para el otro —musitó con cierta socarronería. La muchacha lo conocía tan bien, que cualquier intento de engañarla había sido en balde. Sonrió brevemente.

La doble cara de la perversidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora