Inmortalizar lo involuntario

23 1 0
                                    


Cuatro horas más tarde


Nanako se había dado el trabajazo de la semana y había logrado colgar y guardar toda la ropa y la zapatería. Desechó las cajas y se sintió libre de tareas, pero se moría de hambre. Como la nevera estaba aún vacía, llamó por teléfono a la conserjería e hizo su pedido. Se sentía extraña... aquello era como un hotel lujoso. Pero no dejaba de ser un complejo de apartamentos carísimo en el que tenía la dicha de vivir.

El timbre sonó y se extrañó, había sido muy rápido. Casi acababa de colgar.

—¡Hasaba...! Vengo con cargamento especial, ¡abre!

Era la voz de Yüji. Nanako echó un vistazo rápido a su teléfono, pero no tenía ninguna llamada ni mensaje de Nobara. Empezaba a echarla de menos... llevaba sin verla una semana entera.

Al abrir la puerta, abrió los ojos. El chico venía con un bebé en brazos.

—Mira. Te presento a mi sobrino. ¿A que es enorme?

—¡Un bebé...! —musitó abriendo los labios. Hacía mucho tiempo que no tenía contacto con ninguno. Además, era muy muy pequeño. Quiso cargarlo, pero enseguida retiró las manos— ah, perdón...

—No, no, tómale. No hay ningún problema, yo ya tengo los brazos agotados.

—Que pequeñito que es... ¿y tu tío? —con sumo cuidado, acunó al niño en sus brazos. Se sentía muy bien, además los bebés siempre desprendían un olor característico que a Hasaba le parecía tierno. Sonrió contagiada por un breve e inocente instinto materno.

—Están los dos borrachos, mi padre también. Ah, y... bueno... ahora sube mi hermana.

A Nanako se le iluminaron los iris castaños, le observó contenta.

—¿Nobara...? ¿Vino aquí?

—Sí... creo que ha ido a por su ropa al coche —dijo más serio, cerrando la puerta.

—Genial. Ya pensé que me tocaría dormir sola en esta casa tan grande —acarició la espalda del bebé con lentitud. Era un bebé de no más de dos o tres semanas. Estaba segura de que no llegaba al mes de vida. Aún tenía el instinto de permanecer en la posición fetal.

El timbre sonó y a Nanako se le apresuró la respiración.

Yüji le hizo un gesto para que se despreocupara por la puerta. 

Nobara apareció al otro lado de la misma. Su expresión se agrió un poco al ver que la recibía su hermano; ni siquiera le devolvió más de un segundo la mirada. Entró y se dirigió directamente a Nanako.

—Hola... eh... ¿qué haces con...?

—Ese condenado pesa —contestó Yüji antes—. Ya iba a llevármelo, llevo tres horas con él encima. Ya has visto el estado de...

—Si, han vomitado en las alfombrillas de tu coche. Yo que tú, iría rápido antes de que te lo encharquen todo —giró sólo la cabeza, con cierta sorna en la voz—. Llévate al bebé.

Nanako hizo un puchero fingido al devolver la mirada al bebé. Parecía tranquilo apoyado sobre su pecho. Yüji frunció las cejas y le contestó de mala gana.

—Joder, quedaos con él un momento. Enseguida subo.

"Qué asco, de verdad" se oyó decir cuando dio un portazo. Yüji se fue enfurruñado al ascensor para regresar a la primera planta. 

Nobara dio un imperceptible suspiro. Se lo había inventado para quitárselo del medio, pero no había tenido mucho éxito: el bebé seguía ahí estorbando. Devolvió la mirada a Nanako y le sonrió.

La doble cara de la perversidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora