La oveja blanca de la familia

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Yüji disparó y acertó en la cabeza del objetivo. Enseguida, el papel se intercambió por otro. También le acertó en la cara.

Cuando acabó de practicar, devolvió las armas y se encendió un cigarrillo.

—¿Cómo van los exámenes, chico? —preguntó Kento.

El pelirrosa se encogió de hombros.

—Ya no estudio. Simplemente dejo que pasen los meses para alcanzar la mayoría de edad y pirarme.

—Así que ni siquiera piensas terminar la preparatoria.

Negó con la cabeza.

—Para qué. ¿Para ser abogado? —dijo soltando una risa desganada. Kento se encendió un cigarrillo y devolvió el mechero a su hermano.

—No sé, Yüji. Los jóvenes como tú suelen tener aspiraciones. Llevo un año viéndote con esa cara de hoja amarillenta. No tienes hobbies.

—Sí que tengo. El anime, el manga y las pistolas.

—Tampoco te gusta realmente lo que implican las armas —comentó cerrando la vitrina de las armas. Tomó las cajas de munición y las dejó también en su lugar.

—Es cierto que estoy un poco desanimado.

—¿Es por alguna chica?

—Lo fue hace unos meses. Ya paso también de eso.

—Papá me comentó que estuviste contratando los servicios de algunas mujeres de la noche.

Yüji sonrió, intentando parecer indemne. Pero le avergonzaba que lo supieran.

—Alguna que otra —se cargó su bolsa de cuero cruzada y expulsó el humo.

—¿Perdiste la virginidad con una de ellas?

—Así es. Pero mejor eso no se lo digas a mamá. 

—No te preocupes —cuando salieron del recinto que los Kugisaki tenían para las prácticas de tiro, Kento cerró con llave y se volteó junto a su hermano. Se dirigieron hacia el parking subterráneo—. No es que me preocupe, toma esto como un consejo. No tomes por pasatiempo flirtear con las prostitutas con las que se mueven nuestros territorios. Están controladas, pero siempre hay alguna que se nos enferma.

—Me incomoda tener este tipo de conversación. Y no me compares con el imbécil de Suguru.

—No te comparo con él. Ahí donde le ves, ha tenido como cuatro ETS ya en el rabo.

—¿Qué me dices...? —murmuró abriendo los ojos.

—Nada grave. Ahora está limpio. Al menos la última vez que hablé con él. Pero prueba mucho la materia prima... ya me entiendes.

Yüji frunció un poco sus cejas, recordando a la inquilina de las propiedades que estaban a nombre de Suguru.

—Joder. Pues... hace cosa de un mes descubrí que tiene relaciones con una de sus alquiladas.

—Ah... creo que sé quién es. La vi tres o cuatro veces.

—No... no la vi mucho rato —dijo algo ruborizado—, maldita sea, les descubrí cuando ella se la chupaba. Y me dijo luego que era la forma que habían convenido para pagarle el alquiler. Me dio lástima.

—Preferiría vivir debajo de un puente y morir congelado a chupársela a Suguru —dijo, entre risas. Soltó a trompicones el humo y desbloqueó las puertas del Cadillac.

—¿Crees que habrá podido pillar algo?

—¿Quién, la tipa?

—Sí —Yüji dio unas caladas más y se puso el cinturón. Kento se encogió de hombros, arrancando el coche.

La doble cara de la perversidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora