Sachiko

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Hospital


—Tengo que marcharme. Me apena dejarla así... —suspiró Kento.

—No, que no te apene. Prefiero no ver cómo tu mujer la sigue mirando mal.

—Ya sabes cómo es...

—Te tiene dominado, menuda noticia —Yüji puso los ojos en blanco. Kento abrazó a su hermano y siguió caminando por el pasillo, hacia la salida. El pelirrosa lo siguió con la mirada hasta que se reunió con su mujer en el coche, ya en el aparcamiento externo.

Aquel último par de días hubo jaleo. El servicio de limpieza había encontrado a Nanako con la espalda ensangrentada y ovillada sobre la alfombra, no reaccionaba a nada y se llamó a una ambulancia. La policía ni siquiera inició investigación alguna al ver el zafiro colgado de su cuello, pero sí les llegó parte a la familia Kugisaki de lo sucedido. Ningún integrante de la familia reconoció, en la reunión de urgencia de esa misma noche, haber contratado los servicios de sicarios para ejercer contra Hasaba una tortura física. Nobara les mandó un mensaje para informarles de que ella tampoco había sido, desinteresándose por hacer pregunta alguna.

Kento, el primogénito de Akane y Ryota, se había quedado junto a la adolescente para ver si necesitaba algo. Le había afectado la noticia. Era el único, junto a Yüji, que no aprobaba la formación de vínculos para esclavizar a los humanos. Nanako no intercambió muchas palabras con él. Y él prefirió no forzarla a hablar. Pero a Yüji aquella noticia le había afectado de una manera mucho más violenta. Sabía quién era la causante, lo sabía. Y le quemaba por dentro. Porque ahora le tocaba ver cómo la destruía a su antojo. Tras la primera revisión, se avisó a los Kugisaki de que Nanako había sido forzada por cuatro hombres diferentes. Se hallaron restos de semen en su cavidad vaginal y bucal aparte de las lesiones, y la espalda tendría cicatrices en cuanto se le retiraran los puntos.


Yüji tomó aire profundamente antes de entrar. El día anterior la chica no había abierto los ojos, pero aquella mañana sí, y no había intercambiado apenas palabras con Kento. Pensaba quedarse todo el tiempo que hiciera falta y no se separaría a menos que se lo dijese. Entró y dejó la puerta cerrada.

—Hey, Nanako. ¿Cómo te sientes hoy?

—Bien —murmuró, sin mucha gesticulación. Él asintió y trató de darle la sonrisa que menos estúpida pudo, dadas las circunstancias.

No creo que pueda hacerla sentir mejor hoy, ni mañana. Tiene que tener tal shock encima...

Tragó saliva y se sentó en el sillón, a la izquierda de la camilla.

—Traigo un montón de refrescos. Tienes que beber, ¿vale?

No le respondió. Yüji se fijó en la bandeja del almuerzo que aún no le habían retirado. Se alivió al ver que por lo menos se había tomado la sopa. Pero había dejado intacto el segundo plato y el postre.

—Pero bueno, ¿no te gusta el yogur de aquí? Si quieres les pongo una reclamación ahora mismo, eh... —abrió el yogur y clavó la cuchara de plástico antes de cedérselo. Nanako negó sutilmente con la cabeza—. Bueno, te lo dejo por aquí. Pero come, por favor.

Los minutos pasaron. Yüji se daba cuenta de que ni el móvil ni la tele la estaban entreteniendo. Se le iba mucho la mirada a la ventana. Y se maldecía por no saber cómo hacerla sentir mejor. Al final, fue Hasaba la que habló tras un largo silencio.

—Kugisaki... no hace falta que te quedes aquí. Te... te lo agradezco igualmente.

—Quiero estar. Me siento responsable... de alguna manera. Y quiero que estés bien. Y... que sepas que esto... bueno. Esto no suele ser lo común.

La doble cara de la perversidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora