Oficina
Norman había estado discutiendo con destinatarios del clan Saotome, nuevamente por el negocio de la trata de blancas extranjeras. Una filtración había vuelto a dar por resultado una prostituta torturada y muerta. Las fotos que le llegaron, de nuevo también, eran repugnantes, y resultado de un informe investigativo. Después de una acalorada discusión donde la culpa saltaba de un apellido a otro, tras la guerra manifiestamente abierta entre clanes, Norman colgó y llamó a Ryota Kugisaki, quien se había personado allí para observar las fotos y estar al tanto.
Tanto Ryota como su hijos Kento, Suguru y Yüji, quienes le habían acompañado esa mañana en el gimnasio, se plantaron allí y miraron las fotos. Yüji tuvo una incipiente arcada, pero Suguru y su padre no pusieron expresión alguna.
—¿La descripción del cliente cuál era? —preguntó el veterano.
—Chica alta, blanca, con gorra de Adidas negra y vestida de negro. Sólo le vio los labios. Tenía dientes grandes y bien alineados, y no habló demasiado. La policía ha descubierto que la documentación con la que hizo la reserva es falsa —releyó, palabra a palabra, Norman, del mensaje que le había llegado de sus subordinados. Después, miró a Kugisaki atentamente—. El nombre de la documentación te lo he pasado ya, para que investigues si alguno de tus hombres encargado de las falsificaciones sabe algo.
—Das por sentado que es mi hija.
—Por alusiones, sí.
Suguru puso los ojos en blanco y recaló en su progenitor. A veces le sorprendía que un hombre ya de edad avanzada, pudiente y de mano tan dura pudiera dudar de lo obvio. Las mujeres, esposas o hijas seguían siendo el punto débil de los hombres. Pero de repente, sintió una punzada de realidad. Al saber que él mismo, por primera vez en su vida, también sentía cariño por una.
Pero Nobara no había tenido un carácter con el que encariñarse, más allá de actitudes fingidas derivadas de su psicopatía. Sin embargo, esos informes del psicólogo permanecían bajo llave en la mansión Kugisaki. Ni siquiera sus propios familiares lo sabían a excepción de ellos seis, y tanto Kento como Akane seguían poniendo esperanzas en algo que no tenía cura.
—Se lo preguntaré.
—Pregúntaselo si quieres —musitó Norman—, por alusiones, te repito que debe de haber sido ella. Eso, o que tiene a una imitadora que aprende de los errores, para cometer otros.
—¿Ah sí? —Ryota contempló de nuevo el estado del cadáver encontrado de la muchacha. El ácido vertido había provocado quemaduras de tercer grado que, incluso de no haber existido degollamiento o puñalada, habría muerto por muy rápido que la hubiesen atendido. Los efectos del ácido eran superiores al sulfúrico, estaban alterados, y habían dejado un enorme agujero removido de carne en sus piernas y espalda.
—¿Qué le dijiste la primera vez, cuando asesinó a una de mis putas? Seguramente le dirías, si lo haces de nuevo, no lo hagas en un hotel de lujo, donde hay cámaras, ni permitas que el personal te vea el rostro. No dejes ADN en el cuerpo. ¿No? Como mínimo, le has tenido que decir eso. Porque te ha hecho caso —musitó, notablemente molesto.
—Es una puta protegida de los Saotome —comentó Suguru, medio riendo—, que se jodan. Están intentando acabar con nosotros y aún no hemos siquiera respondido a sus ataques. Esto no es nada.
—Pues se han quejado. Me han pedido explicaciones a mí y me han preguntado por el asesino de Cintia.
Ryota alzó una ceja y dejó la foto tirada en el escritorio.
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La doble cara de la perversidad
FanfictionNobara Kugisaki es hija del líder del Clan Kugisaki, la organización criminal más influyente de Japón. Sus hermanos Kento, Suguru y Yüji son radicalmente distintos a ella, pero no saben hasta qué punto. El resto de clanes sostienen una temblorosa pa...