Una vida de ensueño

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Todo el mundo cuchicheaba a su paso. No era para menos. Los minerales pertenecientes a las familias influyentes tenían significado de peso y obligaba a la sociedad a respetarlos. No todo el mundo se podía permitir regalarlos: desde que un clan lo tenía agenciado como piedra familiar tras generaciones y guerras, confería una identidad. No todos los miembros de un clan podían sintetizarlos de manera natural, y menos aún transformarlos en poderes mortales. Los Saotome habían estado a punto de perder la esmeralda como resultado de la rebelión, pero habían contenido sus ansias de poder cuando vieron imposible la derrota de los Kugisaki. La esmeralda había estado a muy poco de ser una piedra secundaria en el registro de los Kugisaki, debido a algunas mutaciones graves. Y una vez una piedra se perdía, sólo podía ser recuperada aliándote con los que la sintetizaban con una cristalografía mejor. Pero aquello jamás se había presenciado en las últimas doce generaciones, y significaba de algún modo renegar del origen principal. Ensuciaba el buen nombre. Por eso, las mezclas cuando un usuario tiene el poder del sello, suelen ser casarse y engendrar con alquien que nunca hubiera dado manifestación de tener el suyo propio. Sino, las mezclas manchaban la casta, y siempre ganaba el mineral con cristalografía más fuerte. Quien perdía una guerra, perdía también la cabeza, perdía las familias principales por ejecución y el resto de efectivos que estaban dispuestos a cambiar de líder eran trasladados, y sus territorios ocupados. Quienes portaban el gen portador del mineral sin ser tener sello visible ni poderes, eran más débiles. Y los humanos corrientes que llevaban un mineral por vínculo, tenían una respuesta fisiológica al poco tiempo. La hechicería que empañaba los minerales era sólida. Los Saotome habían estado a punto de perderlo todo, y a pesar de que recularon en última instancia, el ardor entre ellos, los Jabami y los Kugisaki persistía. El resto de clanes eran menores.

Por eso Mary Saotome, al ver el zafiro del cuello de una de las mascotas a las que sustraían dinero, hirvió por dentro. Avisó a su mano derecha de que la secuestrara a la salida de clases, pero en cuanto Yaga intentó ponerle la mano encima, recibió un disparo en los pulmones que lo dejó tiritando y la noticia se esparció como la pólvora.

Al segundo día, Nanako Hasaba acudió con más miedo que seguridad a clases. Ahora ya era un hecho: ya no era una mascota y quien la tocara podía acabar muerto. La gente la observaba. Nadie osaba aguantarle por demasiado tiempo la mirada, salvo aquellos cuya superioridad latía con incredulidad. Yumeko y las hermanas Zenin fueron algunas de ellas. Y Hasaba, sintiéndose extraña pero con una creciente sensación de triunfo, se obligó a sonreír.


Despacho del director


—Es raro que no supieras nada, Goro.

El jefe de estudios miraba pensativo el suelo. Era su sobrina de la que estaban hablando.

—No sé por qué lo habrá hecho. Serán muy amigas.

—No es necesario que te hagas el sueco. Las paredes hablan aquí. Se dice que Kugisaki mantiene algo más que amistad con esa chica. Y después de saberse ese rumor, Kugisaki falta dos semanas. Unos días después, Hasaba tiene un zafiro colgando del cuello. ¿Cómo crees que va a tomárselo la gente?

—Sea como sea, habría que hablar con mi hermano.

El director concedió la razón con un asentimiento. Ahora, les gustara o no a los padres de Nobara, tenían la obligación de protegerla. La muchacha no les había hecho nada malo, y los que rodeaban a la otra adolescente olían su influencia a distancia. Si Hasaba estaba donde estaba, no era por Hasaba. Kugisaki había complicado las cosas obligando a los suyos a proteger a una cualquiera a cambio de la total sumisión de esa persona. Esa sumisión daba las mismas libertades que quitaba, y Nanako no sabía que acababa de firmar un contrato de por vida en cuanto aquella cadena de plata se abrochó en su nuca.

La doble cara de la perversidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora