Un engaño oculta otro engaño

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—¿Por qué preguntabas si sé si era lesbiana? Los cotilleos hay que compartirlos... —comentó Yumeko Jabami.

—Porque me besó. Y... —entreabrió los labios, pero la distancia entre las chicas y ella estaba decreciendo. Cerró la boca. Jabami se fijó en Mai. Tenía una mirada autoritaria que no pegaba mucho con las dos tiritas adhesivas que tenía en el puente de la nariz.

—¿Qué te ha pasado, bruja? —preguntó Leah, riéndose.

—Un golpe con una puerta —dijo sin más, cruzándose de brazos. Miró al resto—. Bueno, ¿vamos a quedarnos aquí paradas?

—Habéis sido las últimas en llegar, así que... tiene gracia que lo digas —terció Sakura, que bajó enseguida el tono de voz—. Oye, la mascotita está hasta arriba de peso... ¿no sería mejor alquilar una taquilla por aquí o algo?

—¡Ni hablar! —chilló Maki—, que vaya más atrás, no la echaremos de menos. No pienso dejar las cosas aquí guardadas y que luego tengamos que pegarnos el viaje de vuelta.

—No pasa nada, chicas —murmuró Hasaba. Había sido la última en acercarse y permanecía a medio metro de distancia. Tenía dos mochilas cargadas tras cada hombro. Las miró con una sonrisa tímida—. Puedo con todo, no es tanto.

—¿De veras? Sí que parece un poco pesado... —Yumeko se puso tras ella y tironeó hacia atrás con violencia, haciendo que la chica cayera de bruces al suelo. Se dio un buen golpe en el hueso el trasero y el impacto la hizo cerrar fuerte los párpados por un segundo.

El resto de chicas se carcajearon a voz en grito. Nobara se levantó del banco y se aproximó a Nanaba, aunque los ojos se le fueron a sus piernas. O más bien, al centro. La falda se le había levantado y, muerta de la vergüenza, la chica se la bajó. Trató de ignorarlo y se agachó rápido a su lado, ayudando a incorporarla.

—Tranquila, estoy bien... de verdad, Kugisaki —sonrió como pudo.

—Te quejarás de cómo te tratamos... —dijo Sakura muerta de risa. Yumeko se había estado riendo hasta aquel momento. En cuanto vio que Nobara la ayudaba a erguirse se puso del otro lado y también la tomó del brazo bruscamente para alzarla más rápido.

—Haces que Nobara se preocupe, ¿por qué caes tan fácil? ¡Estás endeble! —comentó riendo. Ayudó de mala gana a colocarle las mochilas de nuevo.

—Tiene las piernas de plastilina. ¿Coméis carne en casa, o a tanto no llega el sueldo de limpia-raíles?

—Es suficiente, Leah.

Leah y las demás dejaron de reírse en seco al ver la expresión seria de Kugisaki. Nobara tenía el cetro de mandato en aquel grupo. Yumeko la miró de reojo y sintió un fulgor de rabia interna, pero lo dejó pasar. En silencio, todas las chicas fueron agrupándose y uniendo al gentío de la calle principal.

—Ya le has dado pena a Kugisaki, ¿uh...? —Yumeko se juntó a Nanako Hasaba y le habló al oído mientras caminaban—. Quédate atrás. No te quiero ver esa cara de mierda en todo el paseo.

Nanako fue frenando sus pisadas y tragó saliva, mirándola algo desolada. Dejó que el resto de las muchachas la adelantaran y sólo caminó cuando vio a las hermanas Zenin, que cerraban el grupo.


Fueron haciendo varias paradas por el camino, con sesión de fotos incluida. Otras fueron a causa de encontrarse a conocidos, que debido a quiénes eran varias de ellas, llevó al grupo a pararse en numerosas ocasiones. El anochecer las alcanzó justo cuando llegaron al final del camino de árboles.

—Buf... no puedo más... me duelen los pies —Leah se dejó caer bruscamente en el césped. Nobara y Yumeko se sacaron algunas fotos más en el último árbol y se pusieron a hacer tonterías frente al móvil, actualizando sus perfiles.

La doble cara de la perversidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora