Una nueva sublevación

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La cena de Navidad había sido un festín en toda regla. Pero pasado el tiempo de repartir regalos por parte del falso Papá Noel, los niños se habían acostado, los adolescentes habían salido con sus amigos y los adultos conversaban al pie de la barbacoa mientras seguían emborrachándose con viejas batallitas. Nobara había aprovechado el bullicio para desaparecer y vestirse con ropa cómoda y oscura. Cerró su mochila y tras ajustarse una bandana a la altura del cuello, también de color negra, salió de las inmediaciones de la mansión. Los vigilantes la vieron salir pero no le dijeron nada. Tomó un taxi.

Estoy cansada de tener que depender de un conductor. En cuanto pueda, haré las prácticas y me sacaré el carné de conducir.

—¿Adónde coño vas? —gritó Suguru.

Nobara no le respondió.

—Niñata de mierda, contést... ¡eh!

El taxi salió disparado de repente.

Suguru y Kento fumaban a la entrada de su propiedad. El rubio soltó una larga calada mientras observaba a su hermano.

—Relájate, habrá quedado con sus amigas.

—No estoy relajado. Esa descerebrada va a hacer algo raro, hazme caso.

—¿Y por qué no la has seguido?

—Tengo fichado a ese taxista y me he quedado con la matrícula. Ya estoy pidiendo que le echen un ojo.

Kento alzó una ceja al ver la pantalla del móvil de su hermano. Parecía estar siguiendo una ubicación a tiempo real.

—Estáis todos como una regadera.

—Y tú estás ciego.

El móvil de Kento sonó. Fue sacándolo del bolsillo trasero y contestó.

—Qué pasa.

Suguru seguía atento al seguimiento que sus compañeros le hacían del taxi. Recibió un Whatsapp de su hermana en la barra de notificaciones.

"Dile a tus perros callejeros que dejen de seguirme, el taxista se está poniendo nervioso."

Suguru sonrió y tecleó rápido.

"Jódete. Salir en Nochevieja... eres como un imán para nuestros enemigos."

"Tú me estás haciendo llamar la atención más de lo necesario. Tus coches se reconocen."

"Vuelve aquí, niñata de mierda. Eso es lo que tienes que hacer, obedecer."

Vio que Nobara escribía, pero así fue cómo se quedó. En "escribiendo..." por largo rato. Cuando cambió de aplicación, vio que la ubicación de sus colegas tampoco cambiaba. Escupió el chicle que mascaba y telefoneó a uno de ellos. Pero no respondió nadie.

Kento se giró hacia él, pálido.

—¿Tienes localizados a los Saotome?

Suguru le miró frunciendo el entrecejo.

—Sí. Están tirando petardos en el cementerio... hay otro cerca de algunas casas nuestras.

—¿Cuánto hace que lo sabes?

—¿Lo de nuestros territorios? Más de un mes. Quizá dos.

—Mira, será mejor que nos movilicemos con armas. Me han comentado que han visto movimientos sospechosos en los tejados.

Suguru soltó un suspiro de pereza, pero era cierto que era peligroso. Esos techos a los que se refería estaban cerca de los pisos donde alquilaba. Hina Won vivía en uno de ellos.

La doble cara de la perversidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora