Clase en la fila más alta

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—¿Látigo...?

Mai frunció el ceño. Así que a su compañera sexual le iban esos "fetiches". Eso explicaría un poco su actitud en alguna que otra circunstancia cuando follaban. Mai no tenía ningún tipo de experiencia, pero prefirió no parecer la inexperta delante de ella. No quería quedar así después de abrirle ese mundo.

—Bien. Pues lo lamento, pero no tengo un maldito látigo. Y dudo que hayas comprado uno.

—Con un cinturón está bien para comenzar.

—Pues... no me gusta ese rollo. Así que vas a tener que practicar con muñequitas de plástico hasta que las rompas.

Kugisaki se quedó mirándola, sin mucha expresión. Pero sí que pensaba en sus contestaciones.

—No lo haré fuerte si es lo que te preocupa. Iré poco a poco.

—¿Y por qué no unos azotes? Lo he visto en vídeos porno. Es más excitante.

Nobara se miró las manos, fingiendo que pensaba en la posibilidad.

—No es lo mismo. Quiero dejarte una marca más profunda.

—¿Por qué? —frunció el ceño.

Nobara entreabrió los labios, pero no tenía una respuesta clara formulada en la cabeza. Quería porque le gustaba ver el dolor ajeno. Y a la única que le había sido tan sincera fue Yumeko.

—Es igual. Probaré con otra persona que quiera.

—Nadie querrá hacerlo así. A menos que obtenga algo a cambio.

—Ah, era eso. Haberlo dicho. ¿Qué quieres a cambio?

Claro, pensó inmediatamente. Es un trueque. Supongo que no me dejará golpearla porque sí. Es normal que quiera una recompensa.

Pero pasaron los segundos, y Mai sólo la miraba ceñuda y pensativa. Nobara alzó una ceja.

—Di de una vez.

—¡N-no lo sé! Quiero... hm... que me hagas de cenar.

Qué patético. Será mejor decirle que sí sin más.

—Está bien —asintió, y sus piernas caminaron en una dirección. Mai tragó saliva siguiéndola con la mirada. Kugisaki se inclinó a su bolso y desenrolló con fuerza su cinturón, que se desplegó ante su tirón. Era fino y de cuero blanco—. Mira, ven. Ponte de pie mirando hacia la ventana.

Mai salió de la cama y caminó despacio hacia donde le ordenaba. Estaban en un piso lo suficientemente alto para no ser vista, pero aun así sus pulsaciones iban en aumento.

—¿Me quedo así...?

—No, agarra el alféizar. Inclínate un poco.

Mai situó las manos en el alféizar y sacó un poco las nalgas con las piernas separadas. Era una posición expuesta y sumisa. Incómoda, porque no le gustaba estar de pie para follar ni para hacer ninguna actividad en general. Sintió más tensión cuando oyó sus pies alejándose, pero no le dio tiempo a pensar en nada más.

¡SPLASHHH!

—¡¡¡AHHHHH...!!! ¡TU PUTA MADRE, NOBARA...! —se quitó de golpe, apretando los dientes y volteándose. Nobara la miró ceñuda.

—¿Qué haces? Vuelve a donde estabas.

—¡Y un huevo! ¡Me has... hecho un daño terrible! Dijiste poco a poco —sorbió por los labios, y fue corriendo al espejo de la habitación. Tenía una marca diagonal que le cruzaba toda la espalda. Nobara miró el cinturón que tenía agarrado. No había dado con fuerza.

La doble cara de la perversidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora