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Forbidden thoughts.
Trabajar para algún equipo de fútbol prestigioso siempre había sido mi sueño. Poder ver los partidos de cerca, sentir el aire del amor por el fútbol, apreciar el amor de la hinchada, pero sobre todo, poder ser un apoyo para los jugadores. Para todos menos para él, Benjamin Pavard, un auténtico dolor de culo.
Llegó al club en dos mil diecinueve, justo después del mundial de Rusia. Todos lo aplaudían y adoraban por haber tenido, según la votación de la gente, el mejor gol del torneo. Yo no había visto mucho de él, pero lo que había visto me parecía bueno. Así que como todos, decidí darle una calurosa bienvenida. Al principio fue cordial conmigo, así como con todos sus compañeros y el equipo técnico, pero después de una semana me di cuenta que solo fingía, y que le había dicho a todos que yo no le agradaba en absoluto y que no entendía porque alguien de mi edad, tan inexperta, ocupaba el cargo de fisioterapeuta del club.
Tenemos la misma edad.
El mister de ese momento, Hansi Flick, me sugirió que no le pusiera atención a los comentarios de Pavard y me concentrara en mi trabajo ¡y claro que eso hacía! Pero me molestaba que tuviese que andar hablando mal de mí con todos mis amigos como si yo no existiera, y peor aún, cuando no me conocía de nada. Después de un tiempo mi odio por él comenzó a crecer aún más, así que empezamos un juego donde él atacaba, yo contraatacaba y viceversa, un juego de tira y afloja.
Y así habíamos estado los últimos cuatro años.
—Bien, Jamal. Veo que todo está en orden, quizá debas fortalecer un poco la rodilla izquierda pero no es nada de qué preocuparse. Trabajaremos en eso durante los entrenamientos ¿vale?— Musiala asiente y se baja de la camilla que se encuentra en mi consultorio.
—Gracias Alex— me da una sonrisa y yo se la devuelvo.
—No hay de qué— respondo.
—No le hagas caso, niño. Alexandra no sabe lo que hace— la voz de Pavard suena en la entrada de mi consultorio y yo ruedo los ojos.
—¿Qué haces aquí?— pregunto molesta— ¿no deberías estar molestando a alguien más?
—Por más de que este es el último lugar en el que quisiera estar, el mister me envió a un chequeo general.
—¿Y tiene que ser conmigo? ¿Nik no puede atenderte?— hago otra pregunta fastidiada.
—No. Está ocupado. Así que has tu maldito trabajo y revisa mis increíbles piernas— sin permiso, se sienta en la camilla donde previamente estaba Jamal.