Urto

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—¿Cómo creen que Miriham esté viviendo?

—Escuché que la entregaron a alguien dentro de la política.

—¿Creen que su esposo-

—¡Paren ya, chicas! -pidió con un tono sombrío Venecia a sus compañeras—Quiero disfrutar del desayuno.

—¿Acaso no le tenías aprecio a Miriham?

—Sí, por eso deseo paren... —las otras le miraron por un momento y acto seguido se pusieron a espaldas de ella.

Venecia se veía muy afectada por la repentina partida de su amiga, sobre todo sintió tristeza por ella. Sabía perfectamente que ella no quería irse, la vio llorar toda la noche y se preguntó cómo llegó a esa situación; Miriham en una situación normal hubiese sabido en qué se estaba metiendo. Cuando habló con ella antes de ir con Valide Sultán casi parecía que la iban a volverse Gozde. Todos estos pesares revolvían su cabeza en su camino, hasta que escuchó entrar a la gota que derramará pronto su paciencia.

—¡Rubén, volviste! —Lana y Mónica, un poco más cerca del panorama, se acercaron a saludarle, lo que impulsó a las demás a hacer lo mismo; Venecia se quedó a lo lejos escuchando.

—Otra vez regresas en la mañana, ¡aún no entiendo cómo pasa!

—El Sultán se encontraba de buen humor, —sonrió Rubén—fue especialmente cariñoso. —las Jariyes se conmovieron. Mónica entonces agudizó sus ojos amantes de las joyas y señaló a la cabeza del Khuntha.

—¿Por qué traes esa diadema? ¡Estoy segura de que traías una más simple!

—Correcto. —Rubén alzó su mano con una diadema incrustada en los dedos, que contrastaba con la que traía puesta; no era lo único, pues en la misma sostenía un pergamino.

—¿Ese es un mensaje?

—¿Quién te lo dio?

—Niñas, niñas... —alzó la mano admirada con picardía—Es privado.

—¿Y por qué lo es? —de repente soltó Venecia, que estaba acumulando mucho en su interior—Tu situación es muy particular, ¿ahora recibes mensajes secretos? —las demás comprendieron la desconfianza y miraron al unísono al Khuntha, lo que por un segundo produjo en él nervios, pero se recuperó con una sonrisa de superioridad.

—Oh, este es un mensaje que el Sultán me proporcionó y me dijo que lo leyera al privado. No sé qué es pero si es del Sultán tiene su firma, ¿ves? —había terminado de desenrollar el pergamino, por lo que mostró la firma en la parte inferior derecha del papel. Unos segundos fueron suficientes para Rubén, que volvió a apartar el objeto celosamente.

—¿Realmente no nos lo quieres mostrar? —dijo una; Rubén llevó el objeto a su pecho dramático.

—Hablaremos después... —las demás se quejaron; Venecia se quedó muda mientras le seguía con la mirada.

Rubén se refugió en su habitación después de devolver la ropa y joyas que le fueron prestadas, viendo cómo Lolita era acompañada por una pila de creaciones suyas hechas de tela. Juguetón se acercó con las puntillas bailarinas hasta su lateral derecho, donde pegó hombro con hombro. Se miraron un momento. Se quitó la diadema y la posó en la cabeza contraria. Levantó el pergamino en la mira y lo fue zarandeando.

—¿Puedo compartir esto contigo?

—¿Es del Sultán? Realmente encontraste en él favoritismo. —tomó de la mano contraria el pergamino y por su propia voluntad lo leyó en un tono que solo llegaba al oído de Rubén, que había posado su mentón en el hombro mientras le abrazaba el torso.

 —tomó de la mano contraria el pergamino y por su propia voluntad lo leyó en un tono que solo llegaba al oído de Rubén, que había posado su mentón en el hombro mientras le abrazaba el torso

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Cuando terminó ladeó su cabeza hacia su contrario, quien miraba de soslayo el pergamino.

—Vaya... los rumores de que utilizas brujería talvez sean ciertos...

—¡Lolita! —el mencionado se rió, el otro se separó de aquel torso—Esto es demasiado vergonzoso. Quiero decir, esperaba este resultado pero aún me impacto... ¿Realmente se ha...?

—Es lo que querías, ¿no...? ¡Ja! Yo creí que tenías sangre fría, pero parece que tienes mucha pasión. —Rubén desvió la mirada ofendido, le quitó la diadema a Lolita, Lolita le dio un empujón en un tobillo para hacerle caer, enrolló el pergamino, lo guardó en su armario y se sentó a repasar las lecciones que le habían enseñado en las clases.

—Esto es solo rutina y lo sabes, sigo aspirando a ser la Sultana más poderosa e importante ¡Esto es totalmente perfecto y nada de lo que digas me confundirá!

—¿Confundirte? ¿De qué te confundes, eh? —Rubén le aventó una almohada, lo que terminó en una pelea que tuvieron que limpiar antes de ser descubiertos.

Había pasado medio día y las Peiks ordenaron a las favoritas bañarse. Las chicas hablaban mientras se quitaban sus afeites y los colocaban al alcance para bañarse. Rubén se encontraba apacible, risueño; se bañaba sin apuros. Se echó una buena cantidad de agua en la cabeza, se secó la cara y cuando se sintió satisfecho giró su torso para encontrar sus joyas. Inmediatamente se levantó y empujó el hombro de la chica más cercana a donde miraba su espalda.

—¿DÓNDE ESTÁ?

—¿Estás loca? ¿Cuál es tu problema?

—¿QUIÉN LO TOMÓ? ¡DEVUELVE LO QUE ES MÍO! —siguió peleando con las chicas hasta que una Peik se acercó.

—¿Qué es lo que pasa?

—¡Se volvió loca!

—¡Estas ladronas me robaron mi anillo! —gritó Rubén con los ojos de un oso molesto.

—... Quiero que todas salgan, ¡Ahora! —dijo la Peik pensando en que sería mejor resolver los problemas afuera.

—¡No van a ningún lado! —Rubén se puso de frente—¡Quiero el anillo! ¡Búsquenlo! ¡Nadie sale hasta que lo encuentren! —todas se quedaron calladas.

La Peik, entendida del temperamento de la Iqbal, fue a la puerta buscando a sus compañeras para examinar a todas las presentes; mandó a una a avisar a Valide Sultán. Una por una, sus joyas y ellas pasaron por el filtro de varias Peiks. Además, revisaron el piso y las estructuras que mantenían el agua empozada. La Peik Alexandra, aunque serena, no estaba para nada contenta con la situación, ¿cómo pudo ser que unas señoritas de alto rango se comportasen así? Solo esperaba que no fueran alucinaciones de Rubén, sería peor.

En medio de todo eso pudo visualizar a una, una que tenía la mirada perdida, la espalda encorvada, las manos acurrucadas en el pecho; había visto cómo una compañera la revisaba, pero vio en ella algo inusual. Se acercó a su ser y le clavó los ojos cuando ella se dio cuenta de su presencia. Pasaron largos segundo, talvez un minuto, cuando la Peik le dio una ordenanza.

—Abre la boca.

Haseki Sultán《AU #rubegetta》#karmaland Donde viven las historias. Descúbrelo ahora