El dolor del karma

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—¡Rubén! ¡Rubén, despierta! ¿Qué te sucede? —Samuel movía la cara de Rubén pero no reaccionaba.

Sentía pánico desde sus adentros. Rubén se había puesto pálido de repente, sus gritos fueron una pesadilla, pero lo peor fue su pérdida de conciencia. Samuel no podría soportar la idea de perder a ese Khuntha, a alguien que le entendía, y perder de nuevo a otro hijo. Pronto llegaron dos doctoras y él se apartó

—Se desmayó mientras comía...

Las mujeres inspeccionaron al paciente minuciosamente. Cada segundo era una tortura para el Sultán que solo esperaba que no halla sido una enfermedad grave. No pasó mucho hasta que una de las doctoras revisó la boca y descubrió la causa.

—Trae el recipiente, —dijo a su compañera y ella obedeció—puede que halla sido envenenada. ¿Usted probó la comida? —él asintió preocupado—¡Lleven al Sultán a lavarse la boca! ¡Es peligroso!

Sintió su mente en blanco en todo el lapso de tiempo desde aquella frase hasta que eliminó de sí los restos de veneno que ingirió. No fue hasta que secó su cara que la misma tomó unas facciones tétricas. Con una ira notable resguardada en una voz controlada exigió una investigación.《Busquen al culpable, quiero su cabeza.》es lo que ordenó a los eunucos.

La noticia no tardó en conocerse, con ciertos eunucos revisando a las concubinas mientras otros buscaban una referencia de cuál concubina era la culpable, hasta el anochecer. Llegó a los oídos de todas, desde Valide Sultán hasta la culpable.

—¡Dijiste que el frasco no era nada especial! ¡Ahora se está muriendo! ¡Lo peor es que pudimos matar al Sultán!

—Cálmate-

—¡Es mi karma por ser mansa! ¿Cómo pudiste hacerme esto? —la joven daba círculos angustiada. La otra rodó los ojos.

—Cállate, no quiero escucharte.

—¡Por su puesto que a ti no te importa! Yo soy la que hizo el trabajo... —ella empezó a soltar lágrimas. Rápidamente puso una cara molesta—Les diré que me engañaste.

La otra no dudó en herir la mejilla de la sirvienta, quien a penas pudo mantener el equilibrio. Empezaron una pelea donde la sirvienta de Rubén que le había traicionando se encontraba a la defensiva mientras trataba de escapar. La otra la agarró de la cabeza y le empezó a jalonear y golpear contra la pared, hizo sangrar su cabeza. La mano de la agredida alcanzó el cabello de la agresora y se libró. Gritó con todas sus fuerzas esperando ayuda; la otra con su mano intentó tapar su boca pero fue mordida de tal manera que salió sangre. De esa forma la agresora se hartó, la sometió, la tumbó al suelo y la ahorcó con desespero, dejando a la agredida morada y roja.

La mujer quedó atónita, incapaz de hacer algo ante la vista de su desastre. Se sentó con su espada contra la pared sin idea de cómo librarse de sus crímenes, de dónde ir. Pronto escuchó pasos asomarse. Su primer impulso fue levantarse para correr, pero se dio cuenta de que si lo hacía todo sería peor, entonces se quedó ahí, admirando la luz de las velas que se hacían más grandes.

—¡Por los dioses! —gritó un eunuco. Otro se acercó al cadáver y otro más a retener a la culpable.

—Está muerta.

—¿Por qué lo hiciste? ¡Ella estaba involucrada en un tema serio! —aquel eunuco la zarandeó.

—No le digas más, —le calló David, serio y pensante—ella sabía lo que hacía.

La llevaron a una habitación para interrogarla. Allí se sentó frente al jefe de los eunucos negros.

—¿Por qué mataste a Alexa, sirvienta de Iqbal Rubén?

—... Dijo cosas hirientes...

—Cita sus palabras y dinos por qué te insultaría.

—Ella... —se quedó un rato pensando, viendo a los eunucos.

Ella sabía que varios conocían sus relaciones y que entre ellas no se encontraba Alexa. Él le acercó el tazón, ella con miedo miró y lo reconoció.

—¿Sabes qué es esto? —ella negó—¿Sabes en qué estaba involucrada Alexa? —volvió a negar. Él golpeó la mesa con furia logrando que ella se pusiera alerta—¿No? ¿No viste cómo todos nosotros corríamos como locos buscando a la culpable de un envenenamiento? ¡Y casualmente apareces junto al cadáver de una mujer de la que antes no notabas su presencia! ¡Dinos algo que sea coherente!

—¡... No quería matarla, lo juro! Y-yo... ¡La estaba atrapando, sí! Ella fue quien envenenó a su ama con... con...

—Así que la descubriste... ¿Y cómo?

—Yo... m-me di cuenta de que le robó... —de repente calló. Ella pensó en decir que le había robado a una de sus compañeras sirvientas, pero mientras se expresaba se dio cuenta de que revelaría el nombre de su ama—a la doctora...

El jefe rió. Se alejó de ella para acercarse a sus compañeros, todos intercambiaban miradas.

—No se reportó ningún robo.

—Las doctoras dicen que solo han recetado esta solución a diez mujeres, aquí tengo la lista. —se la acercó.

—¿Cuál es la ama de Sadika? —preguntó el jefe, fue ahí que descubrieron la verdad.

Al día siguiente Valide Sultán citó a la culpable a sus aposentos, pidiendo que llevara a su hija.

—¿Me necesita, Sultana? —reverenció.

—Dame a la niña. —un poco confundida obedeció—Cecília, se te considera culpable del envenenamiento de la Iqbal Rubén y del Sultán. —ella se detuvo.

—... Mi... Mi Sultana... ¿No creerá esa locura...?

—... Estoy muy decepcionada, Cecília. La doctora dice que te recetó la misma solución que más adelante se encontró en el plato de Rubén.

—Disculpe Sultana, pero no soy la única persona en el harén que posee tal solución.

—Pero sí la única que ha vaciado el frasco en menos de dos meses. —Cecília se tensó—Además, encontraron a tu sirvienta con el cadáver de la sirvienta que elegiste como chivo expiatorio.

—¿QUÉ? —su grito fue tan potente que hizo llorar a su hija, la cual Valide Sultán arrulló—E-eh... eso... ¡no tiene nada que ver conmigo! ¡Si ellas tenían problemas yo no estaba involucrada!

—... Cecília, ¿tienes idea de las cosas que dicen las demás concubinas de ti? Que eres una mujer iracunda. Amenazar en público a Rubén, ¿por qué? Por unas telas, ¿no? —la Kadyn agrandó sus ojo.

—¡No es así! ¡Todas odian a ese fenómeno que hacen llamar Iqbal pero ninguna dirá nada, solo me inculpan para que todo el peso de sus resentimientos sea limpiado!

La matriarca la miró apática, dolida por alguna vez creer que era una mujer ejemplar.

—Es que usted no se da cuenta, Sultana. —siguió ella—No es normal lo que ha hecho con el Sultán, con el harén. Una concubina no puede tener tanto poder sobre el Sultán. Si no la paramos ahora, ¿qué consecuencias le pueden llegar al país, a la dinastía?

—No soy ciega, aún busco que esta situación se remedie según la tradición. Pero temería si el país tuviera un Sultán nacido de una asesina de embarazadas.

Ella entregó la bebé a sus Peiks. Despidió a Cecília mientras ella suplicaba y añoraba a su hija, la cual no volvería a ver. Ya no era parte de la dinastía y ya no era como una hija para Valide Sultán Inés.

Haseki Sultán《AU #rubegetta》#karmaland Donde viven las historias. Descúbrelo ahora