Secretos

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—¿Leyendo? —una rubia Kalfa se paró en frente de Rubén, quien estaba recostado en la pared—Mm... ¿repasas el descubrimiento del territorio?

—...Bueno, es que las primeras interacciones de los Dioses salvando a los españoles y a los otomanos me dejan expectante.

—Je, a mí me gusta cuando afirman que los Dioses con un rayo partieron por la mitad el barco de los piratas perseguidores de los españoles. Las primeras señales del dios Heberon. —ambos rieron. Después del silencio Rubén miró hacia un lado, pues se sintió incómodo.

—¿Quieres que te cumpla una orden, acaso...? Este... —se levantó con un neutral semblante.

—Lana. —respondió al notar que no sabía su nombre—Dulce, Mónica, Maria Nieves y yo vamos a prestar servicios para limpiar las habitaciones de las favoritas. Deseo que vengas, si quieres. Hablaremos, vamos a husmear y te llevarás una parte de la paga.

—¿Maria Nieves te lo pidió?

—Todas tomamos la decisión. —Rubén vaciló en rechazar la invitación—¿Te inquieta algo de esto?

—En el tiempo que estemos haciando la actividad, ¿podrían referirse a mí como hombre? Realmente estoy harto. —Lana quedó muda. Cerró los ojos algo incómoda

—Se debe dar trato de mujer a todo Khuntha que habite en el harén para colaborar en su integración y comportamiento. Decían que los Khunthas no presentaban reproches de terminología, ya que técnicamente no se está equivocado. —Rubén apretó la boca y después de un suspiro volvió a sentarse—Oye... Podríamos hacer elección de palabras para... no romper ninguna regla. ¡Vamos, di que si! —Rubén miró el libro, luego a la joven belleza con corona de flores de tela. Al final aceptó.

Mientras limpiaba sintió el impulso de robar algo, aunque se limitó a presumir que conseguiría mejores joyas, cojines o vestidos cuando sea favorita, al lo que las otras riendo decían: "suerte".

Las Kalfas exponían sus celos mientras contaban anécdotas de cómo las enviaban a palacios y casas de nobles a trabajar. La paga por eso era superior a bordar prendas y venderlas, que es lo que todas hacían con tal de tener mejores cosas. Aún así no se podía comparar con los regalos de las posiciones altas.

En un momento Rubén preguntó por la vida de ellas antes de entrar en el harén. Solo compartieron que tanto María Nieves como Dulce son esclavas españolas, mientras que Lana era portuguesa y Mónica rusa, a la cual cambiaron el nombre por uno más fácil. No compartieron más, ya que habían cortado lazos con sus vidas pasadas.

—¿Fuiste criado en el territorio?¿cómo te volvieron propiedad del Sultán? Está prohibido la esclavitud de los nativos karmalienses. —preguntó Mónica mientras trabajaba.

—No soy hijo de karmalienses. Mi madre es noruega y mi padre español.

—Eso explica tu rápido aprendizaje. —comentó Lana.

—Y su... su buen habla...—siguió María Nieves.

—¡Bueno, eso es todo! —gritó Dulce estirándose y levantándose del piso con su cubeta y pañuelo. Se dirigió al marco de la habitación de la Sultana Kristina—¿Terminaron? —la respuesta fue positiva, a excepción de Rubén, el cual estaba organizando una mesita.

—¡Las favoritas volverá del paseo para pagarnos, termina antes de eso! —Entonces las demás se fueron.

Rubén fue guardando cada cosa en su caja, luego las fue guardando en su debido armario. Por fin quedaba lo último: un montón de pergaminos junto a un recipiente de tinta. Revisó en los armarios la existencia de la caja de aquellos; la encontró. Se dio cuenta de que estaban desordenadas, ya que los versos tenían números. En eso le empezó a picar la curiosidad, ¿de qué tratarían los aparentes poemas? Los ordenó mientras leía.

Pronto se sorprendió. Entre palabras embellecidas se retrató un amor secreto, un amor prohibido, un amor platónico que florecía a través de pequeñas miradas por las ventanas, por los pasillos, por los paseos en el jardín. Aumentaba por las dulces canciones interpretadas en el balcón con intenciones de llamar la atención de aquella persona. Lo más impactante era la pista de quién era el interés romántico.

—"...esclavo de mi hermano, su confidente eres..." —leyó Rubén en un susurro.

—¡Eh! ¿Qué haces con mis poemas? —sintió congelar su cuerpo cuando alzó la mirada. La vio por primera vez, de hecho. Ojos verdes marinos, sedosa piel, un largo cabello castaño que semejaba naranja, donde yacía una corona de flores mucho más vistosa que la de Lana, y tenía perlas incrustadas. Un vestido negro con elementos rojos, corsé y escote. Aunque se fijó en su belleza pronto recordó el lío que se iba a causar cuando se le fueron arrancados los pergamino.

—¡D-disculpe, Sultana, no es lo que parece!

—¿No? ¡Me parece que estabas leyendo lo que no te incumbe!

—Yo no-

—¡No mientas, es pecado! ¡Por los dioses! ¿Eres lunática?

—¡No era mi intención, Sultana. —se inclinó ante ella—No tenía idea. Sólo hacía mi trabajo y... quería ordenar los poemas, entonces...! —con una mala cara la Sultana Kristina empezó a revisar el orden de aquellos, dando veracidad al relato, aunque se sentía insegura.

—Nadie más tiene que saber, ¿entendido...? ¡Haré que... haré que te corten la lengua si te descubro...! —sacó de una de sus cajas un par de monedas, las que correspondían—¡Ahora sal... por favor! —Rubén salió con la cabeza baja y caminando hacia atrás, como le enseñaron.

Cuando estaba acostado no pudo evitar pensar en la situación. Se hizo con una información que podría usar en algún momento, de forma prudente. Lo había descubierto: Sultana Kristina estaba enamorada del esclavo filipino que le fue regalado al Sultán Samuel VII de joven, Guillermo, el Gran Visir.

Haseki Sultán《AU #rubegetta》#karmaland Donde viven las historias. Descúbrelo ahora