1. Puc ser jo

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Violeta nunca ha sabido qué contestar cuándo le preguntaban que cómo se encontraba un día determinado, ni si sentía dolor, ni siquiera había sabido contestar si le gustaba pasarse la vida en aquellas cuatro paredes porque la realidad era que ni siquiera ella lo sabía a esas alturas.

Pero la pregunta que nunca le hicieron y para la que sí que tenía respuesta, era si se sentía sola. Porque ella nunca se había sentido tan sola como lo estaba desde el día que ingresó allí. Su vida en el hospital había acabado convirtiéndose en una monotonía a la que se había acostumbrado. Incluso había terminado por aborrecer la música, su mayor hobbie y algo que hasta hacía relativamente poco amaba.

Cada día hablaba con los médicos, enfermeras y celadores, pues para ella eran sus únicos amigos allí. Escuchar las sirenas de las ambulancias que llegaban cada día le entretenía, jugaba a adivinar si había sido un accidente múltiple y de alta gravedad o si simplemente se trataba de una caída por unas escaleras dependiendo de la velocidad que llevase el vehículo y la sonoridad de las sirenas.

Allí cada día era monótonamente diferente. Cada mañana el despertar era distinto al día anterior. Allí, pese a lo que los demás solían pensar, la gente encontraba una razón para vivir, de sobrevivir. Y ahí es donde entraba en juego la existencia de un grupo de adolescentes que vivían el día a día sin pararse a pensar en el porqué, cuya fortaleza se vería reforzada al conocerse.

*****

-Buenos días, Ruslana. –sonrió un muchacho vestido con un uniforme azul y con un fichero entre sus manos.

-Buenas, wachito. ¿Qué tal todo? –preguntó la pelirroja, que estaba entretenida saboreando su desayuno con ganas en compañía de otra chica que estaba sentada a los pies de su cama.

-Genial, como siempre. Hoy está todo tranquilo.

-Pues que siga así, ¿no? –corroboró Ruslana mordiendo una manzana de aspecto sabroso con gusto. La mujer que estaba a su lado le sonrió simpática y cómplice.

-Tengo buenas noticias. Te traemos una compañera de habitación. –comentó ilusionado el celador con su marcado acento uruguayo, marchándose de la habitación y pidiendo disculpas por su marcha repentina con un gesto de su mano.

-Ya no vas a aburrirte más en estas cuatro paredes. –bromeó la mujer que estaba sentada al lado de la pelirroja. Ruslana rodó sus ojos y le sacó la lengua divertida. Tener una compañía familiar con la que compartir los momentos de hospital siempre ayudaba a que todo fuese más ameno.

-Ya veremos a ver cuánto dura esta, Yuli.

Ruslana no solía tener compañeras de habitación y las pocas que había tenido se solían marchar pronto porque sus problemas de salud eran de baja gravedad y les daban el alta a los pocos días. Ella era una chica bastante sociable que no solía tener inconvenientes para hacer nuevas amistades, sobre todo a raíz de su ingreso en el Vall d'Hebron de Barcelona. A ella le encantaba hablar con todo el mundo y hacer que la gente se sintiese bien charlando con ella. Era su especialidad.

El celador de antes volvió a aparecer por la puerta empujando una silla de ruedas en la que iba una chica a la que ni siquiera pudo ver la cara, pues en cuanto el movimiento de esta se detuvo, la joven se sentó en su camilla de espaldas a Ruslana, enfrente de la gran ventana que tenía la habitación y por la que entraba el sol típico de un 22 de abril. Su pelo largo, negro y ligeramente ondulado se dejaba iluminar con la luz solar que entraba por el ventanal.

Una mujer rubia y de ojos claros que parecía ser su madre entró detrás de ella con una expresión bastante seria que hizo que Yuliya y Ruslana intercambiasen miradas de confusión, aunque ambas sabían que la gente nueva que entraba al hospital no solía disponer de muy buenos ánimos.

Pulseras Rojas (KIVI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora