38. Per què no deixaràs de tenir por?

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Había pasado una semana entera desde la madrugada en la que Chiara murió y volvió a nacer al mismo tiempo. Más de siete días desde que la vida de los Pulseras Rojas cambió radicalmente, desde que todos empezaron a apreciarse más que nunca y desde que aprendieron que la vida era algo tan efímero que se podía terminar cuando menos se esperaba.

Violeta también había aprendido que nunca tenía que dejar dicha ninguna verdad a medias. Que siempre debía sacar los sentimientos bonitos hacia otra persona a relucir ante ella. Aprendió que tenía que dejar sus miedos aparcados cuando se tratase de Chiara y, sobre todo había aprendido que la quería más que a nadie en el mundo.

-Ahora mismo está durmiendo, Chiara todavía está en proceso de recuperación. –el doctor Pablo Lluch había reunido a primera hora de la mañana a los Pulseras Rojas en el descansillo de la unidad de críticos cardiovasculares, donde había vuelto a ingresar Chiara hacía unas horas para hablar con ellos acerca del estado de la pelinegra. –Hoy ya puede empezar a recibir visitas que no sean de la familia, pero tiene que ser de manera escalonada, uno por uno y siempre prestando atención a lo que ella pueda y quiera aguantar.

-¿Pero no nos dijiste que ya estaba recuperada del trasplante? –peguntó Violeta, que estaba deseando volver a empezar de cero con ella, pero que a la vez estaba más asustada que nunca.

-Sí, y lo está. Físicamente está evolucionando muy bien, no muestra signos de rechazo hacia la válvula y las arritmias han bajado prácticamente a cero. Pero todo lo que le ha pasado le ha dejado unas secuelas psicológicas.

-¿Qué tipo de secuelas? –se interesó Ruslana, que estaba sentada en su silla de ruedas también formando corrillo con sus otros tres amigos.

-Vamos a ver, una persona que pasa por todo lo que ha sufrido Chiara estos últimos días es muy propensa a desarrollar un trastorno de estrés postraumático. Chiara está ahora en fase de apatía total, no registra emociones porque su mente está completamente bloqueada para protegerla, digamos que está en stand-by. No siente tristeza ni enfado, pero tampoco felicidad, no siente nada. –advirtió el médico, mirándolos a todos en panorámica. Violeta cerró los ojos y dejó escapar el aire de sus pulmones con frustración. –Si no vuelve a reconectar con el mundo exterior pronto, es posible que esas secuelas psicológicas comiencen a volverse físicas.

-¿Puede fallar el trasplante? ¿Eso es lo que quieres decir? –se aseguró Bea, con el ceño fruncido.

El médico asintió, frunciendo sus labios. Todos se miraron entre sí con hastío, más preocupados aún que antes.

-¿Y qué podemos hacer nosotros para ayudarla? –intervino Martin.

Pablo Lluch miró a Violeta al instante, sabiendo de sobra y casi en secreto que aquella era una tarea cuyo peso mayoritario recaía sobre ella.

-Tenéis que hacerla volver a ser la misma Chiara que era antes, tenéis que hacerla reaccionar. –Violeta sostuvo su mirada a la del médico con interés, queriendo aprender a hacerla feliz ahora que no era capaz de sonreír. –Si conseguimos sacarle cualquier sentimiento, si logramos hacerla reír o hacerla llorar y que vuelva al mundo real en las próximas veinticuatro horas, habremos dado un paso de gigante.

-¿Y eso cómo se hace? –quiso saber Violeta.

Lluch negó con la cabeza y suspiró. –Eso no lo sé. –todos miraron a Violeta con duda, acto seguido intercambiaron miradas todos con todos. Ninguno sabía bien qué hacer, pero todos sabían que no sería una tarea fácil de conseguir. –Primero entrará su familia a verla, pero cuando se vayan podréis ir entrando a verla uno por uno. –miró a Ruslana y la señaló con el dedo. –Tú deberías ser la primera si quieres verla. Te operamos ya mismo.

Pulseras Rojas (KIVI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora