2. Sense tu

1.4K 60 4
                                    

-Perdona, ¿aquí se puede fumar? –Emma se acercó a una mujer que se encontraba en una terraza, justo al fondo del pasillo donde estaban las habitaciones de los ingresados.

-¿Eh? ¡Ah! Sí claro, claro. Bueno en realidad no, es mi sitio secreto así que comprenderás que luego tendré que matarte.

-¿Cómo? –preguntó la rubia, confundida. -Ah vale, entiendo. –sonrió luego algo sorprendida.

-Lo comprendes, ¿verdad? –la mujer a la que había preguntado la observó con su cigarrillo entre sus manos con cierta curiosidad.

-Sí, sí. Perdona, todavía me cuesta a veces entender algunas expresiones de España.

-No te preocupes, mujer. ¿A quién tienes ingresado?

-¿Tanto se me nota? –preguntó la madre de Chiara sonriendo cálidamente, tal y como ella siempre solía hacer. Era una mujer demasiado sociable y solía caer bien a prácticamente todo el mundo.

-Bueno no es que se te note, es que las visitas no suelen venir a esta zona a fumar. Está demasiado cerca de las habitaciones y a ellos les gusta aprovechar la mínima oportunidad para salirse afuera y huir. –explicó la muchacha, que presumía de tener un marcado acento granadino en el habla.

-Tienes razón. –Emma se llevó el cigarro a los labios dando otra calada. –Yo tengo aquí a mi hija, mañana la operan a corazón abierto y no lo está llevando demasiado bien que digamos. Ni yo tampoco, para serte sincera.

-Bueno, y quién llevaría bien una situación como esa.

-Lo sé. –suspiró Emma con pesadez. -Tú no eres de Barcelona, ¿verdad? –preguntó la señora Williams inspeccionando el acento de la otra mujer.

-Qué va, qué va. Yo soy de Motril, un pueblo de Granada, pero me mudé aquí a Barcelona hace cinco años con mi hermano y su familia.

-¿Y llevas mucho tiempo aquí? En el hospital, digo. Parece que eres una experta.

-Yo llevo ya dos años. Mi sobrina Violeta tiene cáncer. –confesó la mujer morena con un tono de indiferencia que sorprendió a la mujer inglesa y volviendo a dar una calada a su cigarro.

-I'm so sorry. -Emma se había quedado sin palabras. Ella no estaba acostumbrada a tener que lidiar con situaciones como aquella y, por mucho que supiese por su corta experiencia lo incómodos que eran los silencios cuando había contado a la gente que su hija tenía un problema grave de corazón, cuando llegaba su turno de escuchar nunca sabía cómo actuar. Estar en el otro lado también era bastante difícil.

-No pasa nada, eh. Se va a curar pronto, estoy segura. Tan solo está alargando la experiencia en el hospital porque sabe que cuando salga de aquí le va a tocar repetir los tropecientos años de instituto que se está perdiendo. –ambas rieron por la pequeña broma y Emma negó con la cabeza maravillada por el humor de la otra mujer en una situación como aquella.

-Bueno... yo no puedo decir que Chiara se va a recuperar. –la madre de la pelinegra se llevó el cigarro a la boca en un intento de controlar sus lágrimas y miró hacia el cielo nerviosa. –La operación solo sirve para que siga viviendo, pero no la va a curar.

-Ya verás cómo hará vida normal después de la operación. La medicina ha avanzado muchísimo y conozco niños con enfermedades de corazón que juegan al fútbol y hacen atletismo y todo. –animó la tía de Violeta posando su mano en el hombro de la otra mujer.

-Pero es que ella ya hacía vida normal antes. –Emma negó con la cabeza, rendida totalmente y tratando de sonreír para volver a levantar esos muros que solo ella tenía. Chiara nunca había visto a su madre derrumbarse desde el duro diagnóstico y ella quería que siguiese siendo así. Debía ser la parte fuerte de las dos. –Lo siento.

Pulseras Rojas (KIVI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora