10. Jo i ningú

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Durante los domingos en el hospital nada nuevo sucede. Todo el mundo está detenido y a la espera de que vuelva a comenzar la semana. Afuera, este día de la semana es un descanso para cualquier adolescente o adulto que esté atareado durante los seis días restantes, pero dentro de esas cuatro paredes todo es diferente. Se trata del día más aburrido de la semana. Por eso, cualquier cambio de rutina, por pequeño que parezca ser, puede hacer que sea el mejor de los días.

Y eso acababa de pasarles a Violeta, Juanjo y Ruslana. Acababan de concederles el permiso de Sol, ese lugar soñado para cualquier ingresado del hospital, pues después de días y días encerrado en una habitación lo que más se desea es salir al exterior y recibir directamente en la piel los rayos del astro.

Sin embargo, cuando a Chiara le denegaron el permiso del día por tener fiebre y algo de infección en la herida quirúrgica, tanto a la de Granada como a la de Canarias se les cambió la expresión.

Había sido la pelinegra la que llevaba acompañando a Violeta, quien no había podido salir de la habitación para recuperarse de la sesión de quimioterapia, durante los últimos cuatro días. Había estado enseñándola a componer y preocupándose por ella día y noche. Y también había sido Chiara la que había estado junto a Ruslana en cada una de sus siguientes sesiones de rehabilitación animándola y ayudándola. Y ahora a ninguna de sus dos amigas les apetecía dejarla sola durante todo el domingo para salir afuera a disfrutar.

-De verdad, chicas, que estoy bien. Voy a estar mejor si salís al Sol que si os quedáis aquí conmigo aburridas. –insistía Chiara para convencerlas.

-Ay, Kiki. Es inútil discutir contigo, eres muy cabezota. —desistió la ucraniana, marchándose de la habitación tras insistirle que podían quedarse a su lado aquel día.

-Kiki, yo no me aburro estando contigo, ya lo sabes. Podemos seguir igual que estos días, componiendo y tú enseñándome a tocar la guitarra. –dijo sugerente la granadina, jugueteando con los dedos de la menorquina y observándola con esos ojos a los que no se les podía negar nada.

La menor intentó ponerse lo más seria posible. –De verdad, Vivi. Vete afuera con Rus y Juanjo. A mí también me viene bien quedarme sola unas horas, así sigo una canción que tengo a medias y por la noche te la enseño.

Violeta alzó las cejas y le preguntó con la mirada si eso era lo que realmente quería. Y Chiara le respondió, también con la mirada y de la forma más sincera, que realmente sería lo mejor. Ambas sonrieron nerviosas ante la absurdez de la situación. Lo mucho que les costaba separarse después de cuatro días de unidad total, aunque solamente fuesen unas horas.

-Vale, Kiki. Si es lo que quieres, nos vamos. Pero no te quedes todo el día en la cama si te sientes bien. Yo también quiero que tú te lo pases bien hoy, ¿vale? Te quiero. —se levantó de su silla y envolvió su cuello para darle un abrazo.

Chiara soltó una pequeña carcajada ante la insistencia de la más mayor y la empujó levemente para que se marchase de una vez. –Que te están esperando, Vio-lenta. Esta noche nos vemos, te quiero.

Y, acto seguido, Violeta desapareció de la habitación tras dejar un beso en la mejilla de la otra.

Realmente Chiara había dicho la verdad. Necesitaba quedarse sola para pensar un rato. Llevaba demasiados días con la exclusiva compañía de esa andaluza y parecían haber cambiado tantas cosas en ella misma. Jamás se había sentido tan bien con alguien como cuando estaba con Violeta. Ella sabía cómo hacerla reír, cómo ayudarla a deshacer sus nudos mentales y cómo hacerla sentir más segura. Violeta la trataba como si quisiese hacerle crecer alas en la espalda para aprender a volar. Violeta era todo lo que ella necesitaba.

Pulseras Rojas (KIVI)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora